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—Señor Soliday. —Tru canturrea las palabras a través del teléfono. —Grant...

—No sé cómo lo lograste, hermano... —Escucha.

—... pero espero que haya merecido la pena. —Grant, cállate y escúchame. Sólo escucha. Me han detenido.

—¿Y ahora qué pasa?

—Escucha... —digo, bajando la voz. Estoy llamando desde el teléfono público del calabozo del departamento del sheriff del condado—. Gina Masón... ¿la recuerdas?

Al principio se produce un grave silencio. Sin duda a Grant no le gusta el vínculo entre las fuerzas de la ley y Gina.

—La chica de la otra noche —dice con tono cauteloso.

—Correcto. Está muerta.

—Está muerta y creen que tú tuviste algo que...

—Creen que yo la maté.

Grant suelta una carcajada. Después pregunta:

—¿Me estás tomando el pelo?

—No, te juro...

—¿Dónde estás, John?

—Estoy en la oficina del sheriff, Grant. Me envían al condado de Summit para interrogarme.

—Joder... —Tru exhala el aliento ruidosamente—. Esto es real, ¿verdad?

—Completamente real.

—¿Fuiste a casa de Gina esa noche?

—Sí. Estuve allí. Fui...

—Espera, John. No digas nada más. Espera. Espera un momento, ¿vale? Déjame pensar.

Me vuelvo y miro a uno de los agentes, que probablemente está escuchando lo que digo.

—Bien. Esto es lo que haremos. Te conseguiremos un abogado. Ahora mismo. Un abogado.

—Pero yo no conozco a ningún...

—¡Maldita sea, John, cállate un segundo! Mi padre conoce a cientos. Ahora mismo enviaremos alguno allí.

—Mis padres se querrán morir —gimo.

—No es necesario que se enteren. Si tienes un abogado, no creo que necesites a tus padres.

—¿Estás seguro de eso?

—Ahora mismo no estoy seguro de nada, John. De inmediato enviaremos a un abogado.