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PAOLO se baja de un ape car, paga al conductor y corre a pie hasta el embarcadero. Vincenzo va a su encuentro empujando su silla de ruedas.

Cerca de allí, dos enfermeros y un médico que prestan servicio nocturno cargan la camilla en una hidroambulancia.

—¿Qué ha pasado? —pregunta Paolo, alarmado

—Carmela se ha puesto mala. —Vincenzo tiene el rostro tenso.

—¿Qué le ha ocurrido?

—Una subida de tensión. Yo lo sabía, ese pastillero era defectuoso. ¡Que me parta un rayo! Lo compré en un chino del paseo marítimo de Pozzuoli.

—Pero ¿qué sois, niños? ¿Dónde está Valeria?

—Se ha ido con ellos, por si podía ayudar.

Paolo corre hasta la ambulancia, que justo en ese momento pone las sirenas con las luces y sale a toda velocidad. Valeria va sentada detrás con Luisa, junto al médico. Paolo le hace un gesto con la mano, ella no responde y la lancha se la lleva lejos rápidamente. Pocos segundos después, la noche la engulle, más allá de las luces rojas y verdes que delimitan el puerto volcánico.

—¿A qué hora sale el próximo barco para Nápoles? —pregunta a Vincenzo.

—Mañana, a las siete menos cuarto.

Paolo se da media vuelta y, sin saber qué hacer, se aleja dubitativo.

—Paolo, ¿es que piensas dejarme aquí? —le grita Vincenzo desde el embarcadero.

Paolo vuelve atrás, le empuja hasta la calle y paran un taxi.

En el balconcito que se asoma a la bahía, Paolo se pone a mirar el mar y se queda así hasta el amanecer; no puede dormir. Saca el portátil de la bolsa, lo coloca en la mesita de hierro y empieza a teclear con fuerza:

++Ya sé, amigos míos, que estáis ansiosos y no veis la hora de leer este nuevo artículo. Os sentís ávidos de aprender nuevas técnicas, nuevos juegos, nuevos métodos para atraer y seducir a las mujeres. Pero hoy quiero hablaros de otra cosa. ¡El viaje!...

Cuando el sol está ya alto, Paolo entra en la habitación y prepara la maleta.

Coge un taxi hasta el puerto y se embarca en el Caremar de las seis cuarenta y cinco. Junto a él hay solo unos cuantos pasajeros. El barco cierra el portón de hierro y parte. Paolo sube a cubierta y observa la tierra firme, que se aleja. Le recuerda el rostro de Valeria, que solo unas pocas horas antes desapareció en la noche. Se siente inquieto. Hay algo dentro de él que no le deja en paz, algo que no logra identificar.

++... Antes de emprender un viaje, sabemos ya adónde queremos llegar. Cual será nuestra meta. Calculamos el tiempo del recorrido y prevemos incluso las paradas tratando de respetar nuestro plan de marcha.

El viaje podemos hacerlo en coche, en avión, a pie o en un barco. No importa. Lo que sabemos es adónde queremos llegar, nuestro objetivo...

Paolo coge el teléfono y pasa la agenda: «Gabriella, Gaia, Giada, Giorgia».

++... Hemos entrado en el juego, nos hemos transformado, hemos trabajado sobre nosotros, nos hemos atrevido con nosotros mismos y, a menudo, hemos rozado el ridículo. Y todo esto lo hemos hecho por nuestro objetivo, por ellas: las mujeres. Unos lo han hecho por más de una. Otros por todas. Alguno lo ha hecho por una sola, esa mujer...

Escribe el mensaje: «Llego a las ocho». Lo envía. El sobrecito en la pantalla le informa de que el mensaje ya navega por el éter.