CANTO X
HEREJES
Tumbas de fuego.
Farinata degli Uberti, Cavalcante dei Cavalcanti, Federico II, Ottaviano degli Ubaldini.
Íbase por secreta vía,
entre aquella muralla y aquel duelo,
3mi maestro, a su espalda, le seguía.
«Oh virtud suma, que por este suelo
impío me conduces cual te place,
6háblame y satisfaz así mi anhelo.
¿La gente —dije— que en las tumbas yace
podría ver? Están ya destapados
9los túmulos y nadie guardia hace.»
Y él me dijo: «Serán todos cerrados
cuando, al volver de Josafat, la puerta
12dejen atrás sus cuerpos recobrados.
Tienen su fosa en esta parte abierta,
con Epicuro, todos sus secuaces
15que al alma con el cuerpo dan por muerta.
Pero a esta demanda que me haces
aquí mismo has de verte contestado,
18y no más tus deseos me disfraces.»
Y yo: «Buen guía, nunca te he ocultado
mi corazón, si no es por ser prudente,
21y a ello, y no ahora, tú me has enseñado».[78]
«Oh toscano que, vivo, por la ardiente
ciudad discurres con hablar honesto,
24deténte si ser quieres complaciente.
Tus palabras te hacen manifiesto
hijo de aquella patria generosa
27a la que yo quizá fui muy molesto.»
Salió súbitamente de una fosa
este sonido, y yo me acerqué más
30a mi guía, con alma temerosa.
Y él me dijo: «¿Por qué vuelves atrás?
Mira allí a Farinata[79] levantado:
33de la cintura arriba le verás».
Yo en sus ojos mi vista había clavado
y él su pecho y la frente levantaba
36como aquel que al infierno ha despreciado.
La mano de mi guía me empujaba
entre sepulcros, firme y diligente,
39«Con mesura hablarás», me aconsejaba.
Cuando llegué a la tumba, brevemente
miróme y dijo, casi desdeñoso:
42«¿Quién fueron tus mayores?», y obediente
fui, pues de serlo estaba deseoso.
Mis palabras ante él me descubrieron
45y, tras alzar las cejas, con reposo
me dijo: «Fieramente se opusieron
a mis padres y a mí y a mi partido:
48por mí dos veces desterrados fueron».
«Si fueron alejados, han sabido
ambas veces volver —le respondí—,
51y tal arte tu gente no ha aprendido.»
Entonces a una sombra surgir vi
hasta la barba, al pie de la primer;
54que estaba de rodillas comprendí.
En torno a mí miró, cual si quisiera
ver si conmigo alguno más venía,
57y al ver que su sospecha vana era,
llorando dijo: «Si por esta impía
cárcel tu noble ingenio te ha guiado,
60¿por qué mi hijo no te hace compañía?».
Respondí: «Por mí mismo no he llegado,
que el que me espera allí me guía ahora:
63tal vez fue por tu Guido[80] desdeñado».
El modo de su pena, al punto y hora[81]
me leyeron su nombre, y lo que le dijo;
66le respondí por eso sin demora.
De súbito se alzó y miróme fijo,
gritando: «¿Has dicho fue? ¿Ya está sin vida?
69¿La dulce luz no alumbra ya a mi hijo?».
Al advertir que no era respondida
su pregunta por mí sin más espera,
72cayó de espaldas; no hizo otra salida.
Pero el otro magnánimo, a la vera
del cual permanecí, siguió impasible
75 sin dejar que su frente se abatiera.
«Que tal arte aprender les sea imposible
—dijo, continuando— me atormenta
78más que este lecho, y es más insufrible.
Su faz no habrá encendido otras cincuenta
veces la que aquí abajo es soberana
81sin que el peso de ese arte tu alma sienta.[82]
Y, así en el dulce mundo estés mañana,
di: ¿por qué con sus leyes así humilla
84esa gente a los míos, inhumana?».
«El estrago mortal y la mancilla
—le repliqué— que al Arbia ha enrojecido,[83]
87rezar nos hace así en nuestra capilla.»
Luego que, suspirando, hubo movido
la testa, «No fui solo, ni por cierto
90sin razón con los otros hubiera ido;
mas fui yo solo —dijo— el que a cubierto
tuvo a Florencia al verla amenazada,
93y lo hice con el rostro descubierto».
«Así pueda vivir pacificada
vuestra semilla —dije—, desatad
96el nudo que a mi mente tiene atada.
Si bien oigo, aquí veis con claridad,
y anticipado, lo que el tiempo envía,
99mas para el hoy sois de otra calidad.»
«Vemos como el que en vista escasa fía
—me respondió—, tan sólo lo lejano,
102y en esto esplende aún el sumo guía;
si se acerca o si es, sentido vano
es el nuestro: sin que otro nos advierta,
105nada sabemos del estado humano.
Y comprender podrás que quede muerta
nuestra sabiduría en el momento
108en que al futuro cerrará la puerta.»
Como entonces sentí arrepentimiento,
dije: «Podéis decirle a aquel caído
111que entre los vivos a su hijo cuento,
y que si al preguntar no he respondido,
decidle que ello fue porque pensaba
114en la duda que habéis esclarecido».
Y ya el maestro mío me llamaba,
por lo que a aquel espíritu rogué
117que me dijese quién con él estaba.
«Más de mil yacen —su respuesta fue—:
Federico Segundo está en el fuego,
120el Cardenal[84], y más que callaré.»
Se ocultó, y yo mis pasos volví luego
hacia el poeta antiguo, repensando
123las palabras que traen desasosiego.
Él echó a andar, y mientras iba andando
me dijo: «¿Por qué estás tan abatido?»,
126y yo fui su pregunta contestando.
«Que tu mente retenga lo que oído
has contra ti —mandóme el sabio guía
129y, alzando el dedo—: Atiende: cuando herido
seas del dulce rayo que te envía
aquella a la que nada se le veda,[85]
132de ella sabrás la que ha de ser tu vía.»
Dejando la muralla, una vereda
a la izquierda tomó, con paso presto,
135para ir al valle que en el centro queda,
cuyo hedor allí arriba era molesto.