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Esperaba algo parecido a un tribunal, pero me encontré en una sala de conferencias. Mi abogado y yo estamos sentados en un extremo de una mesa larga. En el otro hay dos personas, consultando en voz baja. Uno es ese investigador, Gary Degnan; el otro, un hombre llamado Raymond Vega. Conoce a mi abogado, Jeremiah Erwin, algo que se hizo evidente por las palabras que intercambiaron cuando entramos.

Junto a Vega hay una mujer sentada ante una pequeña máquina de escribir. Mecanografiará todo lo que se diga en la vista. Vega le hace un gesto y la mujer empieza a escribir.

—Raymond Vega, ayudante del fiscal del condado de Summit, y me acompaña Gary Degnan, un investigador de la Unidad de Delitos Violentos y Sexuales. Hoy nos reunimos por el caso número 79-JV-1024. El fiscal del condado de Summit está llevando a cabo una indagación de un caso de delincuencia juvenil según la Sección 24B— 18 del código penal. Nuestro objetivo de hoy consiste en determinar la suficiencia de las pruebas contra Jonathan Soliday, un menor, en lo que respecta a posibles cargos de agresión sexual y homicidio. El menor, el señor Soliday, está presente junto a su abogado, el señor Jeremiah Erwin.

Por supuesto, guardo silencio, pero cuando el fiscal carraspea, me estremezco de pavor.

—Empecemos por el informe de Vincent Cross, el juez instructor del condado de Summit. —Mira a la mecanógrafa—. Llamémoslo Prueba número uno. Señor Erwin, ¿tiene una copia?

—Sí, gracias, señor fiscal.

—Hemos acordado que no es necesario llamar a declarar al juez de instrucción —señala Vega—. La causa de la muerte en la Prueba número uno es asfixia provocada por una hemorragia interna. El informe concluye que la difunta se asfixió después de vomitar mientras estaba tendida de espaldas. —El fiscal ojea la página—. Asimismo, se indica que había niveles muy elevados de alcohol, cannabis y cocaína en la sangre. La víctima también presentaba contusiones en el cuello y en la base del cráneo. Sin embargo, el juez de instrucción no puede determinar si las contusiones tienen alguna relación con la muerte. —Pasa a la segunda página—. Hay pruebas de que hubo una relación sexual anterior a la muerte. En la vagina se encontró semen que contenía sangre del tipo O negativo. No hay indicios externos ni internos de que el coito fuera con violencia. —El fiscal levanta la vista del papel—. No hay indicios de violación.

El pulso se me acelera.

El fiscal suspira y vuelve a mirar el informe.

—Para resumir, el juez de instrucción cree que es más probable que el vómito que causó la asfixia fuera provocado por la combinación de drogas en la sangre de la difunta, a diferencia de cualquier acto violento que podría haber ocurrido durante la relación sexual.

El fiscal deja el informe en la mesa y le desliza una copia a la mecanógrafo.

—Por favor, que la relatora del juzgado marque oficialmente este informe como Prueba número uno.

Gary Degnan, el investigador, me mira con frialdad. Trato de concentrarme en Raymond Vega, el fiscal.

—En cuanto al tema de la agresión sexual, tenemos declaraciones juradas presentadas por el señor Erwin, el abogado del menor. Ha presentado cinco declaraciones juradas de diversos hombres atestiguando sus relaciones sexuales con la difunta. Las denominaremos Prueba Grupal número dos.

Degnan se acerca a Vega y le susurra algo.

—Oh, sí —dice Vega—. Todos sabemos que las reglas de la prueba no se aplican en este caso. En el juicio, si es que lo hay, la fiscalía se opondría a que esta declaración, como declaración jurada, fuera admitida como prueba, incluso si la presentaran testigos vivos. Por otra parte, creemos que según los precedentes actuales de este estado, las pruebas relacionadas con el historial sexual de la víctima son pertinentes con el hecho de que consintiera en mantener relaciones sexuales en esa ocasión en particular. Como uno de los temas a considerar es la violación, estas pruebas serán tenidas en cuenta durante la presente indagación.

El fiscal hojea las declaraciones juradas.

—Para que conste, los que presentaron declaraciones juradas en la Prueba Grupal número dos son Steven Connor, Henry Cotler, Harold Jackson, Blair Thompson y Jason Taggert. No leeré estas declaraciones al completo porque forman parte del informe. Las resumiré. —Vega carraspea—. El señor Connor declara que la primera vez que se acostó con la difunta ella tenía dieciséis años. Declara que tuvieron relaciones sexuales en más de doce ocasiones a lo largo de un período de tres semanas. El señor Cotlar declara que mantuvo relaciones sexuales, tanto orales como vaginales, con la difunta en cinco ocasiones diferentes, mientras ella «salía» (eso es lo que dice), mientras la difunta «salía» con otra persona, el señor Harold Jackson. —El fiscal hace una mueca y pasa a la página siguiente—. El señor Jackson confirma esta infidelidad. El señor Jackson declara que él y la difunta tuvieron relaciones sexuales en más de cuarenta ocasiones durante un período de cuatro a cinco meses, y que no era inusual que tuvieran relaciones sexuales después de fumar marihuana. El señor Thompson declara que él y la difunta mantuvieron relaciones sexuales «alrededor de una docena de veces», tanto en su casa como en la de ella, en el lugar de trabajo de ella y en el coche de él —dice Vega, arqueando las cejas—. Bien. Por último, el señor Taggert declara que realizó «actos sexuales» con la difunta desde noviembre del año pasado hasta el presente en más de cinco ocasiones —añade, levantando la vista—. Para que conste, la difunta sólo tenía diecinueve años cuando murió.

El fiscal mira a mi abogado.

—Supongo que ahora llamaremos al señor Cosgrove.

Gary Degnan abandona la habitación. Miro a mi abogado, que no dice nada pero asiente con la cabeza de manera cortante. En parte, logro reprimir las emociones. Lo que he oído hasta ahora es positivo. Las conclusiones de la autopsia no apoyan una acusación por violación o asesinato. Y tampoco parece que Gina Masón se mostrara renuente a mantener relaciones sexuales. Pero hay algo más. El ritmo de los acontecimientos. El fiscal está examinando las pruebas con mucha eficacia, como si tuviera prisa por concluir.

Acompañan a Lyle a la sala de conferencias. Lleva la cabeza recién afeitada. Viste un jersey rojo de cuello alto y vaqueros. Me mira a los ojos y aparta la mirada con rapidez. Verlo por primera vez desde aquella noche me provoca una sensación que no logro descifrar, una picazón que no puedo rascar. Saluda al fiscal con la cabeza, sin entusiasmo ni arrogancia. Es una figura amenazante con sus brazos robustos y su aspecto duro. Un chico muy duro, incluso en este entorno. Está frente a los fiscales, de perfil a nosotros.

—La relatora del juzgado tomará juramento al testigo.

La mecanógrafa —supongo que es la relatora del juzgado— le toma juramento a Lyle Cosgrove.

—Diga su nombre completo.

—Lyle Alan Cosgrove.

—¿Residencia?

—Cuatrocientos ocho de la calle Benjamin.

—¿Aquí en Lansing?

—Sí.

—¿En el condado de Summit?

—Correcto.

—¿Cuántos años tiene?

—Diecisiete.

—¿Asiste al instituto?

—No. Abandoné los estudios. Trabajo en la construcción.

—Bien. Ahora entremos en detalle.

Cosgrove relata a la sala que fue a esa fiesta con Gina Masón. Dice que no era su novia, pero que había estado «tonteando» con ella (más adelante aclaró que habían tenido relaciones sexuales) en diversas ocasiones a lo largo de los últimos meses. Hace crujir los nudillos y se remueve en la silla, pero sus respuestas son bastante directas.

Ahora habla de la otra fiesta en la planta superior.

—Fumamos un poco de maría —dice—. Yo, Grant, John y Gina fumamos maría.

Ninguna referencia a Rick. Cuantos menos testigos, mejor, dijo mi abogado, sobre todo si se trata de un traficante de drogas.

—Bebimos cervezas, fumamos cuatro o cinco canutos. Después alguien sacó cocaína. Así que esnifamos unas rayas. Quiero decir que los que esnifamos fuimos yo, John y Gina.

Grant ha quedado fuera del tema de la cocaína. Un regalito que se ha hecho a sí mismo. Estoy más que dispuesto a satisfacerlo, es un pequeño favor teniendo en cuenta lo que él ha hecho por mí. Lo comprendo. Era imposible que le confesara a su padre que estaba esnifan— do cocaína. Fumar marihuana ya era bastante malo, pero coca... Grant era incapaz de hacerlo. Ahora comprendo que ése era el motivo para ir al condado de Summit, un lugar donde Grant podía hacer lo que quisiera de forma anónima.

También me doy cuenta de otra cosa: lucho por reprimir mis sentimientos, al menos por ahora y tal vez para siempre. Lyle está mintiendo. Y si ha mentido, significa que gran parte de lo que dice, o todo, puede ser falso. Así pues, si tiene que mentir acerca de la verdad, ¿cuál es esa verdad?

—¿Cuánta cocaína? —pregunta Vega.

—No lo sé —dice, encogiéndose de hombros—. Quizás unos gramos. Estábamos todos bastante colocados.

Durante un rato hablan de ese tema. Lyle se refiere a las personas presentes en la habitación y calcula cuántas líneas de coca esnifaron, todos menos Rick y Grant. El fiscal le pregunta lo mismo con respecto a la cerveza y la marihuana. Después hablan del final de la fiesta.

—Bueno, nos largamos —dice Lyle—. Gina se marchó primero y se fue a casa. Grant se marchó cuando nos marchamos nosotros. John y yo fuimos hasta la casa de Gina.

—¿Por qué?

—Gina dijo que quería que John se pasara un poco más tarde. El no sabía dónde era, así que lo llevé.

—¿Y por qué llevaría a John a ver a la persona con la que usted asistió a la fiesta, señor Cosgrove?

«Porque le debía una a Grant por la coca y porque Gina Masón le importaba una mierda.» Supongo que ésa no es la respuesta que oiré.

Lyle vuelve a encogerse de hombros.

—No lo sé.

—¿No lo sabe? —lo presiona Vega—. ¿No sabe por qué condujo al señor Soliday hasta la casa de la chica con la que salía? —pregunta, haciendo un gesto con las manos—. Dijo que no era su novia, ¿verdad?

—No. No lo era. A mí no me importaba.

—Bien. —El fiscal no demuestra mayor interés—. ¿Qué pasó después?

—John fue hasta la casa de Gina y entró. Estuvo allí alrededor de media hora.

—¿Y qué hacía usted durante ese tiempo?

—Bueno, ya sabe. Fumé un par de cigarrillos, bebí una cerveza. Puse otra cásete en el estéreo. Quizá dormí un rato.

—¿Qué ocurrió tras esa media hora?

—Me cansé de esperar, así que me acerqué a la ventana de Gina, a un lado de la casa. Iba a llamar a la ventana, pero John estaba a punto de marcharse. Se estaba despidiendo de ella. Con un beso.

—¿Estaba besándola?

—Sí.

—Y después ¿qué?

—Después nada. Lo llevé a casa. Después fui a mi casa.

El fiscal asiente con la cabeza y apunta algunas cosas en el bloc.

—¿Alguna pregunta, señor Erwin?

—Sólo un par de cuestiones, señor Vega, con su permiso.

—Por supuesto.

—Señor Cosgrove —dice mi abogado—, mientras usted estaba en la primera planta durante esa fiesta, ¿Gina expresó afecto por el señor Soliday?

Por un momento Lyle mira fijamente a Erwin.

—Lo toqueteaba. Una vez le tocó la polla. —Lyle mira al fiscal—. Lo siento.

—¿Le tocó la entrepierna?

—Sí, correcto —dice, señalando a Erwin.

—¿Puede citar las palabras exactas cuando le dijo que quería quejón la visitara más tarde?

—Algo así como «dile que se pase. Dile que lo estaré esperando».

—No hay más preguntas. Gracias.

—Gracias, señor Cosgrove —dice el señor Vega, mirando a mi abogado—. Pensamos llamar a Billy, el hermano de Gina Masón. Tiene ocho años y fue quien informó a la policía de su muerte. Eso figura en el informe de la policía, que... Ahora que lo pienso, marquemos esto como Prueba número tres. —Le pasa el documento | la relatora del juzgado—. Y marquemos su entrevista con la policía como Prueba número cuatro.

El señor Vega alza la mano y señala:

—Teniendo en cuenta el problema del testimonio de oídas.

—Testimonio de oídas por partida doble, para que conste —dice el señor Erwin. El señor Degnan, el investigador, hace fina mueca.

Mi abogado, que sigue el caso de la fiscalía en una carpeta de tres anillas que ha traído consigo, pasa a la entrevista policial con Billy Masón. No era muy larga. Era un chico de ocho años. Llamó a la sala de urgencias de un hospital de la localidad a las 5.22 para informar de que su hermana no respiraba. La policía intentó hablar con él más tarde esa misma mañana, en su casa. E fiscal lee el contenido del breve informe para que conste en acta, mientras yo lo escucho:

Billy no reaccionaba, en el mejor de los casos decía incoherencias. Fue incapaz de comentar los acontecimientos de la noche anterior. Virginia Masón, su madre, dio por acabado el interrogatorio tras quince minutos.