CANTO XXVII
CIELO VIII: ESPÍRITUS TRIUNFANTES.
CIELO IX: COROS ANGÉLICOS
Himno de los bienaventurados a Dios. Invectiva de San Pedro contra la Iglesia.
«¡Al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo,
gloria!», en todos los cielos se ha sentido;
3y a mí me enajenaba el dulce canto.
La risa contemplar allí he creído
del universo, pues la ebriedad mía
6me entraba por la vista y el oído.
¡Oh gozo! ¡Oh qué inefable mi alegría!
¡Oh de amor y de paz vida colmada!
9¡Oh riqueza que nada más ansia!
Seguían ocupando mi mirada
las cuatro hachas; y el santo personaje
12que antes llegó, su luz mostró avivada,[395]
y tal se transformó su ígneo ropaje,
que igual haría Jove, si él y Marte,
15siendo aves, permutasen el plumaje.[396]
La santa providencia, que reparte
incumbencia y oficio en aquel foro,
18silencio había impuesto en cada parte
cuando escuché: «Si yo me transcoloro,
no te sorprendas, que cuando esté hablando
21verás transcolorarse a todo el coro.
Quien en tierra mi puesto está usurpando[397],
mi puesto, el puesto mío, que ahora vaca
24ante el Hijo de Dios, que está juzgando,
del cementerio mío ha hecho cloaca
de la sangre y la podre, do el perverso
27que de aquí desplomóse, allí se atraca».
A aquel color que el sol, por el reverso,
da a las nubes de tarde y de mañana
30por todo el cielo yo lo vi disperso.
Cual, segura de sí, no se amilana
la dama honesta, mas la ajena erranza,
33sólo escuchada, tíñela de grana;
así en Beatriz mostróse una mudanza;
un eclipse debió haber semejante
36cuando sufrió pasión la alta pujanza.[398]
Mas él con su oración siguió adelante
en voz hasta tal punto transmutada
39que no sufrió más cambios su semblante:
«No fue la esposa de Cristo criada
con sangre mía, y la de Cleto y Lino[399],
42para ser en el logro de oro usada;
mas, por lograr este feliz destino,
tras mucho llanto, la de Sixto, Urbano,
45Calixto y Pío a derramarse vino.[400]
No quisimos que parte del cristiano
pueblo a la diestra de los papas fuera
48a sentarse, y el resto a la otra mano;
ni que las llaves que el Señor me diera
se volviesen emblema de una enseña
51 que contra bautizados combatiera;[401]
ni que allá mi figura fuese seña[402]
en las bulas vendidas y mendaces:
54por eso, avergonzado, arde mi leña.
Con traje de pastor, lobos rapaces
allá abajo se ven en cada prado:
57oh defensa de Dios, ¿por qué así yaces?
A beber nuestra sangre hanse aprestado
el Gascón y el sediento Cahorsino[403]:
60¡buen principio para un fin desastrado!
Mas la alta providencia, que el destino,
con Escipión, del mundo salvó en Roma,[404]
63que ha de acorrernos pronto yo adivino.
Y tú, hijo mío, la palabra toma
cuando vuelvas al mundo, y que tu boca
66no esconda aquello que en la mía asoma».
Como nuestro aire al descender provoca
de los helados copos, cuando el cuerno
69de la cabra del cielo ya al sol toca,[405]
así adornado vi al éter eterno:
que a los vapores vi nevar triunfantes
72de nuestro lado al círculo superno.[406]
Con los ojos seguía a sus semblantes
hasta que el medio, por haber crecido,
75me prohibió mirarlos tan distantes.
Cuando me vio mi dama remitido
de mirar hacia arriba, dijo: «Estima,
78mirando abajo, el giro que has cumplido».
Y, desde que miré desde allí encima,
me vi movido por el arco entero
81que hace, del medio al fin, el primer clima,
por Cádiz, yo vi el loco derrotero
de Ulises; y la playa, de este lado,
84en la que Europa fue peso ligero.[407]
Y mucho más habría divisado
de esta erilla; mas ya el sol procedía
87a mis pies, más de un signo adelantado.[408]
Pero mi mente, que a la dama mía
mostrar su gran amor siempre procura,
90por contemplarla más que nunca ardía:
y si natura o arte dan pastura
a nuestros ojos, por captar la mente,
93en carne humana o bien en su pintura,
nada parecen ambas juntas, frente
al divino placer que me alumbraba
96cuando miré a su rostro sonriente.
Y el poder que al mirar me dispensaba,
desde el nido de Leda hizo que fuera
99hacia el cielo que más veloz giraba.[409]
Tan excelsa y tan viva en esa esfera,
e igual, es cada parte, que no entiendo
102en cuál Beatriz el sitio me escogiera.
Mas ella, mis deseos conociendo,
comenzó, tan feliz y tan discreta
105que a Dios gozarse en ella estaba viendo:
«La natura del mundo, que está quieta
en su centro, mas todo en torno mueve,
108comienza aquí desde su propia meta;
y este cielo asentarse sólo debe
en la mente divina, en que se enciende
111el amor por quien gira y virtud llueve.
De luz y amor un cerco lo comprende,
como él a los demás; y a este recinto
114el que lo ciñe solamente entiende.
No de otro viene su girar distinto;
mas que él mida a los otros fue dispuesto,
117cual el diez por su medio y por el quinto.
Y cómo el tiempo tenga en este tiesto
las raíces y en otros dé las frondas
120desde ahora puede serte manifiesto.
¡Oh avidez, que en región tan baja afondas
al mortal, que carece del poder
123de mirar por encima de tus ondas!
Bien florece en los hombres el querer;
mas las buenas ciruelas de sus huertas
126estropea el continuo llover.
La inocencia y la fe son descubiertas
sólo en los niños; que huye cada una
129antes que las mejillas sean cubiertas.
Tal, balbuciendo todavía, ayuna,
que devora, con lengua ya adiestrada,
132cualquier clase de cebo en cualquier luna;
tal, balbuciendo, oye a su madre amada,
que cuando el habla entera ya maneja
135desearía verla sepultada.
Cobra negro color y al blanco aleja
la piel que a la hija bella embellecía
138del que mañana trae y noche deja.[410]
Mas no te asombre la palabra mía,
y piensa que en la tierra no hay gobiernos;
141y así el género humano se extravía.
Antes que quede enero sin inviernos
por culpa del centésimo olvidado,
144radiarán estos círculos supernos,[411]
y al fin el huracán tan esperado
pondrá la popa donde está la prora,
147y a la flota en el rumbo deseado;
y Pomona vendrá detrás de Flora[412]».