37
Hoy es miércoles. Mi juicio empieza dentro de poco más de una semana. Bennett ha estado trabajando en nuestras peticiones anteriores al juicio, así que está hasta las orejas. No sé dónde ha ido a parar el tiempo, pero hemos llegado a la etapa final sin haber logrado gran cosa. Bennett ha investigado la hipótesis de que murió por otra causa, pero entre los diversos patólogos forenses con los que ha hablado, ninguno cree que esa teoría sea más probable que la más obvia: Dale fue estrangulado.
Aún no he hablado con Bennett de Lyle Cosgrove. Tardé en aceptar el hecho de que todo esto encaja, que es probable que Lyle me chantajeara por mi pasado y que Dale Garrison se entrometió. Supongo que al intentar ocultar este asunto, estaba protegiendo a Grant Tully y también a mí mismo. Pero ahora está claro que no tengo otra opción, y cuento con la aprobación de Grant.
Esta tarde he puesto la lavadora —tras cinco intensas semanas, sólo me quedaba ropa interior agujereada— cuando oigo que los doguillos empiezan a ladrar como locos en la planta superior. Al correr, sus uñas resbalan sobre las baldosas del vestíbulo. Sus ladridos, habitualmente sordos, se han vuelto agudos. En otras palabras, alguien ha llamado a la puerta. Al principio hago caso omiso, porque lo más probable es que sea algún vendedor, y no estoy interesado. Pero los perros siguen ladrando cuando llego al final de las escaleras, de modo que dejo en el suelo una cesta llena de calzoncillos limpios y me dirijo a la puerta.
Es Bennett Carey, que parece exhausto.
—Hola —saludo, abriendo la puerta.
Ben ha estado trabajando intensamente en mi caso, siguiendo pistas, redactando los documentos anteriores al juicio para conseguir que ciertas pruebas queden excluidas. Me dice que, en su mayoría, ninguna ofrece información crítica. Este caso se reduce a mi credibilidad y a señalar a Lyle Cosgrove con el dedo. La única prueba clave que Ben intenta excluir es la carta de chantaje. No hay nada que vincule a Dale Garrison con la carta, así que no es pertinente.
—Me dijiste que viniera hoy —dice—. Necesitaba un descanso.
—Claro, ningún problema.
Lo hago pasar a la sala. Le ofrezco una copa o algo de comer, pero no acepta. Dejo salir a los perros, para que no nos distraigan.
—Bueno, ¿qué pasa? —pregunta, dando una palmada cuando vuelvo a la sala.
—Lyle Cosgrove. —Me siento en el sofá enfrente de la silla—. Tenemos que hablar de él.
—De acuerdo...
Sin duda Ben es capaz de interpretar mi expresión. Ahora está especulando. Quizá no haya dejado de preguntarse si oculto algo vergonzoso, algo a lo que podría referirse la carta de chantaje.
—Pensaba decírtelo antes —empiezo—. Debería haberlo hecho. Al principio dudaba, porque sabía que cuando tuvieras la información, la exprimirías al máximo... y no estaba seguro de querer eso. Pero ahora ya lo he decidido.
Ben separa las manos. Parece prever que no disfrutará oyendo lo que voy a decirle.
—Suéltalo —me espeta con cierta frialdad.
—Nunca he hablado de esto —confieso, frotándome las manos—. Yo... verás, Lyle Cosgrove y yo hemos compartido ciertas cosas.
Bennett guarda silencio, espera hasta que yo hable. Mueve la lengua dentro de la boca. Lo que me dispongo a contarle no son buenas noticias.
Empiezo por los hechos fundamentales ocurridos en 1979, al menos hasta donde pretendo contarle. Grant y yo fuimos en coche a una fiesta en el condado de Summit. Nos encontramos con Lyle Cosgrove, un tipo llamado Rick y con Gina Masón.
Omito el hecho de que el único motivo por el que fuimos al condado de Summit fue que Grant no podía esnifar cocaína en su barrio, algo imposible para el hijo de un senador, así que supuestamente encontró un traficante al otro lado del límite del estado.
—En fin —prosigo—, estamos en esa fiesta. Lyle, Gina y yo subimos a la primera planta. Empezamos fumando marihuana. Nos colocamos bastante, al menos yo, no tengo mucha experiencia con las drogas. Entonces aparece Lyle con la coca. De pronto me doy cuenta de que es medianoche. La fiesta ha acabado. Me encuentro en un estado lamentable.
—¿Dónde está Tully?
—Grant se marchó a casa.
—Grant se marchó a casa —repite Ben con tono reflexivo—. ¿Sin ti?
—Sí.
—¿Y el otro tipo, Rick?
—Se marchó con Grant. Lo llevó a casa en coche.
—¿Y tú adonde fuiste, John?
—Bueno... me fui con Lyle. A casa de Gina.
Bennett ladea la cabeza ligeramente. Está concentrado, la mirada intensa, las manos asiendo la silla mientras se inclina.
—Ella me estaba esperando. Me metí en su dormitorio y... follamos.
—Te estaba esperando.
—Eso es lo que he dicho, Bennett. Me estaba esperando.
Me preparo para seguir, haciendo caso omiso del sudor que me humedece las cejas. Intento reprimir el temblor de la mano.
—Eso es todo. Nos acostamos, después volví al coche y Lyle me llevó a casa.
Mi abogado sigue intensamente concentrado. La historia aún no ha acabado, claro.
—Así que al parecer esa noche... Bueno, ella murió esa noche.
—¿Murió?
—Sí. Creo que sufrió una sobredosis. Quizá fue lo que pensó el juez de instrucción.
Ben se remueve en la silla. Su mirada es severa.
—¿Quizá... pensó?
—Verás, en algún momento pensaron que podría haber sido asesinada —prosigo—, quizás violada y asesinada.
—¿Por quién? —Bennett ya conoce la respuesta.
—Por mí —contesto, respirando hondo—. Pero no hubo pruebas que lo demostraran. Investigaron el asunto y cerraron el caso. No fui acusado. Nadie fue acusado.
—Pues en ese caso, dime qué significa esto. —Bennett agita las manos, ya sea en señal de ruego o de ira, tal vez de ambas cosas.
—Bueno, creo que Lyle Cosgrove estaba...
—Chantajeándote —añade Bennett, asintiendo con la cabeza. Se ha puesto pálido. Traga con fuerza—. Te amenazó con sacar todo esto a la luz. Si no obtienes dinero de los fondos de campaña del senador, él revela este secreto sucio en mitad de la campaña.
—Algo por el estilo.
—¿Y Garrison cómo encaja en este asunto?
—¿Quieres un poco de agua u otra cosa? —le ofrezco, apretando los labios.
—No, gracias. ¿Cómo encaja Garrison?
—En aquel momento Garrison era el abogado de Cosgrove.
Bennett parpadea. Las revelaciones se suceden y el juicio está a la vuelta de la esquina.
—De modo que también investigaron a Cosgrove.
—Sí, claro. Al principio. Pero sabían que yo me había acostado con ella. Yo era el blanco fácil.
Ben se reclina en la silla y clava la mirada en el techo.
—¿Por aquel entonces Garrison se ocupaba de casos de menores?
—Dale fue contratado por los Tully, Ben.
—De modo que Cosgrove era amigo de Grant —comenta Ben, torciendo el gesto.
—No se trata de eso precisamente —interrumpo.
No quiero precipitarme, pero mi abogado debe saber lo que acecha ahí fuera. Por algún motivo bajo la voz.
—Los Tully lo contrataron para protegerme.
Bennett cierra los ojos. Acabo de contarle un montón de secretos. Se lleva las manos a la cabeza y suspira.
—¿Hasta qué punto fue una investigación formal?
—Celebraron lo que llamaron una indagación.
—Así que fue formal.
—Supongo.
—Y transcrita —añade Ben—. Pruebas incorporadas en el acta. Y te arrestaron.
—Todo cierto, salvo lo último. Nunca me arrestaron.
Bennett arquea las cejas.
—Fueron muy amables. Prefiero no saber cómo arreglaron eso.
—Tal vez no. Sinceramente, ni yo lo sé.
Por fin, Bennett abre los ojos. Me mira fijamente. El tono de censura aún persiste en su voz.
—¿Cosgrove prestó declaración en ese asunto? —Sí.
—¿Qué dijo?
—Que todo estaba bien. Que me había dejado en casa de Gina. Que vino a buscarme cuando se puso impaciente y que yo le estaba dando un beso de despedida.
—¿Un beso de despedida?
—Eso fue lo que dijo.
—Pero ¿era verdad? —insiste Ben—. Dijiste que creías que estaba viva cuando te marchaste. Así que supongo que no le estabas dando un beso de despedida.
—El hecho es que no lo recuerdo, Ben —respondo, agitando una mano—. ¿Vale? No lo recuerdo. Recuerdo haber estado con ella. Ya sabes, recuerdo que follamos, al menos en parte. Y recuerdo que me arrastré fuera de la ventana del dormitorio. Me golpeé la rodilla. Lo que pasó entre una cosa y la otra... No lo recuerdo.
Bennett me observa concienzudamente, tratando de leer entre líneas y al mismo tiempo absorbiendo toda esta información.
—¿Qué es lo último que recuerdas?
—Cuando desperté por la mañana.
—No —replica.
—Sí. Eso es todo.
—¿Me estás diciendo la verdad, John? ¿No recuerdas nada después de eso?
—No, Ben.
—¿No me ocultas nada?
—Joder, Ben. Te lo juro.
—Recuerdas que saliste por la maldita ventana y después... ¡zás! Amanece y estás en tu cama. ¿Es eso?
—Correcto.
Ben apoya los codos sobre las rodillas y junta las manos como si rezara. Se pasa la lengua por los labios.
—Te preocupa que no sea capaz de rebatir lo que declarará Cosgrove de manera eficaz —digo.
No contesta. Todavía está ordenando sus pensamientos. Pensamientos acerca del impacto que tendría esta información en el juicio. Pensamientos sobre su amigo, que ha sido su jefe durante los últimos años. Debo de haber caído muy bajo en los últimos minutos. Finalmente, Ben se pone de pie. No está cómodo, se siente inseguro.
—Ben —digo—, lamento no haberte contado esto antes. Pero no estoy seguro de que hayamos acabado.
Ben se vuelve hacia la ventana, pero no parece ver nada.
—Podríamos seguir un poco más tarde —propongo—. Pasaré esta noche por la oficina.
Bennett asiente distraídamente, en silencio. Abre la puerta con precaución y se acerca lentamente al coche. Lo sigo con la mirada. Se mete en el coche, levanta la vista y me mira a los ojos. Sin duda estará preguntándose quién es la persona que le devuelve la mirada.
Cuando pone el coche en marcha, descuelgo el teléfono inalámbrico y marco los números. Cal Reedy contesta después del tercer tono.
—Cal, soy yo. Hay otra cosa. Debes encontrar a un individuo. Sí, Bennett lo sabe. Esta vez puede ser más complicado, así que te pagaré. Insisto. Lo que cobras normalmente. Lo que pasa es que no sé su apellido. Ni siquiera estoy seguro del nombre. Puede que esté muerto. O en la cárcel. Sólo puedo darte algunos detalles.
Oigo cómo Cal masculla una maldición mientras coge lápiz y papel.
—Condado de Summit-digo—. Fecha, 1979. Nombre, Rick. Apodo, Ricochet.