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Al entrar en las oficinas de un senador demócrata del estado, solía hacerlo con la cabeza alta. Soy el tipo al que tratan con respeto porque formo parte del equipo del líder de la mayoría. Algunos creen que prácticamente soy el que manda, ya que me ocupo de los intereses de Grant Tully. Pero es más probable que, durante el transcurso de su vida política, hayan contado conmigo de una u otra manera. Por lo menos, reviso y apruebo las peticiones de todos los senadores demócratas que salen en las listas electorales. Ala mayoría de ellos les he librado de un par de rivales, incluso quizá les haya ahorrado la contienda de las primarias. Es el intercambio que Grant Tully, el líder de la mayoría, realiza con sus compañeros demócratas del Senado: ponte de mi parte, demuestra tu lealtad y me ocuparé de ti durante las próximas elecciones, es decir, me aseguraré de que los papeles para tu nominación no tengan errores, te ayudaré a deshacerte de tus rivales en las primarias, te proporcionaré algún dinero.
Jimmy Budzinski es uno de los senadores que ha aceptado la invitación de Grant, lo que supone que, en gran medida, ha contado conmigo. A lo largo de los tres períodos como senador del estado de la zona sudeste de la ciudad, Jimmy se ha enfrentado a rivales en cada una de las primarias. La última vez, hace dos años, el senador Budzinski se enfrentó a la contienda más dura. A lo largo de los años, la demografía del distrito del senador había sufrido cambios considerables, sobre todo debido a la afluencia de yuppies del centro en busca de alternativas frente a la prohibitiva zona norte. Ahora la comunidad polaca conservadora y obrera está siendo asediada por individuos liberales de clase media alta. Una activista local, una feminista llamada Anna Robbins, surgió como una opción progresista a Jimmy en las primarias del Partido Demócrata.
Así que Jimmy recurrió a mí, igual que todos. Lo primero que hice fue revisar los papeles de nominación de Anna Robbins. Resultó que había recurrido a voluntarias de un grupo a favor del aborto para que hicieran circular las peticiones en apoyo de su candidatura. Seis mujeres diferentes hicieron circular las peticiones y consiguieron más de ochocientas firmas para la candidata, muchas más que las trescientas necesarias para acceder a las listas electorales. Pero lo que nadie advirtió fue que tres de esas mujeres también habían repartido peticiones para un republicano defensor del aborto en otra contienda en el norte del estado. Imagínense cómo se quedaron al descubrir, a través de una queja presentada por mí, la existencia de una ley estatal que exige que las personas que hacen circular peticiones en un ciclo electoral sólo pueden hacerlo para un único partido político. De modo que todas las firmas obtenidas por esas tres mujeres (cuatrocientas de las ochocientas) fueron automáticamente rechazadas. Eso supuso que sólo me quedara la sencilla tarea de encontrar algún error en una de cada cuatro firmas restantes basado en los defectos de forma habituales: que la persona firmante de la petición no era un votante registrado del distrito, o que no estaba registrada, o que la firma no era hológrafa. Para cuando acabamos, Anna Robbins ni siquiera tenía doscientas cincuenta firmas válidas, bastante menos que las trescientas necesarias. Y el senador James Budzinski fue el demócrata nominado para la reelección.
No cabe duda de que es el aspecto de mi trabajo que menos me gusta, pero no me disculpo. Forma parte de mi trabajo y lo hago. £1 resultado es que las personas como Jimmy Budzinski me deben un favor.
Ahora estoy en la zona sudeste, en la oficina del distrito de Jimmy. Como tantas otras, está administrada de manera informal: un par de empleados que hacen de todo, desde contestar los teléfonos y rastrear las cifras de los sondeos hasta pedir bebidas para la nevera y pagar las facturas de la calefacción y la electricidad. Cuando entro, una mujer obesa que viste un enorme jersey de algodón está intentando cerrar un archivador.
«-¿En qué puedo ayudarle?
—Soy John —respondo sin pensar. Es curioso que no haya dicho mi apellido. ¿Quizá por temor a que relacione mi nombre con las noticias recientes y le dé un ataque?
—¡John, pasa! —La voz proviene de la oficina interior. Es Jimmy.
Cuando entro, sale a recibirme. Jimmy es de baja estatura y un poco rollizo, el típico político que masca cigarros y que, a nivel personal, cae bien a casi todo el mundo. El ' olor de su oficina confirma su preferencia por los cigarros.
Me estrecha la mano.
—Dios, John, lo que están haciendo es intolerable. Ven, siéntate.
—le agradezco que me recibas, Jimmy.
—¿A ti? —dice, agitando los brazos—. Venga ya.
—Temí que Anna Robbins me tendiera una emboscada cuando venía hacia aquí.
Por si acaso, le recuerdo a Jimmy el último favor que le hice antes de pedirle que me lo devuelva.
Se detiene antes de sentarse en la silla detrás del escritorio y hace un gesto como si estuviera rogándole a Dios.
—Esa. No tira la toalla. Ya está trabajando en los barrios. Dice que esta vez será más lista —llevándose un dedo a la sien.
—¿Vuelve a presentarse?
Jimmy se sienta con un suspiro de alivio. Creo recordar que tiene problemas de espalda.
—Vuelve a presentarse, Esta vez la veo venir. —Señala hacia arriba con el índice—. Escucha esto. Tengo a tres en vista. Faltan dos años, y ya las tengo en vista. Diane Robinson. Rosa Sánchez. Y ésta es la mejor, es hija de uno de los jefes de policía del distrito: Ann Haley. Asistí a su bautizo. La conozco de toda la vida —dice, complacido y golpeando la palma de las manos.
Una medida clásica para un senador en ejercicio que se enfrenta a un auténtico rival. Inundar las primarias con otros rivales para dividir el voto contrario, conservar la base y ganar por los pelos. Al parecer Jimmy ha hecho algo mejor: encontrar a alguien con un apellido parecido al de su rival principal. Es probable que Anna Robbins acabe ocupando el segundo lugar, pero le resultará difícil superar a Jimmy.
—Bueno —dice—. Fuiste tan... ¿Cómo se dice?
—¿Críptico?
—Sí, críptico... Fuiste muy críptico por teléfono.
—Pensé que era mejor hablar personalmente.
—De acuerdo. —Jimmy se tranquiliza—. Dime qué puedo hacer.
—Jimmy —digo, inclinándome, y adoptando un tono más íntimo, como de súplica— Sabes que no te pediré nada que no puedas hacer.
—Primero pregunta —me urge—.Yo te diré lo que no puedo hacer.
—Vale —digo, frotándome las manos—. ¿Aún tienes buenas relaciones con la gente al otro lado de la frontera?
—¿Dónde? ¿En el condado de Summit? —Su cara expresa una mezcla de confusión y alivio. El tema no parece ajustarse a sus expectativas. Me pregunto qué creía que le pediría—. Sí, claro. Están a menos de diez minutos de esta oficina. Recaudo dinero para Aldridge, el alcalde. Le organicé un partido de golf. Deberías verlo en el campo.
Intento sonreír. El me observa.
—Pensabas en alguien en particular, ¿verdad?
—El fiscal principal. ¿Lo conoces?
—Que si lo conozco. —No es una pregunta, está haciendo una imitación. Hace un gesto con la mano como si me indicara que me marchara—. Maples —dice—. Frankie Maples. Juego con ese tipo unas cuatro o cinco veces cada verano.
Al golf, supongo. En general, Jimmy dedicaría otros diez minutos a contarme un par de historias. Pero ya ha comprendido bastante. Este no es momento para cháchara.
—Necesitas alguna cosa.
—Sólo cierta información —digo—. Me gustaría echarle un vistazo a un archivo.
—¿Un archivo... un caso? —pregunta alzando las manos—. ¿No están disponibles al público?
—Bueno, tal vez algunos.
En realidad, no estoy seguro de que sea así. Ignoro lo que el público tiene derecho a examinar en cuanto a los archivos criminales. Pero no me cabe ninguna duda de que el que tengo en mente es confidencial.
—Es un archivo de delitos de menores —digo.
—Quieres acceder a él.
—Sólo acceder. Sólo echarle un vistazo. Nosotros no sacaríamos nada. Sólo necesito ver una cosa.
—Nosotros —dice Jimmy—. ¿Quién es nosotros?
—No seré yo. No dadas las circunstancias. —Evito mencionar que, como condición de la fianza, no puedo abandonar el estado—. Un investigador. Te diré su nombre, si quieres.
—¿Quiero?
—Quizá no. Oye, Jimmy, técnicamente los archivos de los casos de menores están sellados. Así que en cuanto a eso, lo que te pido es... es un auténtico favor. Pero, no haríamos nada malo. Alguien puede vigilar a mi investigador durante todo el tiempo. No destruirá ni se llevará nada. Sólo echará un vistazo al archivo y después se largará. Y te prometo —añado, cambiando de posición—, tienes mi palabra de que nadie sabrá que hemos estado allí. Esta información nunca saldrá a la luz de algún modo que sugeriría que hemos echado una ojeada. No dejaremos rastro alguno.
Jimmy inclina la cabeza hacia atrás y apoya las manos en su vientre abultado.
—Supongo que está relacionado con tu caso.
—¿Quieres que te conteste?
—¿Lo quiero?
—Yo diría que no.
—Bien. —Asiente con la cabeza—. Un amigo pide un favor inofensivo. Sólo un vistazo.
—Sólo un vistazo, eso es.
—Se lo mencionaré a Frankie —dice—. Si dice que sí, ¿cómo lo hacemos?
—Hay varias posibilidades —comento—. Habrá que buscarlo. Es un caso antiguo y desconozco los detalles. Incluso no estoy seguro de recordar todos los nombres...
—John. —El senador levanta una mano y me interrumpe—. ¿Alguna otra información que no necesito saber?
—Está bien —digo, esbozando una sonrisa. Jimmy vuelve a inclinarse con los codos apoyados en el escritorio.
—Lo que te están haciendo es un crimen —dice—. Haré esa llamada.