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«-Quiero empezar dando la bienvenida a nuestro público en sus casas y en este auditorio al primero de los tres debates en la contienda al cargo de gobernador.» Bill Gadsby, el moderador, está sentado ante una mesa con un único micrófono. Pasa a presentar a ambos candidatos.

Negociamos durante horas sobre el formato. Los republicanos —la gente de Trotter— querían que ambos hombres estuvieran de pie, uno junto al otro, ante los podios. Lo querían porque Lang Trotter es un hombre robusto de un metro noventa de estatura, mucho más alto que Grant, que apenas mide un metro ochenta y es más bien delgado. Debemos superar la supuesta falta de experiencia que acompaña a un senador del estado de treinta y ocho años con un aspecto desafortunadamente juvenil, por lo que la posición que ellos proponen no nos conviene. Por nuestra parte, queremos que también haya cámaras por encima de sus cabezas, con la esperanza de que la pequeña calva de Trotter resulte visible.

Trotter también sugirió que el público planteara preguntas espontáneas sin atenerse a un guión. Esto se debe a dos motivos. Primero, Trotter estima que su agilidad verbal es mayor que la de Grant. El senador Tully tiene fama de ser un buen político entre bastidores, igual que su padre, algo ideal para el líder de la mayoría del Senado, pero que no necesariamente significa no tener pelos en la lengua. El otro motivo de Trotter es que confía en que alguien del público pregunte a Grant Tully acerca de mí, su asesor principal procesado por asesinato.

Aunque considero que Grant se desenvolvería perfectamente sin guión, en última instancia acordamos el siguiente formato: los dos se sentarán en taburetes frente al público, con un micrófono en la mano, no conocemos las preguntas, pero nos han informado de los temas generales.

Ésta es la oportunidad de Grant, ahora mismo, esta noche, de reducir la distancia que lo separa de Trotter en los sondeos. Francamente, no sé por qué Trotter aceptó participar en estos debates. Hubiera recibido algunas críticas de los periódicos, pero al final, creo que habría sacado provecho de la escasa presencia de Grant en los medios. Si yo fuera Trotter, hubiera dado al traste con cualquier aparición conjunta en público.

«-Bill, me gustaría agradecerle personalmente y también a la Liga de Votantes Independientes, la oportunidad de dirigirme al pueblo de este gran estado. —Langdon Trotter se baja del taburete, sosteniendo el micrófono como si fuera una prolongación de su mano. Siento una preocupación inmediata, este tipo apesta a confianza y poder, es el hombre perfecto, robusto, de cabellos canosos y voz de barítono para dirigir el estado—. Y también gracias al senador Tully por acudir.»

Las cámaras enfocan a Grant, que sonríe amablemente y levanta una mano. De inmediato siento que Trotter es el candidato que desprende mayor magnetismo frente a la cámara.

«-Quiero llevar a este estado al siglo XXI, y quiero decirles por qué. —Trotter no necesita mucho maquillaje porque está bastante bronceado—. Éste es un gran estado. He vivido aquí toda la vida y no quiero marcharme.

Pero tenemos que tomar algunas medidas. La gente aún no se siente segura en las calles, en sus hogares. Considera que el gobierno les quita demasiado dinero. La gente, las pequeñas empresas, opinan que el gobierno interviene demasiado con sus asuntos. No tenemos suficiente confianza en que las escuelas sean capaces de preparar a nuestros niños para convertirse en adultos. Y allí fuera hay demasiadas amenazas para nuestros niños. En primer lugar, el tabaco, así como letras de canciones obscenas, videojuegos violentos y películas que escandalizan a las buenas personas.»

Una forma bastante hábil de empezar para un republicano en busca del centro. No mencionará su oposición al control de armas y al aborto, que son dos de los temas álgidos en nuestro estado. Como Trotter no tuvo oposición en las primarias, tampoco tuvo que hacer un viraje a la extrema derecha, lo que hubiera supuesto la obligación de manifestarse a favor de la tenencia de armas y en contra del aborto con una vehemencia mucho mayor. No, no se apartó de los temas fáciles: menos impuestos, más polis, antitabaco. Así es como uno resulta elegido gobernador. Ojalá alguien lograra que Grant Tully lo comprendiera.

—Es bueno —dice Ben. Me acompañó a casa desde el auditorio. Aún tenemos trabajo esta noche.

«-El fiscal general y yo estamos de acuerdo con los resultados que queremos alcanzar —dice Grant Tully, de pie ante su taburete—, pero no sobre cómo obtenerlos.»

El senador viste camisa azul y corbata roja. Se ha peinado el flequillo hacia atrás. No es su aspecto natural pero, dadas las circunstancias, le da un aspecto más adulto.

«-Quiero calles más seguras, pero creo que lo conseguiremos sin ampliar la pena de muerte, sino a través del control de armas, quitándolas de las manos de los miembros de las pandillas y de los niños. Quiero mejores escuelas, pero no a costa de eliminar la titularidad de los maestros o reduciendo los fondos de las escuelas de bajo rendimiento. Esas son las que más necesitan nuestro dinero. Los maestros de esas escuelas, donde los chicos tienen malas notas en los exámenes estandarizados porque no reciben apoyo en el hogar o porque no tienen dinero para desayunar, son los maestros que más necesitan conservar la titularidad. El señor Trotter y yo estamos de acuerdo en que hemos de luchar para alejar a nuestros hijos de la adicción al tabaco, pero una vez más diferimos en la manera de conseguirlo. El fiscal general quiere que el dinero obtenido a través de los acuerdos de litigio con las tabacaleras se descuente del impuesto sobre la renta. Pero yo digo que debemos usar ese dinero del tabaco en programas de sanidad y prevención, para que nuestros hijos nunca empiecen a fumar.»

No está mal. Espero que hable del control de armas con toda la dureza que le recomendamos. Por ahí pasa la línea divisoria del debate de esta noche, al menos la que nos favorece. El tema ganador de Trotter son los impuestos. El fiscal general ha impulsado un recorte de los impuestos, lo que resulta un tanto ridículo teniendo en cuenta que en este estado sólo pagamos impuestos sobre aproximadamente un tres por ciento de la renta. En cambio, el senador Tully se ha opuesto y defiende un aumento de los impuestos para modificar la financiación de las escuelas en el estado. Hoy ha de venderle la idea a los ciudadanos, porque si no...

El senador termina sus comentarios preliminares. Bill Gadsby sostiene un papel y dice:

«-La primera pregunta se refiere a los impuestos.»

—La primera pregunta se refiere a la posición menos popular de todo el programa del senador Tully —le digo a Ben.

«-Empezando por el fiscal general Trotter, me gustaría que ambos esbozaran su plan para el impuesto estatal sobre la renta.»

«-Gracias, Bill.»

Lang Trotter se baja del taburete. Gracias de verdad. Si yo fuera Trotter, ahora mismo le daría un beso al moderador.

«-En este estado pagamos demasiados impuestos. Es así de sencillo. La economía se ha ralentizado y la gente intenta conseguir un poco más de dinero para pagar la ropa de sus hijos, quizás ahorrar un poco para la jubilación. Quiero ayudarles a hacerlo. —Trotter asiente con la cabeza, su mirada es intensa—. No intentaré deslumhrarlos con fiorituras. Este es mi programa de impuestos, sencillo y llano. Quiero devolverle quinientos dólares a todos los contribuyentes. Paguen lo que paguen, sean quienes sean, independientemente de su edad, raza o sexo. El contribuyente medio de este estado paga mil seiscientos dólares de impuestos estatales. Lo recortaré en más del treinta por ciento.»

Eso es bastante bueno. Nunca lo ha dicho antes de esta noche. Siempre ha hablado de bajar los impuestos en general, pero nunca dijo nada tan específico.

—Eso ha sido brillante —comenta Ben.

—Sí.

«-¿Senador Tully?»

Grant sonríe con actitud serena.

«-Bien, yo también estoy a favor de reducir los impuestos. Sólo quiero que sea justo. Y cuando digo justo, quiero decir justo para nuestros hijos.»Estoy hablando de las escuelas. De la educación. Ahora mismo, la mayor parte de los fondos para las escuelas proviene de los impuestos sobre bienes inmuebles. Ésos son impuestos locales. De manera que las zonas ricas del estado disponen de un montón de dinero proveniente de los impuestos sobre bienes inmuebles, y no resulta sorprendente que tengan mejores escuelas. Las zonas más pobres del estado no ingresan tanto dinero de los impuestos sobre bienes inmuebles, por lo que sufren problemas de financiación. Así que cuando hablo de mi programa impositivo, hablo de una revisión de la manera en que financiamos la educación. Quiero que los fondos para la educación provengan del impuesto sobre la renta, no de los bienes inmuebles. Así que cuando propongo un aumento muy modesto del impuesto sobre la renta, espero que todos comprendan que también reduciría el impuesto a los bienes inmuebles. Si alguien vive en una zona rica del estado, su impuesto fiscal aumentará, es cierto, pero el de los bienes inmuebles se reducirá. Si alguien vive en la zona más pobre del estado, su impuesto sobre la renta aumentará, pero las escuelas tendrán más dinero. El fiscal general es un político listo, y cree que si saca anuncios diciendo que aumentaré los impuestos sobre la renta, ustedes se olvidarán de la otra parte de la historia: una reducción en sus impuestos sobre bienes inmuebles.»

Bla, bla, bla. Se lo dije cientos de veces, todos le dijimos cientos de veces que no adoptara esa postura. La desveló hace unas semanas, y no consiguió un solo punto. Puedes hablar cuanto quieras de los impuestos sobre bienes inmuebles, pero al final nadie te escucha, lo único que realmente oyen es: «El senador Tully quiere aumentar el impuesto sobre la renta, el fiscal general Trotter quiere reducirlo.»

Por eso admiro a Grant. El tipo dice lo que piensa. Pero ¿no podría haber presentado este programa una vez convertido en gobernador, como yo le sugerí? ¿Es realmente necesario decirle a cinco millones de televidentes que aumentará el impuesto sobre la renta? La verdad es que creo que se trata de un buen programa, una estupenda manera de equilibrar el desequilibrio educacional, favoreciendo al sector más pobre sin realmente afectar al más rico. Pero como eslogan de campaña, es lo mismo que decir: «Ahoguemos a todos los ancianos.»

«-El siguiente tema es la criminalidad —anuncia el moderador—. Por favor, expliquen sus puntos de vista sobre la legislación para reducir los delitos y sobre la pena capital.»

Cierro los ojos. Esta vez empieza Grant. Leyes más duras para los que cometen agresiones sexuales y para los traficantes de drogas. Una breve referencia a la supresión de la pena de muerte, pero apoyando la cadena perpetua obligatoria. Una mayor concentración en la reinserción. Todo ello puede reducirse a lo siguiente: Grant Tully se opone a la pena de muerte.

«-Pues yo estoy a favor de k pena de muerte —proclama Lang Trotter—. Porque creo que evita la delincuencia. Durante dieciséis años, procesé crímenes violentos como fiscal del condado de Rankin, y sé lo que significa imponer el máximo castigo.»

Es bueno. Ganará. Ojalá alguien le preguntara lo siguiente: «Señor fiscal general, ¿no es verdad que sus papeles de nominación no son válidos? ¿Y que usted está inhabilitado para presentarse?»

Pero el momento de cuestionar sus papeles ha pasado. Lang Trotter no tiene idea de lo cerca que estuvo de que sus sueños de convertirse en gobernador fueran destrozados por un detalle técnico.

¿O quizá sí?

Primero es un cosquilleo mental, después se convierte en un frenético ejercicio para descifrar los detalles. Abandono la sala y me dirijo a la puerta trasera para tomar aire. Los perros me siguen hasta el pequeño patio y salen corriendo. Camino de un lado a otro mientras lo descifro. Hace frío, pero me bulle la sangre.

Dejo a los perros en el patio y regreso triunfalmente a la sala; Bennett no parece haber notado mi ausencia.

—Me alegro de que estés sentado —digo.

—¿Dónde has ido? —Ben está centrado en el debate.

—Olvida el debate —digo—. ¿Estás preparado para escuchar tu declaración inicial cuando la defensa presente su caso?

Ahora me presta atención.

—Claro.

—Deja que te cuente una historia, amigo mío. —Me pongo de pie delante del televisor y junto las manos—. Descubro un problema con los papeles de la nominación de Trotter, ¿correcto?

—Correcto.

—Se lo digo a Dale.

—Sí.

—Pero decidimos que es mejor no utilizar la información para eliminar a Trotter de las listas electorales. Nos haría quedar mal y los republicanos lo sustituirían por un candidato más moderado.

—Sí.

—De manera que hacer un uso público del As no funciona. Después surge la idea de usarlo en privado. Informar a Trotter de forma confidencial y conseguir que pierda deliberadamente.

—Correcto.

—Dale sabe que la idea me disgusta. Y que me pone nervioso. Sabe que probablemente Grant acabará por hacer lo que yo le diga.

—Por supuesto. Es magnífico.

—Así que ahí está el As, ¿verdad? Dale sabe que la campaña de Tully no lo utilizará. Pero sigue estando ahí fuera, ¿verdad?

—Es cierto.

—De modo que el que decide utilizarlo es Dale.

Por fin una nueva información. Bennett se endereza.

—¿Dale lo utiliza? ¿Cómo?

—Aguarda un momento. —Me encamino a la cocina y saco la carpeta de mi maletín. Cojo la carta de chantaje y se la paso a Ben.

Supongo que soy el único que queda que sabe el secreto que nadie conoce. Creo que bastaría con 250.000 dólares. Un mes debería ser suficiente. No conozco tu fuente de ingresos, pero supongo que si alguien puede encontrar la manera de sacar dinero del fondo para la campaña, ése eres tú. O quizá podría hablar con el senador. ¿Es eso lo que quieres? Un mes. No intentes ponerte en contacto conmigo. Yo iniciaré las comunicaciones.

Ben la lee como si fuera la primera vez y no la enésima. —Dale envió esa nota a Lang Trotter —digo, incapaz de contener mi excitación—. Le dice a Trotter: o me das un cuarto de millón o se lo digo al senador Tully. Bennett relee la nota y asiente con la cabeza.

—Dale actúa como si él hubiera descubierto el As.

—¡Correcto! Como si fuera el único que sabe algo. Y que eso no cambiará si Trotter le paga el dinero del chantaje —añado, señalando la carta—. El «fondo de campaña» es el de Trotter, no el de Grant.

Bennett considera la teoría, la voz de la razón.

—Funciona, John, hasta cierto punto. Admito que esto le da a Trotter un motivo para matar a Garrison. Y también reconozco que sería capaz de hacerlo.

—Joder, claro que sí.

—Vale, vale, pero espera. —Bennett está inseguro. Mi entusiasmo es bastante evidente. Pero quiere desilusionarme con suavidad—. ¿Cómo explicas que tú hayas recibido una copia de la carta de chantaje? ¿Y cómo explicas la implicación de Lyle Cosgrove?

—De la siguiente manera, Bennett Carey. Trotter fue elegido fiscal general en el noventa y dos.

—Sí, creo que sí —dice Ben.

—Y antes de eso, fue el fiscal del condado de Rankin durante cuatro períodos electorales.

—En efecto.

—Lo que significa que fue fiscal del condado en 1976.

—Sí.

—Y también en 1979.

Ben se vuelve y me mira. Ese año en particular le llama la atención.

—Sí. ¿Y qué?

—Estos fiscales son un poco como un club, ¿verdad?

—No lo sé —responde Ben, encogiéndose de hombros—.¿Adonde quieres llegar?

—Quizá después de lo ocurrido en 1979, la historia circuló. Quizás el fiscal del condado de Summit habló. ¿Que Simón Tully estaba actuando entre bastidores para proteger al mejor amigo de su hijo? Eso sí que debió de ser un chismorreo interesante.

—Si el fiscal del condado de Summit habló ¿no hubiera surgido antes?

—No necesariamente, Ben. Es un asunto de menores, ¿recuerdas? No puedes filtrar la noticia. Un reportero no podría contarla.

Ben sonríe y pregunta:

—Pero ¿y el fiscal del condado de Summit? ¿Crees que él hablaría con Trotter?

—Seguro —respondo, cada vez más animado—. El fiscal de Summit juega al golf con Jimmy Budzinski. El condado de Summit está justo al otro lado del limite del estado. Y Rankin, el condado de Trotter, está al este del estado, justo al sur de nosotros. No está muy lejos.

—Así que crees que Trotter descubrió lo que ocurrió en aquel entonces entre tú y Grant —dice Ben.

—Sí, tal vez.

—¿Y qué hace? ¿Te chantajea?

—No —digo—. No, no. Se limitó a guardarse la información, para cuando resultara útil. Hace tiempo que quería ocupar el cargo de fiscal general. Sabía que Simón Tully tenía planes para Grant, todos lo sabían. Es probable que pensara que algún día su senda política y la de Grant podrían cruzarse. De manera que ocultó la información, esperando que llegara el momento oportuno para usarla.

—Y durante todos estos años, Grant Tully le importó un pimiento a Trotter. Estaba en el Senado. No suponía una amenaza —dice Ben.

—Pero ahora sí, claro.

—¡Uau! —Ben busca un bloc de notas. Le gusta apuntar sus ideas.

—Es probable que Trotter planeara revelar este asunto alrededor de un mes antes de las elecciones —comento—. Grant no habría tenido tiempo de controlar los daños. —Levanto un dedo para remarcar un punto—. Pero entonces el panorama cambió. Dale Garrison lo chantajea con el As. Trotter tiene que matar a Dale. Como es un tipo listo, lo organiza todo. Me enviará una copia de la carta de chantaje y después matará a Garrison y me incriminará. ¿Cómo? Muy sencillo. John Soliday ocultaba un secreto desde 1979 que Dale Garrison se disponía a revelar, así que lo mató. Mata a dos pájaros de un mismo tiro, Ben. El As desaparece como por arte de magia y el principal asesor de Grant es acusado de asesinato.

—¿Y Lyle Cosgrove?

—Lyle Cosgrove... Trotter también sabe lo que ocurrió con Cosgrove. Probablemente el muy cabrón disponga de todo el maldito archivo de 1979. Trotter es el fiscal que ordenó conservar el archivo para que no desapareciera —añado, haciendo chasquear los dedos.

Ben, incluso en su papel de abogado del diablo, admite la posibilidad.

—Así pues, utiliza a Cosgrove para matar a Garrison — prosigo con voz temblorosa—. Eso es brillante. Usa al tipo de 1979 para hacerlo. Después mata a Cosgrove y yo quedo aún peor. Es listo. Joder, es muy listo.

—¿Está seguro de que Cosgrove lo hará?

—Claro que sí. Langdon Trotter es el fiscal general. Lyle Cosgrove acaba de pasar un tercio de su vida en prisión. Si Trotter le dice «salta», Cosgrove dirá «¿Hasta dónde?».

Bennett me mira fijamente.

—El documento del ordenador de Dale acerca del As. Ese del que los fiscales no han dicho ni una palabra.

—En eso no había pensado —admito, llevándome una mano a la frente.

—Pero todo encaja —exclama Ben, incorporándose de un salto—. Trotter cree que Dale y sólo Dale sabe que existe el As, ¿verdad? Por eso Dale lo chantajeó. Trotter piensa que si mata a Dale, el As desaparece y todos te señalan a ti. Todos creen que Dale te chantajeó por lo ocurrido en 1979.

—Así es.

—Pero entonces los fiscales encuentran este memorando en el ordenador. Elliot Raycroft, como el leal lacayo que es, se lo muestra a Lang Trotter.

—Así que ahora Trotter sabe que tanto yo como el senador conocemos su existencia. El As no murió con Dale Garrison —digo señalando a Ben con el dedo.

—Por tanto, lo mejor que puede ocurrirle a Trotter es que la cosa desaparezca rápidamente —añade Ben—. De modo que obliga a Elliot Raycroft a ofrecerte un trato estupendo. El mejor que podría ofrecerte.

—Y yo lo rechazo.

—Y tú lo rechazas. Se celebrará un juicio y Trotter no puede hacer nada para evitarlo. Le dice a Raycroft que no mencione la carta de chantaje. De pronto los fiscales retiran la carta como prueba.

—Así que fue por eso... —murmuro.

—Sí, así es. Y apuesto a que también por eso Dan Morphew se retiró del caso. Protestó. Es un tipo bastante honesto, le disgustó que le dijeran cómo tenía que procesar el caso. Introducen a alguien nuevo, Erica Johannsen, y probablemente le ocultan la mayor parte de esta historia.

—De modo que ahora no quieren oír hablar de este asunto de chantaje. Quieren una historia sencilla: yo era el único que estaba allí, le mentí al guardia de seguridad, ¿quién más podría haber cometido el asesinato?

—¿Y Lyle Cosgrove? —pregunta Ben. Creo que sabe la respuesta, pero se da cuenta de lo mucho que disfruto armando el rompecabezas.

—Lyle Cosgrove está relacionado con lo ocurrido en el año 1979 —digo—. Ahora ha sido asesinado y los fiscales empezarán a hacer las preguntas correctas. Nos situarán a los tres, a Lyle, a Dale y a mí, en 1979. Tendrán la historia que buscaban.

—Si después de todo aquello intentas implicar a Lang Trotter —comenta Ben—, será la acción de un hombre desesperado, que ha matado a dos personas para enterrar un secreto comprometedor.

—Trotter mató a Dale y a Cosgrove —murmuro.

Ben se pasea de un lado a otro de la estancia.

—Sospecho que dentro de un par de días, los fiscales cambiarán de parecer. De repente querrán introducir la carta de chantaje. Y hablarán de 1979. Trotter te mete en un lío aún más profundo y encima genera una historia sensacional acerca de su adversario un mes antes de las elecciones.

Por algún motivo que no puedo explicar, siento que me quito un peso de encima. Siempre supe que no había asesinado a Dale, no se trata de eso. Y va más allá de resolver el rompecabezas. Siento que me he salvado.

Ben me está mirando.

—¿Por eso querías acudir al auditorio esta noche?

—Supongo —digo, encogiéndome de hombros—. Todavía no lo había descifrado, pero algo me corroía por dentro. Quería ver si Trotter era capaz de mirarme a los ojos —digo, meneando la cabeza—. Pero no lo hizo. Fue tan encantador como siempre, pero no quería saber nada de mí.

—No me extraña —dice Ben, echando un vistazo a la pantalla del televisor—. No podrá demostrarlo, lo sabes. Podríamos conseguir que la juez considerara que hay dudas razonables, pero...

—Lo demostraremos —lo interrumpo, mientras observo al fiscal general Langdon Trotter sonreír sinceramente a la cámara.