CANTO IV
RESALTO II: INDOLENTES
Esperan en el Antepurgatorio un tiempo igual al de sus vidas. Indolentes. Belacqua.
Cuando por el deleite o por el duelo
que a alguna facultad nuestra comprende
3el alma pone en ella todo el celo,
a otra virtud parece que no entiende;
y esto va contra aquel error que estima
6que sobre el alma un alma más se enciende.
Por eso, cuando a ver u oír se anima
algo que atrae a su alma fuertemente,
9que el tiempo pasa el hombre desestima;
que una potencia entonces es la oyente
y es otra la que tiene el alma entera:
12ésta se ata; va aquélla libremente.
De ello tuve experiencia verdadera oyendo
al alma aquélla y admirando;
15que unos cincuenta grados ascendiera,[23]
mientras, el sol, sin yo advertirlo, cuando
las almas nos gritaron de concierto:
18«¡Éste es el sitio que venís buscando!».
Muchas veces, mayor hueco cubierto
con pocas zarzas es por el villano
21al negrear las uvas en su huerto,
que el hueco aquel donde tomó la mano
mi maestro al subir, por mí seguido,
24después de irse aquel grupo por el llano.
Se baja a Noli, y siempre se ha subido
a Sanleo y Bismantua, hollando el suelo,[24]
27mas siempre aquí volar ha convenido;
digo que con las alas del anhelo
y sus ligeras plumas, so la guía
30que me alumbraba y dábame consuelo.
Entre la hendida roca hicimos vía,
estrujados por uno y otro extremo,
33y pie y manos el suelo requería.
Cuando llegamos al lugar supremo
del alto muro, en sitio despejado,
36dije al maestro: «¿Adónde muevo el remo?».
Y él me dijo: «Cejar te está vedado:
más altura detrás de mí conquista
39hasta que surja algún guía avisado».
La cima desbordaba a nuestra vista
y era la cuesta abrupta más pendiente
42que de medio cuadrante al centro lista.[25]
Yo comencé a decir, desfalleciente:
«¡Oh dulce padre, da la vuelta y mira
45que me quedo aquí solo y, ay, detente!».

«Hijo —me respondió—, del cuerpo tira
hasta aquí», y me apuntaba hacia un resalto
48que, en aquel lado, en torno al monte gira.
Así me espoleó para su asalto,
y detrás de él a gatas fui subiendo
51hasta que al fin me encaramé a lo alto.
Nos sentamos, y allí estuvimos viendo,
vueltos hacia levante, lo ascendido,
54que es grato ver lo que se va venciendo.
La vista enderecé hacia el bajo lido;
la alcé en seguida al sol; y me admiraba
57de ser por él a la derecha herido.[26]
Bien advirtió el poeta que yo estaba
mirando al carro de la luz, dudoso,
60que entre nosotros y Aquilón entraba.[27]
«Si acompañasen a este espejo hermoso
que ayuso y suso alumbra[28] —dijo el guía—,
63Castor y Pólux, aún el luminoso[29]
y rojizo zodiaco se vería
girar más cerca de una y otra Osa,
66de no salirse de su antigua vía.
Saber puedes el cómo de tal cosa
si, concentrado, piensas que Sión
69con este monte sobre el mundo posa
y es común su horizonte, pero son
de hemisferios distintos, y la estrada
72que carretear no supo Faetón[30]
verás que por un lado está trazada
junto a éste, y junto a aquél del otro flanco,
75si es que tu inteligencia no anda errada.»
«Cierto, maestro —dije—, y no me atranco
en lo que no advertía y ya discierno,
78que antes mi ingenio parecía manco:
que el medio cerco del motor superno,
que se llama Ecuador en algún arte,
81entre el sol se halla siempre y el invierno,
y es la razón de que de aquí se aparte
tanto del Septentrión, cual lo vería
84ir el hebreo a la caliente parte.[31]
Mas, si te place, con placer sabría
cuánto habremos de andar que el cerro asciende
87más que puede subir la vista mía.»
«Que esta montaña —dijo— es tal entiende,
que siempre, al comenzar, abajo es grave,
90y es menos mala si a subir se atiende.
Cuando a ti te parezca ya tan suave
que por ella tu andar sea tan ligero
93como ir con la corriente en una nave,

te encontrarás al fin de este sendero:
reparo a tus afanes allí espera.
96Más no respondo, y esto es verdadero.»
Y apenas sus palabras me dijera,
una voz sonó cerca y dijo: «Acaso
99pararte antes un poco conviniera».
Cada uno, al escucharla, volvió el paso,
y vimos un gran risco a la siniestra
102del que antes, al pasar no hicimos caso.
Allá nos fuimos, la mirada nuestra
dio en gente que a su sombra se encontraba
105con la quietud que negligencia muestra.
Y uno de ellos, que laso se mostraba,
escondía, sentado, la cabeza
108entre sus dos rodillas, que abrazaba.
«Observa, señor mío, con fijeza
—dije— al que más se muestra negligente
111que si fuese su hermana la pereza.»
A nosotros volvióse atentamente,
sobre los muslos la cabeza alzando,
114y dijo: «¡Sube tú, que eres valiente!».
Supe entonces quién era y, jadeando
un poco, a consecuencia de la cuesta,
117hacia él me encaminé, no obstante, y cuando
llegué junto a él, alzó apenas la testa,
diciendo: «¿Has visto que en su carro pasa
120el sol, y a ir a tu izquierda ya se apresta?».
Sus gestos lentos y palabra lasa
la sonrisa a mis labios han llevado;
123luego dije: «Belacqua[32], ya es escasa
mi compasión por ti: ¿por qué sentado
aquí te estás? ¿Esperas a tu guía
126o a tus viejas costumbres has tornado?».
Y él: «Hermano, el andar ¿qué me valdría?
Pues el ángel de Dios que está a la puerta
129ir al martirio no me dejaría.
Tanto, antes de que aquélla me sea abierta,
me ha de girar el cielo cuanto en vida[33]
132—que al buen gemir muy tarde estuve alerta—,
si no me ayuda la oración surgida
de algún buen corazón que en gracia viva:
135¿de qué vale otra, cuando no es oída?».
Y ya el poeta por delante iba
y decía: «Ven ya, que está tocando
138el sol el meridiano, y en la riba
de Marruecos la noche está pisando».[34]
