
CANTO XXVII
CÍRCULO VII. BOLSA VIII: MALOS CONSEJEROS
Guido de Montefeltro.
Derecha se quedó la llama, y quieta,
para no decir más, y ya partía
3con la licencia del gentil poeta.
cuando otra llama que detrás venía
nos hizo que mirásemos su cima,
6pues un rumor confuso producía.
Como el buey siciliano, que la prima
vez mugió con el llanto —y justo ha sido—
9de quien supo labrarlo con su lima,
mugía con la voz del afligido,
de modo que aunque aquél de cobre fuera
12de dolor parecía estar transido,[216]
así, no hallando vía ni tronera
al principio en el fuego, en su lenguaje
15convirtió a la palabra lastimera.
Mas cuando pudo proseguir su viaje
por la punta, al vibrar le dio el acento
18que le imprime la lengua a su pasaje,
y «Oh tú —escuchamos—, a quien va el acento
de mi voz y que hablabas cual lombardo
21diciendo “Puedes irte” hace un momento,
porque en llegar he sido un poco tardo
no te pese pararte a hablar conmigo:
24¡mira que no me pesa, a mí que ardo!
Si en este mundo ciego y enemigo
ha poco te arrojó la dulce tierra
27latina, en que he ganado mi castigo,
di si Romaña se halla en paz o en guerra,
que yo fui de los montes, entre Urbino
30y el horcajo que al Tíber desencierra.»
Yo me inclinaba desde el margen pino
cuando mi guía me tocó el costado
33diciendo: «Háblale tú, que éste es latino».
Y yo, que la respuesta había pensado,
a hablarle empecé así sin más demora:
36«Oh, espíritu que abajo está celado,
nunca Romaña estuvo, ni está ahora,
sin guerra en la intención de sus tiranos,[217]
39pero ninguna, de momento, llora.
Rávena sigue so las mismas manos:
de los Polenta el águila allí anida
42y con sus alas cubre a los cervianos.
La tierra a la larga prueba sometida,[218]
que hizo de francos un montón sangrante,
45por verdes garras hállase oprimida;
Verrucchio, el mastín viejo, y el infante,[219]
que dieron a Montaña mal gobierno,
48tornan sus dientes berbiquí punzante,
las villas del Lamone y del Santerno[220]
rige el joven león del campo blanco,
51que la ley cambia de verano a invierno.
y aquella a la que el Savio baña el flanco,[221]
tal como está entre el llano y la alta sierra,
54vive entre sumisión y estado franco.
Y ahora dinos a quién tu llama encierra
y no seas más duro que otro ha sido,
57así tu nombre ensalcen en la tierra».
Y el fuego, entonces, tras haber crujido
a su modo, moviendo la cimera
60para acá y para allá, dio un resoplido.
«Si que estoy respondiendo me creyera
a alguien que al mundo vuelve de lo hondo,
63esta llama, sin más, quieta estuviera;
pero ya que jamás desde este fondo
—si oí verdad— escapa un ser humano,
66sin temor a la infamia te respondo.
Tras ser guerrero, he sido franciscano,[222]
creyendo hacer enmienda así ceñido;
69y el conseguirlo ya tenía a mano
si el gran preste[223] —¡que sea confundido!—
no de nuevo al pecado me volviera;
72y al cómo, por qué y cuándo presta oído.
Mientras la carne y huesos que me diera
mi madre disfruté, cada obra mía
75no de león, sino de zorra era.
Todos los disimulos me sabía
y a escondidas obré con tanto tino
78que ya mi fama el mundo recorría.
Cuando al punto llegué de mi camino
en el que el hombre debe estar dispuesto
81a atar los cables y abatir el lino,
lo que antes me gustó me fue molesto
y, ay de mí, confesé y tuve deseos
84de enmendarme, en la buena senda puesto.
El señor de los nuevos fariseos,
que luchaba en los campos lateranos,[224]
87con sarracenos no, ni con hebreos,
sino enemigo sólo de cristianos
que a la conquista de Acre nunca han ido
90ni a comerciar en puertos mahometanos,
la potestad y el orden recibido
no respetó, ni en mí el cordón sagrado
93que hace más magro a aquel que lo ha ceñido.
Mas, igual que Silvestre fue llamado
a curarle la lepra, allá en Sorate,[225]
96por Constantino, aquél me ha reclamado
porque su fiebre de soberbia trate:
me pedía consejo y yo callaba,
99pues hablaba lo mismo que un orate.
“Tu corazón no tema —así me instaba—,
te absuelvo de antemano, y dime cedo
102cómo abatir a Palestrina brava.
Abrir los cielos y cerrarlos puedo,
como sabes: pues fueron dos las llaves
105que mi predecesor no amó por miedo.”[226]
Me hicieron fuerza las razones graves,
y viendo que callar peor sería,
108“Padre —le dije—, pues lavarme sabes
del pecado que no he hecho todavía,
te tomarás la plaza ten por cierto
111si ofreces mucho y cumples con falsía”.
Francisco me buscó cuando hube muerto,[227]
mas uno de los negros querubines
114“¡No has de hacerme —le dijo— tal entuerto!
Venirse desde abajo con los ruines,
que el fraude aconsejó deslealmente
117y por eso le tengo por las crines;
no se absuelve al que bien no se arrepiente
ni se arrepiente y quiérese el pecado,
120pues la contradicción no lo consiente”.
¡Ay mísero de mí!, cómo he temblado
cuando me echaba mano y me decía:
123“¡Qué buen lógico soy no has barruntado!”.
A Minos me llevó, y éste ceñía
ocho veces la cola a su cadera
126y, en tanto que rabioso se mordía,
dijo: “Éste es reo de la llama fiera”;
por lo que donde ves estoy perdido
129y, así vestido, sigo mi carrera».
Cuando hubo sus palabras concluido,
alejóse la llama sollozando,
132torciendo y retorciendo el cuerno erguido.
Yo y mi guía seguimos caminando
por la escollera hasta el vecino puente,
135que salva el foso donde están pagando
los que siembran discordia entre la gente.