37
El senador Tully se deja caer en la silla detrás de su escritorio de Seaton, Hirsch. Los ojos y la postura delatan su cansancio. Lleva más de una semana fuera de la ciudad. Es miércoles por la noche, y Grant está a punto de pasar un largo fin de semana al sur del estado. Esta es mi única oportunidad de encontrarme con él.
—¿Cómo va el caso? —pregunta.
—Bien, supongo. Bennett está tratando de ponerlo todo patas arriba.
Muevo la cabeza y gano tiempo. Ha llegado el momento de mencionar el tema.
—Hay un punto que debo comentar contigo.
—De acuerdo. —Grant busca unas aspirinas en el cajón del escritorio.
—Bennett no sabe que en el pasado Dale Garrison representó a Lyle Cosgrove en el condado de Summit.
Hablo con tono displicente, como si siempre hubiera sabido que Garrison estaba relacionado con el juicio de 1979.
Grant me mira como si me hubiera bajado los pantalones.
—¿Por qué estamos hablando de eso?
—Tengo razón, ¿verdad? —insisto—. Garrison era el abogado de Lyle.
—Lyle —musita el senador, la barbilla apoyada en una mano—. Dios, sí —dice mirándome—. Sí, Dale representó a ese chico. ¿No lo sabías? —Lo ignoraba —contesto.
Supongo que nunca hubiera surgido en el transcurso de los años en que trabajé esporádicamente con Dale Garrison. Jamás se hubiera presentado la ocasión de decirme que me había ayudado en aquella época.
—Bueno, pues es cierto —confirma Grant—. Pero me parece inconcebible que sea pertinente.
—Pues de eso se trata —digo, acomodándome en la silla—. Podría serlo. —¿Cómo?
—Lyle Cosgrove pasó muchos años en prisión. —Donde quizá deba estar.
—Pero acaba de salir, Grant. Salió alrededor de un mes antes de que Dale fuera asesinado. Grant pregunta con aire reflexivo: —¿Consideramos que este tipo puede haber asesinado a Dale?
—Sí. Creo que lo hizo. —¿Por qué?
—No seamos tan concretos —sugiero—. Pero creo que Lyle decidió que había llegado el momento de ponerse en contacto con un viejo conocido para que le resolviera sus problemas económicos. —El chantaje —dice Grant. Le paso la carta.
Supongo que soy el único que queda que sabe el secreto que nadie conoce. Creo que bastaría con 250.000 dólares. Un mes debería ser suficiente. No conozco tu fuente de ingresos, pero supongo que si alguien puede encontrar la manera de sacar dinero del fondo para la campaña, ése eres tú. O quizá podría hablar con el senador. ¿Es eso lo que quieres?
Un mes. No intentes ponerte en contacto conmigo.
Yo iniciaré las comunicaciones.
Sigo hablando mientras el senador lee la carta.
—Lyle me estaba chantajeando. Amenazaba con revelar mi secretito a menos que le diera dinero de tu fondo de campaña. Sabía perfectamente que tenías un fondo muy sustancioso.
Grant escudriña el documento con los ojos entrecerrados. Finalmente me mira.
—¿Y Dale qué tiene que ver con esto?
—Dale intentó disuadirlo.
—¿Cómo lo sabes?
—Lo sé. Dale ayudó a Lyle Cosgrove a conseguir la condicional. Estaban en contacto. Lyle le mencionó la idea, y Dale intentó detenerlo. Así que lo mató.
—Dime cómo lo sabes, John.
—No —respondo, exhalando un hondo suspiro.
Grant me lanza una mirada de desaprobación.
—Ese tipo... Lyle... ¿ha intentado volver a ponerse en contacto contigo? ¿Puedes responder a eso al menos? —ruega Grant, tocando la carta de chantaje—. Dice que él iniciará cualquier comunicación.
—Supongo que se asustó después de que me acusaran del asesinato de Dale —digo, meneando la cabeza.
—¿Dónde está este tipo? ¿Lyle?
—En la ciudad —respondo—. Un requisito de la condicional.
Grant traga saliva.
—No es una buena situación —digo.
—En efecto —admite Grant, esbozando una amarga sonrisa.
—Dime qué ocurrió, Grant. háblame de 1979, Del «secreto que nadie conoce».
La pregunta le incomoda. Se remueve en la silla y evita mirarme.
—Tú y tu padre contratasteis a Garrison para que representara a Lyle, ¿verdad?
Me observa durante unos instantes. Tengo la esperanza de que contestará a mi pregunta, ¿no?
—Es cierto.
—Pero Lyle no tenía problemas. No necesitaba un abogado.
—Tal vez —contesta Grant evasivamente—. Pero lo estaban interrogando.
—Contratasteis un abogado importante y caro para controlarlo. Para aseguraros de que mi versión y la suya coincidieran. Todos dicen quejón Soliday es inocente.
Grant une las manos y me mira.
—Un joven en esa situación haría todo lo posible —dice—. No vacilaría un instante en machacarte para salvarse. ¿Acaso dudas de que eso fue lo que le dijo la policía? «Entréganos al otro tipo y te dejaremos tranquilo.» John, el mero hecho de que contratáramos un abogado para él no significa que lo obligáramos a mentir. No significa que hicieras algo malo.
—¿Qué le dijo Lyle a la policía? —pregunto—. Antes de que contratarais a Garrison.
—No lo sé —contesta, encogiéndose de hombros—. Quizás al principio mantuvo la boca cerrada. Estoy seguro de que no era la primera vez que tenía problemas con la policía. No era tonto.
—Dime lo que sabías, Grant. Dime qué sabías de mi implicación.
—Sabía que eras inocente —responde con firmeza— Ese era el único resultado posible.
Porque era tu amigo.
—Porque eres incapaz. de hacer algo así. Borracho, colocado o lo que sea — asegura, agitando la mano Es imposible. — Se inclina y me señala con el dedo. Oye, John, este chantaje... no significa que Lyle mintiera. ¿No lo ves? La mera mención de ese caso te difamaría, y a mí también. El lo sabe. Es probable que sepa que me presento al cargo de gobernador. Sabe que ninguno de los dos desea que este asunto salga a la luz añade, reclinándose en la silla—. Eso no te convierte en un asesino.
—¿De modo que en aquel entonces no sabías nada? —pregunto—, ¿Nada que me implicara? ¿No hablaste con Lyle al respecto? ¿Ni con ese otro individuo... Kick?
—Nick y Lyle —dice Grant, negando con la cabeza—. ¡Menudo personal!
—¿Nada que me implicara? —insisto.
El senador se pone de pie, se quita el esmoquin y los gemelos y se arremanga. Parece haber engordado unos kilos durante la campaña, lo cual resulta comprensible debido a la falta de ejercicio y las comidas omnipresentes en cada acto. Sigue estando delgado, pero tiene un poco de barriga.
—¿Quieres saberlo? —dice—. De acuerdo.
Cruzo una pierna y la balanceo.
—El tal Ricko... ¿Cómo lo llamaban? Rícochet. Bien, ese tipo me llamó después. Después de que hablara contigo en la cárcel. No recuerdo los detalles. ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Veinte años?
—Hazme un resumen.
—Estaba diciendo disparates —me explica Grant, asintiendo con la cabeza—. Los polis fueron a ver a Lyle y estaba asustadísimo. Rick nos había proporcionado... En fin, ya sabes...
—La cocaína.
—Correcto. —Grant guarda silencio durante unos segundos. Luego continúa con el relato con tono más tranquilo—. Rick no quería verse implicado, porque si esa chica había sufrido una sobredosis y él había proporcionado la coca, podría estar en un lío. No quería que lo interrogaran.
—Así que llegasteis a un acuerdo.
—Haces que suene tan siniestro... —dice con ceño—. Sí, supongo que sí. Le dije que informara a Lyle de que le conseguiríamos un abogado y que mantuviera la boca cerrada. Le aseguré a Rick que lo mantendríamos fuera del asunto, a condición de que...
—A condición de que Lyle se comportara —interrumpo—. A condición de que Lyle Cosgrove me exonerara. En tal caso todo marcharía de maravilla. La maquinaria de la familia Tully se encargaría de lo demás. Los fiscales, el forense, todas esas personas se comportarían de forma sorprendentemente amable con John Soliday y, a condición de que Lyle confirmase todo el asunto, al final todos podríamos irnos a casa.
Grant tensa los músculos de la mandíbula, pero no contesta de inmediato.
—Todo fue un arreglo —musito.
—No significa que cometieras un delito —insiste Grant—. ¿Recurrimos a ciertas relaciones? Sí. ¿Dale convenció a Lyle de que diera cierta versión de los hechos? Quizá, yo no estaba presente, pero es posible. Pero lo hicimos por una persona inocente.
—Eso no lo sabes.
—Lo creo. Siempre lo he creído.
Para mi sorpresa, su respuesta supone un alivio. Aunque este asunto empieza a quedar más claro, de alguna manera me anima el hecho de que Grant nunca haya pensado que era culpable.
—Vale —digo, alzando una mano—. Vale.
Grant vuelve a sentarse, se mesa los cabellos.
—Joder. ¿Así que ahora ese tipo es el sospechoso número uno?
—Apostaría que sí.
—Estupendo. Genial —dice gesticulando.
—Bennett no sabe nada de lo ocurrido en 1979 —comento—. O de mi relación con Lyle.
—No sabe nada de Lyle en general. Sabe que acaba de salir de prisión, y que al parecer la última vez que lo condenaron alegó durante la apelación que su abogado (Dale) no había sido eficaz. Y ahora Lyle está relacionado con el teléfono robado.
—Así que Bennett quiere señalar a Lyle Cosgrove con el dedo. —Sí.
Grant junta las manos y se acoda en el escritorio.
—Y al hacerlo, no habrá forma de evitar que lo que ocurrió en 1979 salga a la luz.
—No —digo.
El senador apoya las manos en la mesa y tararea algo inaudible.
—Estoy con la soga al cuello, Grant. Me acusan de un delito que no he cometido y tengo que hacer todo lo posible para salir de ésta.
—Lo sé, lo sé.
Grant respira hondo y, por un momento, permanece inmóvil. Sin duda debe de estar debatiéndose entre su deseo de ayudarme y su deseo de convertirse en gobernador. Conociéndolo, no es una batalla muy feroz.
—¿Eso significa que se lo contarás a Bennett? ¿Harás público lo que ocurrió en aquel entonces? —pregunta.
—Te perjudicará —digo—. Al menos, serás culpable por asociación. Yo seré un lastre aún mayor. Y si la gente empieza a investigar, puede que lleguen a la conclusión de que en aquella época me ayudaste. Quizá te saltaste algunas normas. Eso podría hacerte daño.
Hace una mueca, como si lo que acabo de decir no tuviera sentido.
—Estoy preocupado por ti —dice—. Si sacas esto a la luz, ¿no podrían acusarte de asesinato? ¿No podrían volver a plantear el asunto?
—Sí, claro que podrían. No fui absuelto. No puedo alegar que vuelvan a juzgarme por el mismo delito —admito, alzando la mirada—. Menuda defensa. Me libro de una acusación de asesinato implicándome en otro.
—No es cierto —se apresura a replicar Grant—. No hiciste nada en 1979. Nunca alegarán ese caso.
—Grant —digo, sentándome como si le hablara a un niño de cuatro años. Cuando se trata de mí, el lado fraternal de Grant, o más bien el paternal, le obnubila el juicio—. El fiscal del condado es Elliot Rycroft, ¿recuerdas? Si ve la oportunidad de reactivar una investigación por asesinato contra el principal asesor del senador Tully, con todo tipo de dramas sensacionalistas, la violación y el asesinato de una joven, y tú revoloteando alrededor ¿crees que dudaría un instante? Incluso si no resulta, nos destrozará. Te destrozará a ti.
—Ya pensaremos en algo —dice Grant.
Su serenidad me desarma. Tengo ganas de sacudirlo.
—Estás diciendo que debería hacerlo. Contar toda la historia. Señalar a Lyle Cosgrove con el dedo, explicar el vínculo entre ambos, argumentar que he sido chantajeado e incriminado y que no he cometido ninguno de los dos asesinatos. —La descripción me deprime. En menudo lío me he metido.
Grant Tully se levanta de la silla y se sienta junto a mí.
—Por supuesto, si no tienes más remedio. Haces que suene tan nefasto... Olvídate de la campaña por un momento, sólo por un momento. Argumentas que Lyle ha estado chantajeándote, que Garrison no se avino y por eso lo mató, incriminándote de paso a ti. Diles que no hiciste nada en 1979, pero que Lyle amenazaba con volver a sacarlo a la luz de todas formas. Sólo para difamarte —añade—. Eso funciona. Eso tiene sentido.
—Y tú pierdes la contienda —digo.
—O te encierran de por vida. Por un crimen que no cometiste. ¿Qué es peor?
Eso es difícil de rebatir. A Grant no parece preocuparle. Siempre le ha gustado ejercer de hermano mayor.
—Y no supongas que no ganaré la contienda —dice, palmeándome la mejilla con suavidad.
—Si tuviera otra opción... —digo, suspirando.
—Lo sé.
—Pero no la tengo.
—Lo sé.
Asiento con la cabeza, incapaz de decir algo más. Me pongo de pie y me dirijo hacia la puerta. Estoy cerca del pasillo, tocando el marco de la puerta, cuando el senador vuelve a dirigirse a mí.
—¿Acaso tenemos que revelarlo todo? —pregunta.
Sé de qué está hablando. Las drogas. La cocaína. Una cosa es el hecho de quejón Soliday se vio envuelto y potencialmente implicado en un asesinato y otra muy distinta afirmar que el senador Grant Tully había estado esnifando cocaína. Obviamente, la vista de 1979 estaba centrada en mí, y desde luego no hubo ningún indicio de que Grant esnifaba coca a través de una pajita.
—No —respondo—. Lo único que recuerdo es que bebiste unas cervezas.
—¿Eso te vale? —inquiere Grant.
—Será igual que entonces —digo—. Recuerdo haber tomado drogas con Lyle y Gina. No recuerdo que tú estuvieras en la planta superior. Tú y Rick no teníais nada que ver con las drogas.
Grant se estremece. Parece sentirse culpable por este asunto, como si el inmenso favor que me hizo y los riesgos que corrió no significaran nada. El hecho es que de todos modos tendré que atenerme básicamente a mi declaración en 1979. Es la versión que me ayudará a salvarme.
—Tendré que informar a Bennett de esto —comento.
—Lo sé. —El senador no me mira cuando añade—: Ve y gana el caso.
Se lo agradezco y recorro el vestíbulo. Me detengo un momento ante el escritorio de Cathy, mi secretaria, para ver si he recibido alguna carta. Intento calmarme. Oigo un fuerte estruendo proveniente de la oficina del senador Tully, el sonido de varios archivos volando a través de la habitación y chocando contra la pared.