XLIV: El príncipe azul
DANTE — Termino de cerrar la maleta y me la cargo al hombro. Fígaro y Goku me acompañaran a mi próximo destino, que aún no sé cuál es. Lo único que me une a esta ciudad es Alison, y está claro que no somos el uno para el otro.
La gratificante sensación de pertenecer a alguien se ha vuelto agridulce. Aún siento que yo pertenezco a Alison, pero ella... supongo que no era para mí.
—¿Estás seguro de que quieres marcharte? —me pregunta Gabriel.
Asiento, echándole un último vistazo a mi apartamento. Jamás olvidaré los momentos vividos aquí. Gabriel saca un pergamino enrollado de su bolsillo, y me lo ofrece.
—De ahora en adelante no podrás beber tanta cerveza, a no ser que quieras joderte el hígado. Lo conseguiste.
Desenrollo el pergamino y leo la escueta nota.
“Siempre creí que no había esperanza para las personas como tú, pero supongo que el amor llega cuando menos te lo esperas. Me equivoqué. Disfruta de tu libertad.
El contrato con el infierno queda rescindido.
Caronte”
Leo la nota y no siento nada. Sé que he conseguido mi libertad gracias a Alison. Estoy enamorado de ella. De eso se trataba.
Conocer el amor verdadero.
Ladeo una sonrisa y niego con la cabeza.
Mi libertad no vale nada si no es para vivirla con ella.
Gabriel me extiende la mano, pero yo no se la doy. Suelto el equipaje en el suelo y le doy un abrazo.
—Buen viaje, amigo.
Se marcha como siempre hace, perdiéndose en una nube polvorienta y sin despedirse. Detesto a este tipo.
Tenía miedo de enamorarme de Alison, y de volver a sufrir por amor. En el pasado perdí a mi hermano, y ahora he perdido a la mujer de la que estoy enamorado. Pero no me arrepiento. Luché por Alison y traté de mantenerla a mi lado. Si ella ha decidido que no merece la pena, ¿qué puedo hacer yo?
Recojo las bolsas del equipaje.
California sería un buen destino.
O tal vez México.
El recuerdo del tequila me da una punzada en el corazón. Sé que jamás podré olvidarla.
Miami sería una buena decisión.
Dejo las bolsas en el suelo y abro la puerta. No quiero marcharme. Esta ciudad me gusta, pero todo me recuerda a ella.
Incluso si me esfuerzo, puedo percibir su olor.
Un momento.
Cuando alzo la vista, me encuentro con los ojos almendrados de Alison, observándome con decisión. Tengo que parpadear un par de veces para cerciorarme de que no es un sueño, y de que la tengo en frente.
—Hola Dante.
o
Alison — El gesto sombrío de Dante no se me pasa desapercibido. Parece haber visto un fantasma, y ese fantasma soy yo. Por un momento, creo que se va a quedar congelado por la sorpresa, y que no va a decirme nada. Pero entonces tuerce el gesto y se apoya en la puerta. Parece fastidiado de tenerme aquí.
—¿Qué haces aquí? —me espeta.
No se alegra de verme, lo cual me decepciona. Pero no pienso engañarme a mí misma. Esta vez no voy a dudar de él. Sé que bajo esa coraza que él se ha construido para que no le hagan daño, existe un hombre vulnerable y del que desconfíe, incluso cuando él se mostró ante mí sin dobleces, ni falsas caras. Siempre fue Dante, y nunca me engañó.
Echo las manos a cada lado de mi cuerpo y suspiro.
—Tenía preparada muchas cosas para decirte... y ahora que estoy aquí, lo único que me sale decir es: lo siento.
Y es la verdad.
Dante se muerde el labio inferior, y atisbo su parte frágil. Está herido, y voy a tener que esforzarme si quiero que él me perdone.
—Un poco tarde, ¿no? Merecería la pena si te hubieras dado cuenta por ti misma, y tu madre no te hubiese contado la verdad. Le dije que lo hiciera después de la boda de tu hermana, pero desde luego, no contaba con que tu vecina me viera sacándola del casino. Qué más da, pensé que me creerías si se diera un hecho tan ilógico. ¿No es lo que tú decías, que confiabas en mí? ¿Tan poco fiable te parezco?
Su voz destila rabia.
—No voy a negar que tengas razón. Me equivoqué al desconfiar de ti, y probablemente suceda en otras ocasiones.
Pero no quiero que el orgullo me ciegue, hasta el punto de ser incapaz de pedirte perdón cuando lo merezcas. Tú tampoco deberías dejarte cegar por el orgullo, ¿te crees que no sé que me has echado de menos, y que en el fondo, lo único que deseas es perdonarme?
Arquea ambas cejas, visiblemente sorprendido. Desde luego, no esperaba que yo llevase la conversación por este terreno. Ante su silencio, continúo.
—Doce horas de vuelo dan para pensar muchas cosas. Mientras temía que no me perdonaras, y me hacía a la idea de que tal vez te perdiera para siempre, me di cuenta de que el orgullo es lo que siempre nos ha separado. Hemos perdido demasiado tiempo echándonos en cara cosas absurdas, cuando deberíamos haber sido sinceros el uno con el otro. Y sí, yo debería haber confiado en ti, pero me resultaba demasiado difícil cuando sé que hay algo que te guardas para ti, y que no puedes compartir conmigo. Y no me refiero a tu pasado, nunca se trató de eso. Te dije una vez que todas las mujeres no somos iguales, y lo mantengo. Tu pasado no me importa, Dante. Lo que de verdad me importa es vivir el presente contigo.
Nos acercamos irremediablemente el uno al otro. Nuestros cuerpos se atraen, y siento la electricidad flotando a nuestro alrededor, evadiéndonos de todo. Tan sólo nosotros.
—¿Quieres saber lo que te oculto? —pregunta con decisión.
Le voy a responder que sí, pero entonces me percato de las bolsas de equipaje tiradas en el suelo, y siento que el corazón me da un vuelco.
—¿A dónde vas? —le pregunto en un susurro.
¿Tenía pensado marcharse lejos de mí?
—No lo sé —responde sinceramente—, aún no lo he decidido. Todo depende de cómo te tomes lo que te voy a
decir.
Lo miro expectante, sin entender a qué se refiere.
—Querías saber lo que te oculto, pues bien, aquí lo tienes —me coge de los hombros, como si tuviera miedo de que me fuera a escapar—, tenía miedo de enamorarme de ti, y que me hicieras daño. Y ahora que ha sucedido,
tengo miedo de decirte que te quiero, y de que salgas huyendo. Lo he evitado, he intentado con todas mis fuerzas alejarme de ti, pero a pesar de mis intenciones iniciales, a pesar de que lo único que deseaba era una vida sencilla y sin complicaciones con nombre de mujer, llegaste de repente y cambiaste todas mis convicciones. No creas que no he luchado contra lo que siento por ti. Te miraba, y en silencio te gritaba que tú eras la culpable de hacerme sentir cosas que no deseaba, y que jamás había imaginado que pudiera sentir. Incluso me decía que te odiaba. Incluso me obligué a odiarte. Pero dicen que del odio al amor hay un sólo paso... y joder... yo me lo salté entero. No te odio.
No te guardo rencor, a pesar de que me pido a mí mismo que así sea. Lo que de verdad me pasa es que te quiero.
Te amo, Alison. No quiero que mi orgullo me impida ser sincero.
Me lanzo a sus brazos y le beso. Pero Dante me separa de él, y me mira a los ojos, un tanto conmocionado por su propia confesión.
—Podría quedarme con tus besos, tus caricias y ese cuerpo que me vuelve loco, pero sólo me estaría engañando a mí mismo. Lo que de verdad necesito es tu corazón, y si tú sientes lo mismo por mí, desharé las maletas y me quedaré contigo para siempre. Pero si no lo sientes, tendré que marcharme. Te quiero a ti, Alison. Y ya sabes todo lo que eso implica.
Ante su confesión, me da por reír nerviosamente y echar a llorar.
—No tienes que decirlo si no lo sientes —replica amargamente.
Lo miro a los ojos, emocionada, y le hablo a escasos centímetros del rostro. Creo que nunca he sido tan feliz.
—¿Eres real?
—¿De verdad me estás preguntando eso?
—Porque si lo eres... definitivamente he encontrado al hombre de mi vida. Te amo, Dante, pese a ti, pese a mí, y todos los malentendidos que nos han separado. Y ahora deshaz las maletas, y hazme el amor. Es una orden.
Y nos besamos. Siento el corazón de Dante latiendo contra mi pecho, y sé que esto no será el cuento de hadas con el que siempre soñé. Nos pelearemos y nos reconciliaremos. Definitivamente, esto es mejor, porque es real.
¿Quién necesita a un príncipe azul teniendo a un demonio de ojos plateados?
FIN...
O tal vez no...
Los cuentos de hadas siempre acaban, pero en la vida real las cosas continúan.