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Hoy por primera vez, casi a las siete de la tarde, leo el Daily Watch. En los titulares aparece el debate de anoche entre Trotter y Tully. En la línea superior se lee: LOS CANDIDATOS SE PONEN EN GUARDIA, con fotografías de ambos candidatos en acción. Después el artículo se divide en dos, informando sobre la posición de cada uno de los candidatos. El título del referido a Langdon Trotter es «Una visión conservadora», el del referido a Grant Tully, «Tully defiende el plan para aumentar los impuestos». Con eso ya estoy informado antes de pasar al artículo interior, que incluye un sondeo nocturno que ahora deja a Grant Tully a unos sólidos veintinco puntos por detrás del fiscal general. Perdió cuatro puntos en el debate. Lo machacaron por decir la verdad.

—Si podemos, tú y el senador declararéis el mismo

día.

Ben habla con la boca llena de palomitas; está sentado en su silla en la sala de conferencias del bufete.

—La juez nos concedió todo el día de mañana. Lanzamos toda la artillería contra la fiscalía en un solo día y les damos poco tiempo para que descifren la información. Después tal vez terminemos nuestro alegato y ellos se queden atascados.

—Eso parece injusto —digo—. Para la fiscalía, claro. Pero no me quejo.

—Oh, Erica enloquecerá. Pero no tenemos por qué notificarle estas cosas. No se trata de añadir nuevos testigos o establecer una coartada. Eso sí deberíamos notificarlo. Además, hoy me oyeron hablar de Lang Trotter. Saben que vamos por él.

Los nervios me hacen bostezar. Estiro los brazos para desentumecerlos.

—No puedo creer que realmente vayamos a hacer esto —digo—. Grant saldrá vapuleado.

—He revisado su testimonio varias veces —responde Ben—. Está preparado. Lo tenemos bastante ajustado. El que saldrá vapuleado será Lang Trotter —añade—, si lo hacemos correctamente.

Suena el teléfono móvil de Ben.

—Hola, Cal —dice. Escucha durante un momento y abre los ojos desorbitadamente antes de tapar el auricular—. Han encontrado diez mil dólares en la caja de seguridad de Lyle. La compró una semana antes del asesinato.

—Trotter le estaba pagando —digo—. Ocultó el dinero allí en lugar de depositarlo en una cuenta corriente. Tenemos que citar los registros bancarios de Trotter, el dinero de su campaña, todo.

Ben asiente, pero sin dejar de escuchar a Cal.

—Vale, vale. Sigue intentándolo. Contrata a quien necesites. A cuantos quieras. Necesitamos todo lo que descubras, y lo necesitamos para ayer.

Vuelve a tapar el auricular y se dirige a mí.

—Hasta ahora no ha habido suerte, no hemos relacionado a Trotter con ninguna comunicación con Garrison. —Después vuelve a hablar por el teléfono—. ¿Eso es todo, Cal? Vale. ¿Qué es lo mejor que has dejado para el final? ¿Que tú...? ¡Ah, sí...!

—Diez mil libres de impuestos es mucho dinero para un delincuente profesional con un empleo en una farmacia por un sueldo mínimo —le digo a Ben, que sigue pendiente del teléfono.

—No —dice Ben—. Cal, no tengo ni... —Ben se ruboriza, cierra los ojos y separa los labios. Emite un sonido gutural. Parece un globo deshinchado.

—¿Qué? —le digo, dándole un empujoncito.

—¿Estás seguro? —pregunta Ben—. ¿Totalmente seguro?

Se produce otra pausa. Ben no dice nada más. Cierra el móvil y lo deja con cuidado sobre el montón de papeles que tiene delante.

—Suéltalo —le ruego—. Venga, Ben. ¿Qué...?

—Rick —murmura.

Mi corazón da un brinco.

—¿Cal ha encontrado a Rick?

—Por así decirlo —responde Ben, apoyando una mano en el escritorio.

—¿Por así decirlo? ¿Qué significa...? —Observo cómo Ben se tapa la cara con las manos—. Está muerto, ¿verdad?

Bennett asoma los ojos por encima de las manos que le cubren el rostro. Asiente con la cabeza.

—¡Joder! —exclamo, golpeando la mesa—. Trotter los ha eliminado a todos. Este tipo no se detiene ante nada. Él...

—No lo mató Trotter —dice Ben, irguiéndose y mirándome a los ojos—. Lo maté yo.

Tardo un momento en cerciorarme de que lo he oído correctamente, y otro en recordar el nombre de la persona que se metió en casa de Ben una semana antes de que Dale Garrison fuera asesinado.

—Brian O'Shea —digo—. Brian O'Shea es Rick... Espera... —Apoyo las manos en la mesa—. Por todos los diablos. ¿Lo comprendes, Ben? Brian O'Shea es Rick O'Shea. Ricochet.

—Brian Rick O'Shea —dice Ben.

—Ese apodo se le ocurriría a cualquier niño idiota —digo—. Bueno, Brian, o Rick o quien fuera... ¿por qué se metió precisamente en tu casa, Ben?

Bennett alza las manos con exasperación.

—Trotter utilizó a O'Shea igual que utilizó a Cosgrove —digo—. Usa los tipos de 1979 para todas las muertes, para que todo me incrimine. Así hace quedar mal al senador. O'Shea pensaba matarte.

—Tal vez —dice Ben—. Matarme o herirme.

—Trotter le estaba enviando un mensaje a Garrison sobre el chantaje. Eligió a alguien cercano a Garrison y a nosotros. Le estaba indicando a Garrison lo que ocurriría. Violencia. Dolor. Muerte. Pero entonces todo cambió. Tú mataste a O'Shea y no al revés. Así que el mensaje no fue enviado y Trotter tuvo que matar a Garrison. Era la única manera de asegurar que el As no se hiciera público.

—Pero ¿por qué yo? —susurra.

—Tiene sentido que fueras tú —contesto—. En cambio, a mí quizá me necesitaría más adelante, soy el tipo al que intentó incriminar en el asesinato de Dale. Y tú vives solo. Formas parte del equipo legal. Dale te conoce. Tiene sentido, Ben.

Interpretar la expresión de Ben es difícil. Está reflexionando, pero no creo que intente montar el rompecabezas de este caso. En realidad no creo que me escuche. Creo que es la primera vez que se da cuenta de que el hombre que se metió en su casa quizás era un asesino. Ben tenía motivos para dispararle. No sólo frente a la ley, sino a su propia moral.

También me alegro por eso, pero me preocupan los tonas más inmediatos.

—Ben, escucha. Sé que no es fácil para ti... que ese asunto salga a relucir, pero la verdad es que ahora mismo te necesito.

Bennett parpadea, sale del trance y me mira, alejándome con la mano.

—Estoy bien —dice. Tiene el rostro y los ojos enrojecidos, inyectados en sangre. En todo caso, este asunto quizás aumente sus deseos de acabar con Lang Trotter.

—Mañana necesito que hagas dos cosas —añado—. Necesito que convenzas a la juez de mi inocencia.

—¿Y qué más?

—Que hagas quedar bien al senador —respondo—. Ya tiene bastantes problemas.

Cuando salgo de la oficina después de reunirme con Bennett, suena el móvil. No contesto a tiempo, pero hay un mensaje de voz. Es Tracy. Me dice que ha estado saliendo con sus amigas, que primero intentó encontrarme en casa, que quería saber cómo iban las cosas. Dice que irán al bar del Washburn, que lo comprenderá si no tengo ganas de ir —sin duda está acompañada de un grupo de amigas—, pero que la oferta sigue en pie.

Sí. Sus amigas se reirían a carcajadas: el sospechoso de asesinato se une a la fiesta. Podemos discutir hipótesis, conclusiones a partir de las pruebas, el impacto sobre la contienda a gobernador. Podemos especular sobre los detalles de pasar los siguientes cuarenta años en prisión.

De pronto pienso que Tracy está comportándose como hace unos dos años, cuando nuestro matrimonio empezó a ir cuesta abajo. Teóricamente me invita a cosas que sabe que declinaré. De hecho, no quiere que acuda, pero acepta su obligación de invitarme.

Descarto esa idea. Vino a la ciudad a verme a mí. Pero ¿qué se supone que debe hacer si yo no la llamo? ¿Quedarse sentada en casa de Krista y deprimirse? Debería divertirse. Se lo merece. Ya es hora.

Evito tomar los taxis que frenan al pasar junto a mí. Me dirijo hacia el este, hacia el lago. El paseo es agradable. Hace poco frío para ser octubre, y pese a las rachas de viento por las que somos célebres, sólo sopla una brisa suave.

El Hotel Washburn parece una estación de ferrocarril con pretensiones. Es un lugar magnífico, un palacio de cuarenta plantas frente al lago. El interior siempre me recuerda a un parque de atracciones: demasiadas cosas ocurriendo en un solo lugar. Hay un restaurante, una sala de estar, una sala de juegos con tragaperras y un salón.

En la sala hay un bar bastante grande, con un jardín interior con mesas y sillas. El lugar está muy animado. Fuera del bar, en la zona ajardinada, se arremolinan dos docenas de personas, y en el interior hay una multitud.

Camino más despacio y me dirijo a la entrada. El tipo de la puerta ni siquiera se molesta en cobrarme. Me quedo de pie junto a él y echo un vistazo. Al principio no la veo, y eso me alivia. Pero entonces distingo a Tracy, sentada en un rincón junto a tres de sus amigas.

Como siempre, tiene un aspecto estupendo, viste con elegancia. La acompañan sus amigas Krista, Stephanie y Katie. Todas están en la treintena y están casadas. Stephanie es madre de dos niñas, Krista y su marido lo intentan desde hace un par de años. No he hablado con ninguna de ellas desde el divorcio. No creo que me tengan antipatía, sólo hay una falta de elementos en común desde que su amiga, mi mujer, abandonó la ciudad.

Se está riendo, como siempre solía hacerlo, inclinando la cabeza hacia atrás y esbozando una gran sonrisa. Un par de hombres intentan meterse en el grupo, supongo que por Tracy, cuyos gestos y expresión sugieren indiferencia.

Mañana todo será diferente. Un secreto terrible surgirá de mi pasado, un secreto que ni siquiera Tracy supo jamás. Supongo que el hecho de no habérselo contado significa algo: siempre he sabido que hice algo malo y nunca fui completamente sincero con mi mujer. ¿Es eso? ¿La dejé al margen? ¿Oculté mis emociones? No es la primera vez que me lo pregunto, pero siempre llego a la misma conclusión: es imposible mirar atrás e identificar el origen. Porque todo está entremezclado con todo.

En la vida no hay un botón para rebobinar. Al igual que cualquier persona, si tuviera la oportunidad, haría las cosas de otra manera. La pregunta es: ¿qué haría de manera diferente? En este momento todo parece importante. Todo es prioritario. Retrospectivamente, los detalles de la legislación, las reuniones, los tratos secretos y las elecciones se confunden formando un conjunto borroso y sin sentido, y lo único que me queda es el hecho de que he perdido a mi mujer.

Esto es demasiado. Una sobrecarga. No es tan sencillo como el hecho de que me espera el juicio y que no tengo tiempo para llorar por el pasado. No, la verdad es que últimamente no he dejado de pensar en Tracy, sobre todo desde que llegó a la ciudad. Y no estoy pensando en el pasado. Pienso en nuestro futuro. Eso es lo que me asusta» Además, según como salgan las cosas, puedo pasarme el resto de la vida en la cárcel. Y aún así, ¿me dedico a pensar en nuestro futuro?

Saludo al gorila con la cabeza, que está mirando al tipo que nunca cruzó la puerta.

—¿No ha encontrado a la persona que buscaba? —me pregunta.

Vuelvo a mirar a Tracy. Está escuchando la historia que le cuenta una de sus amigas. Rompe a reír y se lleva una mano a la cara. Escuchar siempre se le dio bien.