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A LAS ocho y cinco minutos, el transbordador inicia las maniobras de atraque. Los marineros lanzan desde popa las maromas rojas que se anudan de inmediato en los bolardos de hierro. El portón se abate con un ruido ensordecedor.
Paolo baja con su bolsa en bandolera, mira a su alrededor y ve el Nissan Micra rojo de Giorgia. Ella baja del coche y le espera afuera.
—Hola —le echa los brazos al cuello—. Qué bien que ya estás aquí.
Paolo deja la bolsa en el suelo.
Ella le besa con pasión, él responde primero con timidez, luego la abraza y le devuelve el beso, apasionado.
Giorgia se aparta y le mira a los ojos.
—Vamos a casa.
Paolo asiente y se suben al coche.
—Claro que tenemos que considerar Ischia para las vacaciones, Portocervo está ya muy visto y se ha vuelto vulgar. —Giorgia conduce a velocidad sostenida, evita por poco a un peatón en un paso de cebra y, al dar el volantazo, está a punto de chocar de frente con un coche que va por el carril contrario.
—¡Me cago en ti y en todos tus muertos! —le grita el conductor del otro coche mientras, frenético, toca sin parar el claxon.
Paolo se agarra al asidero de la puerta y se sujeta con fuerza.
—Este año, Renato Bellavia y su mujer irán a Ischia. Además, resulta muy cómodo, fácil de llegar. Tenemos que empezar a informarnos para alquilar una villa.
Con un par de maniobras decididas y haciéndose sitio al empujar el parachoques posterior de un viejo Twingo y el anterior de un Panda, Giorgia aparca justo debajo de casa.
—¿Me ayudas con el equipaje?
—Claro.
Paolo coge del maletero dos grandes bolsas.
—Hay otra también en el asiento de atrás.
Giorgia le abre la puerta y Paolo se pone bajo el brazo otra gran bolsa de viaje, luego atraviesa la calle como puede y entra en el portal que ella mantiene abierto amablemente.
Paolo deja caer las maletas en el suelo del dormitorio, Giorgia coge una y la apoya en la cama.
—Amor..., no... —Paolo palidece.
—¿Qué...? —Giorgia abre la cremallera y saca de la bolsa un par de jerséis.
—No... he quitado todavía mis cosas. Te hago sitio en el armario, he puesto la ropa nueva. —Abre la puerta y empieza a liberar espacio.
—Ahora tenemos que volver al curso prematrimonial, quién sabe lo que pensará el pobre don Antonio. —Saca de la bolsa una camisa y la pone en una percha—. Yo no descartaría la idea de casarnos en Navidades.
—Ya.
Giorgia se para. Él está mirándola, inmóvil; ella le mira y se le acerca, lentamente.
—Eh... —le susurra pasándole una mano entre el cabello—, te he echado de menos. —Le da un piquito en los labios—. Me faltaba tu olor —dice, y le olisquea despacio detrás de la oreja—. Mi tontorrón... —Le abraza.
Paolo corresponde con poca energía.
—Paolo, echaba de menos nuestra casa... Ahora volveremos a ponerlo todo en su sitio, todo volverá a ser como antes. —Giorgia le estrecha aún más y se frota contra él.
Paolo asiente.
—Empecemos enseguida.
Paolo se deja abrazar y echa la cabeza atrás, pero Giorgia se aparta de repente, le coge la mano y le arrastra fuera de la habitación.
—¡Ven!