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CIRO y Paolo se ponen en la fila de la caja y pagan las dos copas.

—Pero ¿dónde has conocido a esas, Ciro?

—Son dos amigas. Las vi en Chez Moi cuando escribí el artículo sobre Melissa Satta. Me dijeron que los viernes venían aquí a tomar una copa.

Siguen acercándose a la barra.

—Pero entonces no son dos amigas. Ni siquiera habías quedado.

—No, o sea, era una cita a medias, Paolo. —Ciro se adelanta con la cuenta en la mano para que el camarero, que está sirviendo a todo el mundo menos a ellos, le vea.

—En cualquier caso, estate tranquilo, Paolo. Nos está saliendo muy bien. ¿Has visto qué mona es la tuya? Chiaretta. Es una muñequita.

—A mí no me parece que nos esté saliendo tan bien la cosa, Ciro.

Al fin el camarero coge el ticket.

—¡Dos B52!

—Buah, ¿un B52? ¡Eso se llevaba en los noventa! —dice el camarero en voz alta.

Un par de chicas que están sentadas allí cerca se echan a reír.

Ciro y Paolo se quedan estupefactos.

—Vale, ¿con llama? —pregunta entonces el camarero.

—No lo sé —le responde Ciro, que no tiene respuesta para esa pregunta.

—Paolo, ve a preguntar a las chicas si lo quieren con llama.

El camarero le detiene.

—¿Son para dos chicas? Entonces con llama, a las chicas les chifla la llama.

Ciro le da un codazo cómplice a Paolo.

—Entonces incendia esos dos B52, ja, ja, ja.

El camarero coge dos copas grandes y tres vasitos de licor, pone primero el Kahlúa, luego deja resbalar lentamente el Baileys por el dorso de una cucharita para no mezclarlo con el licor de café, y por último añade un poco de Grand Marnier.

—Chicas, prestadme un mechero —dice a las dos que se habían reído.

La más guapa saca un Bic de color naranja de su bolsito de tela con pedrería.

—¡Vaya mechero! —exclama al cogerlo. La chica le sonríe—. Es para cagarse —continúa—, mi abuela tiene uno idéntico.

Las dos estallan en una sonora carcajada. La guapa se retoca el pelo, ruborizada.

—Efectivamente, se lo he robado a ella —dice con una sonrisa.

El camarero prende los cinco vasos y pone las dos copas grandes en manos de Paolo y Ciro.

—Aquí tenéis chicos, que os divirtáis. —Luego pasa dos vasitos a las chicas; el otro es para él—. Estos son para nosotros, ¡por mis nuevas amiguitas!

Brindan, inclinan hacia atrás la cabeza y se beben de un trago el líquido inflamado. Luego dejan ruidosamente los vasitos vacíos en la barra y, con los ojos llenos de lágrimas, se echan a reír.

Paolo y Ciro se miran un instante, ponen una mano delante de la llama para protegerla y se dirigen hacia la mesa esquivando a la gente que baila.