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—¡¿QUÉ chulo esto, eh, Paolo?!

Ciro grita y a la vez aspira, a través de la pajita y con avidez, su densa bebida: una caipiroska con doble dosis de azúcar de caña.

Paolo se hace el sordo y da un largo sorbo a su gin-tonic.

Atardece y están sentados a una mesa del Arenile di Bagnoli, un elegante club con una gran pradera verde a la orilla del mar, rodeado de antorchas de bambú. Frente a ellos se perfila la espléndida isla de Nisida, verde y salvaje. La larga franja de tierra que la une a la costa está iluminada por faroles que se reflejan en el mar oscuro, trazando estelas de luz desenfocada.

Ciro lleva unos pantalones color caqui y una camisa blanca, está eufórico y gesticula más de lo debido. Paolo, con su habitual traje, esta vez sin corbata, permanece mustio y pensativo.

El disc-jockey dispara I Follow Rivers, de Lykke Li, en una nueva edición de The Magician.

—Ahora llegarán esas dos amigas, Paolino. Ya verás qué bien lo pasas esta noche. Una quiere ser cantante; al enterarse de que soy periodista de espectáculos, ¡se ha vuelto loca! —exclama, y se mete en la boca un puñado de avellanas.

La pista está llena de chicas ya bronceadas y el aire es fresco. Justo cuando Lykke grita «I follow you baby...», Ciro se pone en pie de un salto y empieza a saludar con todo el brazo.

—¡Aquí están, Paolo!

Las dos chicas con las que ha quedado avanzan abriéndose paso entre la gente, con cuidado de no golpear con los bolsos las cabezas de las personas que están sentadas en las mesas. Con cada gesto amplio, la barriga de Ciro se mueve bajo la camisa como una gelatina.

Las dos chicas le ven y le saludan mientras van hacia él. Ciro vuelve a sentarse.

—¿Has visto cómo son, Paolo?

Una es morena, más alta, y lleva un vestido azul que le resalta los pechos; la otra es rubita, más bajita y mona. Lleva una camiseta blanca, una falda larga beis y zapatos con cuña de corcho.

—¿Te importa si me quedo con la morena, Paolo? Es la que quiere ser cantante.

—Faltaría más, Ciro. —Paolo deja la copa en la mesa y se levanta para presentarse—. Encantado, Paolo.

—Hola, yo soy Manù —se presenta la morena alta—. Y ella es Chiara. —Se dan la mano.

—¡Ah! ¡No nos crucemos! —dice Ciro cargado de entusiasmo.

—Sentaos, chicas. ¿Qué queréis tomar?

—Yo, un B52 —responde Manù.

—Vale, yo también —añade Chiara.

—Entonces, dos B52. Pero ¿esto qué es, el juego de los barquitos? Ja, ja, ja —dice Ciro riéndose de su propio chiste—. ¡Tocado y hundido! —Se lleva una mano al corazón—. Ja, ja, ja.

Manù y Chiara esbozan una sonrisa indecisa. Paolo ni se inmuta; por el contrario, trata de desviar la atención de ese momento embarazoso dirigiéndose a la rubita.

—¿Y tú a qué te dedicas?

—Soy secretaria en un bufete de abogados en Vomero —responde ella.

—Vaya —dice Paolo fingiendo interés.

—Sí, el despacho Nardone, de la calle Piscicelli. ¿Lo conoces?

—No, lo siento.

—Bueno, lo decía por decir. ¿Y tú que haces?

—Soy periodista —responde Paolo arrugando un poco la frente y temiendo ya la siguiente pregunta.

—¿De qué?

Ahí está.

—Escribe para Macho Man —interviene Ciro.

Paolo mira al suelo.

—¿Y qué es, una revista pornográfica gay? —interviene Manù.

—¡Qué va! ¿No conocéis Macho Man, chicas? —prosigue Ciro.

—No lo hemos oído nunca.

—Es una revista de actualidad para hombres.

—Ah, tipo For Men. Y esa otra..., ¿cómo se llama?... ¿Men’s Health? —pregunta Manù.

—Exacto, solo que en pequeño —aclara Ciro.

—Ah —dicen las dos, desilusionadas.

—Sí, pero, en realidad, yo soy un periodista especializado en temas económicos. En concreto a lo que se suele llamar el campo de la «utilidad» —especifica Paolo.

—Ah, ya —dice Chiara con disimulado aburrimiento.

Quizá por la música alta o tal vez por la falta de temas de interés, la conversación cae miserablemente en el vacío. Entonces, Ciro, tras unos instantes de silencio, se levanta.

—No viene el camarero, así que vamos nosotros a la barra a por vuestras bebidas, chicas. Acompáñame, Paolo —dice, y se mete en la boca otro puñado de avellanas.

—Gracias —dicen las dos chicas casi al mismo tiempo.

Paolo, que se levanta para seguir a su amigo, cree entrever cierto alivio en las caras de sus acompañantes.