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La policía decide que Ben se quede en la cocina de la primera planta, un lugar donde puede sentarse y esperar a que los polis hagan su trabajo, mientras llega la oportunidad de hablar con él. Me despido de Bennett con una advertencia que quizás él mismo le ha hecho a algunos de sus clientes: «no le digas una palabra a nadie, ni siquiera "hola V, y vuelvo a bajar.
Tal vez los polis deberían vigilarme mejor, pero ya tienen bastante con no estropear la escena del crimen. En el mejor de los casos, los miles de polis y técnicos de uniforme y de civil crean un caos organizado.
Salgo a la acera y hago una llamada por el teléfono móvil. En mitad de la noche Don Grier no espera una llamada mía, y desde luego tampoco espera buenas noticias cuando oye mi voz. Don Grier es el secretario de prensa del senador del estado Grantlully, mi jefe. El senador es el candidato demócrata a gobernador, y Don hace el trabajo político. Pero Grant Tully también es el líder de la mayoría del Senado, de manera que Don también es un empleado del estado. Resulta difícil separar ambos cargos, porque todo lo que hace el senador es político, se mire como se mire.
—Es necesario que escuches esto ahora mismo —le digo—. La historia pareció desarrollarse de la siguiente forma: Bennett se despertó debido al ruido que hacía un intruso que se metió en su casa. Empuñó su arma cuando lo oyó subir por la escalera. El intruso entró en el dormitorio, Bennet disparó dos veces y al parecer le dio en el hombro. Después Bennett lo siguió cuando el intruso volvió a bajar por las escaleras. Se mantuvo a distancia y se limitó a escuchar, y al final lo siguió hasta la planta baja. Allí distinguió al tipo en la oscuridad, le disparó otras tres veces y lo mató.
^Resulta que Bennett le disparó por la espalda. Ese es el problema evidente, si es que hay un problema. Parece un asesinato por venganza, dispararle al ladrón mientras huía. El otro problema es que éste iba desarmado. Tenía una palanca, que usó para romper la ventana de la puerta y entrar. Un arma frente a un pedazo de hierro.
—Dios mío —murmura Don—. ¿Se encuentra bien?
—Eso parece. Se siente culpable.
—¿Le disparó por la espalda?
—No sabía que el hombre se había vuelto —le explico—. Estaba oscuro.
—Correcto, eso fue lo que dijiste. —Oigo una voz, más bien un gemido, que surge del auricular.
—¿Estás acompañado, Don? —pregunto. Es soltero, igual que yo, al menos por ahora—. ¿Hombre o mujer?
Don suelta una risita.
—Escucha —digo—. ¿A quién conocemos en el departamento?
—¿La policía? No lo sé. ¿Los jefazos?
Carraspeo. No estoy acostumbrado a no tener respuestas. Como asesor principal del senador Tully, me las he arreglado para conocer a todos los que tienen algún poder en la ciudad. Pero ¿polis? No recuerdo el nombre del capitoste, el comisario, y además no lo conozco.
—Hemos de tener cuidado —dice Don—. Esa llamada podría complicarnos las cosas.
Vuelve a llover. Muevo los pies.
—Supongo. Sólo quiero asegurarme de que recibe un trato correcto. Eso es todo.
—Probablemente será mejor que tú no hagas esa llamada —dice Don—. Yo hablaré con el senador, ya pensaremos algo. Tú ocúpate de Bennett.
Apago el móvil y vuelvo a subir por la escalera. Un poli intenta cerrarme el paso, pero estoy demasiado nervioso para hacerle caso, así que me sigue por las escaleras, protestando, hasta que ese detective, Paley, le hace una señal para que no insista. En ningún momento miro al poli pesado, lo que sin duda lo irrita. Un pequeño placer.
Bennett aún está en calzoncillos y con la manta sobre los hombros. Me siento en la otra silla ante la pequeña mesa de la cocina.
—Esta noche no hablaremos con ellos —digo—. Mañana te pondremos en contacto con el abogado idóneo. Paul Riley. Quizá Dale Garrison. Hasta entonces, no hagas nada.
El detective Paley vuelve a acercarse. Ha traído una silla del comedor. La segunda vez que lo veo me da la misma impresión. Parece paternal, preocupado, paciente. Lleva la camisa arremangada. Tiene los ojos cansados y enrojecidos. Quizá faltaban dos horas para el cambio de turno cuando esto se le vino encima. Ahora no dormirá hasta la tarde.
—Una noche dura —nos dice a ambos, Bennett sigue sin reaccionar.
Empiezo a soltarle mi discurso al detective: nada de entrevistas esta noche, estaremos en contacto... pero opto por esperar y ver qué pasa. Si el detective no tiene intención de presionar a Ben, podría empeorar las cosas aconsejándole que no diga nada.
—Creo que mi cliente sufre un shock —digo.
—Seguro.
Tiene una voz sorprendentemente suave, de un tono más bien agudo. Quizá le sea útil para el trabajo, sobre todo la parte de las entrevistas. Es el poli bueno.
—¿Usted qué cree, detective? —pregunto—. ¿Qué estaba haciendo ese hombre aquí?
Paley frunce el entrecejo. Tiene la frente amplia y
lisa.
—Un vulgar ladrón, supongo.
—Un ladrón roba —digo—. Había un montón de cosas que este tipo podría haber robado, pero en cambio se dirigió al dormitorio de Ben.
—Ahí es donde están las cosas de valor, abogado.
El detective tiene un fuerte acento local, y pronuncia la palabra abogado como si la «o» fuera una «u».
—Si pensaba matar a su cliente, quizás hubiera traído algo más que una palanca.
—Una palanca puede ser un arma letal —digo.
—Quiero que me devuelvan mi arma —interviene Bennett.
Es la primera vez que habla, lo que tanto al detective como a mí nos llama la atención. Tiendo la mano y lo agarro del brazo. El lo aparta.
—Ya veremos —dice Paley, encogiéndose de hombros.
—¿Qué veremos? —pregunto.
Bennett entrecierra los ojos. Ha vuelto al presente.
—Puede que tengamos que quedárnosla durante un tiempo —dice Paley.
—¿Por qué?
—Venga, señor Carey, usted es abogado-dice Paley, abriendo las manos.
Bennett y yo guardamos silencio. Está diciendo que se trata de una prueba.
—¿Teme por su vida, señor Carey?
Bennett reflexiona, parpadeando lentamente. De hecho, la mayoría de sus movimientos son más lentos. Tiene los ojos hundidos debido al estrés y la falta de sueño. Está pálido, excepto por las manchas rojas en las mejillas.
—No sé de qué tengo miedo —responde.
—Creo que nos detendremos aquí —digo—. Detective, estamos dispuestos a hacer una declaración, pero antes mi cliente necesita dormir unas horas.
—No tengo inconveniente en hablar ahora —dice Ben, mirando fijamente la mesa de la cocina.
—No-le digo al detective—. Lo llamaremos... digamos que a mediodía...
—No. —Bennett respira hondo y endereza el cuerpo—. Estoy dispuesto a contestar sus preguntas.
—No-insisto—. Hablaremos más adelante para...
—Sólo quiero volver sobre un par de puntos —dice Paley.
Miro a mi cliente, después a Paley.
—¿Acaso ya has hablado?
Paley parece disfrutar con la noticia.
—Hablamos del asunto hace una hora.
Clavo la vista en Bennett, esperando que se vuelva hacia mí para lanzarle una mirada de reprobación. El se limita a parpadear, con la mirada perdida.
—Si pidió un abogado —empiezo a decir—, no puede...
—No pidió un abogado, señor Soliday. —El detective parece disfrutar del hecho de que el abogado no tuviera ocasión de silenciar a su cliente.
—Tiene razón, John —dice Ben, agitando una mano—. Le hablé de motu proprio. Le dije lo mismo que a ti.
—Me gustaría ver las notas que tomó —le digo a Paley, volviendo a sentarme.
—Estoy muy seguro, abogado, pero no las obtendrá. —Inclina la cabeza hacia Ben—. Sólo serán un par de preguntas.
—No —replico.
—John, no hay problema —dice Ben, y se envuelve en la manta.
—Acerca de los gritos —empieza Paley—. ¿Recuerda haberle dicho algo a ese hombre?
Ben niega con la cabeza.
—¿O él a usted?
—Al menos póngame al corriente, detective —digo, carraspeando.
Paley me mira durante unos instantes. Supongo que podría decirme que me vaya a la mierda. Pero bien mirado, no parece estar apretando las tuercas.
—El vecino oyó gritos —me dice.
—Es lo que dije antes —dice Bennett, apoyando las manos sobre la mesa—. Si usted asegura que el intruso gritaba, lo acepto. Pero yo no lo oí. Supongo que los oídos me zumbaban por los disparos. Sé que el corazón me latía con fuerza. Todo ocurrió tan deprisa...
—La cuestión es que Ben no oyó nada —digo.
El detective mira a Bennett un momento y después asiente con la cabeza.
—Es probable que fuera la impresión —dice—. Es obvio que no esperaba que usted le disparase. —Paley se levanta de la silla y se acerca a Bennett. Lo agarra del hombro—. Yo hubiera hecho lo mismo que usted —dice, sacudiéndolo ligeramente—. Sólo que le hubiera disparado en el dormitorio.
—¿Cuál es nuestra posición, detective? —pregunto.
—¿Para sus fines? —dice, haciendo una mueca—. Bueno, el asunto está claro. Es... justificable. Si un hombre no puede dispararle a un intruso, ¿a quién si no?
Digo una oración silenciosa. Miro a Ben, que hace como si no oyera a Paley.
—¿Qué quiere decir con «para nuestros fines»?
—Verá —Paley mira por encima de mi cabeza—, si creyera que alguien quería matar al señor Carey, querría saber quién y por qué. Pero este hombre sólo quería robar. Debió de ver que el coche no estaba en el garaje y pensó que el señor Carey no estaba en la ciudad. Es un buen barrio, una buena casa, con un montón de cosas bonitas para robar. El tipo llevaba una palanca y un saco, para meter cosas de valor. No pensaba cometer actos violentos —dice Paley.
—Entonces hemos acabado —digo suspirando.
—Identificaremos a este hombre. Investigaremos lo que corresponda —añade, inclinándose hacia mí—. Pero digamos que, al margen de la identificación, es probable que no volvamos a vernos.
Me pongo de pie y le estrecho la mano.
—Gracias.
Bennett menea la cabeza con lentitud. Ahora estamos solos en la cocina. El ruido en la casa ha disminuido. Ya han visto todo lo que querían ver. Los polis empiezan a salir.
—Debes intentar olvidar este asunto, Ben-susurro—. Es una pesadilla.
—Iba a matarme.
Ben tiene la mirada clavada en la ventana de la cocina, aunque sólo ve su propia imagen. Quizá necesita creerlo. No quiere pensar que ha matado a alguien que sólo quería su Rolex o un diamante para venderlo a un perista. Me vuelvo y veo que Paley me saluda en silencio, indicándome que es el último en salir. Entonces miro a Bennett, cuyo rostro expresa el dolor más absoluto.