CANTO XVIII
CÍRCULO VII. BOLSA I: RUFIANES Y SEDUCTORES. BOLSA II: ADULADORES
Gerión. Bolsa I: rufianes y seductores. Azotados por demonios.
Venedico Caccianemico, Jasón.
Bolsa II: aduladores. Sumergidos en excrementos.
Alessio Interminei, Tais.
En el infierno hay un lugar llamado
Malasbolsas, de piedra ferrrugienta,
3igual que el cerco en el que está encerrado.
En medio de esta zona violenta
ábrese un pozo dilatado y hondo
6del que al debido tiempo daré cuenta.
Es un espacio igualmente redondo
el que hay del pozo a la alta escarpadura
9y en diez valles divídese su fondo.
Semejante al castillo que procura
con fosos y más fosos defenderse
12del lugar en el que estoy es la figura
y bajo tal imagen puede verse;
y como en los lugares defendidos
15suelen desde el umbral puentes tenderse,
así desde la roca son movidos,
a márgenes y fosos dividiendo,
18escollos que en el pozo vense unidos.
En tal sitio, al bajarnos del horrendo
Gerión, nos encontramos; y a mi guía,
21que tomó hacia la izquierda, fui siguiendo.
A mi diestra otra lástima veía:
nuevos tormentos y fustigadores
24que la primera fosa contenía.
Llenábanla desnudos pecadores
que de en medio hacia acá venían de frente,
27y hacia allá a nuestro andar, mas con mayores
pasos, igual que en Roma va la gente,
cuando el jubileo, caminando
30en dos sentidos, al cruzar el puente:
pues la que va a San Pedro va mirando
al castillo, y mirar al monte toca
33a la que al otro lado va pasando.
De acá, de allá, sobre la oscura roca,
unos diablos cornudos flagelaban
36sus espaldas con furia y saña loca.
¡Cómo los calcañares levantaban
al primer latigazo!, que a ninguno
39segundos ni terceros alcanzaban.
Mientras andaba, mi mirada en uno
vino a topar, y yo pensé al momento:
42«De haberle visto ya no estoy ayuno».
Los pies fijé para mirarle atento
y conmigo paróse el dulce guía,
45y de ir atrás me dio consentimiento.
Celarse el azotado pretendía
bajando el rostro, mas se vio frustrado,
48pues le dije: «Aunque mires, a fe mía,
al suelo, si tu rostro no es prestado,
Venedico eres tú Caccianemigo;[143]
51mas ¿qué te trajo a caldo tan salado?».
Y él: «De muy mala gana te lo digo,
mas me induce tu lengua sonorosa
54que un recuerdo del mundo trae consigo.
Aquel he sido que a Ghisola hermosa
a hacer el gusto del Marqués llevó,
57cuenten cual gusten la noticia odiosa.
De Bolonia aquí solo no estoy yo,
que de su gente está el lugar tan lleno
60que nadie a tantas lenguas escuchó
decir sipa entre el Sávena y el Reno;[144]
y si una prueba de ello estás buscando,
63acuérdate de nuestro avaro seno».
Un diablo le azotó cuando iba hablando
y le dijo: «¡Rufián, sigue tu vía,
66que aquí no hay nadie en hembras negociando!».
En seguida volví a la escolta mía;
y poco más allá un escollo vimos
69que de la escarpadura procedía.
En él con ligereza nos subimos
y, yendo a la derecha lentamente,
72del eterno girar nos despedimos.
Llegados a donde un vano forma el puente
bajo el cual va la turba fustigada,
75dijo el poeta: «Escúchame y deténte;
hazte ver de esta gente desgraciada
a la que antes no viste las facciones
78porque la espalda nos tenían dada».
Desde el puente miré a los pelotones
que veía llegar del otro lado
81bajo el látigo cruel de sus sayones;
y el maestro, sin haberle preguntado,
«Ve a aquel grande que avanza —me decía—,
84al que llanto el dolor no ha provocado.
¡Qué real aspecto tiene todavía!
Es Jasón, que a la Cólquida robó
87con astucia el vellón, y valentía.[145]
A la isla de Lemnos arribó
después que a manos de hembras despiadadas
90a todos sus varones muertos vio;
con artificio y frases adornadas
a Hipsipila engañó, joven doncella
93que antes a las demás dejó burladas.
Grávida y sola allí dejó a la bella
y a este suplicio trájole su maña,
96que la venganza de Medea sella.
Quien como él ha engañado le acompaña:
y esto del primer valle es suficiente
99saber, y de la gente en quien se ensaña».
Llegamos caminando estrechamente
donde el segundo muro se cruzaba
102y sujetaba otro arco de aquel puente.
Allí sentimos gente que lloraba
en la otra bolsa, dando resoplidos,
105y con sus propias manos se golpeaba.
De un sarro están los muros guarnecidos
que trae de abajo un hálito asqueroso
108por el que ojo y nariz son ofendidos.
Tan oscuro es el fondo de este foso
que sólo puede verlo el que ha llegado
111donde el arco se eleva más airoso.
Allí fuimos; y luego he contemplado
gente hundida en estiércol: se diría
114en letrinas humanas cosechado.
Mientras mi vista el fondo recorría,
vi a uno con tanta mierda en la cabeza
117que ni laico ni fraile parecía.
«¿Por qué tanto te gusta —al verme empieza—
mirarme más que a la otra sucia gente?»
120«Porque si mi memoria no tropieza
te he visto con el pelo reluciente
y Alessio Interminei[146], de Luca, eras:
123por eso te miré más fijamente.»
Y él, dando en su testuz puñadas fieras:
«Aquí me hundió mi lengua malhadada
126nunca harta de palabras lisonjeras».
Después: «Haz que penetre tu mirada
avante —dijo el guía— y tenla atenta
129hasta que por tus ojos sea alcanzada
la desgreñada meretriz mugrienta
que rascándose está con las merdosas
132uñas, y se alza, agáchase o se sienta.
Ésa es la puta Tais[147] a quien “¿Hermosas
prendas hallas en mí?” dijo su amante,
135y respondió: “¡Más bien maravillosas!”.
Mas basta ya, y sigamos adelante».