31

La cafetería situada calle abajo de mi bufete está atestada de universitarios con ordenadores portátiles, sentados ante pequeñas mesitas de diseño, bebiendo té caro. El local es enorme, la tienda ocupó algunos espacios vacíos colindantes y convirtió la pequeña cafetería en un enorme almacén de Internet donde se bebe té.

He llegado un poco temprano, así que me siento en una esquina y conservo mi lugar celosamente. Estoy sentado en una silla de respaldo alto tapizada en terciopelo y, por enésima vez, me planteo la pregunta.

¿No sería posible que Gina sufriera una sobredosis? Se desmayó después de que me marchara, vomitó y se asfixió. Es posible, ¿verdad?

Por supuesto. Mantuvimos relaciones sexuales consentidas y después se desmayó, quizás antes de que me marchara, quizá después.

Pero entonces, ¿qué papel desempeñó Lyle Cosgrove? ¿Es una mera coincidencia que el hombre que me proporcionó una coartada en 1979 quedara en libertad justo antes de que Dale Garrison fuera asesinado, y más o menos para la fecha en que recibí una carta de chantaje?

Bennet Carey me ve y saluda con la mano. Salgo de mi ensimismamiento. Ha llegado la hora de abandonar mi problema anterior y ocuparme del actual. Ben señala la barra, artículo «negro» para que me lea los labios y Ben pide café. Se acerca a la mesa con el café y el portafolios colgado del hombro. En el bolsillo lateral veo un único archivo con las palabras «Lyle Cosgrove».

Ben deposita dos tazas humeantes en la mesa y toma asiento. Bebo un sorbo rápido y no me sorprende que el líquido sea tan caliente como la lava.

—Hay mucho que comentar-dice, sacando un bloc del portafolios y dejándolo en la mesa.

—Hola, Ben.

—Causa de la muerte, John. —Sonríe.

—Tenemos algo.

—Algo. No todo. Pero algo. —Asiente con la cabeza—. Mi amigo del sur del estado tiene una teoría.

—¿Dale se asfixió? —pregunto.

—Causas naturales, tío listo —da un golpecito a su bloc—. Tal vez podría haber sufrido un trombo en el cuello.

—¿Es eso lo que dirá tu amigo?

—Bueno... —Ben hace una mueca—. Si pones una Biblia debajo de su mano, diría que apuesta a que se asfixió. Pero podemos presentar una teoría. Es bastante mejor que nada. Y quizá logre que el juez de instrucción del condado concuerde conmigo.

—Eso sería algo.

—Cosas más raras ocurren —comenta Ben.

—Bien. ¿Qué más?

—Hemos enviado citaciones —dice—. Los registros telefónicos de Dale, sus cuentas bancarias. Deberíamos disponer de los registros la semana que viene. —Saca una pequeña caja del portafolios—. Disquetes de ordenador —dice, dejándolos caer sobre la mesa de madera—. Todo lo que había en el disco duro de Dale.

—¿Quieres que los revise? —pregunto.

—Pensé que sería una buena manera de utilizar tu tiempo. Recupera los documentos y échales un vistazo. A ver si aparece algo.

—¿Los ha visto la fiscalía?

—¿Quién sabe? —dice Ben, encogiéndose de hombros—. Sí, si tienen más de medio cerebro. Están buscando pruebas de que hubo un chantaje.

—No encontraron la carta de chantaje en su ordenador.

Ben niega con la cabeza.

—Tendrían que informarnos de cualquier cosa que pretendan usar. Más bien pienso en otras personas con las que Dale estaba trabajando. Casos en los que trabajaba. Cualquier cosa que encontremos, John. Quizá tengamos que ocultarlo.

—¿Quién querría matar a un viejo abogado moribundo? —pregunto con aire distraído.

—Y de paso tenderte una trampa.

—Dios, odio cómo suena. Me tendieron una trampa para incriminarme, y Oswald no actuó solo.

—Prosigamos —sugiere Ben. Está diciendo que no hay tiempo para la autocompasión—. Sospechosos. Le he pedido a Cal que investigue a algunas personas. Este —dice, sacando el archivo de Lyle Cosgrove del portafolios— es el más prometedor.

—¿Quién es? —pregunto casi con indiferencia.

—Lyle Cosgrove. Como te dije, tiene antecedentes de violencia. Cumplió una condena de doce años por robo a mano armada, salió poco antes de la muerte de Dale. Apeló la condena alegando que Dale metió la pata. Así que es violento y está cabreado con Dale.

—¿Hay algo más en su pasado?

—¡Oh!, sí-responde Ben con tono entusiasta—. Le pego a un poli cuando terna veinte años. Hizo un trato y sólo lo condenaron a año y medio porque se volvió majara. Y una acusación por violación.

—Violación —repito.

—Cuando tenía diecinueve años —dice Ben.

Cierro los ojos. La gente con la que me relacionaba.

—Hizo un trato y consiguió un cargo menor —añade Ben—. Agresión. Pasó poco más de un año en prisión.

Me sube la adrenalina.

—¿Hizo algo cuando era menor?

Ben se encoge de hombros.

—Eso está sellado. En cualquier caso, sería inadmisible, así que no nos sirve.

—Inadmisible —repito con voz serena—. No lo sabía.

—Sí, no puedes usar esas cosas. Además, el tipo tiene treinta y tantos, así que han pasado un par de décadas, incluso si hubiera algo que encontrar. Irrelevante. Perjudicial piara nosotros. Veamos —dice, echando un vistazo al documento que tiene en la mano—. Lo único que le ocurrió cuando era un menor es que le retiraron el permiso de conducir. Eso no es un delito, es información pública. A este tipo lo atraparon tres veces conduciendo borracho durante los primeros seis meses que tuvo el carnet. Se lo retiraron en 1978, y nunca lo recuperó.

—De modo que es un ciudadano serio y responsable —digo.

Le pido tranquilamente que me muestre el archivo. Ben me lo pasa. Lo abro y echo un vistazo a las dos páginas. Memorizo la dirección de Lyle Cosgrove: 4210 de West Stanton, Apartamento 2D, y adopto una expresión optimista. Así que Ben también debe de haberle pedido a Cal Reedy que encuentre a Lyle Cosgrove, después de que lo hiciera yo. Cal aún no ha vuelto a llamarme.

—West Stanton —dice Ben—. Son viviendas subvencionadas. El DOC instala a muchos de sus ex convictos en ese lugar.

Se refiere al Departamento de Reinserción. La sección dedicada a la libertad condicional del DOC ayuda a los convictos a encontrar una vivienda y un trabajo cuando obtienen la libertad.

Ben señala el archivo.

—Parece que aquella noche Cosgrove estaba trabajando, el turno de noche en un local de comida rápida y farmacia. Su turno empezó a las seis.

—Dale murió después de las siete —digo.

—Pero Cal echó un vistazo al registro de entradas. Sólo es una hoja de papel con un lápiz. No hay un reloj para fichar.

—Así que podría haber mentido —digo—. Llegó tarde y se comportó como si hubiera llegado puntualmente.

—Es posible —admite Ben—. Cal habló con dos de los otros empleados. Dicen que llegó puntualmente. Le preguntaron a Cal si era el oficial encargado de la libertad condicional de Lyle.

—De modo que podrían haberlo encubierto.

—Correcto. Esa tiene que ser nuestra versión de la historia.

Abro el archivo de Lyle Cosgrove y vuelvo a mirarlo. No me fijo en nada en particular. Estoy ganando tiempo, pensando.

—Este tipo es un delincuente —dice Ben—. Es nuestra silla vacía.

—¿Cómo?

—Oh, sólo es una forma de hablar. Siempre resulta fácil señalar una silla vacía con el dedo. Alguien que no puede defenderse.

—Pero podrían obligar a Cosgrove a comparecer ante el tribunal. Entonces sí podría hacerlo.

—Tal vez —asiente Ben—. Intentaremos no revelar su existencia mientras podamos. Esperaremos hasta que el caso se haya desarrollado y después lo mencionaremos.

Ben se frota las manos con vehemencia.

—Me gustaría ponerlo patas arriba.

—Te gustaría —le pregunto—. Pero ¿no lo harás?

—No puedo —responde—. Todavía no. No podemos registrar su casa ni nada por el estilo.

Ladeo la cabeza. Se me ha ocurrido una idea.

—Porque si solicitamos una orden de registro, mostraremos nuestras cartas.

—Sí, así es —dice Ben, sonriendo—. Creo que, si le diéramos rienda suelta, Cal sería capaz. Pero no lo haremos.

—No —le confirmo—. No entraremos en casa de nadie.

Ben asiente distraídamente. Carraspeo y le pregunto:

—Pero sólo por curiosidad, ¿cómo lo haríamos?

—¿El qué? —dice Ben, mirándome—. ¿Entrar en su casa?

—Sólo por curiosidad —insisto—. Me refiero a entrar sin permiso.

Ben arquea las cejas. Suspira.

—Supongo que utilizaríamos algún tipo de artimaña. Algunos de esos tipos que yo solía procesar... —dice, sonriendo.

—¿Qué hacían?

—Bueno, lo que ocurre es que siempre dicen que es más fácil entrar por la puerta principal y actuar con naturalidad. Mostrar credenciales falsas o algo así.

—Sí, claro.

—Mira, he estado en algunas de esas urbanizaciones —dice Ben—. Cuando trabajaba para la fiscalía, los dueños de casa te abrían la puerta en cuanto decías «DOC» o «fiscal del condado». Estos ex convictos reciben visitas constantes del gobierno.

Una información que almacenaré.

—Eso debe de ser divertido.

—Pero aquí el asunto es que, de momento, hemos de permanecer al margen —dice Ben—. No podemos contactar con el señor Lyle Cosgrove hasta que la fiscalía haya presentado sus pruebas. Entonces presentaremos citaciones, solicitaremos un registro de la casa, revisaremos sus antecedentes y lo atacaremos con todo.

Levanto la vista y miro a Bennett Carey.

—¿Y si el tipo es inocente?

—Entonces en el peor de los casos tendrá que soportar una tarde desagradable mientras lo interrogo.

Cierro el archivo y se lo paso a Ben.

—Sé lo que es sentirse injustamente acusado —digo—. No quiero hacer pasar a nadie por lo mismo. El tipo no es ningún santo, lo sé. Pero beber y conducir a los dieciséis años y atracar una tienda de comida rápida hace doce años no lo convierte en un asesino.

—Por ahora lo único que hacemos es investigar un poco. No tenemos que decidir esto ahora —contesta Ben.

—Lo sé, Ben, pero...

—Ahora lo único que debemos decidir es si quieres ganar este caso. —Ben no intenta suavizar el impacto de sus palabras. Me mira fijamente.

—Joder, claro que quiero ganar el caso —digo, agitando la mano—. Hazlo. Investígalo.

Cojo los disquetes y levanto la mano para arrojarlos a alguna parte, pero me lo pienso mejor. Vuelvo a dejar la caja en la mesa.

—Lo siento —me disculpo—. A veces... a veces el mundo se me viene encima.

—Lo comprendo. Debes confiar en mí.

—Necesito salir a correr o algo así. ¿Tú que haces, Ben, cuando las cosas no parecen tener sentido?

Ben me observa un instante. ¿Qué se supone que debe decir? ¿Cómo ayudar a un cliente que está enloqueciendo de pena y ansiedad? Por fin coge la cartera, saca unas fotos plastificadas y me las da.

—Pienso en ellos —dice.

Supongo que son sus padres, los que Bennett perdió en el accidente de coche cuando era un niño. El padre se parece a él, pero es menos robusto. La madre parece bastante atractiva en la fotografía en blanco y negro: nariz angulosa, ojos grandes, cabellos sueltos. No debería sorprenderme al contemplar al hombre sentado frente a mí.

—Mis padres también han muerto —digo.

Ben asiente solemnemente con la cabeza.

—¿Piensas mucho en ellos?

—Todos los días. Incluso les hablo —confieso.

—Claro.

Ben coge la taza de café pero no se la lleva a los labios. A los hombres no se les da bien esta clase de conversación.

—¿Te acuerdas de tus padres? —pregunto.

—En realidad, no. —Entrecierra los ojos, escudriñando sus recuerdos—. Conservo una visión fugaz de ellos. Estoy sentado en el asiento trasero del coche. No puedo ver sus caras al completo —dice con voz soñadora—. No es mucho. —Sale de su ensimismamiento y me mira—. Lo menciono porque cuando algo me pone nervioso pienso en ellos. Pienso en cómo sus vidas terminaron abruptamente. Pienso en lo aberrante que puede ser la vida, pero de pronto te mueres. Se acaba y punto.

—¿Y eso te reconforta?

—Sí, por algún motivo. Me hace pensar que nos tomamos demasiado en serio algunos detalles. Tenemos una visión parcial. Eso me tranquiliza.

Supongo que sé a qué se refiere. Bennett Carey y yo vivimos vidas diferentes, eso está claro.

—¿Te importa que te lo pregunte, Ben? ¿Qué hiciste? Me refiero a cuando fallecieron.

—Por un tiempo viví con familias de acogida —responde—. Después me acogió una tía. Apenas recuerdo a esas otras personas. Hasta cierto punto, mi tía se convirtió en mi madre. —Recorre la mesa con el dedo, como si dibujara—. Su vida también fue bastante dura, pero siempre se ocupó de mí. Solía acompañarme a la escuela, me daba la lata para que hiciera los deberes. Lo normal. A los catorce traje una novia a casa y casi la saca corriendo —añade Ben, sonriendo—. Era bastante protectora.

—Bueno. —No sé qué decir exactamente—. Supongo que hemos de dejar atrás las cosas desagradables.

—¿Tú crees? —inquiere—. Creo que es bueno recordar lo que te han quitado. Te da perspectiva.

—¿Perspectiva? —Creo que sé a qué se refiere. Esto me ofrece una buena imagen de él. Bennett Carey es un hombre que lo tiene todo para vivir una vida sociable y plena, y en cambio se mantiene al margen. Supongo que por temor a volver a acercarse demasiado.

Ben hace un gesto con la cabeza.

—Sal de aquí, señor Soliday. Ve a jugar con tus perros o a correr alrededor del lago. Concéntrate en algo bueno, para variar.

Acepto su consejo y lo cojo del hombro al salir, en señal de agradecimiento.

—Y yo me concentraré en los chicos malos —dice.