CANTO IV
CÍRCULO I: JUSTOS NO BAUTIZADOS
Virgilio, Homero, Horacio, Ovidio, Lucano. Castillo: Electra, Héctor, Eneas, César, Pentesilea, Camila, Latino, Lavinia, Bruto, Tarquino, Lucrecia, Cornelia, Marcia, Emilia, Saladino, Aristóteles, Sócrates, Platón, Demócrito, Anaxágoras, Tales, Empédocles, Heráclito, Zenón, Dioscórides, Orfeo, Tulio, Lino, Séneca, Euclides, Tolomeo, Hipócrates, Galeno, Avicena, Averroes.
Quebrantó el alto sueño de mi mente
un grave trueno, y vime recobrado
3como aquel que despiertan bruscamente;
volvíme en torno con mirar pausado
y, puesto en pie, con la mirada atenta,
6quise saber adónde había llegado.
De que estaba en la proa me di cuenta
del valle del abismo doloroso
9que de quejas acoge la tormenta.
Oscuro y hondo era, y nebuloso,
tanto que, aunque miraba a lo profundo
12nada distinguir pude en aquel foso.
«Hora es ya de bajar al ciego mundo
—el poeta empezó, descolorido—:
15el primero he de ser, y tú el segundo.»
Yo, que su palidez había advertido,
dije: «¿Cómo he de ir, cuando el color
18pierdes tú, que mi apoyo y guía has sido?».
Y él a mí: «De esas gentes el dolor
causa es de que en mi faz esté pintada
21la compasión que tomas por temor.
Y vamos ya, que es larga la jornada».
Así dijo y así me hizo entrar
24al círculo primero, que abrazada[33]
a aquella sima tiene. Allí escuchar
pude suspiros, pero no así llanto,
27que a aquel eterno aire hacían temblar.
Un dolor sin martirio es el quebranto
de aquellas grandes turbas de mujeres
30y de hombres y de infantes. Mientras tanto,
me dijo el buen maestro: «¿Es que no quieres
saber qué almas son estas que estás viendo?
33Antes que nada, bueno es que te enteres
de que nunca pecaron: y, teniendo
méritos, no les bastan sin bautismo,
36que es puerta de tu fe, según entiendo.
Pues quien fue antes de ser el cristianismo,
a Dios debidamente no ha adorado:
39y de estos que te digo soy yo mismo.
Por tal falta, en ausencia de pecado,
nos perdimos y, así, es nuestra condena
42vivir sin esperanza de lo amado».
Yo sentí al escucharle grave pena,
pues conocí que gentes de valor
45sufrían de aquel limbo la cadena.
«Dime, maestro mío, di, señor
—comencé, pues quería estar seguro
48de aquella fe que vence a todo error—:
¿franqueó por su mérito este muro,
o por el de otro, alguno y se ha salvado?».
51Y él, que entendió mi preguntar oscuro,
repuso: «Yo era nuevo en este estado
cuando aquí vi venir a un poderoso[34]
54con signo de victoria coronado.
Sacó al padre primero de este foso
y a las sombras de Abel y de Noé
57y a Moisés, de las leyes tan celoso;
el patriarca Abraham con él se fue;
David, rey; Israel, sus allegados
60y Raquel, y otros más que no conté
y que fueron así glorificados.
Antes que ellos, ninguno más logró
63verse entre los espíritus salvados».
No dejamos de andar mientras me habló,
que íbamos por la selva todavía,
66selva, digo, que de almas se formó.
Aún no era muy larga nuestra vía
de acá del sueño, cuando vi un fulgor
69que al hemisferio lóbrego vencía.
De lejos me llegaba el resplandor,
mas no tanto que yo no viera parte
72de aquellos que merecen alto honor.
«¡Oh, tú —exclamé—, que ilustras ciencia y arte!,
¿quiénes son los que allá se hallan honrados,
75que de los otros los contemplo aparte?».
Y él a mí: «La preclara nombradía
que gozan en tu mundo ha conseguido
78gracia ante la celeste jerarquía».
Mientras tanto, una voz llegó a mi oído:
«Honremos al altísimo poeta:
81vuelve su sombra tras haber partido».
Después que aquella voz quedóse quieta,
a cuatro grandes hombres vi venir
84cuya expresión[35] no era feliz ni inquieta.
El buen maestro comenzó a decir:
«Mira a aquel que se acerca espada en mano
87y a los otros parece presidir:
es Homero, poeta soberano;
el satírico Horacio[36] luego avanza;
90detrás, Ovidio; el último, Lucano.
Y aunque a cada uno de ellos les alcanza
el nombre que en la voz que oíste vuela,
93hacen bien si me rinden alabanza».
Vi convocada, así, la bella escuela
de aquel señor del elevado canto:
96águila que a las otras sobrevuela.
Después de conversar entre sí un tanto,
con amistad el rostro a mí volvieron
99y mi maestro sonrió entretanto:
y muchos más honores me rindieron,
pues el sexto fui yo en la compañía
102de los sabios, que allí se reunieron.
Hacia la luz con ellos me movía,
hablando cosas que callar es arte,
105como lo fue decirlas aquel día.
Llegamos a un castillo, alto baluarte
de muros siete veces rodeado,[37]
108que defiende un arroyo. A la otra parte
fuimos, como si tierra fuese el vado.
Con los sabios entré por siete entradas:
111llegamos al frescor de un verde prado.
Gente de graves gestos y miradas,
de gran autoridad en los semblantes,
114conversaban con voces sosegadas.
Nos hicimos a un lado unos instantes,
a un lugar alto, abierto y luminoso,
117de donde pude ver los circunstantes.
De pie, sobre aquel verde tan lustroso,
tan magna gente fueme allí mostrada
120que haberla visto considero honroso.
A Electra pude ver, acompañada
de Héctor y Eneas; se encontraba allí
123César armado, de rapaz mirada.
Y vi a Pentesilea, y también vi,
a otro lado, a Camila[38]; al rey Latino
126y a su hija Lavinia conocí.
Y vi a aquel Bruto que expulsó a Tarquino,
a Lucrecia, Cornelia, Marcia, Emilia;[39]
129y, aparte, pude ver a Saladino.
Tras ojos alzar, vi a quien concilia
todo saber en sí: sentado estaba[40]
132entre la filosófica familia.
De sabios un concilio allí le honraba:
Sócrates era, con el gran Platón,
135el que más al maestro se acercaba;
Demócrito, que al mundo cree ilusión,
Diógenes, Anaxágoras y Tales,
138Empédocles, Heráclito y Zenón;
y el que estudió substancias vegetales,
Dioscórides[41], digo; allí vi a Orfeo,
141a Tulio[42], Lino y Séneca morales;
el geómetra Euclides, Tolomeo;
Hipócrates, Galeno y Avicena;
144y Averroes, cuyo gran Comento leo.[43]
Y aquí paro, que el tema me encadena
con su extensión, y sé que, en ocasiones,
147lo visto con palabras no se llena.
Se partió mi compaña en dos fracciones,
fuera de allí llevóme el sabio guía:
150a donde el aire agitan convulsiones.
Llegué al lugar en el que luz no había.