CANTO XVIII
CORNISA IV: SOBRE EL AMOR. INDOLENTES
Corren gritando ejemplos de diligencia. Nuevo discurso de Virgilio sobre el amor y el libre albedrío. Ejemplos de diligencia e indolencia castigada. El abad de San Zenón.
Aquel alto doctor a su argumento
puso fin, y a los ojos me miraba
3para ver si me hallaba ya contento;
mas, como nueva sed me estimulaba,
«El mucho preguntar tal vez le hastía»,
6dije por dentro, y fuera lo callaba.
Pero el padre veraz, que percibía
que por temor no abría mi querer,
9hablando desató la lengua mía.
«Maestro —dije—, avívase mi ver
tanto a tu luz, que cuanto me has propuesto
12y analizado puedo comprender.
Y te suplico, dulce padre honesto,
que expliques el amor que es el causante
15de todo buen obrar y de su opuesto.»
Y él: «Dirige hacia mí la penetrante
luz de la mente y mira que protesta
18de que el ciego conduzca al viandante.
Nace el alma al amor ya predispuesta,
muévese a cada cosa que le place
21cuando por el placer en acto es puesta.
De un ser veraz en vuestra mente nace
la imagen, y por dentro la despliega,
24y al ánimo hacia sí volverse hace;
y si, vuelto por fin, a ella se pliega,
tal plegarse es amor, que éste es natura
27que por placer de nuevo se os entrega.
Luego, cual tiende el fuego hacia la altura,
pues a subir su forma está llamada
30a donde más en su materia dura,
así la voluntad se halla prendada
con anímico impulso, y no reposa
33hasta que goza de la cosa amada.
Ya puedes concebir cuan engañosa
es la opinión que dice y asevera
36que es todo amor en sí laudable cosa,
pues, aunque su materia siempre fuera
realmente buena, no es el consecuente
39que el sello sea tan bueno cual la cera».
«Mi ingenio —dije— sigue atentamente
tus palabras, que amor me han revelado,
42mas causa son de que mi duda aumente;
pues, si el amor de fuera nos es dado,
y el ánimo no va con otro pie,
45no es su mérito ir recto o desviado.»
«Sólo puedo decirte lo que ve
la razón —me repuso—, mas te atiende
48allá Beatriz, que es obra de la fe.
La forma substancial, si bien se entiende,
no es la materia, y a ella vese unida,
51y virtud específica comprende,
la que sin operar nunca es sentida
y sólo se descubre en el efecto
54como en el verde vegetal la vida.
Pero de dónde van al intelecto
las primeras noticias, no se sabe,
57ni de apetencias primas el afecto,
que en vosotros están como la clave
de su miel en la abeja; y, propias siendo,
60ni que se alaben ni denigren cabe.
Mas, aunque a éstas las otras vanse uniendo,
innata es la virtud que al hombre ampara
63el umbral del consenso protegiendo.

Éste es, pues, el principio que os depara
la ocasión de lograr merecimientos
66si el buen o el mal amor toma o separa.
Los que razón condujo a los cimientos
vieron bien esta innata libertad,
69y de moral legaron monumentos.
Aunque le diese el ser necesidad
a todo amor que dentro alza su llama,
72tenéis de retenerlo potestad.
A la noble virtud Beatriz le llama
libre albedrío, y bueno es que lo guarde
75tu mente por si de ello habla tu dama.»
Ya casi a medianoche, salió tarde
la luna, y las estrellas escondía,
78pues brillaba cual un caldero que arde;
y, contra el cielo, el curso recorría
que inflama el sol cuando el de Roma espera
81que entre el sardo y el corso se hunda el día.[175]
Y la sombra gentil por quien supera
Piétola en nombre a la ciudad mantuana[176]
84ya el peso de mi carga depusiera;
y yo, que una razón abierta y llana
sobre mi duda había recogido,
87andaba soñoliento y con desgana.
Mas fui de tal soñera sacudido
cuando a nuestras espaldas una gente
90advertimos que había aparecido.
Cual de Ismeno y Asopo la corriente
vio a turba de tebanos que invocaba
93favor de Baco con furor demente,[177]
así por aquel círculo trotaba
aquella que, según yo estaba viendo,
96buen querer y amor justo cabalgaba.
Pronto se vino encima, pues corriendo
iba sin descansar turba tamaña,
99y dos iban delante así plañendo:
«María fue deprisa a la montaña,[178]
y César, que expugnar quería a Ilerda,
102punzó a Marsella y luego corrió a España».[179]
«Pronto, pronto, que el tiempo no se pierda
por poco amor —gritaban a la zaga—,
105que el afán de hacer bien la gracia acuerda.»
«Oh gente a quien fervor agudo embriaga
y así la negligencia y la tardanza,
108por tibieza en las obras, aquí paga;
este que vive —y no os lo digo en chanza—
quiere ir arriba en cuanto luzca el día;
111la apertura decid dónde se alcanza.»
Palabras fueron éstas de mi guía;
y uno de aquéllos nos repuso: «Vamos
114juntos todos, y así hallaréis la vía.
Tan deseosos de correr estamos
que parar no podemos, y perdona
117si, justos, cual villanos nos portamos.
Abad de San Zenón yo era en Verona[180]
cuando allí Barbarroja tuvo imperio,
120del cual, doliente aún, Milán razona.[181]
Hay quien ya tiene un pie en el cementerio[182]
que al monasterio aquel llorará presto,
123vuelto el poder que tuvo vituperio,
porque a su hijo, de cuerpo descompuesto,
y peor de la mente, y malnacido,
126en el lugar de su pastor ha puesto».[183]
No sé si se ha callado o ha seguido,
pues se había alejado una gran pieza,
129mas con gusto recuerdo lo entendido.
Y aquel que me asistía en mi flaqueza
«Vuélvete —dijo—, que mostrarte quiero
132a dos que van mordiendo a la pereza».
Tras los demás decían: «Fue primero
muerto el pueblo que al mar vio separado
135que el Jordán contemplase su heredero;[184]
y quien hasta el final no se ha afanado
con el hijo de Anquises, diligente,
138a una vida sin gloria se ha entregado».[185]
Cuando tan lejos iba aquella gente
que de nuestras miradas se escapaba,
141un pensamiento me acudió a la mente
que nuevos pensamientos engendraba,
y tanto de uno en otro fui vagando
144que a su vagar los ojos ya cerraba,
el pensamiento en sueño transmutando.