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—Bienvenidos a otro programa de City Watcb. Soy Jackie Norris.

City Watcb es un programa local, uno de los pocos de la televisión pública que compite con lo que ofrece la mayoría.

—Esta noche hablaremos de las elecciones a gobernador.-Aparece un gráfico en la pantalla, cifras de sondeos—. El fiscal general Langdon Trotter sigue conservando una importante ventaja de catorce puntos sobre su adversario demócrata, el senador del estado Grant Tully.

El sondeo indica que Trotter obtiene un cuarenta y nueve por ciento, Grant un treinta y cinco y Oliver Jenson, el candidato del tercer partido, un tres por ciento.

: —Las cifras muestran un avance prácticamente nulo para el senador Tully desde las primarias del quince de marzo.

Ahora se comparan ambos sondeos en la pantalla, las de marzo y las del presente mes. En aquel momento Grant había bajado dieciséis puntos.

—Esta noche me acompaña el candidato demócrata a gobernador, el senador del estado Grant Tully. Senador, gracias por acompañarnos.

El senador está sentado al otro lado de una mesa semicircular, delante de un paisaje de la ciudad. Como siempre, viste de manera conservadora: traje azul, camisa azul y corbata roja. Luce una amplia sonrisa.

—Gracias por esa amable presentación —dice con tono sarcástico.

Jackie Norris sonríe antes de adoptar una expresión seria.

—Senador, ¿por qué no hay cambios en estos sondeos?-

El senador Tully asiente con la cabeza, como si comprendiera sus dudas.

—Aún faltan dos meses para las elecciones, Jackie. Las cifras son inciertas, por no hablar de un número importante de indecisos. Los votantes de este estado están expresando que aún no conocen a Grant Tully lo bastante bien. Esta campaña me ofrece la posibilidad de presentarme e informarles de lo que he logrado.

Jackie Norris tarda poco en abordar los temas controvertidas. El peor es el del aborto, que supuestamente es el mejor para un demócrata. Grant se opone al aborto, pero él lo admite abiertamente, mientras que otros no lo hacen. Ser demócrata y antiabortista, como el senador Tully, es casi como ser nazi y estar a favor de los judíos. Éste es uno de los temas fundamentales habitualmente empleados por los demócratas en las elecciones generales para darles en la cabeza a los republicanos en la batalla por los votos, pero Grant se ha negado a renunciar a sus convicciones personales. Le recuerda a la presentadora que la Corte Suprema de Estados Unidos ha validado el aborto y que está claro que él gobernaría respetando esa resolución, pero cuando lo presiona, confiesa su oposición.

Son dos o tres minutos bastante malos. Grant mantiene la misma posición que Trotter, pero muchos de los miembros más importantes del Partido Republicano están en contra del aborto. La opinión de Grant ha alejado a muchos votantes demócratas, que se sienten traicionados porque uno de los suyos defiende lo mismo que sus adversarios. Así que quizá las mujeres que defienden el derecho al aborto podrían votar por el candidato más «coherente»: Trotter, y no por el chaquetero.

Mi alivio por el cambio de tema dura poco. Jackie Norris quiere hablar de la pena capital. Otro asunto negativo para nosotros.

—Senador, algunos dirían que usted no está muy al corriente. Casi dos tercios de las personas de este estado están a favor de la pena de muerte en una u otra forma.

—Pregunte a esas personas —dice Grant— si están a favor de acabar con la vida de alguien cuya culpa no está clara. A lo largo de los últimos años, hemos visto demasiados ejemplos de personas inocentes que se acercan peligrosamente a la ejecución. Ningún sistema es perfecto, Jackie. Pero antes de imponer la pena máxima, debemos saber que estamos haciendo todo lo posible por condenar sólo a los culpables. También hemos de estar seguros de que la pena no es utilizada de manera desproporcionada en contra de las minorías. Estudios actuales demuestran que un afroamericano tiene muchas más posibilidades de ser ejecutado por el mismo delito que uno cometido por un blanco.

No está mal. Un gesto para las bases. Ahora pasa a otro tema. Cuanto menos digas, mejor. Ahora mismo puedo imaginar los anuncios de Trotter diciendo que Tully no es lo bastante intransigente con los criminales. Una imagen de una niña preciosa junto a la del criminal amenazador que la asesinó, y después una voz en off que nos dice que el senador Tully no estaría a favor de la pena de muerte para este asesino brutal.

—Senador, ¿está diciendo que si se mejorara el sistema a su entera satisfacción, usted estaría a favor de la pena de muerte?

—Lo que estoy diciendo es que en este momento es legal. Como mínimo, deberíamos hacer todo lo posible para asegurar que se aplica de forma correcta.

—Pero senador —insiste la presentadora, golpeando la mesa ligeramente con el puño—, si la legislatura le enviara un proyecto de ley para prohibir la pena de muerte por completo, ¿lo firmaría? ¿Suprimiría la pena de muerte si dependiera de usted?

Mierda. Vamos, Grant. Dile que el Senado controlado por los republicanos jamás aprobaría semejante proyecto, que hemos de respetar la ley tal cual es, que crees que lo más eficaz es impulsar esas reformas de las que hablaste...

—La suprimiría —responde—, porque considero que acabar con una vida no es lo adecuado. No creo que una sociedad civilizada deba permitir la matanza oficial de una persona.

¡Oh!, Grant. Arrojo un cojín contra el televisor. Maggie levanta la vista desde su puesto debajo del sofá y ladea la cabeza.

El hombre tiene principios. Por eso lo admiro. Pero debería evitar este asunto. No puedes ser un buen gobernador hasta que lo eres.

—Pasemos a otro tema. Senador, Jonathan Soliday, su principal asesor, ha sido acusado de asesinato.

Cierro los ojos. Oigo que el senador se limita a contestar afirmativamente. En gran parte ha postergado los comentarios sobre el tema y nada más. Espero que se atenga a ese plan.

—¿El señor Soliday todavía participa en su campaña?

—Sí, hasta cierto punto. —El senador asiente con la cabeza, sin disculparse manifiestamente—. Ahora mismo la principal prioridad de John tiene que ser la de prepararse para defenderse de esta acusación escandalosa. Demostrar a todos que es inocente. Pero siempre ha sido un elemento valioso de esta campaña en su puesto de ahogado principal y, mientras pueda seguir contribuyendo, lo hará.

—Usted dice que la acusación es un escándalo —insiste Norris—. Su abogado afirma que la acusación es el resultado de influencias provenientes de la oficina del fiscal general Trotter, que el propio fiscal general ha ejercido su influencia sobre nuestro fiscal del condado para que presente esta acusación, con el fin de colocar su campaña en una situación embarazosa. ¿Qué tiene que decir al respecto?

El senador entrecierra los ojos ligeramente, es su manera de demostrar seriedad.

—Digo quejón es inocente. A pesar de los motivos por los que se le acusa, es inocente. Confío plenamente en que los hechos lo demostrarán. Se confirme lo que se confirme más adelante, dejémoslo para entonces.

Jackie Norris hace un gesto de asentimiento.

—Senador...

—Jackie, permítame decir algo más —añade Grant, señalando el escritorio con el dedo—. Mi amigo no se diferencia de ningún otro ciudadano del estado: es inocente hasta que se demuestre lo contrario. Si las personas de este estado quieren a alguien que le dará la espalda a un amigo cuando las cosas se ponen feas, deberían votar a otro. Si las personas de este estado quieren a alguien que no defiende sus creencias, que se limitará a gobernar según sople el viento y leyendo los sondeos, entonces deberían votar por otro. Pero yo creo que un gobernador debe tener principios y debe actuar según sus creencias. Eso es lo que puedo prometer como gobernador.

—De acuerdo, senador, pero el señor Soliday sigue estando en nómina, ¿verdad? ¿Aún forma parte del personal?

—Sí, así es.

—¿Considera que los contribuyentes deben pagar el salario del señor Soliday, sencillamente porque usted cree que es inocente?

—Creo que un hombre injustamente acusado no debe perder su empleo hasta que la fiscalía haya demostrado que es culpable. Cosa que no hará.

Jackie Norris se vuelve hacia la cámara.

—Seguiremos charlando con el senador Grant Tully, el candidato demócrata a gobernador.

—Maldita sea —mascullo.

Golpeo la cabeza contra el cojín, el que todavía no he arrojado contra el televisor. Debería darme una excedencia. O despedirme. El senador no puede mantener una actitud inflexible contra el delito (esencial para su elección) mientras se opone a la pena capital y tiene un acusado de asesinato entre sus íntimos.

Soy inocente y lo demostraré. Pero eso son las apariencias. A efectos prácticos, soy un asesino. Mi reputación ha sido irreparablemente manchada. Siempre seré el hombre al que acusaron de asesinato. Como mínimo, los sospechosos de asesinato que son absueltos casi siempre quedan manchados. Nunca me libraré de ello.

El me defendió. No se disculpó ni trató de ocultarse tras algo tan técnicamente preciso pero insatisfactorio desde un punto de vista práctico como la presunción de inocencia. «Es inocente», dijo.

Políticamente era lo correcto. Mientras no me despida, ¿qué más puede decir? Pero la cuestión es que sí lo cree, y no me despide pese al coste político que le supone. Incluso me ha prometido el puesto de abogado principal si sale elegido, algo que hace un mes hubiera dado por sentado.

¿Qué diablos estoy haciendo? Este hombre se la ha jugado por mí, no una sino dos veces. La primera vez de manera casi involuntaria, cuando era un adolescente, reaccionando frente a mis problemas con rapidez y decisión. En esta ocasión, ineludiblemente después de plantearse su futuro político, ha vuelto a ponerse de mi parte.

Miro a Jake, que se ha instalado sobre el sofá, junto a Maggie.

—¿Creéis que nos las arreglaremos con el salario de un empleado de colmado? —Ambos me prestan atención, preguntándose si los he invitado a dar un paseo o a una cena temprana.

No es que tenga una mujer y una familia a la cual alimentar. O que no tenga recursos. El senador podría hacer algo por mí, discretamente. Tal vez un buen puesto relacionado con los asuntos de gobierno en alguna empresa. No me dedicaré a cabildear, no me recibirían con los brazos abiertos. Pero podría ayudar a cualquiera a sortear los miles de impedimentos con los que se encontraría en su camino hacia el éxito legislativo en nuestra capital.

Suspiro, intento librarme del temblor en brazos y piernas. Nunca creí que llegaría a esto. Pero en la vida pública, cuando llega, llega con rapidez.

Así que no hay más que hablar. Seguiré estando en excedencia en la empresa y trabajaré como una especie de asesor del senador: después de todo era más o menos una condición de mi fianza. Pero cuando este caso haya acabado, mi carrera junto a mi mejor amigo habrá llegado a su fin.