CANTO XXIV
CÍRCULO VIII. BOLSA VII: LADRONES
Mordidos por serpientes y metamorfoseados.
Vanni Fucci.
En la parte del año jovenzuelo
en que el sol en Acuario su crin templa
3y va la noche a repartirse el cielo,[193]
cuando al mirar la escarcha se contempla
la copia que hace de su hermana blanca,
6pero pronto su pluma se destempla,[194]
el villano su puerta desatranca
y, viendo su escasez, y la campaña
9blanquear, se da golpes en el anca;
vuelve a casa y laméntase con saña,
pues no sabe qué hacer el desgraciado;
12sale otra vez y ve que ya no baña
la escarcha al mundo, y todo está cambiado,
y de sus ovejuelas el rebaño
15saca a pastar, y empuña su cayado;
diome el maestro, así, susto tamaño
cuando nublada contemplé su frente,
18pero la medicina siguió al daño;
pues, al llegar al arruinado puente,
volviendo el rostro, comenzó a mirarme
21igual que al pie del monte, dulcemente.
Meditó un poco y se acercó a abrazarme
y luego, tras mirar bien a la ruina,
24en vilo me tomó para empinarme.
Como aquel que a pensar y hacer atina
al mismo tiempo, tal que preparado
27parece para todo, así me empina
sobre un risco y, mirando a otro rajado,
«Agárrate bien a ése —dice el guía—,
30y si te aguanta prueba con cuidado».
Para gente con capa no era vía,
pues siendo yo ayudado y él sin peso,
33de sostén en sostén mal se subía.
Y si de aquel recinto el muro espeso
no tuviese una cuesta menos dura,
36que me venciera —y a él no sé— confieso.
Mas Malasbolsas hacia la abertura
del bajísimo pozo toda prende:
39por eso en una pate gana altura
y por la opuesta hacia el brocal desciende;
llegamos hasta el punto más alzado,
42donde al lajedo último se extiende.
Mi aliento estaba ya tan ordeñado,
al verme arriba, y mi fatiga tanta
45era, que me senté no más llegado.
«Pues te conviene, tu pereza espanta
—dijo el maestro—, que en la blanda pluma
48fama no has de ganar, ni so la manta:
quien sin ganarla su vivir consuma
igual vestigio dejará en la tierra
51que humo en el aire y en el agua espuma.
Levántate, de ti el sopor destierra,
pues siempre vence el animoso pecho
54si por culpa del cuerpo no la yerra.
Aún de escalera queda un largo trecho,
pues de entre ésos no basta haber salido;
57sírvate, si me entiendes, de provecho.»
En pie me puse, y más abastecido
de aliento me mostré que me sentía.
60«Vamos —dije—, soy fuerte y decidido.»
Por el escollo aquel abrimos vía,
que áspero, estrecho y bravo se mostraba
63y al de antes en declives excedía.
Fingiendo fuerzas, al nadar hablaba,
cuando una voz salió del otro foso
66que a formar las palabras no acertaba.
Y aunque estaba en el puente que al medoroso
valle atraviesa, yo no entendí nada;
69pero era aquélla el habla de un furioso.
Me volví, más de un vivo la mirada
llegar no puede al fondo por lo oscuro.
72«Maestro —dije—, busca la bajada
Y apeémonos pronto de este muro,
que igual que oigo una voz y nada entiendo,
75miro hacia abajo y nada me figuro.»
«Mi respuesta es que ya lo estoy haciendo
—me contestó—, pues la demanda honesta
78se cumple de palabras prescindiendo.»
Del puente descendimos do se acuesta
a la muralla de la octava riba
81y allí me fue la bolsa manifiesta,
contemplé en su interior terrible estiba
de serpientes, tan varia y numerosa
84que el recordarla del color me priva.
No más se alabe Libia la arenosa
de sus yáculos, faras y ceneras,
87quelidros y anfisbenas: tan odiosa
copia no muestra de apestosas fieras,
ni aun sumándole toda Etiopía
90y de todo el Mar Rojo las riberas.
Entre tan cruel y triste fauna había
gentes corriendo, en cueros y espantadas,
93sin refugio esperar, ni heliotropía[195];
sus manos por detrás iban atadas
con sierpes que, apretando la cintura,
96cola y cabeza tienen anudadas.
Y he aquí que, a nuestro lado, se apresura
una sierpe a saltar y a uno atraviesa
99de los hombros y el cuello en la juntura.
La o y la i no se hacen tan apriesa
cual, por furioso fuego consumido,
102cayó al suelo, volviéndose pavesa;
y, tras yacer en tierra destruido,
alzóse la ceniza sin tardanza
105y su aspecto le fue restituido.
Cuentan los sabios dignos de confianza
que el ave Fénix muere así, y renace,
108cuando el medio milenio casi alcanza;
ni hierba ni cebada jamás pace,
sino incienso y el llanto del amomo,
111y con nardo y con mirra el nido hace.
Y como aquel que cae sin saber cómo
porque fuerza diabólica lo tira
114o de otra opilación sufre el asomo,
al levantarse en torno de sí mira,
por la pasada angustia conturbado,
117y varias veces, al mirar, suspira,
así hizo el pecador recién alzado.
¡Oh potencia de Dios, eres severa
120al vengarte de modo tan airado!
Luego le preguntó el guía quién era
y él respondió: «Llovido he de Toscana,
123poco tiempo hace, en esta bolsa fiera.
Vida de bestia preferí a la humana,
cual bastardo que fui; yo soy el bruto
126Vanni Fucci[196], de cuadra pistoyana».
Y yo a mi guía: «Ténmelo un minuto
y pregunta qué culpa aquí le ha hundido,
129que hombre le he visto que ha sembrado el luto».
No fingió el pecador no haberme oído,
mas, su ánimo y su rostro a mí volviendo,
132se mostró de vergüenza enrojecido;
y dijo: «Más me duele que estés viendo
esta mi condición tan miserable
135que los dolores que sentí muriendo;
y, puesto que es preciso que te hable,
digo que yo robé en la sacristía
138los bellos ornamentos: soy culpable
aunque a otro se cargó la culpa mía.
Y porque no te alegre mi tormento,
141si de lo oscuro sales algún día,
lo que voy a decir escucha atento:
escaseará en Pistoya el Negro bando
144y cambiará Florencia su argumento.[197]
De Val de Magra, Marte irá arrojando
el túrbido vapor enfurecido
147y una agria tempestad vendrá tronando
sobre el Campo Piceno combatido;[198]
y, de repente, al despejarse el cielo,
150todo el que sea Blanco será herido.
¡Y esto lo digo por causarte duelo!».