CANTO XXXII
CÍRCULO IX. TRAIDORES. CAÍNA. ANTENORA
Lago helado. Caína: traidores a los familiares, Alejandro y Napoleón degli Alberti, Mordrec, Focaccia, Sassolo Mascheroni, Camicion dei Pazzi. Antenora: traidores a la patria. Bocca degli Abati, Buoso di Dovera, Tesauro dei Beccaria, Gianni dei Soldanieri, Ganelón, Tebaldello dei Zambrasi.
Si yo tuviese rimas berroqueñas
y ásperas, cual merece el triste huraco
3que es apoyo del resto de las peñas,
más jugo sacaría del que saco
a mi concepto; y, dada mi pobreza,
6no sin sentir temor el tema ataco;
que no se ha de tomar con ligereza
el fondo describir el universo,
9ni es de lengua que «papa» y «mama» reza:
mas aquéllas ayuden a mi verso
con las que Anfión a Tebas erigiera,[276]
12y del hecho el decir no sea diverso.
¡Plebe que para mal creada fuera,
que estás donde decir resulta duro,
15cabras u ovejas ser más os valiera!
Cuando estuvimos en el pozo oscuro,
de los pies del Gigante ya alejados,
18y yo miraba aún el alto muro,
oí decirme: «Sean mesurados
tus pasos, y tu planta no quebrante
21las testas de estos míseros cuitados»;
por lo que me volví y hallé delante
y a mis plantas un lago, cuyo hielo
24tenía de vidrio, y no de agua, el semblante.
No hace a su cauce tan espeso velo,
en invierno, el Danubio en Osterlic[277]
27ni, allá, el Tanais[278] bajo su frío cielo,
como el de allí: si el monte Tambernic[279]
cayera encima de él, o Pietra Apuana[280],
30no habría, con el golpe de hacer cric.
Lo mismo que croando está la rana
con el hocico al aire, cuando sueña
33que se encuentra espigando la villana,
lívidos, hasta el sitio que no enseña
la vergüenza metidos, los dolientes
36castañeteaban notas de cigüeña.
Hacia el hielo inclinábanse sus frentes:
con los ojos, sus tristes corazones,
39y el frío confirmaban con los dientes.
Cuando en torno a mí vi tales visiones,
miré a mis pies y vi a dos tan unidos
42que sus pelos mezclaban los mechones.
«Decid, los de los pechos adheridos
—dije—, ¿quién sois?», y el cuello enderezaron;
45y, con los rostros frente al mío erguidos,
lágrimas de los ojos derramaron
sobre los labios, donde, congeladas
48por el frío que hacía, los cerraron.
Nunca fueron dos tablas tan pegadas
con grapas; y los dos, con ira brava,
51cual dos chivos se dieron topetadas.
Uno que sin orejas se encontraba
por el frío, no alzando el rostro yerto,
54«¿Por qué miras así? —me preguntaba—.
Por mí será su origen descubierto:
el valle do el Bisenzo el cauce inclina
57fue de los dos y de su padre, Alberto.[281]
Los hizo un vientre: toda la Caína[282]
puedes andar y no hallarás quien sea
60más digno de ser puesto en gelatina;
ni aquel a quien Artur la sombra rea
y el pecho destrozó de una lanzada;[283]
63ni Focaccia[284], ni el que ahora me sombrea
con la cabeza, y no distingo nada:
Sassolo Mascheroni[285] fue llamado;
66si eres toscano, el comentario enfada.
Y porque el preguntar te sea excusado,
soy Camición dei Pazzi y a Carlino[286]
69espero para ser justificado».
Vi mil rostros de tinte mortecino:
por eso siento horror siempre que encuentro
72alguna alberca helada en mi camino.
Mientras nos acercábamos al centro
que a toda gravedad llama y aduna,
75y temblaba del frío eterno dentro,
si lo quiso el destino o la fortuna
no sé, mas, entre testas paseando,
78mi pie le dio con fuerza al rostro de una.
«¿Por qué me pisas? —me gritó llorando—,
¿por qué molestas, si venganza fiera
81de Monteaperti no te estás tomando?»[287]
Y yo: «Maestro mío, un poco espera,
aunque me urjas después —dije a mi guía—,
84que aclarar una duda aquí quisiera».
Se detuvo; y al otro que seguía
blasfemando, le dije: «¿Y tú quién fuiste,
87que a los demás reprendes todavía?».
«¿Quién eres tú, que el rostro ajeno heriste
en Antenora[288] —dijo—, y si viviera
90te haría comprender que te excediste?»
«Yo estoy vivo y quizá te conviniera
—fue mi respuesta—, si pretendes fama,
93que en mi lista tu nombre yo pusiera.»
«¡Lo contrario deseo! —luego exclama—;
no me fastidies más y al punto vete,
96que es mala tu lisonja en esta lama.»
Entonces le agarré por el copete
y dije: «Di tu nombre con presteza
99si quieres que los pelos te respete».
«Aunque me peles —dijo con fiereza—,
no llegará mi nombre a tus oídos,
102ni aunque mil golpes des en mi cabeza.»
Yo tenía sus moños bien asidos,
pues le había pelado media coca,
105 él, cabizbajo, daba de ladridos,
cuando otro le gritó: «¿Qué tienes, Bocca[289]?
¿No es bastante que suenes las quijadas,
108y ladras? ¿Qué demonio te provoca?».
«Ahora son tus palabras excusadas,
traidor malvado —dije—, y a mi vuelta
111daré de ti noticias comprobadas.»
«Vete —repuso—, y lo que quieras suelta;
mas si sales de aquí, que cuentes quiero
114de quien tuvo la lengua tan resuelta.
De los franceses llora aquí el dinero:
“Yo vi —podrás decir— a aquél de Duera[290]
117entre los reos fríos prisionero”.
Si alguien de alguno más saber quisiera,
al lado tuyo está el de Beccaría[291],
120al que segó Florencia la gorguera.
Gianni de Soldaniero[292] allí se enfría,
junto con Ganelón y Tebaldelo,[293]
123que a Faenza entregó mientras dormía.»
Ya íbamos caminando por el hielo
cuando en un hoyo vi a dos ateridos,
126y una testa de la otra era capelo.
Y, como los mendrugos son mordidos
con hambre, el alto al bajo le atacaba
129donde nuca y cerebro están unidos.
Tideo de otro modo no mascaba
la sien de Menalipo, despechado[294]
132como aquél cráneo y sesos manducaba.
«Oh tú, que bestial odio, y ensañado,
demuestras al que así te estás comiendo,
135dime el porqué —le dije— de este estado,
que si de él con razón te estás doliendo,
en el mundo podré yo publicarlo,
138si quiénes sois y su delito entiendo
y no se seca aquella con que parlo.»