XV: El hombre que susurraba a los caballos
ALISON — James Tucker. Se llama James Tucker.
James es el encanto sureño personalizado. Cabello dorado cortado a la altura de los hombros, como Brad Pitt en leyendas de Pasión; gafas de aviador colgadas de la abertura de la camisa color crema, pantalones de color caqui y botas de montar.
Arquitecto. Apasionado de los caballos. Millonario.
—¿Se encuentra mejor? —se preocupa.
Durante los breves quince minutos en los que hemos estado charlando, no se ha permitido tutearme ni rozarme indiscretamente. En los primeros segundos de contacto con Dante, él prometió follarme salvajemente.
Me masajeo las sienes, tratando de concentrarme en el atractivo hombre que tengo en frente de mí. Se apoya sobre sus rodillas, y me inspecciona con ojos cuidadosos, como si me estuviera sopesando.
—Me encuentro mucho mejor. Se lo juro —le aseguro.
Si James Tucker conociera una ínfima parte de mi vida, sabría que los accidentes ocasionales son cosa segura en mi aburrida e inusual existencia, alborotada repentinamente por un demonio con ínfulas de Cupido que intenta volverme loca, y una diablesa o niña demoniaca que quiere asesinarme. Si a eso le unes una madre chantajista, una Stacy Malibú por hermana, un padre playboy, y una comprometida herencia familiar, te salgo yo; Alison María del Pilar Williams León, una chica bastante corriente.
—Siento que mi perro se haya escapado. Estaba en el coche. Quiero decir... no soy una maltratadora... se escapó de casa, y me lo encontré en el auto —me disculpo atropelladamente.
James Tucker me ofrece una sonrisa consoladora. No es la bribona sonrisa de Dante. No es ladeada. Esta es ancha, y muestra todos los dientes. La de Dante es una sonrisa torcida, que desvela parte de sí mismo, pero que oculta otra parte oscura que yo deseo descubrir. Por curiosidad.
—No se disculpe porque su perro se haya escapado. Son cosas que pasan —James Tucker señala mi brazo—, ¿me
deja que lo vea?
Me quito la rebeca, quedándome con mi simple camiseta de tirantes. Por suerte, James Tucker no es Dante, quien con tan sólo rozarme, despierta el fuego más ardiente en mi interior. Los dedos de James me palpan el moratón.
Yo me encojo de dolor, por lo que él deja de presionar y me roza la herida con la yema de los dedos. Finalmente los aparta.
—No es nada. Lo tendrá morado durante unos días.
—Ya se lo decía yo —me levanto para marcharme—, su caballo tiene un cólico equino. No es nada grave si se
detecta a tiempo. No debe comer solidos durante unos días. Irá recobrando el apetito progresivamente. Cuando empiece a comer, volverá a su peso habitual.
Tucker se levanta para acompañarme a la salida.
—Puedo ofrecerle algo de beber.
—No quiero molestarlo, señor Tucker.
—James, llámame James. No es ninguna molestia. No te estaría pidiendo que te quedaras de ser así —me asegura, colocándome una mano sobre la espalda, me acompaña al auto. Jaime trota a nuestro alrededor, moviendo la cola para recabar atenciones—. ¿Cuál es su nombre?
—Alison.
Cuando llegamos al coche, nos detenemos. James se agacha para acariciar a Jaime, quien jadea de puro placer al sentir las manos del hombre.
—Gracias por haber venido. Mi veterinario habitual se ha mudado de continente y estoy buscado a alguien que lo sustituya.
—Oh, no es ninguna molestia. Adoro a los animales, y mi jefe no me ha dado otra opción —le suelto. Me pongo roja al percatarme de lo que acabo de decir—, por favor, no le diga esto último.
James Tucker se ríe.
—Se lo prometo.
Estoy a punto de montarme en el coche cuando James me habla.
—El trabajo es suyo, si es de su agrado. Tan sólo tendría que venir dos veces a la semana para hacer un chequeo rutinario a los animales.
Aquello me pilla de improviso. La buena chica que hay en mí corre a corregirlo, a pesar de que el miserable sueldo que me paga el señor Ryan no me da ni para comprarme unas zapatillas nuevas. Totalmente necesario después de que el caballo de Tucker haya hecho de vientre en mis zapatos.
—Señor Tucker...
—James —me corrige.
—James, se lo agradezco muchísimo, pero no soy la persona con más experiencia en este campo. Adoro a todos los animales, pero los caballos y yo...
—Los caballos son animales muy pacíficos. El golpe ha sido un accidente.
—No tengo experiencia...
—La puedo ayudar en todo lo que necesite.
—Pero...
—La invito a montar a caballo el sábado de la semana que viene. Si le pierde el miedo, el trabajo es suyo.
—Se lo agradezco pero...
—Alison, sólo quiero volver a verla —se excusa James, de una manera tan directa que me sube el color a las
mejillas—. Sería un verdadero placer que me dijera que sí.
Dante — El olor femenino del apartamento me pone furioso. No es el dulce olor a jazmín de Alison. Este, por el contrario, es un olor tóxico e irritante. El olor de Alison te invita a recorrer su cuello con la nariz para olerla más profunda e íntimamente. El olor que hay en el apartamento entra en tus fosas nasales sin invitación, como su dueña.
—Deborah, ¿qué haces aquí? —la increpo.
La exuberante diablesa pelirroja está sentada sobre la encimera de mármol blanco de la cocina. Sus piernas cruzadas.
Sus tacones de estampado leopardo rozando el taburete descaradamente. Está bebiendo una copa de Brandy escocés que me ha robado de la despensa.
—Tranquilo Dante, no voy a pedirte que follemos. Recuerdo que estás impedido.
—Querida, follar contigo es lo que menos me apetece en este momento.
Deborah esboza una mueca de pura maldad. Se baja de la encimera, camina con ese vaivén de las caderas que alguna vez pudo resultarme atractivo, y me agarra la entrepierna en un gesto calculado.
—Estás muy duro —me reta. Sus ojos gatunos y verdes intentan adivinar la razón de mi erección.
No le voy a descubrir que mi erección tiene nombre propio. Si le digo que el mero hecho de pensar en Alison me vuelve duro como una piedra, Deborah tratará de hacerle daño. Lo último que quiero en esta vida es hacerle daño a Alison.
—Viejas costumbres —la dejo creer que tiene algo que ver en ello.
Cuando Deborah va a acariciarme más profundamente, le agarro la muñeca y la aprieto firmemente.
—No eres bienvenida en esta casa.
—Hace pocos días era bienvenida en tu cama —me recuerda.
—Las cosas cambian.
Deborah se retuerce de mi agarre, pero no consigue soltarse. Pienso que va a estallar en uno de sus insoportables lloriqueos femeninos, y estoy a punto de dejarla marchar, pero entonces los ojos se le vuelven rojos de rabia, lo cual es más peligroso. La suelto espantado.
No hay nada más peligroso que una mujer herida.
—Te gusta la niñata —me recrimina.
—En absoluto —respondo con un desdén que no siento—, sólo es otra más. Alguien a quien no puedo follar
durante treinta días.
Deborah me observa con recelo, como si no creyera lo que le digo, una mera estratagema para que deje en paz a Alison. Al final, quizás por la necesidad de creer en mis palabras para crearse una falsa expectativa, sonríe como si se hubiera quitado un peso de encima.
—Es una suerte para ella. He estado a punto de asesinar a su jodido perro.
Estoy a punto de golpearla, pero aprieto los puños y me contengo. Debo dejarla pensar que Alison no me importa.
Deborah revuelve un mechón de su cabello entre sus dedos. Hace unos días, la habría poseído agarrándola del sedoso cabello rojizo. Ahora sólo me resulta aburrida.
Abstinencia... se suponía que la abstinencia era la razón por la que Alison me interesaba de una manera tan posesiva. Ahora que tengo a Deborah delante y no siento más interés que el de echarla de mi apartamento, entiendo que tengo un verdadero problema.
—Dante... —ronronea en una estudiada voz gatita—, sé cómo hacerte disfrutar. Llevas demasiado tiempo sin una mujer...
La pelirroja me acaricia la mejilla con un dedo alargado. Aprieto los dientes.
—Respeta mi decisión, o atente a las consecuencias. ¡Por todos los santos, ten un poco de orgullo!
Deborah me araña la mejilla con sus uñas. La sangre caliente me recorre el pómulo, y ella lame con su lengua hasta la última gota. El tipo de sexo sin reglas y desenfrenado que hace unos días me hubiera encantado, ahora me resulta anodino. Aburrido.
La diablesa entrelaza sus manos detrás de mi cabeza, buscando una respuesta en mí. Me mantengo impasible frente a ella, demostrándole que no me interesa de la misma manera en la que ella me necesita. Al final, suelta un suspiro de hastío y sus ojos arden con odio.
—Jamás —sentencia.
Se marcha del apartamento, dando un sonoro portazo que no tambalea mi mundo en lo más mínimo. He conseguido alejarla de Alison. Mantener protegida a la dulce pecosa es lo más importante en este momento.