CANTO XXIV

CIELO VIII. ESPÍRITUS TRIUNFANTES

San Pedro. El concepto de Fe. Pruebas de la inspiración divina de las Escrituras. Los milagros, fundamento de la Fe.

«Oh colegio llamado a la gran cena

que el Cordero bendito os da aquí arriba,

3con que el deseo eternamente os llena,

si por gracia de Dios veis que éste liba

algo de lo que cae de vuestra mesa,

6sin que la muerte el tiempo le prescriba,

mirad el gran afecto de que es presa

y rociadlo, pues siempre estáis tomando

9de la fuente que inspira su alta empresa.»

Así Beatriz; y en dos polos girando,

hechas esferas, vi a las almas ledas,

12a guisa de cometas flameando.

Y como en temple de reloj las ruedas

tal giran, que quien de ellas está enfrente

15la última cree volar, las otras quedas;

de igual modo los corros, diferentemente

danzando, hacían que su riqueza

18juzgase por lo lento y por lo urgente.

De aquella en que noté mayor belleza

un fuego tan feliz vi que salía

21que ninguna igualaba a su clareza;

y en torno a Beatriz yo la veía

tres vueltas dar con un canto tan divo

24que no lo dice ya mi fantasía.

La pluma salta, pues, y no lo escribo;

que nuestra imagen, ante pliegues tales,

27al color del vocablo halla excesivo.

«Oh santa hermana, con tus fraternales

ruegos de ardiente afecto puedes tanto

30que abandono mi esfera y sus cristales.»

Tras detenerse, aquel llamear santo

se dirigió a mi dama jubiloso

33y le habló como en estos versos canto.

Dijo ella: «Luz eterna del glorioso

varón al que el señor dejó las llaves

36que bajó de este gozo milagroso,[352]

puntos a éste propón leves y graves

en torno de la fe que, verdadera,

39te hizo andar sobre el mar como las naves.

Si cree bien y si bien ama y espera

no se te oculta, pues do está pintado

42cuanto existe tu vista persevera;

pero ya que este reino fue poblado

por nuestra fe veraz, para gloriarla,

45que ahora nos hable de ella es apropiado».

Igual que el bachiller se arma y no parla

sin que el maestro exponga la cuestión,

48para aprobarla, no por terminarla,

así ceñía yo toda razón

cuando ella hablaba, para hallarme presto

51al inquiriente y a la profesión.[353]

«Di, buen cristiano, y hazte manifiesto:

¿qué es la fe?» Y elevé entonces la frente

54hacia la luz que preguntaba esto:

me volví a Beatriz, y prontamente

me hizo una seña para que vertiese

57afuera el agua de mi interna fuente.

«La gracia, que me otorga que confiese

—yo empecé—, con el alto primipilo[354],

60haga que mis conceptos bien exprese.

—Y proseguí—: Como el veraz estilo

escribió, padre, de tu hermano amado

63que también puso a Roma en el buen hilo,

la sustancia es la fe de lo esperado

y de lo no aparente el argumento:

66y así su ser en sí juzgo explicado.»

Y él dijo: «Tienes buen entendimiento

si por qué entre sustancias, tú me glosas,

69y luego entre argumentos, le dio asiento».

Y yo repuse: «Las profundas cosas

que aquí me hacen el don de su evidencia,

72allí abajo se ven tan misteriosas

que reducen su ser a la creencia,

en que la alta esperanza se sostiene;

75y el nombre de sustancia[355] así se agencia.

Respecto a esta creencia nos conviene

silogizar, sin más prueba a la vista;

78por eso el nombre de argumento tiene».

Y oí: «Si cuanto abajo se conquista

por la doctrina, así fuera entendido,

81no hallara sitio ingenio de sofista».

Así espiró aquel amor encendido;

«De esta moneda —me añadió en seguida—

84bien probados el peso y liga han sido:

mas dime si en tu bolsa está metida».

Y yo: «Sí, y tan brillante y tan rotunda

87que en su cuño no hallé cosa escondida».

Luego salió de aquella luz profunda

que allí esplendía: «Este diamante fino

90sobre el que toda otra virtud se funda,

¿quién te lo dio?». «La lluvia del divino

Espíritu —seguí—, que está difusa

93en el nuevo y el viejo pergamino[356];

su silogismo me la da conclusa,

y de cada objeción que a ella se mueva

96toda demostración encuentro obtusa.»

Y luego oí: «La antigua, y la más nueva,

proposición que tanto te contenta,

99que es palabra divina, ¿quién lo prueba?».

«La prueba que a mis ojos documenta

son las obras —repuse— en que natura

102no da en el yunque ni el metal calienta.»[357]

Me fue respuesto: «Di, ¿quién te asegura

que tales obras fueron? Pues el mismo

105que pretende probarse es quien te jura».

«Si el mundo convirtióse al cristianismo

—dije yo— sin milagros, éste es uno

108que excede de los otros al guarismo;

al campo fuiste tú pobre y ayuno

cuando ibas a sembrar la buena planta,

111que fue vid y se ha vuelto estéril pruno.»

Esto acabado, la alta corte santa

entonó por la esfera «A Dios loamos»

114en los melismas con que allí se canta.

Y aquel barón, que de unos a otros ramos[358]

mientras me examinaba me movía,

117cuando a la última fronda nos llegamos,

«La gracia que corteja —me decía—

a tu mente, la boca ya te ha abierto

120de la forma en que abrirse ella debía,

y así lo que declaras doy por cierto;

mas debes explicarme lo que crees

123y dónde tu creencia has descubierto».

«Oh santo padre, espíritu que ves

lo que creíste, tanto que venciste

126hacia el sepulcro a más jóvenes pies[359]

—yo empecé—, que expusiera me dijiste

la forma aquí de aquello en lo que creo,

129y que te explique su razón pediste.

Y te respondo: que hay un Dios yo veo

solo y eterno que los cielos mueve,

132inmóvil, con amor y con deseo.

Y aunque con metafísica lo pruebe,

y con física, pruebas más completas

135me ofrece la verdad que de aquí llueve

por Moisés, por los Salmos, los Profetas,

el Evangelio y todas las señales

138que escribisteis de Espíritu repletas.

Y creo en tres personas eternales,

y en una esencia que es tan una y trina

141que el “son” y el “es” para ella son iguales.

Con la profunda condición divina

de que trato, la mente mía sella

144mil veces la evangélica doctrina.

Tal el principio, tal es la centella

que en llama más vivaz y extensa estalla

147y como astro en el cielo en mí destella.»

Cual señor que, escuchando, placer halla

y un abrazo a su siervo da, exultando

150por la noticia, apenas éste calla;

lo mismo, bendiciéndome cantando,

tres veces me ciñó, al verme callado,

153la apostólica luz a cuyo mando

lo que tanto le plugo había hablado.

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