CANTO XIII
CIELO IV: ESPÍRITUS SABIOS
La sabiduría de Salomón. La gloria de los bienaventurados tras la Resurrección.
Imagine quien bien saber intente
lo que vi luego —y como roca quiera
3firme guardar mi imagen en su mente—:
quince estrellas dispersas que la esfera
del cielo avivan con su luz, tan clara
6que en toda condición del aire impera;
imagine aquel carro al que acapara
nuestro cielo, que en él siempre se queda
9y no se oculta al dar vuelta su vara;[206]
imagine la boca, aquel que pueda,
del cuerno cuya punta está en el fuerte
12eje que hace girar la primer rueda,[207]
dos signos ser del cielo, de igual suerte
que aquel en que cambiada al cielo fuese
15la hija de Minos al sentir la muerte;[208]
y que uno al otro rayos le tendiese,
y tal fuera su giro acompasado
18que uno al antes y al luego otro anduviese;
y así casi una sombra habrá formado
de la constelación y doble danza
21de que entonces me hallaba rodeado;
pues está tan allá de nuestra usanza
cuanto de allá del discurrir del Chiana[209]
24se mueve el cielo aquel que más avanza.
Cántase allí, no a Baco, no a Peana[210];
sí a tres personas de eternal natura
27y en una de ellas a ella y a la humana.
Cumplieron canto y giro su mensura;
y a nosotros las luces se volvieron,
30felices de pasar a nueva cura.
De los concordes números rompieron
el silencio los sones que la vida
33del pobre del Señor ya enaltecieron,
diciendo: «Si una parva está molida
y a salvo su simiente, a la otra trilla
36el dulce amor ahora me convida.
Crees que en el pecho de cuya costilla
se formó —y trajo a todos malandanza
39su paladar— la más bella mejilla[211],
y en el que, traspasado por la lanza[212],
tal su precio después y antes ha sido
42que a toda culpa vence en la balanza,
cuanto a la humana especie es permitido
tener de luz, el que a uno y otro hiciera
45por su propio valor haya infundido;
y te admira lo que antes te dijera
cuando negué segundo al saber hondo
48del bien que en la luz quinta reverbera.[213]
Los ojos abre a lo que te respondo
y verás tu creer y mi decir
51ser verdad como el centro en lo redondo.
Lo inmortal y lo que es para morir
no es sino luz que aquella idea envía
54que parió, amando, nuestro dulce Sir:[214]
que aquella viva luz que se abre vía
desde su foco, sin que se desuna
57ni de él ni del amor que a ella se entría[215],
por su bondad su radiación aduna,
casi espejada, en nuestras subsistencias,
60eternamente conservándose una.
De aquí baja a las últimas potencias
de acto en acto, de modo deviniendo
63que sólo forma breves contingencias;

y tales contingencias ser entiendo
todas las cosas que, al girar, produce
66el cielo, con semilla o careciendo.
La cera y quien la forma en ella aduce
no son de un modo; y diferentemente
69abajo el ideal signo trasluce.
Que en árboles iguales se presente
mejor o peor fruto, ello genera;
72y que tengáis ingenio diferente.
Si estuviese en sazón la blanda cera
y el cielo en su virtud más acabada,
75toda la luz del sello reluciera,
mas natura la ofrece inacabada,
como la mano experta del artista
78que tiembla cuando da la pincelada.
Mas si el cálido amor la clara vista
de la prima virtud signa y prepara,
81toda la perfección aquí conquista.
Ello hizo que la tierra, así, formara
de la animal grandeza las coronas[216],
84y que encinta la Virgen se quedara.
Por eso acepto, como tú razonas,
que la natura humana por delante
87no estuvo ni estará de esas personas.
Pero si no siguiera yo adelante,
“¿Cómo aquél un segundo no ha tenido?”
90ya estarías diciendo en este instante.
Mas para que aparezca lo escondido,
piensa quién fue y qué causa le movía
93cuando, al decirle “Pide”, hizo el pedido.[217]
No de tal modo hablé que todavía
no puedas ver que ser rey suficiente
96quiso el rey al pedir sabiduría;
no saber cuántos son exactamente
los motores de aquí, ni si necesse
99deriva de necesse y contingente;[218]
no si est daré primum motum esse[219];
ni hacer en medio círculo intentaba
102un triángulo que un recto no tuviese.
Si entiendes lo que digo y lo que hablaba,
a la prudencia real con mis disparos,
105que es ciencia incomparable, yo apuntaba;
y si alzas al “surgió” los ojos claros,
verás que sólo a reyes me refiero,
108que son muchos, y son los buenos raros.
Con esta distinción, que entiendas quiero,
pues lo que digo afirma tu creencia
111sobre el Amado y el padre primero.
Sea plomo en tus pies esta advertencia,
y lentamente irás, como hombre laso,
114al sí y al no que no es pura evidencia:
que más corto que el necio da su paso
el que sin distinción afirma y niega
117igual en uno como en otro caso;
que muchas veces ves cómo se pliega
la opinión presurosa a falsa parte
120y el afecto, después, la mente ciega.
Peor que en vano de la orilla parte,
pues no regresa igual que se ha marchado,
123quien pesca la verdad e ignora el arte.
Y de ello al mundo ejemplo desgraciado
Parménides, Meliso y Briso[220] dieron
126y otros que sin saber dónde han andado;
y Arrio y Sabelio[221] y cuantos necios fueron
igual que espadas con las Escrituras,
129cuyos rasgos derechos retorcieron.
No se sientan las gentes muy seguras
al juzgar, imitando a aquel que estima
132las cebadas que aún no están maduras:
que he visto, del invierno bajo el clima,
al espino ser rígido y feroz
135y una rosa llevar luego en la cima,
y he visto al leño rígido y veloz
correr del ancho mar todo el camino
138y hundirse cuando ya entraba en la hoz.
No crean doña Berta y don Martino[222],
porque a uno ven hurtar y a otro apiadarse,
141verlos según los ve el juicio divino:
que éste puede caer y aquél alzarse».
