CANTO XXVI
CORNISA VII: LUJURIOSOS
Ejemplos de lujuria castigada. Guido Guinizelli, Arnaut Daniel.
Mientras, uno tras otro, por la orla
íbamos, el maestro repetía:
3«Ve con cuidado: yo te advierto»; y por la
derecha el sol a mi hombro diestro hería,
pues ya, radiando, en todo el Occidente
6al celeste color blanco volvía;
yo con mi sombra hacía más candente
parecer a la llama; y del indicio
9a mucha sombra, andando, vi pendiente.
Ésta fue la razón que diera inicio
a que hablasen de mí, y así empezaron:
12«No parece ese cuerpo ser ficticio»;
luego, cuanto pudieron se acercaron
a mí, pero teniéndose a resguardo,
15pues el sitio en que ardían no dejaron.
«Oh tú que vas, y no por ser más tardo,
tras los que tal vez sigues reverente,
18respóndeme, que en sed y en fuego ardo.
Tu respuesta no es sólo conveniente
para mí, que padecen menos sed
21la India y la Etiopía que esta gente.
Di por qué para el sol eres pared,
igual que si tu cuerpo no estuviera
24envuelto de la muerte por la red.»
Así uno me decía, y yo me hubiera
manifestado ya, si distraído
27por otra novedad no me sintiera;
que otra gente en mitad del encendido
camino, el rostro vuelto contra ésta,
30me hizo que la mirase suspendido.
Y vi de cada lado avanzar presta
cada sombra y besarse, una con una,
33sin parar, satisfechas de tal fiesta,
de igual manera que en su fila bruna
con la de enfrente hocícase la hormiga,
36avisándose el paso y la fortuna.
Apenas cesa la acogida amiga,
y antes que cada sombra otra vez corra,
39en gritar cada grupo se fatiga:
«Sodoma —los más nuevos— y Gomorra»;[281]
«Pasifae entra en la vaca —los de antes—
42porque el torillo su lujuria acorra».[282]
Y, como van las grullas emigrantes,
ya a los montes Rífeos[283], ya a la arena,
45de huir hielos o soles anhelantes,
así el ir y el venir allí se ordena;
y a su primer cantar tornan plañendo,
48que en cada grupo el grito de antes suena.
Cerca de mí se fueron reuniendo
las mismas que me habían preguntado,
51su avidez de escucharme trasluciendo.
Viendo yo su deseo duplicado
les empecé a decir: «Almas seguras
54de estar en paz un día: no han quedado
allá abajo ni verdes ni maduras
mis carnes, que mis miembros van conmigo
57con su sangre y sus mismas coyunturas.
Para no seguir ciego, subo y sigo:
arriba una mujer me obtiene gracia
60para que de este mundo sea testigo.
Mas así vuestra sed se vea sacia
sin tardar, y en el cielo se os reciba
63que está lleno de amor y más se espacia,
decidme, porque yo en papel lo escriba,
quiénes sois vos, y quién es esa turba
66que os da la espalda cuando el paso aviva».
No de otro modo estúpido se turba
el montañés, y sin hablar se para,
69cuando rudo y selvático se enurba[284],
de como aquellas sombras en su cara.
Mas en mostrar sorpresa fueron parcas,
72que ésta no dura en ánima preclara,
y «¡Beato eres tú, que en nuestras marcas
—dijo el que preguntó primeramente—
75para morir mejor, pericia embarcas!
La que no se nos mezcla es esa gente
que pecó en lo que César, que, triunfando,
78reina se oyó llamar burlonamente[285];
por tal razón “Sodoma” van gritando,
y así se afrentan, tal como has oído,
81con vergüenza su fuego alimentando.
Nuestro pecado hermafrodita[286] ha sido;
mas no habiendo cumplido el estatuto
84humano, que el bestial hemos seguido,
se nos grita al partir el disoluto
ejemplo, que en oprobio nuestro oímos,
87de aquella que entre astillas se hizo bruto.
Ya conoces la culpa en que incurrimos,
no hay tiempo, ni sabría responderte,
90si conocer deseas quiénes fuimos.
Mas con mi nombre quiero complacerte:
soy Guido Guinizelli[287], y aquí expío
93por dolerme ya al borde de la muerte».
Cual, de Licurgo ante el dolor impío,
dos hijos con su madre procedieron[288],
96tal hice yo, pero sin tanto brío,
cuando sus propios labios descubrieron
al padre mío, a quien por cima tuve
99de cuantos dulces rimas escribieron.
Sin oír ni decir, absorto anduve,
mientras le contemplaba, un largo trecho,
102pero lejos del fuego me mantuve.
Ya de admirarle estaba satisfecho
y a él me ofrecí con la palabra bella
105que excita confianza en otro pecho.
Y él me repuso: «En mí deja tal huella
lo que te oigo decir, y así me agrada,
108que no le causará el Leteo mella;[289]
mas si juraste con palabra honrada,
di cuál es la razón por que demuestras
111tanto amor al hablar y en la mirada».
Yo respondí: «Las dulces rimas vuestras,
que, cuanto durará el uso moderno,
114[290]me harán de vuestra tinta amar las muestras».
«Oh hermano mío, aquel que allí discierno
—dijo de uno que estaba a nuestro alcance—
117fue el mejor forjador de hablar materno.
Versos de amor y prosas en romance
hizo mejores; y al estulto deja
120que al Lemosín[291] defienda a todo trance.
No a lo cierto, a la voz tienden la oreja,
y afirman su opinión en argumentos
123que ni arte ni razón les aconseja.
Así, de los antiguos los acentos
hicieron de Guitón[292] el más egregio,
126mas de otros le vencieron los talentos.
Si disfrutas del alto privilegio
de elevarte hasta el claustro en que maestro
129es Cristo, y es abad de su colegio,
dile por mi intención del padrenuestro
lo que nos es preciso en este mundo
132donde no es el pecar asunto nuestro.»
Tal vez sitio dejándole a un segundo
que cerca estaba, vi que se perdía
135entre el fuego, cual pez en lo profundo.
Me aproximé al instante al que me había
mostrado, y la manera le hice oír
138gentil con que a su nombre acogería.
Y él libremente comenzó a decir:
«Tan m’abellis vostre cortes deman,
141qu’ieu no me puesc ni voill a vos cobrire.
Ieu sui Arnaut, que plor e vau cantan,
consiros vei la pastada folor,
144e vei jausen lo joi Quesper, denan.
Ara vos prec, per aquella valor
que vos guida al som de l’escalina,
147sovenba vos a temps de ma dolor!»[293]
Y se escondió en el fuego que allí afina.
