57
Bennett está revisando sus notas. Grant Tully vuelve a ocupar su asiento en el estrado. La juez le recuerda que aún está bajo juramento.
—¿Preparado? —le digo a Ben.
Me mira. No sonríe, no intenta tranquilizarme. Parece obsesionado, tiene el rostro demacrado y la expresión solemne, los ojos enrojecidos y llorosos. Deja la carpeta abierta y vuelve a ponerse de pie para enfrentarse a Grant Tully.
—Senador, esta mañana la señora Johannsen le preguntó si estaba seguro de que recibió el memorando de Dale Garrison el 4 de agosto, el memorando acerca de las peticiones del señor Trotter.
—Sí.
—Y usted dijo que recordaba que lo recibió ese día.
—Sí.
—Lo recuerda gracias a la tarjeta de cumpleaños que Dale Garrison también le envió.
—Sí, correcto. Porque se había adelantado. Fue la primera tarjeta que recibí.
—Y recuerda que yo se la entregué.
—Sí, así es. Supongo que fue porque usted y John abrieron el paquete y encontraron la tarjeta.
—En efecto —confirma Ben—. Creo que abrí el sobre con la tarjeta antes de darme cuenta de que era para usted.
—Creo que sí —dice el senador—. Me abren la mayoría del correo antes de que yo lo vea. Aunque suele hacerlo mi secretaria, no mi abogado. No forma parte de sus obligaciones.
El público se ríe. El senador parece más tranquilo. No comprendo cómo tiene tan buen aspecto después de lo revelado en el día de hoy. Supongo que se ha pasado toda la comida pegado al teléfono hablando con Don Grier, su encargado de prensa, ideando la estrategia a seguir. Ben ni siquiera sonríe.
—Senador, ¿recuerda que esta mañana la señora Johannsen le preguntó si sabía a ciencia cierta que Lang— don Trotter le envió esa carta de chantaje a John?
—Sí, lo recuerdo. —
—Y usted dijo que no estaba seguro.
—Así es.
Ben se acerca a Grant y le entrega una copia de la carta.
—Y me parece que fue usted quien destacó que ignoramos a quién se refiere la carta. —Sí, creo que es correcto.
Ben revisa una vez más su copia de la carta. Cojo una copia de entre las notas de Ben y hago lo mismo.
Supongo que soy el único que queda que sabe el secretó que nadie conoce. Creo que bastaría con 250.000 dólares. Un mes debería ser suficiente. No conozco tu fuente de ingresos, pero supongo que si alguien puede encontrar la manera de sacar dinero del fondo para la campaña, ése eres tú. O quizá podría hablar con el senador. ¿Es eso lo que quieres? Un mes. No intentes ponerte en contacto conmigo. Yo iniciaré las comunicaciones.
—De hecho —dice Ben—, esta carta se refiere al «senador». No pone «Grant Tully», ¿verdad?
—'No. —Grant deja la carta en el estrado y mira a Bennett.
—¿Cuántos senadores en activo hay en el estado?
—Treinta y ocho.
—Esta carta podría referirse a cualquiera de ellos.
—Por supuesto.
Bennett abandona la mesa de la defensa y se pasea por detrás del atril.
—En realidad —prosigue—, también podría referirse a un senador retirado, ¿no?
—Supongo que sí.
—A menudo los senadores retirados siguen recibiendo el apelativo de «senador», ¿correcto?
Grant Tully hace una pausa. Desvía la mirada hacia mí, y después vuelve a mirar a Ben.
—Sí.
—Hay montones de senadores retirados, ¿verdad? —Sí, así es.
—Esta carta podría haberse referido a cualquiera de ellos.
—Supongo que sí.
Observo los documentos situados en el lado de la mesa ocupado por Bennett. Como se ha llevado la copia de la carta de chantaje, el documento superior de la pila es el memorando preparado por Cal Reedy resumiendo el historial de Lyle Cosgrove.
No conseguí sus antecedentes delictivos de cuando era un menor. Permiso de conducir revocado el 18/12/78, tras condenas por conducir bajo los efectos del alcohol del 24/2/78,29/8/78, y una tercera detención el 4/11/78. No impugnó el cargo final. Aceptó renunciar al permiso de conducir durante cinco años.
Detenido por agresión sexual el 19/6/81. Se declaró culpable de agresión menor. Cumplió quince meses en una prisión de seguridad media.
Detenido el 15/4/88 por atraco a mano armada. Condenado el 28/8/88. Cumplió doce años, obtuvo la condicional el 22/7/00.
Bennett ha rodeado una oración del primer párrafo con un círculo.
«Aceptó renunciar al permiso de conducir durante cinco años.»
Vuelvo la cabeza y miro a Bennett Carey.
—De hecho, senador, su padre es un senador retirado, ¿no es así?
—Perdón, señoría —digo, poniéndome de pie—. ¿Puedo hablar con mi abogado?
—Por supuesto.
Bennett me mira con curiosidad, pero acaba por acercarse.
—¿Qué diablos estás haciendo?-susurro—.Siéntate.
—Estoy señalando que esta carta podría referirse a...
—Sé lo que estás señalando, Ben. Todos lo saben. No sigas. Siéntate.
—Siéntate tú-contesta—. Confía en tu abogado. Se encamina de nuevo al estrado. Vuelve a mirarme, el tipo inútilmente de pie en mitad de la sala. Al final, tomo asiento.
—¿Senador? —pregunta Ben.
—Sí, señor Carey. Mi padre es un ex senador.
—Y lo llaman «senador», ¿verdad?
—Sí.
—Así que esta carta podría haberse referido a su padre, ¿no? —pregunta Ben, y se echa a reír.
El senador sonríe, pero no pretende resultar agradable.
—Sí, en teoría supongo que sí.
—Quiero decir que tal vez esta carta se refiere a un secreto que usted le ocultaba a él.
—No le oculto secretos a mi padre —replica Grant.
—Oh, claro. Pero de lo que se trata es de que esta carta podría haber ido dirigida a usted, ¿correcto, senador? Amenazando con revelar un secreto que no querría que su padre supiera.
Vuelvo a ponerme de pie.
—Señoría, quiero acabar con este interrogatorio. Hemos acabado. No autorizo a mi abogado a continuar.
La juez arquea las cejas y nos mira.
—¿Señor Carey?
—No he acabado, señoría.
—Quizás usted y su cliente deseen consultar.
—Bien. —Ben se encoge de hombros y se me acerca.
—¿Qué coño estás haciendo? —le susurro al oído, agarrándolo del brazo.
—Estoy defendiendo a mi cliente
—Ya lo has hecho, Ben. Siéntate.
—Querías que hiciera todo lo posible —murmura con acritud—. Eso es lo que...
—Pero esto no.
—¿Y por qué no, John? ¿De qué tienes miedo?
—Siéntate —digo, sacudiéndole el brazo.
Se inclina hacia mí, tan cerca que casi me roza la oreja.
—Si puedes mirarme a los ojos y decirme que nunca se te pasó por la cabeza, si puedes mirarme a los ojos y jurar por Dios que nunca lo pensaste... me sentaré-dice, apartándose de mí y mirándome fijamente.
Guardo silencio. El corazón me late con fuerza. Sus latidos me inundan por completo, resonando en mi cabeza, pero no digo una palabra. Es como si jamás hubiera visto al hombre que está de pie a cincuenta centímetros de mí. Su mirada es más que intensa, casi amarga. Permanece en silencio, pero jadea. Una gota de sudor le surca la frente.
—Eso es lo que pensé —dice.
—¿Estamos preparados, letrado?
Ben no se dirige al tribunal, sino a mí.
—Creo que sí, juez.
Vuelvo a sentarme, más porque me tiemblan las rodillas que por obedecer.
Mi abogado recorre la sala pausadamente, las manos entrelazadas detrás de la espalda.
—Senador, creo que nos detuvimos en la idea de que la carta de chantaje podría ir dirigida a usted, amenazando con revelar el secreto a su padre, el «senador». ¿Correcto?
—Ahí es donde se detuvo usted, señor Carey. Supongo que estaba ofreciendo un ejemplo de especulación pura. Porque eso es mentira.
El rostro del senador ha enrojecido, pero creo que está más enojado que preocupado. Se vuelve hacia mí, pero yo aparto la mirada. Al cabo de un momento, le miro fijamente a los ojos mientras llega la pregunta siguiente.
—Usted tiene acceso al dinero de la campaña, ¿verdad, senador?
—No directamente.
—Pero le dice a su gente cuándo y dónde gastarlo, ¿no?
—Expreso mi opinión, claro.
—Bien, entonces hablemos de su padre, el «senador». En su opinión, ¿qué pensaba su padre acerca de la supuesta violación y asesinato ocurridos en 1979?
—¿Que qué pensaba? No comprendo a qué se refiere.
—¿Su padre pensaba quejón había cometido violación y asesinato?
—Supongo que no. Pero tendría que preguntárselo
a él.
—Bueno, ¿qué cree que opinaba su padre acerca de su implicación?
El senador se inclina hacia atrás. No contesta enseguida, se asegura de haber escuchado la pregunta correctamente.
—¿Mi implicación?
—Eso es lo que le he preguntado.
—No estaba implicado. Me fui a casa.
—Y eso es lo que le dijo a su padre, ¿verdad?
—Bueno... claro que sí. —Grant me mira de nuevo.
—Así que su padre creyó que usted no tuvo nada que ver con lo que le ocurrió a esa joven.
—Yo no tuve nada que ver con la muerte de esa mujer.
—Y eso es lo que pensó su padre.
—Protesto —dice Erica Johannsen, poniéndose de pie. No es la primera vez que podría haberse opuesto. Ella misma ha bajado un poco la guardia—. La defensa está especulando.
—Admitido.
—Senador, ¿acaso no le dijo a su padre que usted no tuvo nada que ver con la muerte de esa chica? —pregunta Ben.
Esta pregunta ya ha sido formulada. Bennett ha abandonado su elegancia habitual. Parece otro. Lo embarga una «citación, una emoción que nunca he observado antes.
—Claro que le dije a mi padre que no tuve nada que ver con esa mujer —responde Grant—. Acabo de decirlo.
—Pero Dale Garrison —dice Bennnet, agitando un dedo y alzando la voz—, Dale sabía que no era así, ¿no es cierto?
—No sé de qué me está hablando, Bennett.
—Bien, volvamos a 1979, senador. —Ben se acerca a Grant—. ¿Con quién se marchó de la fiesta?
—Me marché con... con Rick.
—¿Ah, sí? —Bennett se empeña en parecer confuso. Está actuando, puro teatro—. ¿Rick lo llevó a casa?
—Correcto.
—¿Y más tarde Lyle llevó a John a casa en su coche?
—No puedo asegurar qué hicieron.
—Pero eso fue lo que usted contó, ¿verdad, senador? ¿La versión oficial? ¿John se marchó con Lyle Cosgrove, mientras que usted y Rick se marcharon juntos?
La fiscal se opone. La juez lo admite. Me descubro frotándome la frente, la vista clavada en la mesa.
—¿Está seguro, senador? ¿Seguro de que Rick lo llevó en coche a casa?
—Sí, lo estoy.
—Es un trayecto de unos cuarenta y cinco minutos, ¿verdad? —Ben agita una mano-% Tenían que coger la interestatal, ¿correcto?
—Sí, así es. —Grant ha enrojecido. Sin duda no esperaba esto de Bennett, pero ahora se da cuenta de lo que pretende.
—Usted cogió su propio coche —dice Ben—. Condujo hasta esa fiesta en el condado de Summit en su coche, ¿correcto? ¿Junto con John?
Grant se remueve en el asiento. —Sí.
—De manera que si Rick lo condujo a casa en el coche de usted, ¿cómo llegó a su casa? ¿Hizo autoestop para regresar al condado de Summit?
Grant separa las manos y responde con voz queda.
—Eso no puedo decírselo.
—Y senador —añade Ben, atravesando la sala del tribunal y deteniéndose—, ¿qué diría si le dijera que en esa época Lyle Cosgrove no tenia coche?
Instintivamente, mis ojos vuelven a desplazarse al memorando sobre Lyle Cosgrove: «Aceptó renunciar al permiso de conducir durante cinco años.»
—Protesto —dice la fiscal—. Suposición de hechos que no forman parte de las pruebas. Supone especulación.
—Se admite —dice la juez, sin mucha convicción.
—¿Acaso no sabía, senador, que el permiso de conducir de Lylé Cosgrove fue revocado en 1978? ¿Durante cinco años?
—No, no lo sabía, señor Carey.
—¿Así que cómo llegó John a casa esa noche, senador? De hecho, ¿cómo llegó a casa de Gina?
—Protesto.
—Admitido —responde la juez rápidamente.
Bennett levanta las manos. Mira fijamente al testigo, que trata de tranquilizarse. Está esperando que se desarrolle el drama, que llegue la pregunta inesperada. Yo mismo sería capaz de formularla.
—La verdad es que usted también fue a casa de Gina esa noche. ¿No es así?
—¿Qué? —exclama Grant, poniéndose de pie. Se vuelve hacia la juez—. Señoría, esto es injusto. Esto no es lo que se suponía... —Menea la cabeza y vuelve a sentarse.
Esta no es la manera en la que se suponía que este interrogatorio debía desarrollarse, es lo que iba a decir. No se suponía que un abogado amistoso, uno de sus empleados, le daría la vuelta a la tortilla. Pero sin duda Grant comprende que no puede negarse a contestar basándose en eso. Y si alega la Quinta Enmienda, mañana saldrá en titulares. Está atrapado. De pronto descubro que no estoy dispuesto a defenderlo.
—No es cierto que fuera a su casa. —Grant me observa. Me pregunto cuál será mi expresión. Ya no tengo idea de nada.
—Rick llevó a John, ¿correcto? ¿Y usted y Lyle los siguieron? ¿No fue así como ocurrió?
—No, señor Carey.
Bennett se acerca al testigo.
—Usted y Rick también entraron en la habitación de Gina Masón, ¿verdad?
—No, señor. Eso es completamente falso. Esto es... —dice mirando a la juez— es absurdo.
—Primero permitió que John disfrutara de unos momentos de intimidad. Uno de ustedes fue a buscarlo y lo encontró en la habitación de Gina... inconsciente. ¿Correcto? Luego lo arrastró fuera a través de la ventana.
—No sé de qué está hablando. Me fui a casa. —Grant da un puñetazo sobre el estrado.
—Después —prosigue Ben, volviéndose hacia la tribuna—, una vez quejón terminó, le tocó el turno a otro.
Se vuelve hacia Grant.
—¿Quién fue el siguiente, senador? ¿Usted? ¿Rick?
—No tengo por qué escuchar esto. No tengo por qué soportarlo.
—Oiga, senador, si tiene algo que ocultar... —Bennett se dirige a la juez—. Señoría, supongo que deberíamos informar al senador de que tiene derecho a no autoincriminarse —dice, y de nuevo se vuelve hacia Grant—. ¿Quiere acogerse a la Quinta Enmienda?
—Claro que no —dice Grant—. No tengo nada que ocultar.
—Bueno, ¿qué pasó? ¿Quién fue el siguiente? ¿Rick? —pregunta Ben—. Las cosas se pusieron un poco feas, ¿verdad? Y Gina murió.
Grant intenta serenarse. Está calculando las opciones que le quedan, pero sin duda llega a la misma conclusión que yo: no tiene escapatoria..
—No sé nada de eso.
—Pero John —añade Ben, señalándome con el dedo—, John perdió el conocimiento en el coche. Ni siquiera sabe cómo logró salir a través de la ventana de Gina.
—Le repito, letrado, que no sé nada...
—Así que John se convirtió en la cabeza de turco. —Bennett se aleja de Grant y vuelve a dirigirse a toda la sala del tribunal—. El hijo de un senador no puede verse involucrado en algo así. De modo que usted consiguió que Lyle se pusiera de pie y dijera que estaba allí con John.
—No.
—Usted y Rick follaron con Gina, así que ambos debían quedar fuera. Como no había pruebas contra Lyle, usted dijo que había estado allí con John.
—No. No.
—¿Cómo lo logró? —pregunta Ben—. ¿Le pagó a Lyle? ¿Rick le ofreció cocaína gratis durante el resto de su vida?
—Protesto. Señoría, me opongo a...
—Admitido.
Bennett sólo es acallado momentáneamente.
—Usted lo planeó esa noche. Ahí estaban los tres: Lyle, Rick y usted, con John dormido en el coche y una chica muerta. Usted le dice a Lyle que declare que estaba allí fuera (simplemente estaba allí, sin hacer nada), y luego todos creerán que Grant Tully y su compinche Rick se fueron a casa. Sí, se fueron a casa.
—Nada de eso es verdad. —El senador me mira fugazmente.
—De hecho, la policía ni siquiera oyó hablar de Rick, ¿no es cierto?
—No tengo idea.
—Usted se aseguró de que fuera así, ¿correcto, senador? Porque Rick significaba cocaína, y usted no podía tener ninguna relación con eso. Después tocó todos los resortes políticos posibles. Obligó al juez de instrucción a llegar a conclusiones no concluyentes. Obligó al fiscal a no ocuparse del caso. Le tendió una trampa a su mejor amigo para que fuera él quien pagara el pato, pero luego se aseguró de que quedara en libertad. —Bennett me señala con el dedo y añade con tono solemne—: Le hizo creer que había hecho algo malo. A su mejor amigo.
Grant traga con fuerza. La fiscal se pone de pie y protesta, se opone a que Bennett Carey pronuncie discursos. La juez lo admite. Un grave silencio invade la sala del tribunal.
El próximo en hablar es Grant, que primero carraspea.
—¿Está sugiriendo que su cliente cometió perjurio durante aquel juicio... durante aquella vista? ¿Acaso Jon no testificó que fue a la casa de esa mujer, que se despidió con un beso, que subió al coche de Lyle y se marchó? ¿Y que yo no aparecí por ningún lado?
—Lo que sugiero es que mi cliente no recordaba absolutamente nada de aquella noche, excepto que entró en la habitación de Gina y mantuvo relaciones sexuales con ella. Sugiero que usted, y quienes trabajaban para usted, lo convencieron de todo lo demás.
—Protesto.
—Admitido.
Bennett asiente con la cabeza.
—En 1979 usted envió a Dale Garrison para que sobornara a Lyle Cosgrove. Para que los mantuviera al margen a usted y a Rick, y absolviera a Jon.
—No, señor.
—Y ése es el «secreto que nadie conoce», ¿no es cierto, senador? Dale Garrison lo sabía. Lyle le dijo la verdad, protegido por la inmunidad entre abogado y cliente. Dale sabía que Lyle mintió a la fiscalía. Sabía que usted estaba involucrado en la muerte de Gina.
—No, señor Carey. Eso es mentira.
—Dale Garrison amenazaba con contarle la verdad a su padre: el «senador», ¿no es así, senador Tully?
—Eso es completamente falso. —Grant menea la cabeza con aire ausente, abrumado por las acusaciones.
—Usted obligó a Lyle Cosgrove a hacer el trabajo sucio, ¿no?
—Ni siquiera lo conocía.
—Ustedes se conocían desde hacía mucho tiempo, ¿verdad, senador? Solían ir de juerga juntos en 1979.
—No volví a verlo después de aquella época.
—Pero lo mantuvo bajo vigilancia, ¿no es así? Sabía que había salido de prisión. Lo contrató para que matara a Dale Garrison, el hombre que lo estaba chantajeando.
—No. No. —Grant levanta la vista y mira al tribunal—. Yo... juez, ni siquiera sé cómo contestar a esto.
—O tal vez lo mató usted. Tal vez quería incriminar a Jon en el asesinato.
—Eso es totalmente falso, Bennett.
Bennett hace una pausa, de pie junto al estrado.
—Dale Garrison envió esa carta de chantaje en el sobre con la tarjeta de cumpleaños que acompañaba la opinión jurídica, ¿verdad? En el mismo sobre enviado por mensajero.
—Nunca he visto una carta de chantaje.
—Pero recibió la tarjeta de felicitación, ¿correcto? Yo se la entregué.
—Recuerdo que Dale me envió una tarjeta. Lo declaré libremente.
Grant lo declaró libremente porque establecía la fecha en que Dale redactó el memorando sobre el As. Eso proporcionaba un marco temporal impreciso para el momento en que Dale Garrison tendría la oportunidad de chantajear a Lang Trotter. Bennett le recalcó al senador que era preciso establecer la fecha con exactitud.
Grant Tully ha sufrido una emboscada.
—Claro —dice Bennett—. Y la tarjeta de felicitación ya estaba abierta, como usted dijo. Yo abrí el sobre sin saberlo, porque formaba parte del mismo paquete en que venía el memorando, y después me di cuenta de que era una tarjeta de felicitación por su cumpleaños y se la entregué a usted.
Grant niega con la cabeza. A estas alturas, debe de estar mareado. Ya somos dos.
—Y debió de preguntarse si yo había abierto el sobre con la tarjeta y había leído la carta que la acompañaba.
—No había ninguna carta. No recuerdo nada de eso.
—Eso también me convertía en una amenaza —añade Ben—. Así que envió a su otro compinche de 1979, Brian O'Shea, para que me matara.
—¿Qué?
—Recuerda que alguien entró en mi casa, ¿no?
—Lo recuerdo.
—Y que el intruso se llamaba Brian O'Shea.
—Vale. He oído que...
—Brian O'Shea —repite Ben—. Rick. Rick O'Shea. Su apodo..
—No sé de qué está hablando.
—¿No se acuerda de Rick, senador? ¿Su traficante de drogas del año 1979?
—Esto es una vergüenza, letrado. Es una calumnia. Nada de eso es verdad. —El último comentario va dirigido a los medios sentados en la tribuna.
—Usted pensó que quizá yo sabía que había una carta de chantaje, ¿correcto? No podía dejar ningún cabo suelto, ¿verdad, senador?
—Esto es... —Grant se levanta de la silla—. Esto es absurdo y usted lo sabe. Se lo está inventando.
—Conoce personas con las que podía contar para que hicieran el trabajo. Personas que demostraron su valía cuando lo encubrieron en 1979. Lyle Cosgrove mata a Garrison, se supone que O'Shea tenía que matarme a mí. Y para encubrirlo todo, usted le tiende una trampa a Jonathan Soliday, su asesor principal, un hombre que le ha servido fielmente, de modo que si algo lo implicase, él lo protegería.
—No hice eso. —Grant me mira a mí, no a Bennett—. No lo haría.
—Usted violó a Gina Masón —dice Ben—. Usted la mató.
—No.
—¿No? —lo imita Ben—. ¿Ella quería ser violada por tres tipos y estrangulada?
—No tuve nada que ver con eso.
—Eso es lo que creyó su padre. Eso es lo que creyó Jon Soliday durante todos estos años. Y usted tenía que conseguir que siguiera creyéndolo.
—Mi padre lo creyó porque era verdad.
—Usted sabe que Lyle Cosgrove está muerto, ¿verdad?
El cambio de tema supone un pequeño alivio, pero sólo pequeño.
—Sí, me he enterado.
—¿Y también se ha «enterado», senador, de que la policía descubrió un sobre cerrado que contenía unas bragas?
- Yo... no, no lo sabía. —El senador se rasca la cara.
—¿Quiere apostar a quién pertenecían?
—Protesto. —Erica Johannsen se pone de pie con lentitud. La situación se le ha ido de las manos. Ha permitido una pregunta inadecuada tras otra, y ella misma se ha visto atrapada en la avalancha.
—¿Cree que aún queda ADN en esas braguitas, senador?
—Ya basta, señor Carey —dice la juez—. Admitiré esa objeción.
Bennett clava la mirada en el senador durante un momento. Intenta mirarlo a los ojos, pero Grant lo evita a toda costa.
—He acabado con este testigo —anuncia.
Mientras se levanta la sesión, Bennett Carey permanece de pie en la sala, con el pecho agitado. El senador lo desmiente todo, denuncia la emboscada con tono airado. La juez decide hacer un receso hasta mañana.
Lentamente, mi abogado regresa a la mesa de la defensa. Deposita con delicadeza la carta de chantaje sobre el montón de papeles y se dirige a mí mientras mantengo la vista fija en la mesa.
—Ahora sí hemos acabado.