24/6/1979

Billy tenía un aspecto poco saludable. Había perdido peso, algo que fue confirmado por su madre. Respondió algunas preguntas, pero fue incapaz de proporcionar cualquier detalle del incidente en cuestión. Declaró que encontró muerta a su hermana aquella mañana, pero que durante los acontecimientos estaba dormido. Su madre declaró que Billy no declararía en ninguna investigación criminal, y solicitó que no siguieran interrogándolo. Billy tenía varios cortes en el cuerpo aparentemente hechos con un cuchillo de hoja lisa: dos en el brazo izquierdo y uno debajo de la clavícula, de una anchura de unos cinco centímetros, pero no pudo decirnos el origen de los cortes. Las heridas eran recientes y probablemente se había autolesionado. La señora Masón confirmó que ayer había descubierto a su hijo autolesionándose. Dijo que Billy estaba en tratamiento y que en el futuro inmediato no se quedaría solo en casa.

—Joder —murmuro, aunque ésta no es la primera vez que veo el informe. ¿Estaba intentando acabar con su vida? ¿O sólo se estaba castigando? ¿Acaso tengo algo que ver con lo que le ha ocurrido?

—La señora Virginia Masón, la madre de ambos, nos ha dicho que Billy no declarará —dice el fiscal—. Tenemos la posibilidad de obligarlo a declarar según nuestro criterio. Como se trata de un niño pequeño, decidimos no hacerlo en contra de la voluntad de su madre, sobre todo dadas las circunstancias. No presumiremos nada, ni positivo ni negativo, frente a la negativa de declarar. No especularemos. Lo que podemos hacer constar es que Billy Masón ha sido ingresado para recibir tratamiento y ayuda psicológica —dice el señor Vega, suspirando—. Bien. Prosigamos.

El fiscal consulta brevemente con el investigador Degnan. Vega se muestra indiferente, mientras que Degnan parece muy descontento con el estado de las cosas. «Está de morros», para usar las palabras de uno de mis profesores.

—¿Hemos acabado, letrado? —pregunta Vega, dirigiéndose a Erwin.

El señor Erwin carraspea.

—Me gustaría llamar a mi cliente, Jonathan Soliday.

—Muy bien. ¿Señor Soliday? Por favor, ocupe el asiento del testigo. ¿Señor Erwin? —Vega nos indica una silla junto a él. Supongo que para que estemos cerca de la relatora.

Las piernas me tiemblan, pero me pongo de pie y ocupo el sitio que ha dejado Lyle Cosgrove. Estoy relativamente tranquilo mientras espero las preguntas de mi abogado.

—Jura decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad?

—Lo juro —contesto. Y Dios, por favor, ayúdame.

A estas alturas, podría aprobar el examen sin el abogado, lo hemos ensayado muchas veces. Gina coqueteaba conmigo en la fiesta. Me tocó la entrepierna delante de los demás. Me dijo que me vería más tarde. Así que Lyle y yo fuimos a su casa. Me invitó a pasar y follamos. En algún punto nos caímos de la cama, ella se golpeó la cabeza, lo que explica las magulladuras. Después me despedí, nos besamos, vi a Lyle por la ventana y nos marchamos juntos.

—¿Hubo un contacto físico entre la señorita Masón y usted en esa fiesta?

—Sí. Me recorrió la pierna con la mano.

—¿Dónde se detuvo?

—En... en la entrepierna.

Mientras relato estos hechos, observo el exterior a través de la ventana, detrás del señor Vega y del señor Degnan. Soy incapaz de mirar a mi abogado o a los fiscales. En cambio me centro en un parque calle abajo, donde una mujer joven juega con su hijo en unos columpios. Es un niño pequeño, que parece rogarle a la madre que lo columpie con más fuerza, para llegar más alto. Mueve las piernas para darse impulso.

Hablo con tono inexpresivo, libre de inflexiones, limitándome a detallar los hechos desnudos, que sinceramente soy incapaz de recordar.

—Así que usted se encuentra en el dormitorio de la señorita Masón. ¿Puede decirnos quién inició la actividad sexual?

—Ella.

—¿Puede entrar en detalles?

—Se quitó la ropa. Estaba desnuda. Me bajó la cremallera de los pantalones y me los quitó.

—¿Y después que hizo?

—Empezó a... empezó con la boca...

—¿Practicó el sexo oral contigo, John?

—Sí.

Nunca sabré qué ocurrió entre Gina y yo. Nunca sabré qué hice. Sólo sé que si hice algo (hasta resulta difícil pensar en las palabras), si le causé la muerte, jamás me hubiera considerado capaz de ello. Tendría que suponer que fue completamente involuntario, un accidente, debido a una relación sexual estando borracho o un enfado causado por la borrachera más absoluta. Yo no soy así. No soy esa persona.

—Me dio un beso de despedida y me dijo que pasara a verla alguna vez.

—¿Estaba de pie? ¿Sentada? ¿O tendida?

—Estaba de pie. Me dio un beso de despedida.

—¿Ocurrió algo más?

—Le pregunté si quería que me quedara, para charlar o algo así.

—¿Qué dijo?

—Dijo que necesitaba dormir. Dijo que sentía náuseas. Que tal vez tendría que vomitar.

—¿Sentía náuseas? ¿Le pareció que quizá vomitaría? —Sí.

—¿Y entonces usted se marchó?

—Correcto.

Ahora le toca el turno al fiscal, que no intenta tenderme una trampa. Tal vez no podría," incluso si quisiera, pero tengo claro que ni siquiera lo intentará. Está confirmando mi versión, tocando todos los puntos para llegar a la inevitable conclusión de que el fiscal del condado de Summit no juzgará a Jonathan Soliday por la muerte de Gina Masón. La investigación criminal se cerrará.

En gran parte, desapruebo lo que ha hecho Grant con la ayuda del poder político de su padre. Sobornó al fiscal. Sobornó al juez de instrucción. Sobornó a Lyle Cosgrove. Tal vez sobornó a Billy, el hermano de Gina. Pero no puedo dejar de admitir que estoy aceptando su ayuda. No quiero ir a la cárcel. No quiero estropear mi vida. Tengo diecisiete años, quizás he hecho algo realmente horroroso, pero no lo sé y estoy dispuesto a otorgarme el beneficio de la duda.

Jeremiah Erwin me acompaña fuera del edificio. Sólo cuando hemos salido manifiesta su optimismo de que ganaremos. Soy joven, pero no tonto. Estaba cantado en cuanto entramos. Gina Masón es una don nadie, y yo tengo amigos poderosos.

—Para la semana que viene, habrán tomado una decisión —dice mi abogado—. Esperemos que entonces puedas olvidarte de este asunto.

Lo haré. El tiempo lo cura todo. Me proporcionará un cojín, una suave disminución del miedo, el dolor y la culpa. También hará que se disipe lo poco que recuerdo, y con ello la inevitable revisión de los hechos. Dentro de un año recordaré este asunto como un error juvenil que quizá, y sólo quizá, se convirtió en algo realmente terrible. Dentro de cinco años, pensaré que estaba completamente drogado y fuera de control, y que en realidad no era responsable de mis actos. Además, ¿quién podría saber qué ocurrió en realidad? Dentro de veinte años, será aquel único incidente después de licenciarme en el instituto, con la chica promiscua que llevaba pantalones diminutos y me agarró la polla, esnifó un montón de coca y sufrió una sobredosis. Eso es lo que me da miedo. No quiero olvidar. Quiero recordarlo para siempre como lo recuerdo ahora mismo. Quiera recordar que participé en algo terrible. Y que, al margen de cualquier justificación legal y de que haya o no pruebas, nunca sabré realmente si soy responsable de la muerte de Gina Masón.

Llegamos al coche estacionado en el aparcamiento frente a los juzgados. Echo una última mirada hacia atrás y veo un chico de pie en la acera, enmarcado por el enorme edificio y las escaleras de piedra. Es demasiado joven para estar solo. Viste una camiseta hecha jirones y unos pantalones cortos demasiado holgados. No reacciona cuando lo reconozco, se limita a quedarse inmóvil con los brazos pegados al cuerpo, observándome con la postura torpe de la preadolescencia. No expresa nada. Ni odio ni enfado. Tal vez cierta curiosidad. El señor Erwin también mira hacia atrás y lo ve. Vuelve a mirarme, pero no decimos nada. Empiezo a plantearle la pregunta, pero estoy seguro de que el señor Erwin nunca conoció a Billy, el hermanito de Gina Masón.

Pienso en hacer algún gesto, saludarlo con la mano o la cabeza, pero ¿qué puedo decirle a este chico? Su hermana ha muerto, quizá porque alguien hizo algo malo, pero nadie será castigado. No sabe quién, no sabe por qué, pero sabe que fue algo malo. Hago uña promesa silenciosa a este chico que no olvidaré. Siempre tendré presente lo ocurrido. Me impondré mi propio castigo. Haré lo único que puedo hacer: llevar una vida decente, arrepentirme y rogar a Dios que me perdone.

Y sobre todo, recordar mis deudas.