CANTO XXIX
CÍRCULO VIII. BOLSA IX: DISCORDIADORES
BOLSA X: FALSEADORES
Geri del Bello. Bolsa X: falseadores. Cubiertos de llagas. Griffolino d’Arezzo, Capocchio da Siena.
La mucha gente y llagas numerosas
tenían a mis luces embriagadas
3y de llorar estaban deseosas;
dijo Virgilio: «¿Dó van tus miradas?
¿Por qué tu vista se pasea lenta
6entre las tristes sombras destrozadas?
No fue en las otras bolsas tan atenta:
piensa, si es que contarlas crees posible,
9que millas veintidós el valle cuenta.
La luna a nuestros pies es ya visible
y para ver lo que aún visto no ha sido
12es ya muy poco el tiempo disponible».
«Si hubieras —sin tardar he respondido—
sabido la razón por que miraba,
15quizá seguir me habrías concedido.»
Mientras se iba, y yo detrás andaba
del guía, le iba dando la respuesta,
18y añadiéndole: «Creo que en la cava
donde tenía la mirada puesta
un alma de mi sangre está pagando
21la culpa que allí abajo tanto cuesta».
Dijo el maestro entonces: «No amargando
estés tu pensamiento con tal duelo:
24quede allá, y otra cosa ve pensando;
que yo le he visto al pie del pontezuelo
amenazarte con el dedo erguido,
27y nombrarle escuché Geri del Bello[242].
Entonces te encontrabas absorbido
por el que otrora protegió a Altafuerte[243]
30y no miraste allá; después, se ha ido».
«Oh guía mío, la violenta muerte
—dije—, que sin venganza sigue hoy día
33por los consortes de su odiosa suerte
le vuelve desdeñoso; y él se iría
por eso sin hablarme: así lo infiero
36y más le compadezco todavía.»
Fuimos hablando hasta el lugar primero
que muestra el otro hondón desde la altura,
39si más luz allí hubiese, todo entero.
Cuando alcanzamos la postrer clausura
de Malasbolsas, donde ya podían
42sus conversos mostrarnos la figura,
cual ballestas los ayes me embestían
con duros dardos de piedad ferrados
45y a mi oído mis manos obstruían.
Cual el dolor que habría al ser juntados
de Valdiquiana[244], allí, los hospitales,
48que de julio a septiembre están colmados,
y el de Maremma[245] con los sardos males,
tal era aquél; llegaban hasta arriba,
51de miembros mustios, hálitos fecales.
Descendíamos ya la última riba,
hacia la izquierda, de la pétrea ristra;
54mi vista se sintió entonces más viva
allí en el fondo, donde la ministra
del alto Sir, justicia sin errores,
57castiga al falseador que aquí registra.
No creo que tristezas vio mayores
todo el pueblo de Egina contagiado
60cuando el aire llenóse de vapores:[246]
ni el ínfimo gusano fue salvado;
cascaron todos, y la antigua gente
63—los poetas lo creen y lo han contado—
de hormigas restauróse en la simiente;
que era de ver en el oscuro tajo,
66en montones, tanta alma esmoreciente.
Unos de espaldas y otros bocabajo,
unos encima de otros, tal había
69que se arrastraba a gatas con trabajo.
Sin hablar, paso a paso, me movía
mirando y escuchando a los postrados,
72gente que levantarse no podía.
A dos vi apuntalarse, allí sentados,
como, al cocer, se apoya teja en teja,
75de costras totalmente maculados;
la almohaza con tal prisa no maneja
el mozo que al señor está esperando
78ni el que una guardia mal sufrida deja,
cual cada una se estaba adentellando
con las uñas, a causa del rabioso
81picor, oro socorro no esperando;
con las uñas se hurgaban lo sarnoso
cual escama el cuchillo las lubinas
84u otro pescado aún más escamoso.
«Oh tú que con los dedos te empecinas
—a uno de ellos le dijo mi señor—
87y que a hacer de tenazas los destinas.
di si aquí algún latino es morador,
así te sean las uñas de provecho
90eternamente, en su eternal labor.»
«Latino soy, y es éste, tan maltrecho
como yo —contestóle uno gimiendo—;
93¿quién eres tú que tal pregunta has hecho?»
Y el guía: «Yo soy uno que desciendo
con este vivo, de uno en otro grado,
96y el Infierno le vengo descubriendo».
El apoyo común quedó quebrado:
temblando, a mí cada uno se volvía,
99y otros más que le habían escuchado.
El buen maestro a mí se dirigía,
diciendo: «Diles ahora lo que quieras».
102Y yo empecé, pues él lo permitía:
«Así en el mundo sean duraderas
vuestras memorias; en la humana mente;
105y estén vivas al sol de muchas eras,
decidme quiénes sois y de qué gente:
vuestra asquerosa y aflictiva pena
108al punto de no hablar no os amedrente».
«Yo fui de Arezzo, y Álbero de Siena[247]
—uno dijo— me puso sobre el fuego,
111mas esa muerte aquí no me condena.
Verdad es que yo dije, hablando en juego:
“Por el aire elevarme yo sabría”,
114y él, muy curioso y de talento lego,
quiso de mí aprender dicha maestría
y, al no hacerle yo un Dédalo, a la hoguera
117me llevó quien por hijo le tenía.
Mas a la bolsa décima y postrera
me mandó por la alquimia que he ejercido
120Minos, que no erraría aunque quisiera.»
Y yo dije al poeta: «¿Habrá existido
pueblo cual el de Siena pretencioso?
123¡Ni el francés, que por tal es conocido!».
Y como me escuchó el otro leproso,
me respondió: «Que saques quiero a Stricca,
126que en los gastos ha sido cuidadoso,[248]
y a Niccolò, que la costumbre rica
del clavo antes que nadie se ha encontrado
129en el mismo terreno en que radica,
y saca a la pandilla en que ha gastado
Caccia de Ascián la viña y la gran fronda
132y Abbagliato buen juicio ha demostrado.
Y porque el nombre más no se te esconda
de quien contra el sienés te está siguiendo,
135mírame y que mi rostro te responda:
de Capocchio[249] a la sombra estás oyendo,
que imitó los metales con la alquimia;
138ya sabes, si te estoy reconociendo,
que a natura imité como una simia».