26
La sala del tribunal de Nicole Bridges está en la decimoquinta planta del edificio del condado, la misma en la que Bennett solía trabajar de fiscal. Espero que me traiga suerte. Porque la suerte es algo que un acusado de un crimen busca en todos los rincones, sobre todo cuando lo más probable es que encuentre un pequeño grupo de reporteros en busca de fotografías y comentarios.
Según mis cálculos, hay cuatro reporteros: alguien del Watch y de los diarios locales menos importantes, sólo uno de la televisión. Como hoy sólo se fija el día del juicio, la noticia no es muy importante. Pero como mínimo cualquier cosa relacionada con este juicio merecerá un párrafo en la tercera página de la sección de información local.
Pasamos junto a los medios, Bennett negándose amablemente a hacer comentarios. Yo intento sonreír, como he visto que hacen innumerables funcionarios públicos envueltos en un escándalo. Pero no estoy hecho para eso, nunca lo estuve, y sólo soy capaz de mirarles torvamente.
La sala del tribunal está poco concurrida, sólo hay un puñado de espectadores sentados en las siete hileras. Las paredes son de nogal, y de ellas cuelgan los escudos del estado y el condado, así como la bandera de Estados Unidos.
Se nos aproxima una joven con una blusa de color claro y cabellos rizados.
—¿Señor Carey? —pregunta. Lo contempla y parece causarle buena impresión. Como a todas las mujeres—. La juez quiere que las partes acudan a su despacho.
La seguimos por detrás del estrado, a través de una puerta abierta. Daniel Morphew ya está sentado en la oficina de la secretaria.
—Caballeros-dice.
La joven abre la puerta del despacho de la juez y habla en voz baja. Después se vuelve hacia nosotros.
—Pueden pasar.
Morphew se pone de pie y nos indica con un gesto que entremos primero. Es la primera vez que veo a mi juez.
Nicole Bridges no lleva puesta la toga. Está sentada delante de su escritorio, viste una blusa de seda color lavanda, abotonada. De ojos grandes, cejas delgadas, piel lisa y oscura, tiene el cabello largo, recogido con un broche en la nuca. Me invade una sensación que nunca creí que me provocaría el encuentro con una juez. Es decididamente atractiva.
—Letrado —dice sin levantar la vista del papel que parece estar firmando. Luego mira a la relatora del tribunal, sentada en un rincón del despacho, con las manos apoyadas sobre el transcriptor—. Empecemos.
—Buenos días, señoría —dice Ben—. William Bennett Carey compareciendo con el acusado, Jonathan Soliday.
—Buenos días, juez. Daniel Morphew, por la fiscalía.
—Encantada de verles. —La voz de su señoría es llana, sin ningún acento reconocible. Apoya las manos sobre el escritorio y nos mira—. Están aquí para un primer estatus.
—Correcto, juez —dice Bennett.
—De acuerdo. —La juez lee algunas anotaciones—. Es un primer grado, ¿verdad?
—El acusado está acusado de asesinato en primer grado —confirma Morphew—. Está acusado de asesinar a Dale Garrison en su bufete el dieciocho de agosto de 2000.
—Permítame que lo interrumpa, letrado —dice la juez. Esboza algo parecido a una sonrisa. Observo que no es demasiado severa, lo que supone un alivio después de algunos de los jueces viejos y avinagrados de estos tribunales—. Dale Garrison ha comparecido ante mí en dos ocasiones, dos casos diferentes. Al revisar mis archivos, veo que ha representado a acusados en casos de rapto con agravantes e intento de asesinato. En tanto que resulta pertinente, cada uno de sus clientes fue declarado culpable por un jurado. No veo nada que indique que estas condenas fueran anuladas tras la apelación. Consideré que el señor Garrison era muy competente y profesional. Al margen de eso, no tengo ninguna opinión personal sobre el fallecido. No veo ningún indicio de conflicto. Pero quería que todos lo supieran. No me tomo las SOJ personalmente.
Se refiere a una petición para sustituir al juez. Cada parte en cada caso, tanto penal como civil, recibe «una gratuita», el derecho a solicitar otro juez en al menos una oportunidad. Si intentáramos encontrar un juez que nunca tuvo a Dale Garrison en su sala, acabaríamos con un juez del tribunal de menores o con alguien de fuera del estado.
—No tenemos ningún problema —dice Morphew.
—Concordamos con la evaluación de su señoría —añade Bennett.
—Bien. ¿Por qué no empezamos por fijar la fecha del juicio?
—Señoría —dice Ben—, quisiéramos que fuera lo antes posible. Estos cargos son un escándalo, y mi cliente desea que el juicio se celebre lo antes posible para reivindicarse.
Daniel Morphew mira fugazmente a mi abogado. Parece sorprendido. Ben y yo hablamos de ello, y también lo comenté con Grant. Algunos dirían que deberíamos retrasar la fecha todo lo posible, especialmente cuando intentamos encontrar al verdadero asesino. Sin embargo, yo quiero ganar este caso ahora mismo, lo antes posible, antes de las elecciones. Quiero acabar con este asunto y cargárselo a Langdon Trotter y a su secuaz, Elliot Raycroft.
—Entonces no renunciará a un juicio rápido —dice la juez.
—Para que conste, no, señoría.
—¿Señor Morphew?
—Gracias, juez. Su señoría, ciertamente comprendemos la necesidad de ser expeditivos. La Constitución nos otorga noventa días. Aceptaríamos sesenta.
—¿Por qué necesita sesenta días, señor Morphew?
—Preparación normal, juez. Además de problemas de agenda.
—Bien, señor Morphew —dice la juez, arqueando las cejas—. Si usted tiene programados otros juicios, quizá lo tendría en cuenta. No obstante, tenía la impresión de que estos días su calendario de juicios no está demasiado cargado.
Morphew sonríe y comenta:
—Me gusta volver a las trincheras. Estoy dispuesto a ser tan flexible como sea necesario. No pretendo que el juicio se celebre el nonagésimo día.
—Pero aún estoy esperando que me explique por qué no podemos juzgar este caso dentro de un mes.
El fiscal mira a la juez un momento. Debe de haber algo entre estos dos; Morphew solía ser su jefe cuando ambos trabajaban en la oficina del fiscal del condado. Ahora es ella quien manda. Supongo que Morphew es un poco brusco, de la vieja escuela. No me sorprendería que hubiera tensiones entre un fiscal de carrera, que se crió en la oficina antes de que participaran mujeres (y probablemente pocas afroamericanas), y una mujer negra, inteligente y ambiciosa.
—¿Un mes? Juez, tengo que reunir testigos. Aún... aún estamos preparando el caso.
—Si me permite, juez —interviene Bennett—. Si aún no han preparado el caso, entonces me pregunto por qué mi cliente fue detenido.
—Creo que todos los presentes conocemos el motivo. —Morphew se acomoda en la silla—. De ningún modo estoy sugiriendo que nuestro caso contra el acusado no es absolutamente sólido. El acusado ha reconocido que era la única persona que estaba con la víctima cuando fue estrangulada. Espero que el abogado defensor no lo olvide antes de manifestar su indignación.
—Todos conocemos los rigores que supone la preparación formal de un caso para ser juzgado —dice la juez Bridges—. Pero ¿podríamos ser un poco más concretos, señor Morphew?
—Juez, me gustaría hablar extraoficialmente, si me lo permite.
La juez considera la petición.
—Si hablamos extraoficialmente, de acuerdo. Pero después volveremos a hablar oficialmente, y yo decidiré hasta qué punto prosigue nuestra conversación extraoficial.
Le hace un gesto a la relatora del tribunal, que apoya las manos en el regazo.
—Juez —dice el fiscal con tono más bajo—, encontramos una carta de chantaje dirigida al acusado. Era bastante críptica. Creemos que la víctima estaba chantajeando al acusado. El acusado se niega a decirnos por qué estaba en el bufete de la víctima. Es su derecho. Pero significa que hemos de investigar.
—El motivo no forma parte del crimen —comenta Ben—. Sólo es la decoración.
Morphew hace un gesto con la mano. No pierde la compostura.
—Claro que en un sentido técnico no resulta esencial para nuestro caso. Pero estamos intentando montar un rompecabezas. —Hace una pausa— ¿Acaso le pido que sobrepasemos el límite constitucional? No. ¿Acaso quiero conseguir que el juicio se celebre en el último instante del último día posible? Tampoco. Sólo pido sesenta días.
La juez se vuelve hacia Bennett sin ninguna reacción evidente.
—¿Qué le parecen cuarenta días?
—¿En qué fecha está pensando, juez? —pregunta Ben, abriendo su agenda.
—Un momento —dice la juez—. Esa fecha no me conviene. Tengo un juicio que empezará al final de esa semana y que durará dos semanas como mínimo.
Tanto el fiscal como Bennett contienen el aliento. Eso significa que la juez fijará la fecha más próxima a los sesenta o a los treinta días, según a quién decida favorecer.
—Octubre... el dos de octubre.
Nos favorece a nosotros. Poco más de treinta días hasta que se celebre el juicio.
Cuatro semanas antes de las elecciones.
—Nos parece bien, juez.
Morphew no disimula su enfado.
La juez apoya la cabeza en las manos.
—¿Hay algo más? —Ambas partes dicen que no.
—Bien, volvamos a hablar oficialmente —dice, haciendo una señal a la relatora—. Hemos fijado la fecha del juicio para el lunes dos de octubre. Escucharemos mociones in limine el veintinueve de septiembre. Preséntenlas ante mí dos días antes.
La juez levanta la vista del calendario y apoya las manos en el escritorio.
—Antes de continuar, quiero tratar algo planteado por el señor Carey. Es evidente que este juicio tiene un aspecto imprevisible. He leído los periódicos. He leído los artículos que relacionan al acusado con el senador Tully, y he leído los artículos donde usted, señor Carey, ha acusado a la fiscalía de hacer los trabajos sucios del fiscal general. Ese es su derecho en los medios. Pero quiero que quede claro que en mi sala no me gustan las acusaciones sin fundamento.
—Por supuesto, juez —asiente Ben.
—Consideraré cualquier petición anterior al juicio acerca de ese punto, y pretendo que cualquier oposición a esas mociones esté fundamentada por los hechos.
—Por supuesto.
—Bien, señor Morphew, creo que usted quiere presentar una petición para una orden de protección.
—Sí, señoría. La fiscalía solicita que se prohíba a las partes comentar los hechos de este caso en los medios. Allí fuera hay un grupo de jurados a elegir, señoría, que recibe dosis diarias de acusaciones no fundamentadas sobre los motivos de esta oficina. —El fiscal está aprovechando sabiamente la advertencia anterior de la juez—. Durante las próximas semanas, los jurados en potencia se verán afectados por estos informes no fundamentados.
—Además de información que acusa al acusado del delito —añade la juez—. Información que lo favorece a usted, señor Morphew.
—Un motivo más para cerrar el grifo. —Buena respuesta del fiscal—. No proporcionemos a los jurados ninguna información que favorezca a ninguna de las dos partes. No lo deseamos. No lo necesitamos. Consigamos el mejor jurado posible.
El argumento parece impresionar a la juez. Mira a Bennett.
—Señoría, aquí hay derechos constitucionales en juego. Un tribunal sólo debería limitar el derecho a la expresión cuando es necesario para los derechos del acusado. Bien, señoría, nosotros somos el acusado, y no queremos esa mordaza. En todo caso, la mordaza nos perjudicará todavía más.
—¿Podría explicármelo, señor Carey?
—Señoría, el que se publique una información detallada o no, sólo es una parte del problema. En estas circunstancias, ya que mi cliente es el asesor principal del senador Tully, el mero hecho de la acusación en sí misma se convierte en noticia. Al igual que los comentarios de los que no participan en el caso. Editorialistas, comentaristas, otros políticos. Todo el mundo tiene una opinión sobre este asunto, si es que no tiene un interés personal. Y la orden de restricción no afectaría a ninguno de ellos. Así que el público leerá interminables artículos sobre este destacado juicio del ayudante del senador Tully, y acerca de cuántas sorpresas afectarán la contienda a gobernador o no. Está allí fuera, juez, está por todas partes, y no hay nada que podamos hacer al respecto. Ahora la fiscalía quiere manifestar que no tenemos derecho a dar nuestra versión de la historia. Eso es escandaloso. Es una afrenta total a nuestros derechos.
La juez observa a Bennett, asegurándose de que ha acabado.
—¿Señor Morphew? ¿Algo más?
El fiscal se encoge de hombros.
—Por una parte, el señor Carey me acusa de querer prolongar este asunto. Dice que queremos manchar a su cliente y al senador Tully en los medios. Pero he presentado una petición para que todo lo que ocurra en la sala del tribunal permanezca al margen de la prensa, y ahora me acusa de intentar limitar sus derechos. Eso es hipocresía. —Se inclina hacia delante y junta las manos—. Señoría, no hemos hecho pública la prueba sobre la carta de chantaje. No hemos dicho ni una palabra al respecto. Podríamos haberlo hecho. Estábamos en nuestro derecho. Pero intentamos ser responsables. Aún no sabemos cuáles son los hechos relacionados con esta carta de chantaje, así que en lugar de acudir a los medios con el pararrayos de una acusación (¿se imagina los titulares, juez?) no lo hemos divulgado. Si realmente quisiéramos manchar al senador Tully, estaríamos gritando «chantaje» a voz en cuello. —Hace una pausa y modifica el tono—. Creemos que lo que ocurre en los pasillos de la oficina debería permanecer allí hasta el juicio.
—Pero ¿no estará sugiriendo que prohíba la entrada a los medios? —inquiere la juez con inquietud—. Una cosa es decirle a las partes que no intenten impresionar al personal, y otra decirle a la prensa que no puede entrar.
—Sugiero que todas las vistas anteriores al juicio se celebren a puerta cerrada, sin la prensa, y que las partes no se manifiesten en absoluto.
La juez baja la mirada.
—Ambos tienen bastante razón. Comprendo que la defensa no acepte la orden de restricción, y eso es un problema importante. Pero a mí lo que más me preocupa es la integridad de este juicio, que incluye pero no se limita a la preocupación por el acusado. Si la intención de la defensa es usar su acceso a los medios para provocar una ola de apoyo, me preocupa que afecte a los posibles jurados. Y por supuesto que no puedo emitir una orden que obligue al señor Carey a hacer ciertos comentarios y no otros. Así que en beneficio de la integridad de este juicio, debo conceder la petición de la fiscalía. Por la presente, prohíbo a las partes que hagan declaraciones a los medios acerca de este juicio.
¿No podemos hablar con la prensa? Miro a Bennett, que me devuelve la mirada antes de considerar su próxima jugada. Queremos que la idea de una persecución política no sólo resulte útil para mi defensa en este caso, sino que sirva para la campaña de Grant Tully. El senador ha evitado hacer comentarios sobre el tema, y hasta ahora sus colegas lo han imitado. Ha sido Bennett, en su papel de mi abogado defensor, quien se ha puesto en cabeza, y ¿ahora no puede?
—Señoría —dice Bennett—, retiramos nuestra petición de juicio con jurado.
La juez y el fiscal parecen sorprendidos.
—Aceptaremos un juicio sin jurado.
Por un instante, yo también estoy perplejo. Un juicio sin jurado. La juez Bridges como enjuiciadora de los hechos. Supongo que tiene cierto sentido. Bennett me había mencionado la idea. Lo que no sabía era que tomaría una decisión inmediata.
—¿Renuncia al derecho de un juicio con jurado? —pregunta la juez.
—Sí —responde Ben—. Y esperamos que a la luz de este hecho, usted recapacite sobre su resolución.
—Bien... —La juez mira a Morphew—. Letrado, ¿hay alguna razón para emitir una orden de protección si no hay un jurado al cual contaminar?
Morphew se ajusta las gafas.
—Bueno, esto cambia las circunstancias.
—¿Señor Soliday? —La juez me mira fijamente. No esperaba que alguien se dirigiría a mí en esta sala—. ¿Comprende que renuncia a su derecho a ser juzgado por un jurado?
—Lo comprendo —respondo sin titubear. Por algún motivo, percibo la necesidad de aparecer confiado, bajo control.
—Bien, a la luz de la retirada de la solicitud de un juicio con jurado, no veo absolutamente ningún motivo que justifique esta orden. Así que reconsideraré mi resolución y deniego la petición de la fiscalía de una orden de protección —dice, mirando a Bennett con una sonrisa irónica—. Señor Carey, los derechos que le otorga la Primera Enmienda están viviros y coleando.
Bennett agradece al tribunal. La honorable Nico— le Bridges fija una fecha para la vista estatus dentro de dos semanas. Los tres abandonamos su despacho y salimos en silencio de la sala del tribunal.
Le dejamos el primer ascensor a Daniel Morphew. No queremos ocupar el mismo. Cuando las puertas se cierran, me dirijo a mi abogado defensor.
—Bonito cambio —digo—. Pero ¿un juicio sin jurado?
—De todas formas, creo que es lo que nos conviene —asegura Ben—. Un juicio sin jurado te da mucha más libertad que uno con jurado. Un juez confía en que no tendrá en cuenta las declaraciones irrelevantes o incendiarias mucho más de lo que confía en que no lo haga un jurado. Al menos ésa es la teoría.
—Lo cual nos ayuda —digo, más como pregunta que como comentario.
—Sí. Puede que en este juicio tengamos que señalar a alguien con el dedo. La mayoría de los jueces nos amordazaría antes de que el jurado escuchara demasiadas cosas. La juez Bridges nos obligaría a volver a su despacho y dar una explicación, y necesitaríamos una base sólida antes de regresar ante el jurado. Pero en el caso de un juicio sin jurado, en general los jueces te permiten proseguir, y aseguran a ambas partes que son capaces de separar lo pertinente de lo irrelevante antes de alcanzar un veredicto.
—Lo cual nos ayuda —repito.
—Seguro. Porque al margen de que digas que no harás caso de las declaraciones irrelevantes, eso no es completamente cierto. Los jueces son seres humanos. No pueden obviar una información que poseen porque es técnicamente irrelevante. El cerebro no funciona de esa forma. Sobre todo cuando supone una ayuda para la defensa. No hay manera de que condene a alguien a quien en el fondo considera inocente, independientemente de que se base en pruebas pertinentes o irrelevantes.
—Bennett —digo, cogiéndolo del brazo—, aún no me has dicho por qué eso nos ayuda.
—Nos ayuda porque allí fuera hay una carta de chantaje que no podemos explicar. Así que tal vez tenga que ponerme creativo.
—Creativo —susurro—. ¿Como lanzar algunas acusaciones incendiarias, posiblemente irrelevantes?
Se abren las puertas del ascensor.
—Por supuesto, John. Si fuera necesario.
Bennett entra en el ascensor. Lo observo mientras pasa junto a mí antes de seguirlo.