CANTO XXI
CIELO VII: ESPÍRITUS CONTEMPLATIVOS
Aparecen como resplandores que descienden a lo largo de una escalera de oro, cuya cima no alcanza la vista. Juntos, en un determinado peldaño se separan, subiendo o bajando de nuevo, o continúan girando. No cantan para no oprimir el poder auditivo de Dante. Saturno; tronos. Contemplativos: Pietro Damiano. Inescrutabilidad de las razones que rigen la predestinación.
Ya al rostro de mi dama había vuelto
los ojos, y con ellos mi alma entera,
3y de todo otro intento estaba absuelto.
Y ella no sonrió, mas «Si riera
—me comenzó—, serías semejante
6a Semele, cuando cenizas era[321];
que mi belleza, escalas adelante
del eterno palacio, más se enciende,
9como ves, al subir, de instante a instante.
Y si no la templase, tanto esplende
que tu mortal poder, a su fulgor,
12fronda sería a la que el trueno hiende.
Hemos subido al séptimo esplendor,
que bajo el pecho del León ardiente
15mezcla e irradia abajo su valor.[322]
Por detrás de tus ojos pon la mente
y de ellos haz espejo a la figura
18que en este espejo te será aparente».
Quien supiese cuál era la pastura
de mi vista en aquel rostro beato
21cuando me transmuté a distinta cura,
conocería cómo me era grato
contrapesar con uno al otro lado
24al seguir de mi escolta aquel mandato.
En el cristal que lleva el nombre amado,
cercando al mundo, de su caro guía,
27bajo el que todo el mal yació enterrado,[323]
de color de oro un rayo traslucía
en el que vi una escala suspendida
30tan alto, que el final no se veía.
Vi, por los escalones, la venida
de tantas luces, que creí a la suma
33de todo el cielo en ellos difundida.
Y como, por costumbre, entre la bruma
matinal, las cornejas agrupadas
36bullen por calentar la fría pluma,

y se van, y no vuelven, a bandadas;
y se ve a otras volviendo, y a otras que se
39quedan allí, girando en revoladas,
así me parecía que ocurriese
en aquel destellar allí agrupado,
42antes que la escalera lo tuviese.
Y el que más cerca habíase parado
se hizo tan claro que exclamé pensando:
45«¡Bien entiendo el amor que me has mostrado!».
La que me hace esperar el cómo y cuándo
del decir y el callar, siguió callada;
48y al deseo frené no preguntando.
Y ella, de mis anhelos informada
por la vista a que toda cosa cede,
51«Sea —me dijo— tu ansia desatada».
Y yo empecé: «Mi mérito no puede
hacer que yo merezca tu respuesta;
54mas por quien preguntarte me concede,
vida beata oculta tras la fiesta
que te envuelve, concédeme que pueda
57conocer la razón que a mí te acuesta;
y di por qué se calla en esta rueda
la dulce sinfonía que he oído
60por las otras sonar devota y leda».
«Tienes mortal la vista y el oído
—me respondió—, y aquí no suena el canto
63por lo que Beatriz no ha sonreído.
Los escalones he bajado tanto
de la escalera a festejarte hablando,
66y con la clara lumbre que es mi manto;
no el sentir más amor me está apurando,
que tanto y más amor arriba hierve,
69según el flamear te está mostrando.
Mas la alta caridad, que hace que observe
cada una la intención del que gobierna
72su suerte hace, cual ves, que aquí conserve.»
«Bien veo —dije yo—, sacra lucerna,
cómo el más libre amor en esta corte
75basta a seguir la providencia eterna;
mas a que expliques deja que te exhorte
por qué razón te ves predestinada
78a este oficio, entre tanta alma consorte.»
No estaba aún mi frase terminada
cuando hizo de su medio la luz centro
81y giró como muela apresurada;
luego, dijo el amor que estaba dentro:
«La luz divina a mi interior apunta
84penetrando por ésta en que me envientro[324],
cuya virtud, que a mi visión se junta,
tanto me eleva sobre mí, que veo
87la suma esencia de la cual trasunta.
De ahí viene la alegría en que flameo;
pues con mi propia vista, que es muy clara,
90la claridad de la llama pareo.
Pero el alma que al cielo más aclara,
el serafín que a Dios más fijo mira,
93a tu pregunta nunca contestara.
Lo que quieres saber, la sima inspira
de la eterna ordenanza más secreta,
96y queda lejos de creada mira.
Y cuando vuelvas al mortal planeta,
esto reporta, porque no presuma
99de encaminar los pies a dicha meta.
La mente, que aquí luce, en tierra es bruma;
por eso, mira bien si puede abajo
102lo que no puede aunque el cielo la asuma».
Tanto con su discurso me retrajo,
que dejé la cuestión y, humildemente,
105le pregunté quién fue en el mundo bajo.
«De Italia entre ambas costas, tan ingente
riscal hay, de tu patria no alejado,
108que más bajo arde el trueno comúnmente,
y un pico forma, que es Catria llamado,
por debajo del cual un yermo austero
111se encuentra a la latría consagrado.»[325]
De esta forma inició el sermón tercero;
y me dijo, siguiéndolo: «Allí arriba,
114al servicio de Dios yo me di entero;
allí, nutrido con licor de oliva,
levemente pasé calor y hielo
117en mi vida feliz contemplativa.
Rendir solía aquel claustro a este cielo
Fértilmente; pero ahora el fruto es vano,
120y que esto se conozca pronto anhelo.
En tal lugar, yo fui Pietro Damiano,
y Pedro Pecador en el convento
123de María, al Adriático cercano.[326]
Ya declinaba mi mortal aliento
cuando el capelo aquél me fue ofrecido
126que de mal en peor cambia de asiento.
Vino Cefas, y el vaso preferido
del Espíritu, magros, descalzados,
129que en humildes posadas han comido.[327]
Pero hoy se quieren ver apuntalados
vuestros pastores por lujosos trenes,
132¡tan graves son!, y ser bien escoltados.
Cubren sus mantos a los palafrenes,
y así dos bestias van bajo un pellejo:
135¡oh paciencia que tanto los sostienes!».
A esta voz, vi de llamas un cortejo
bajar de grado en grado y agitarse,
138más bellas de mi vista en el espejo.
En torno a ésta vinieron a pararse,
y tal grito arrancaron de su seno
141que con nada podría compararse:
ni lo entendí, vencido por el trueno.