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Cuando trabajas para el senador Grant Tully, no te fijas en los titulares del Daily Watch en los que suele salir algún incidente nacional o internacional, y pasas directamente al artículo encima del encarte central y después a la sección metropolitana. Al Watch le gusta considerarse un periódico nacional y dedica muchas páginas a Washington y al resto del mundo, pero para el senador la única información interesante son las noticias estatales y locales. Le importa un rábano quién es el presidente o incluso quién sale elegido al Senado de Estados Unidos por nuestro estado.
Hoy leo el periódico con reticencia, temiendo que la noticia principal tratará del encuentro de mi segundo predilecto con un intruso en mitad de la noche. Pero no es así. Paso a las páginas dos y tres, cuatro y cinco, pero no aparece nada.
Ya en la sección metropolitana, sólo encuentro noticias locales. Está en la última página, en una columna delgada a la izquierda: PROPIETARIO DE CASA MATA A UN LADRÓN. El reportero recibió mi información sobre el intruso, tomando nota de su «largo historial delictivo» y también de la detención de su hermano y de la demanda civil contra Bennett. Los polis lo consideran un homicidio justificado. Es un artículo a favor.
Bien. Dejo el periódico y bebo un sorbo de café,
echo un vistazo a la multitud que desayuna. El local se llama Langley's, una cafetería cualquiera que resulta estar en la planta baja del edificio del condado. En el mejor de los casos, la cocina es bastante mediocre; en el plato hay media tortilla de queso feta que no pienso comer. La clientela está formada por k› más florido de la comunidad legal. No puedes agitar los brazos sin darle a media docena de jueces o funcionarios electos.
Le indico a la camarera que me traiga la cuenta y mi mirada se cruza nada menos que con la de Langdon Trotter, el candidato republicano a gobernador. Ahora no me queda más remedio que saludar a ese gilipollas.
Lang Trotter está cortando unos huevos en pequeños trozos, con los codos hacia fuera, y usa el cuchillo como si el objetivo fuera el futuro político de Grant Tully.
—John —dice cuando paso junto a él y antes de mirarme. Deja los cubiertos y me tiende la mano.
—Señor fiscal general —digo—. Encantado de verlo.
Trotter es un tipo muy masculino, de cabello plateado, rudo y con un rostro fuerte y arrugado. Su tono de voz es autoritario y directo y, combinado con su físico, resulta imponente. Es uno de los pocos hombres que conozco que me hacen sentir pequeño. Las empleadas que trabajan en la capital aseguran que al margen de criterios clásicos, lo encuentran atractivo por su imagen. Las mujeres son así. Los hombres ven tetas y culos; ellas, confianza y poder.
Trotter me presenta a su acompañante.
—El juez Dixon. John Soliday. —Nos estrechamos la mano—. John es el principal abogado de Tully —dice el fiscal general—. Es el hombre que sabe más acerca de los aspectos legales de las elecciones y la financiación de las campañas de este estado. Si no fuera un demócrata convencido, intentará convencerlo de que trabajase para mí.
—Me estoy ruborizando-ironizo.
Como siempre, me hace sentir incómodo. «Hasta cuando estás de pie y él está sentado, parece mucho más alto que tú. Este hombre nació con un cigarro en una mano y un riñe en la otra.»
Arquea las cejas y come un trozo de carne. No permite que un breve saludo interrumpa su desayuno. Una manera sutil de establecer nuestras respectivas posiciones.
—¿Cómo está el senador? —pregunta.
—Trabajando duro —contesto—. Igual que usted, claro.
—Es un adversario excelente, se lo diría a cualquiera.
—El sentimiento es mutuo.
—¿Cómo jugaremos? —Trotter me mira fijamente.
—¿Qué?
—Siempre es más divertido si jugamos limpio —dice—. Tanto al senador como a mí, a ambos nos quedan muchos años de vida.
—Cierto, cierto.
—A él más que a mí. —El fiscal general le guiña un ojo a su compañero de desayuno. Me tiende la mano—. Siempre le deseo la mejor de las suertes a mi adversario.
Vuelvo a estrecharle la mano.
—Lo mismo le deseo, señor fiscal general. Encantado de conocerlo, juez. —Me dirijo a mi mesa con el intenso deseo de tener ojos en la nuca.