CANTO XXXII
EL ÁRBOL DEL BIEN Y DEL MAL: CORRUPCIÓN DE LA IGLESIA
Sueño de Dante. Corrupción de la Iglesia.
Tan atentos mis ojos se fijaban
por calmarse de diez años de sed,
3que los otros sentidos se apagaban.
Siempre hallaban delante una pared
de distracción —¡que así los atraía
6su santa risa con la antigua red!—
cuando, por fuerza, hacia la izquierda mía,
las tres diosas el rostro me volvieron,
9pues «¡Demasiado fijo!»[357] les oía,
para mirar, mis ojos se sintieron
cual heridos del sol recientemente,
12porque sin vista un rato me tuvieron.
Cuando a lo poco al fin alcé la frente
(digo «a lo poco» por respeto al grado
15del mucho que dejé forzadamente),
advertí a la derecha haber girado
aquel glorioso ejército, y quedarse
18al sol y a siete llamas enfrentado.
Cual bajo los escudos, por salvarse,
retroceden la escuadra y la bandera
21antes que puedan todos retirarse,
la celeste milicia delantera
tal desfiló, primero que volviese
24el carro su principio de madera[358].
Cada mujer junto a su rueda fuese
y al carro puso el grifo en movimiento
27sin que una de sus plumas se moviese.[359]
La que en el vado fuera mi sustento[360]
y Estacio y yo, seguíamos la rueda
30que hace un arco menor[361] con trazo lento.
Y por aquella altísima arboleda,
que la que oyó a la sierpe despoblara[362],
33nuestros pasos templó música leda.
Tal vez igual espacio atrás dejara
una flecha en tres vuelos, que el que hicimos
36antes de que Beatriz pie a tierra echara.
«¡Adán!» a todos murmurar oímos;
y una planta cercaron, despojada
39de fronda y hojas, flores y racimos.[363]
Su copa, cada vez más dilatada
conforme sube, en su natal floresta
42sería por los indios admirada.
«Bendito, oh grifo, porque no molesta
tu pico al árbol que es tan dulce al gusto,
45pues su substancia al vientre es tan funesta.»[364]
Así en torno de aquel árbol robusto
gritaron; y el biforme replicaba:
48«Así se guarda el germen de lo justo».
Vuelto al timón del carro que arrastraba,
junto al viudo ramaje lo condujo,
51y en él lo que era suyo luego ataba.[365]
Cual nuestras plantas, cuando cae el flujo
de la gran luz, mezclada con aquella
54que tras el pez celeste se produjo,
son turgentes, y nuevo color sella
a todas, cuando el sol aún no está unciendo
57sus corceles debajo de otra estrella;[366]
menos que rosa, su color abriendo,
más que violeta[367], se innovó la planta
60que desnuda al principio estaba viendo.
No lo entendí, ni aquí el himno se canta
que las gentes aquellas entonaron,
63ni entera oí la melodía santa.
Si pudiese explicar cuál se cerraron,
oyendo de Siringa, los crueles
66ojos que caro su velar pagaron,[368]
cual pintor que hace hablar a sus pinceles,
el modo de dormirme pintaría;
69mas retratos de sueños no son fieles.
Mi despertar describo; y, a fe mía,
cuando rasgó mi sueño un lampo ardiente,
72alguien «Levanta, ¿qué haces?» me decía.
Cual a ver el manzano floreciente
con el que son los ángeles cebados
75en las nupcias del cielo eternamente,
Santiago, Pedro y Juan fueron llevados
y, vencidos, al verbo se volvieron
78y de un sueño mayor fueron librados,
y a su escuela menguada luego vieron
de Elías y Moisés, y el atavío
81nuevo de su maestro conocieron;[369]
tal, al volverme yo, vi al lado mío
a la pía[370] que fue mi conductora
84cuando iba caminando junto al río.
«¿Dónde Beatriz —le dije— se halla ahora?»
Y ella: «Sentada en la raíz fecunda,
87que nuevas frondas da, ve a tu señora[371];
mira qué compañía la circunda:
el resto tras el grifo gana altura
90con más dulce canción, y más profunda».
Yo no sé si me habló con más holgura,
pues dueña de mi vista entonces era
93quien todo otro entender en mí clausura.
Sentábase en la tierra verdadera
como guardia dejada allí del plaustro
96que antes vi atar a la biforme fiera.
Las siete Ninfas le formaban claustro
alrededor, con luces en la mano
99que están seguras de Aquilón y de Austro.[372]
«Poco tiempo serás aquí silvano,
pues has de ser, cuando contigo arribe,
102de la Roma en que Cristo es un romano.
Mas, en favor del mundo que mal vive,
mira al carro, y cuando hayas regresado
105de allá, lo que contemplas aquí escribe.»
Así dijo Beatriz, y yo, inclinado
a los pies de su amable mandamiento,
108en donde dijo puse mi cuidado.
No baja con tan raudo movimiento[373]
desde la espesa nube el fuego, cuando
111en remoto confín tiene su asiento,
como el ave de Jove vi bajando
por el árbol, rompiendo su corteza
114y las hojas y flores marchitando[374];
al carro golpeó con gran fiereza,
y él se plegó cual nave a la fortuna
117que el oleaje abate y endereza.
Luego, precipitarse vi en la cuna
de aquel carro triunfal a una raposa
120que de buen cebo parecía ayuna;[375]
sus culpas censuró mi dama hermosa
e hizo que tan veloz fuera su huida
123cual permitió su delgadez golosa.
Después, por el lugar de su venida,
el águila hacia el arca fuese presta
126y de sus plumas la dejó vestida.[376]
Cual de un pecho que duelo manifiesta,
salió una voz del cielo que decía:
129«¡Oh nave mía, mala carga es ésta!».
La tierra entre ambas ruedas se entreabría
y un dragón de ella se escapó rugiente
132y con su aguda cola el fondo hería.[377]
Como la avispa encoge el rejo ardiente,
trayendo a sí su cola y su veneno,
135quitó del fondo, y fuese lentamente.
Lo que quedó, como en el buen terreno
crece el trigo, del ave con la oferta,
138que hizo tal vez con fin piadoso y bueno,
cubrióse[378], y tan deprisa fue cubierta
cada rueda, y la lanza, que no tanto
141se queda al suspirar la boca abierta.
Así alterado, el edificio santo
consintió que cabezas le nacieran,
144tres en la lanza y una en cada canto;
cornudas como bueyes las tres eran
las cuatro, sólo un cuerno en la cabeza:[379]
147tales monstruos los ojos nunca vieran.
Cual en monte segura fortaleza,
tal lucía una puta en él sentada
150que en rededor miraba con torpeza,[380]
y, como si temiese que robada
le fuese, custodiábala un gigante[381]
153por el que varias veces fue besada.
Mas porque el ojo sórdido y errante
a mí volvió, la hirió de modo rudo.
156de arriba abajo, su feroz amante.[382]
Por los celos airado el pecho crudo,
se unció al monstruo, y tomaron tal carrera[383]
159por la selva, que aquélla fue mi escudo
contra la puta y la reciente fiera.
