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—Jonathan Soliday está acusado de asesinato en primer grado —dice Erica Johannsen—. Fue descubierto junto a la víctima, Dale Garrison, en el despacho de la misma. El señor Garrison ya estaba muerto. Y cuando fue descubierto, hizo lo que un asesino haría en esa situación: mentir para salir del aprieto. Intentó convencer a un guardia de seguridad que se aproximaba de que Dale Garrison se había dormido. Intentó que el guardia saliera del despacho antes de que se diera cuenta de la verdad: Dale Garrison había sido asesinado.
Es más allá de mediodía. Como es un juicio sin jurado, a la juez no le importa aclarar algunos aspectos antes de que empiece el juicio. Al final, decidimos postergarlo hasta después de comer.
Erica Johannsen está de pie detrás de su mesa en la sala del tribunal, viste chaqueta de espiguilla y falda larga negra. Expone los hechos con sencillez y naturalidad. Tal vez porque en este juicio no hay jurado, o quizá porque es su manera de hablar. En cualquier caso, se le da bien. Será mucho más difícil afirmar que se trata de una maniobra de desprestigio político cuando la fiscal habla de un modo tan tranquilo y sobrio.
—Demostraremos que, originalmente, el acusado se citó con la víctima el jueves para almorzar, y que después pasó la cita a la tarde del viernes, cuando la víctima estaría a solas en el despacho. Demostraremos que Dale Garrison filé estrangulado. Demostraremos que un guardia de seguridad llamado Leonard Hornowski descubrió al acusado en el despacho de Dale Garrison, y que el acusado mintió al señor Hornowski acerca de lo ocurrido. Y sabemos una última cosa. Sabemos que el acusado era la única persona que estaba en el despacho con el señor Garrison mientras éste aún estaba vivo hasta el momento en que fue estrangulado.
La fiscal se aleja de la mesa y se acerca al centro de la sala. Aún no puedo dejar de pensar en algo que dijo casi al principio: yo retrasé la cita. Eso no es cierto. Pensábamos reunimos el jueves para almorzar, pero me llamaron del bufete de Garrison y cambiaron la cita para el viernes a las siete de la tarde. Su versión tiene sentido, yo quería estar a solas para cometer el asesinato. Sin embargo eso no fue lo que ocurrió.
Erica Johannsen toma asiento tras un breve resumen. En general, se trata de una declaración inicial muy sencilla. Desde su punto de vista, éste es un caso poco complicado. Yo era el único que estaba allí y, cuando me descubrieron, me inventé una historia.
Hoy, antes de empezar, Bennett informó a la juez de que quería reservar su declaración inicial hasta que la defensa presente su caso. Así que la fiscal se dirige a su primer testigo.
—Doctora Mitra Agarwal.
Mitra Agarwal es una mujer alta y angulosa, de cabellos grises y rizados, cortados de manera informal, que casi le cubren los hombros. Parece una profesional del mundo científico o académico, despreocupada de su aspecto físico. Luce una blusa amarilla con un broche en el cuello. Su tez es de color marrón claro, tiene pecas y la frente surcada de arrugas. Lleva las gafes apoyadas en el centro de la nariz.
Erica Johannsen presenta las credenciales de la doctora. Es la ayudante principal del médico forense de la oficina del juez de instrucción del condado. Ha practicado durante más de veinte años. Su formación científica es excelente.
Después la doctora Argawal testifica sobre los aspectos básicos del caso: recibir el cadáver de Dale Garrison en la morgue, llevar a cabo la autopsia, enviar un investigador a la escena del crimen y consultar con la policía. Describe las incisiones precisas que realizó, los órganos que examinó y pesó. La juez, que indudablemente ha organizado exámenes médicos durante el período en que trabajó de fiscal, parece saber que puede restarle importancia a esta información. Incluso yo pierdo el interés. Bennett no se opone a la petición de la fiscal de calificar a la doctora de experta.
—Doctora, durante el transcurso de la autopsia, ¿llegó a formarse una opinión acerca de la causa de la muerte?
—Sí —responde la doctora. Tiene un ligero acento indio, habla con voz serena y firme—. La causa de la muerte fue asfixia por estrangulación manual.
Erica Johannsen se aparta del atril donde apoya sus notas.
—¿En qué basa este diagnóstico?
La doctora parpadea, se sube las gafas y examina sus notas brevemente antes de levantar la vista.
—La presencia de indicios externos de rasguños y contusiones en la piel del cuello. Hemorragia interna que empieza en el esternocleidomastoideo, el omohióideo, el esternotiroideo y el tiroglóseo... —Se interrumpe y aclara—: Me refiero a los músculos del cuello.
—¿Así que había rasguños en la piel exterior del cuello y hemorragias internas?
—Correcto.
—Prosiga, doctora.
—Los párpados presentaban petecbiae. En otras palabras, hemorragias.
—¿Todas estas conclusiones coinciden con su diagnóstico?
Sí-dice la doctora Agarwal—. Es el único diagnóstico lógico.
La fiscal se acerca a la testigo con fotografías de Dale Garrison en la morgue. Algunas son de cuerpo entero, otras, primeros planos nauseabundos. Una foto de los ojos, el cuello, la cara. La doctora Agarwal confirma los indicios externos de hemorragia.
—Bien. —Erica Johannsen regresa junto al atril—. ¿Y determinó la hora de la muerte?
—Diría que la muerte se produjo aproximadamente la tarde del viernes 18 de agosto.
—¿Y en qué se basa?
La doctora vuelve a parpadear, entrecerrando los ojos.
—Me baso en el livor mortis, el rigor mortis y el algor mortis. En otras palabras, en el asentamiento de la sangre circulante, la inmovilización de los músculos y el enfriamiento de la sangre. Es imposible determinar el momento preciso de la muerte. De hecho, se vuelve un poco más difícil con un canceroso como el difunto.
—¿El difunto tenía cáncer?
—Sí, así es. Sufría de cáncer de pulmón y linfoma. Eso afecta el rigor mortis, porque en los pacientes cancerosos el rigor no aparece con claridad. Y el algor mortis (el enfriamiento de la sangre) ofrece menos información de lo habitual, porque por regla general el cuerpo se enfría | razón de 1,5 grados centígrados por hora, pero eso presupone que la temperatura original era normal, lo cual no es necesariamente cierto en el caso de un paciente afectado de cáncer. De manera que cuando nosotros... —La doctora se interrumpe al ver que Bennett se ha puesto de pie.
Mi abogado levanta las manos.
—No quisiera interrumpir a la doctora —dice—. Pero para ahorrarle tiempo a ella y al tribunal... estamos dispuestos a estipular que la hora de la muerte puede haberse producido hacia las siete de la tarde del 18 de agosto.
Éste es un punto menor. No cabe duda de que alrededor de las siete Dale estaba muerto, pues el guardia de seguridad puede atestiguarlo. Pero a menos que yo declare —lo que no está garantizado— necesitan establecer un límite anterior para la hora de la muerte.
La fiscal se vuelve hacia la doctora, que asiente y dice:
—Por supuesto.
Y Erica Johannsen añade:
—Lo estipularemos. Una última cuestión, doctora. ¿Cuál es el nivel de certeza...? Bueno, lo diré con claridad. ¿Hasta qué punto está segura de su diagnóstico en cuanto a la causa de la muerte?
—Estoy completamente segura. No hay otra explicación.
Erica Johannsen da las gracias a la testigo y se sienta. Observo que parece un tanto aliviada.
Bennett garabatea en su bloc de notas, que contiene apuntes de su entrevista con el patólogo forense de la universidad del sur del estado.
—Había hemorragias en los párpados —comenta, sin levantar la vista.
—Sí.
—También había hemorragias internas en los músculos del cuello.
—Sí.
—¿Y el cerebro, doctora? —pregunta Ben—. El cerebro estaba bastante hinchado, ¿verdad?
—Sí, había edema cerebral —dice la doctora Agarwal.
—¿Hernia en la base del cerebro?
—Eso también.
—Y por lo tanto, asfixia.
—Correcto.
—Gracias.
Bennett escribe algo en el papel. Al cabo de un momento, la médica forense empieza a levantarse de la silla. Ben alza la mirada y sonríe.
—Aún no he acabado del todo, doctora.
La mujer vuelve a sentarse, cruza las piernas y sonríe de manera embarazosa.
—Por favor, dígale al tribunal qué es la vena cava superior —dice Ben.
La doctora entrecierra los ojos ligeramente. Está confundida.
—La vena cava superior es la vena que va del corazón a la cabeza.
—Es la que transporta sangre de la cabeza al corazón. H | —Correcto.
—Bien, ¿no había un tumor canceroso cerca de la vena cava superior?
La médica forense mira a Bennett durante unos instantes antes de ajustarse las gafas y revisar sus notas. Mientras comprueba las conclusiones de la autopsia, Ben juguetea con un bolígrafo. La fiscal también revisa unos papeles.
—Había un tumor de aproximadamente cinco centímetros de diámetro en el mediastinum, la cavidad torácica, cerca de la vena cava superior —responde la doctora Agarwal.
—Gracias. Por favor, describa lo que se conoce como síndrome de la vena cava superior —le pide Ben, dejando caer el bolígrafo—. En términos profanos, dentro de lo posible.
La doctora Agarwal ladea la cabeza. Se toma unos segundos antes de responder, reflexionando sobre la pregunta sin que parezca estar a la defensiva, más bien con curiosidad académica.
—El síndrome de la vena cava superior supone la obstrucción de la vena cava superior.
—Una obstrucción causada por un tumor canceroso —sugiere Ben.
—Así es.
—La sangre no fluye.
—O sufre una obstrucción parcial.
—Comprendo —dice Ben—. Pero en los casos fatales, la obstrucción es total.
—Sí, es muy habitual.
—Es el llamado SVCS, ¿verdad?
—Es posible referirse a ello así, por supuesto.
—El SVCS suele producirse en pacientes que sufren cáncer de pulmón o linfoma, ¿no es cierto?
—Así es. —La doctora vuelve a echar un vistazo a sus notas.
—Precisamente los cánceres de los que sufría Dale Garrison.
—En efecto.
—Hablando claro, un tumor canceroso penetra en la vena cava superior y obstruye, parcial o totalmente, el riego sanguíneo de la cabeza.
—Correcto.
—Y-Ben levanta el bloc de notas para indicar que se dispone a citar textualmente—, en caso de muerte causada por el SVCS, hay una destacada congestión vascular en la cabeza y el cuello, con petecbiae.
—Correcto.
—Que estaban presentes en el cuerpo del señor Garrison.
—Y el tumor que obstruye la vena cava superior puede ser bastante pequeño, ¿verdad? No mayor que el tamaño de una uva, ¿no es así? —inquiere Bennett, volviendo a leer pausadamente las anotaciones en su bloc.
—Considero que eso es así —admite la doctora.
—Bien, —Bennett junta las manos—. Así que el SVCS va acompañado de hemorragia en el cuello. —Sí.
—¿Y también en los párpados?
—Sí, provocado por el aumento de presión venosa.
—Y de una hinchazón cerebral, un edema cerebral.
—Sí.
—Que provoca una hernia en la base del cerebro.
—Correcto.
—Provocando a su vez asfixia.
—Sí.
—Y todas estas características que acabo de citar, hemorragia en los párpados y el cuello, hinchazón del cerebro, hernia de la base del cerebro, presencia de un tumor canceroso en la vena cava superior, todos estos aspectos forman parte de las conclusiones de la autopsia de este caso.
—Sí, señor. Lo que no significa que considere que el SVCS sea la causa de la muerte. Pero sí, tiene razón.
Bennett pliega las manos sobre la mesa y mira fijamente a la doctora, que parece contrariada por su puntualización.
—Usted no puede descartar la asfixia como resultado del síndrome de la vena cava superior como la causa de la muerte, ¿verdad?
—Considero que la teoría no se sostiene —replica la doctora con tono cortante—. La víctima murió por estrangulamiento manual.
—Pero no lo descarta por completo, ¿verdad? —insiste Ben, extendiendo los brazos.
—Diría que es muy improbable pero concebible.
—Usted dice que considera que la muerte causada por el síndrome de vena cava superior es insostenible. —Ben se reclina en la silla—. ¿Cuántas veces ha diagnosticado una muerte por SVCS?
—Creo que nunca —responde la doctora con ceño—. No le practico una autopsia a todos los que mueren, señor.
—No, claro. Usted hace autopsias de muertes sospechosas, generalmente de origen violento, ¿correcto?
—Y de prácticamente todos los niños menores de doce años —añade la doctora.
—¿Así que nunca ha diagnosticado un SVCS?
—No, señor.
—Bueno, ¿alguna vez ha visto alguno?
La doctora Agarwal se moja los labios y reflexiona.
—En cierta ocasión, en un entorno académico. Hace unos diez años.
—Ya veo-dice Ben con tono ligeramente condescendiente y esbozando una sonrisa irónica—. Bien, ¿y cuántas veces ha diagnosticado asfixia por estrangulación manual?
—Oh... muchas veces —responde la doctora con autoridad.
—¿Docenas de veces, doctora?
—Diría que en más de treinta casos, más probablemente alrededor de cincuenta.
—Entre treinta y cincuenta casos. —Bennett asiente y se vuelve hacia la fiscal—. Y no había un solo caso de SVCS en el grupo.
—Es un proceso poco común —dice la doctora—. Sobre todo cuando hay una víctima. La gente no suele morir de SVCS. Hay muy buenos tratamientos.
Bennett se yergue.
—Doctora, ¿sabía que el difunto no estaba en tratamiento por cáncer de pulmón?
—Protesto, señoría.-Erica Johannsen sigue el ejemplo de Bennett y permanece sentada—. Ese testimonio no tiene fundamento.
—Volveré a intentarlo, señoría —dice Bennett, dirigiéndose a la testigo—. Doctora Agarwal, ¿encontró algún indicio de que el señor Garrison había sido tratado con quimioterapia o radioterapia?
—Creo que no.
—¿Algún otro tratamiento médico para el cáncer?
—No observé ningún indicio de que la víctima había recibido tratamiento para el cáncer.
—Doctora, si el difunto optó por no tratar su cáncer por los motivos que fueran, ¿le sorprendería saber que tampoco había tratado su SVCS?
—Protesto —dice Johannsen—. Presunción de hechos que no figuran en las pruebas.
La juez considera la objeción, pero antes de fallar, Bennett reformula la pregunta.
—Doctora, pese a que crea que fue la causa de la muerte o no, ¿no está de acuerdo conmigo en que el difunto sufría del síndrome de vena cava superior?
La doctora aprieta los labios y se toma su tiempo antes de contestar.
—Es cierto que había un tumor alrededor de la vena cava superior. Que constituyera una obstrucción de la misma es otro asunto.
—Vale, pero no puede descartarlo, ¿verdad?
—No, no puedo descartar que el difunto sufriera esta afección. Pero estoy absolutamente en desacuerdo con que fuera la causa de la muerte.
—Al igual que nunca la ha encontrado en ninguna muerte por estrangulación que haya diagnosticado.
—Correcto.
—¿Y coincidiría conmigo en que hay más probabilidades de que el SVCS sea fatal si no es tratado?
—Al igual que cualquier enfermedad, es más peligroso si no recibe tratamiento.
Bennett hace una pausa, coge el bolígrafo y examina una página.
—Gracias, doctora.
Erica Johannsen se levanta de la silla con frenesí. No creo que se le ocurriera que cuestionaríamos el diagnóstico. Bennett no nombró a un patólogo forense como testigo para la defensa, en parte para poder sorprender a la doctora Agarwal durante su turno de preguntas, pero también porque todos los médicos forenses que consultamos creían que la muerte por estrangulación manual era mucho más probable.
—Doctora —pregunta Johannsen, alzando la voz—, ¿cree que es plausible que la muerte del difunto fuera provocada por el síndrome de vena cava superior?
—No, no lo creo.
—Por favor, dígale al tribunal por qué no.
La doctora inclina la cabeza hacia la juez.
—Por dos motivos. Primero: hay algo que el abogado defensor no ha mencionado. Los rasguños y las contusiones del cuello fueron causados con tanta fuerza que dudo que la víctima se las provocara a sí misma. El segundo motivo es que la muerte por el SVCS es repentina, y mis conclusiones no concuerdan con una muerte repentina. No, esas lesiones no pudieron ser causadas por la propia víctima al agarrarse el cuello. Las manos estuvieron en contacto con el cuello durante un tiempo mayor. Los rasguños fueron causados por fricción, lo que indica un forcejeo entre la víctima y el agresor, en otras palabras, un indicio de lucha. Además, el cuello de la camisa y la corbata del difunto no estaban en el lugar correcto. Terna el cuello desabrochado —añade levantando una mano—. Hay demasiadas contradicciones. Este hombre murió por asfixia debido a una estrangulación manual.
—Gracias, doctora.
La juez y la testigo se vuelven hacia Bennett para el turno de preguntas. Bennett se rodea el cuello con las manos.
—¿Quiere ver cuánto tardo en abrirme el cuello de la camisa y agarrarme la garganta? —pregunta.
—No especialmente —replica la doctora. La juez sonríe. Un miembro del público suelta una carcajada. Es la primera vez que advierto que hay espectadores en la sala.
Ben separa las manos del cuello. Su sonrisa se desvanece.
—Usted mencionó dos motivos para descartar mi hipótesis. Uno: la fuerza ejercida en el cuello.: —Correcto.
—¿Acaso no conoce ningún caso en que las personas que se están asfixiando se llevan las manos al cuello?
—Por supuesto que sí.
—¿Y usted descarta por completo la posibilidad de que esta acción, agarrarse el cuello rápida y violentamente, podría causar rasguños y contusiones? ¿Está diciendo que no hay forma de que eso ocurriera?
La doctora Agarwal exhala un hondo suspiro.
—Es posible que uno pudiera hacerse un rasguño en el propio cuello. Tal vez una pequeña contusión. Pero me sorprendería que la piel presentara magulladuras. También hemos de tener en cuenta que este hombre estaba debilitado por el cáncer. Era un anciano. Estamos planteando suposiciones improbables, señor. Un anciano débil, casi a punto de caer muerto súbitamente por asfixia inducida por el SVCS, sencillamente sería incapaz de provocarse esos rasguños y contusiones en el propio cuello.
—Por tanto, usted lo descarta categóricamente. ¿Sí o no?
—Tampoco disponía del tiempo necesario —dice la doctora—. No para desabrocharse el cuello de la camisa y agarrarse la garganta con tanta fuerza... En estas circunstancias, la posibilidad es tan ínfima que apenas merece una discusión.
Bennett no puede detenerse en este punto, de modo que pasa al tema del tiempo. La médica forense afirma que la muerte inducida por el SVCS tardaría entre uno y tres segundos en producirse. Sí, es concebible que Dale se provocara las marcas en el cuello en ese período, pero es improbable que lo hiciera durante una trombosis. Muy improbable, añade, antes de que Ben pueda continuar. Ben se interna en un terreno menos peligroso. Le recuerda a la doctora Agarwal que ella no estaba presente, que no sabe con certeza qué hizo Dale, en qué orden ni durante cuánto tiempo. Es puro teatro. No quiere acabar el interrogatorio con un tono negativo. La expresión más relajada de la juez denota falta de concentración. Ha perdido el interés. La médica forense tenía razón. La teoría de Ben es buena a nivel académico, sirve para un buen turno de preguntas, pero al final nadie cree que Dale Garrison murió por causas naturales, no con esas contusiones en el cuello. Lo único que Bennett logra, al terminar las réplicas, es que Agarwal reconozca que la muerte inducida por el SVCS es concebible.
—Gracias, doctora, eso es todo. —Ben vuelve a garabatear en su bloc. La doctora Mitra Agarwal junta sus papeles y abandona el estrado. No puedo evitar sentir una leve decepción. Trato de infundirme ánimos en silencio. No teníamos nada que perder con la médica forense. Nuestra defensa principal es la verdad: aunque Garrison fuera estrangulado, yo no lo hice.
Bennett me mira con cara de póquer, pero asiente rápidamente con la cabeza. No me haría un gesto victorioso bajo ninguna circunstancia, incluso si la juez no estuviera presente, pero supongo que su evaluación coincide con la mía. Me acerco y le susurro «Bien hecho» mientras la juez levanta la sesión.