12

—Esto es ridículo —le digo al tipo que entra en la habitación.

Estoy en alguna comisaría de la zona norte, sentado en una habitación sencilla con Bennett Carey junto a mí. Hace unos cuarenta y cinco minutos que estamos aquí. Ben y yo hemos reflexionado sobre la conveniencia de decir algo en esta entrevista, pero insisto en mi posición. No tengo nada que ocultar, así que no callaré. Le recuerdo que él adoptó la misma actitud frente a mí hace casi una semana.

—Soy el ayudante del fiscal del condado Daniel Morphew —se presenta el hombre, tendiéndome la mano por encima de la mesa. Tiene la mandíbula cuadrada, rostro irlandés rudo y manchado, el bigote habitual y cabellos grises, gruesos y rizados. Parece perfectamente tranquilo, controlando la situación y bastante contento de que sea así.

—John Soliday. —Le estrecho la mano.

Bennett también se presenta, como mi abogado, pero al parecer ambos ya se conocían, quizá de cuando Ben trabajaba para la oficina del fiscal.

—Usted trabaja para Raycroft —digo.

Morphew reflexiona un momento.

—Así es —admite.

—Dígale algo á Elliot de mi parte. —Bennett apoya la mano en mi brazo, pero la aparto—. Dígale que si cree que puede acusarme en público y después ponerme discretamente en libertad cuando no haya pruebas para apoyar la acusación, le espera una sorpresa desagradable. Haré público todo este asunto de un fiscal del condado que está haciendo el trabajo sucio de Lang Trotter. John —interviene Ben—. Basta. Mi actitud airada no parece afectar a Daniel Morphew. Manosea una delgada carpeta de papel manila. —¿Está dispuesto a hablar conmigo, señor Soliday? Respiro hondo, intentando calmarme. —Claro que sí.

—De acuerdo. —Morphew coge la grabadora que hay en el centro de la mesa.

—Debo grabar esta entrevista. ¿De acuerdo?

—Como quiera —digo.

Morphew conecta el botón para grabar y dice su nombre, la fecha y la hora.

—También está presente el abogado del señor Soliday. —Morphew mira la tarjeta que Ben acaba de darle—. William Bennett Carey.

—No necesito un abogado-digo—. Todo este asunto es ridículo.

Lo mejor es iniciar la conversación con el tono adecuado.

Morphew mira a Bennett.

—¿Le está pidiendo al señor Carey que se marche?

—No, puede quedarse.

Vuelvo a respirar hondo. No debo perder los nervios.

—En primer lugar, ¿estamos seguros de que Dale no tuvo un ataque de corazón o un infarto, o algo así? Tenía casi setenta años, y estaba enfermo de cáncer.

Morphew aprieta los labios. Está pensando en lo que puede contarme.

—Tenía sesenta y ocho años. Es cierto que tenía cáncer. Y que fue estrangulado.

—¿Autopsia? —pregunta Ben.

—Sí. Causa de la muerte —Morphew mete la mano en la carpeta y saca un papel—: asfixia por estrangulamiento manual.

—Imposible —digo.

El fiscal ladea la cabeza y pregunta:

—¿Por qué es imposible?

—Porque yo era el... —digo, y me interrumpo.

—Porque usted era el único que estaba en el despacho con la víctima —añade, mirándome—. ¿Correcto, señor Soliday?

Ben intenta cogerme del brazo, pero yo contesto igualmente:

—Al menos que yo sepa.

—Estaba en su despacho para comentar asuntos legales —dice Morphew.

—Correcto.

—¿Acerca de qué?

—Acerca de un cliente mutuo —digo.

—El senador Grant Tully —dice Morphew.

—Eso es información privilegiada.

—Oh. —El fiscal sonríe—. Ese caso debe de habérseme pasado. Señor Soliday, como todos somos abogados, permítame que le diga que no es información privilegiada. Se trata del senador Tully, ¿verdad?

—Siguiente tema —interviene Bennett—. Sin comentarios.

En esta situación, Morphew no tiene mucha ventaja. Exista el privilegio abogado-cliente o no, la Quinta Enmienda me da derecho a permanecer en silencio. Podría quedarme en silencio ahora mismo.

—¿Así que cayó muerto ante sus ojos?

Carraspeo. Morphew sabe lo que le dije al detective Gillis: que abandoné el despacho y que volví cuando Dale me telefoneó. Desde el punto de vista del fiscal, es una historia que no se sostiene. Yo estaba en el despacho, salí, alguien entró para estrangular a Dale, después regresé. Se me revuelve el estómago. Pienso en el consejo de Bennett. Morphew me tiene en sus manos. Si cambio mi historia, me descubre en una mentira. Si digo lo mismo, me tiene grabado, contando unos hechos que, cuanto más lo pienso, menos convincentes parecen.

—Usted sabe que eso no es lo que ocurrió —digo—. Estaba en su despacho y después me marché. Dale me telefoneó y entonces volví. Entré y lo encontré muerto.

Morphew guarda silencio. Se trata de hacerme seguir hablando.

—Confírmelo —digo—. Puede confirmar la llamada, el guardia de seguridad me vio salir y después volver. Así que no hubiera podido matarlo en ese breve período.

—Estoy seguro de que el señor Morphew ha comprobado las llamadas realizadas desde el despacho de Dale Garrison —dice Bennett, dirigiéndose a mí pero asegurándose de que el fiscal lo oiga—. También estoy seguro de que ha comprobado las llamadas hechas desde tu móvil, John. —Bennett vuelve a dirigirse al fiscal—. Así que...

Morphew es un poco mayor que Bennett. Es probable que ocupara una posición bastante más elevada que él en la oficina del fiscal, ya que Ben se ocupaba de los casos de delito grave cuando estuvo allí. Supongo que Morphew tiene la suficiente experiencia como para saber qué puede decirme y qué puede callarse. Su mirada pasa de Ben a mí.

—Cuénteme qué le dijo Garrison.

—No. —Bennett hace un gesto cortante con la mano—. Tu turno.

Morphew arquea las cejas, como si la intervención de Bennett no fuera más que un inconveniente.

—Quiero que me cuente lo que le dijo Garrison cuando lo llamó.

—Me dijo que volviera a su despacho —contesto, apartando el brazo de Ben—. Eso es todo.

—Qué curioso. —Morphew se incorpora, como si se preparara para el plato principal—. Porque en el registro de llamadas telefónicas no consta que el señor Garrison lo llamara. No hay llamadas que salieran de ese despacho durante ese período de tiempo, ni siquiera cerca de esa hora.

Miro a Bennett, que logra poner cara de póquer. Sostengo el aliento un instante, antes del golpe de adrenalina. Eso no es correcto, no tiene sentido. Trago con fuerza.

—¿Entonces quién telefoneó a John? —pregunta Ben.

—Buena pregunta, letrado. Espero que el señor Soliday pueda contestarla.

—Fue Dale —insisto.

—John. —Bennett me agarra del brazo con fuerza—. Cállate un momento. —Después se dirige a Morphew—. ¿Qué aparece en el registro?

Morphew parpadea. Espera un instante antes de contestar.

—Que llamaron desde un móvil que perteneció a una mujer llamada Joanne Souter. ¿La conoce, señor Soliday?

—No —respondo.

—Correcto. Porque el móvil de Joanne Souter fue robado de su bolso ese mismo día.

Alzo las manos.

—No lo entiendo.

—¿Cree que Dale Garrison robó el móvil de esa mujer y lo usó para llamarlo? —pregunta—. ¿Tiene eso sentido?

No. Claro que no. Me toco la cara con gesto tembloroso.

—Tengo claro que usted no actuó solo —dice el fiscal.

Ha apoyado las manos en la mesa, un gesto amistoso.

—Quienquiera que hizo esa llamada formó parte del asunto. Es a esa persona a quien quiero atrapar. Así que, ¿por qué no resolvemos este asunto aquí? Dígame quién lo llamó y su abogado y yo podremos hacer un trato. Algo que evite que usted acabe en la silla eléctrica.

—No hay nada que contar. Yo no maté a Dale. Alguien me está tendiendo una trampa. ¿No se da cuenta? —digo, saltando de la silla.

Morphew me indica con el índice que me siente.

—Siéntese.

Miro a Bennett, que asiente con aire solemne. Obedezco, furioso pero casi presa del pánico.

—El señor Soliday es el principal abogado del senador Tully —dice Bennett—, y un colega de Dale Garrison. Tu historia no se sostiene, Dan. No es un asesino. Y nadie creerá que lo es.

Morphew mira fugazmente a Ben. Después su mirada se desliza hacia mí. Su expresión es la de un depredador, un animal en mitad de la caza.

—¿Alguien estaba chantajeándolo, señor Soliday?

Cierro los ojos. La carta. La jodida carta...

—Hemos acabado —dice Ben.

Morphew me pasa una copia de la carta.

—¿Estaba en el cajón superior de su escritorio, señor Soliday?

Supongo que soy el único que queda que sabe el secreto que nadie conoce. Creo que bastaría con 250.000 dólares. Un mes debería ser suficiente. No conozco tu fuente de ingresos, pero supongo que si alguien puede encontrar la manera de sacar dinero del fondo para la campaña, ése eres tú. O quizá podría hablar con el senador. ¿Es eso lo que quieres? Un mes. No intentes ponerte en contacto conmigo. Yo iniciaré las comunicaciones.

—Usted es el tesorero delegado de Ciudadanos a favor de Grant Tully. Y tiene acceso a los fondos de campaña. —El fiscal espera una respuesta—. ¿Fue Dale Garrison? ¿Estaba chantajeándolo? —pregunta Morphew.

Miro a Bennett, que no necesita que le diga lo que tiene que hacer.

—Vamos a interrumpir esta entrevista —dice. —Porque si no fue Garrison —prosigue Morphew—, sería realmente útil que me lo dijera ahora mismo.

Ben me tiene cogido del brazo. Me siento súbitamente abatido.

—Estaba en el despacho de Dale —digo—. Murió cuando me ausenté. Volví cuando el guardia de seguridad estaba haciendo la ronda nocturna y...

—No estaba haciendo la ronda —me interrumpe Morphew—. Lo llamaron a la octava planta. Alguien le dijo que había un alboroto en el bufete de Dale.

Un intenso ardor desciende por mi garganta hasta el estómago.

—¿Cuál era el secreto, señor Soliday? El «secreto que nadie conoce», señor Soliday.

Bennet se pone de pie y me obliga a seguirle. —Nos marchamos. Cualquier contacto futuro... —Señor Carey, dígale a su cliente que si puede demostrar que esta nota no provino de Dale Garrison, quizás evite que lo detengan.

—Lo tendremos en cuenta, letrado —contesta Ben—. ¿Podemos marcharnos?

Morphew también se pone de pie.

—Usted puede irse, señor Carey, si lo desea. —La puerta se abre y entra Brad Gillis, con unas esposas colgando del cinturón.

El pánico invade la expresión de Ben.

—Ustedes no hablarán con él —les espeta a Morphew y Gillis. Después se dirige a mí—. Mantén la boca cerrada, John. Te sacaremos lo antes posible.

Permanezco en silencio mientras el detective Gillis me lee mis derechos y me pone las esposas.

—¿Cuál es el «secreto que nadie conoce»? —insiste Morphew.

Hago caso omiso de la pregunta y me acerco a Ben.

—Será mejor que llames al senador —digo.