XL: No es lo que parece
ALISON — Estoy hablando con Maya algo alterada y ésta me observa interesada en lo que digo.
—Y me dijo que yo era su futuro —termino de contarle a Maya.
Mi amiga tiene las manos en la barbilla, la boca abierta y me escucha atentamente. Tiene el mismo gesto soñador que yo cuando Dante lanzó la cadena al agua, asegurándome que yo era su futuro.
¿A qué es de película?
Soy Julia Roberts en Pretty Woman. Rose en Titanic. No, en Titanic no, que se muere Leonardo Di caprio.
—¿Y luego que pasó? —se interesa.
—Hicimos el amor durante toda la noche. En la ducha, en la cama, en el...
Maya coloca las manos en alto.
—Vale, vale. Me hago una idea. Pero Alison...
—¿Uhm? —pregunto, acordándome de cómo Dante me obligó a sentarme sobre su rostro para devorarme por
completo.
—Te estás enamorando.
Esbozo una sonrisa.
—Estoy enamorada —la corrijo.
Maya me abraza, contenta por mí.
—Dante es un buen tipo. Creí que no era de fiar, pero cuando te mira, parece que no hay nada en el mundo más que tú. Ojalá alguien me mirara a mí de esa forma...
—Llegará —le aseguro.
Maya se encoge de hombros, restándole importancia.
—¿Has hablado con tu madre?
—Sigue enfadada conmigo.
—Es normal. Le dijiste cosas horribles. La has hecho sentir culpable, y que decir tiene que ha de haberse sentido abochornada cuando tu padre se largó diciendo que había sido un error.
—Lo sé —confieso cabizbaja.
—Trata de arreglar las cosas con ella antes de la boda de tu hermana.
Echo una mirada al reloj, y Maya suspira.
—Que sí, que ya me voy. Ya sé que has quedado con Dante dentro de diez minutos. Me lo has contado como unas mil veces, ¿sabes? Pero el fin de semana que viene, cuando pase la boda de tu hermana, eres mía. Y no te me vas a escapar.
—¡Eres la mejor! —me echo a sus brazos y le besuqueo el rostro.
Maya finge una arcada.
—¡Fóllatelo en todas las posturas del Kamasutra! —se despide.
Suelto una risilla y me dirijo a mirarme en el espejo. Llevo un vestido de vuelo, y un conjunto de lencería comprado para la ocasión, con unos ligueros que estoy deseando enseñar a Dante.
Rose aparece debajo de mi vestido, lo que me hace dar un respingo.
—Hola Alison.
Me estudia con esa curiosidad natural que tienen todos los niños. Reconozco que últimamente la veo muy poco, y que la echo de menos. Estoy más tiempo en casa de Dante que en mi propio apartamento.
—Te echo de menos, ¿me llevarás al zoo con tu novio?
—Al zoo no. Pero prometo llevarte a donde tú quieras, ¿de acuerdo?
Rose salta entusiasmada y me abraza.
—Yo también tengo novio. Tiene ocho años y come gusanos —me confiesa.
—¡Tú que vas a tener novio! —me río.
Rose se enfurruña.
—Todos tienen novio. Tú, mamá... bueno, mamá tiene novia. Pero es lo mismo, ¿no?
Me atraganto con mi propia saliva.
—¿Qué?
—Mamá y April son novias, ¿no lo sabías? Todos piensan que yo me chupo el dedo.
Le doy un abrazo a Rose y le digo que prometo guardar el secreto de su novio si ella no le cuenta a nadie que Rosemary y April están saliendo juntas. ¡Dios, cómo quiero a esta niña!
o
Dante me recoge a las nueve y media, y me hace dar una vuelta sobre mí misma para admirar mi conjunto. El vuelo del vestido descubre mis ligeros de encaje negro, y Dante ladea una sonrisa pícara.
—¿Me provocas a propósito, señorita Alison María del Pilar Williams Leon?
Esbozo una expresión inocente.
—No sé de qué me hablas.
Nos dirigimos hacia el barrio francés, donde nos detenemos en el local de jazz en el que mi padre toca el saxofón todos los jueves. Dante tira de mí para darme un beso suave.
—¿Estás segura de que quieres entrar? Podemos ir a otro sitio.
—No, está bien. No lo veo desde que lo encontré en el armario de la habitación del hotel de mi madre —le digo, con tono desaprobador.
Dante me aprieta contra su pecho y me muerde el lóbulo de la oreja.
—Todos tenemos necesidades, nena. No lo juzgues por ello.
—No lo hago —replico malhumorada.
—Lo haces constantemente. Ni siquiera tú eres perfecta, ¿sabes?
—Ah, ¿no? —lo miro desafiante, y mis manos descienden hacia la cinturilla de su pantalón, encendiéndolo a propósito.
—Para mí eres hermosa, ingeniosa y encantadora —resume, rodando los ojos hacia mis pechos—, pero si fueras
tan correcta como crees ser, no te habrías acostado conmigo dentro del cine—me recuerda.
Me sonrojo al recordar lo sucedido hace unos días.
—Ni lo habríamos hecho sobre la encimera de la cocina.
La unión entre mis muslos comienza a palpitar. Dante me acaricia el cuello con los labios, y su aliento caliente me eriza la piel.
—Ni en la terraza, en mitad de la noche, cuando los vecinos podían descubrirnos.
Mete la mano dentro de mi vestido, y desliza un dedo por encima de mi tanga. La hendidura húmeda lo ha empapado, y Dante sonríe con descaro, demostrando que tiene razón.
—¿Lo ves? Todos tenemos necesidades.
—Ya sé a dónde quieres llegar. Pero mis padres son mayorcitos —me niego a darle la razón.
—¿Y qué?
—Pues eso.
Dante suelta una carcajada. Su barba me araña las mejillas. He sido yo quien le ha pedido que no se afeitara. La barba le da un punto macarra y aún más sexy.
—¿Te crees que no te voy a querer follar dentro de treinta años?
Lo miro a los ojos, muy impresionada.
—¿Tanto tiempo?
—Hasta que me harte de ti. Y creo que no sucederá nunca.
Apoyo la cabeza en su hombro y entramos al salón de jazz. De inmediato encuentro a mi padre, al fondo del local, charlando con unos amigos. No hay rastro de Daisy por ningún lado. Al verme, me saluda con la mano. Tiene el gesto sombrío, como si no estuviera en su mejor momento.
Dante me coloca la mano en la espalda, y me obliga a dar un paso adelante.
—Anda, ve —me anima.
Le hago caso, y camino hacia mi padre, saludándolo con un beso en la mejilla.
—Hola cariño. No te esperaba.
—Lo sé.
Nos quedamos en silencio, y cambio el peso de una a otra pierna, un tanto incómoda. Él también lo está. Por el rabillo del ojo, observo que Dante me hace un gesto con las manos, animándome a dar el primer paso. Suspiro. Al final va a resultar que él es el menos orgulloso de los dos.
—Oye papá, respecto a lo del otro día...
—Ya sé que no estuvo bien.
—No, quería decirte que no soy quien para censuraros.
Mi padre arquea una ceja, asombrado por mi cambio de actitud.
—Tanto si decides volver con mamá, como seguir con Daisy, yo te apoyaré. Es tu decisión, y yo soy tu hija. Siempre estaré a tu lado.
Papá me abraza, y entre nosotros se borra ese clímax tenso que nos impedía mirarnos y hablar con claridad. Sé que con mamá será más difícil.
—Oye papá, ¿y Daisy? —me intereso.
—Le conté lo sucedido con tu madre. No podía ocultárselo. No se lo tomó nada bien, pero quiso continuar con la relación. Es curioso, parecía estar más prepara que yo. Pero yo no podía engañarla de esa manera.
—No te sigo. Ya se lo habías contado y decidió perdonarte.
Papá suspira.
—Sigo enamorado de tu madre, Alison. No podía engañar a Daisy, es una buena chica y merece ser feliz.
—Oh... —le coloco una mano en el hombro a mi padre y lo miro a los ojos—no es por meterme donde no me
llaman, Pero ¿sabes que mamá también te sigue queriendo? No puedo entender cómo dos personas que se quieren están separados.
—Es complicado —se resiste mi padre.
—¿Qué os pasó?
—Eso debería contártelo tu madre. Ella es la única culpable.
—Papaaaaaá —lo censuro.
—Has venido acompañada —se interesa, echándole una mirada curiosa a Dante.
Le hago una seña a Dante para que se acerque.
—Papá, este es Dante. Dante, él es Jack, mi padre.
Dante y mi padre se dan un apretón de manos.
Papá nos echa una mirada, como queriendo saber más.
—Dante es mi... un...
No sé qué decir, y me quedo callada.
¿Mi novio? ¿Un amigo? ¿Un follamigo más que ocasional?
—Soy el novio de su hija —replica él, con convicción.
Abro los ojos, y me atraganto con mi propia saliva.
A papá le encanta la seguridad con la que Dante resuelve el tema.
—Cuídamela, es una chica estupenda y se merece un hombre que la quiera y la adore.
—Sé lo que vale su hija. Estoy dispuesto a darle lo mejor.
Papá se despide de nosotros y Dante y yo tomamos asiento en una mesa alejada de la multitud. Golpeo la mesa con los dedos y le echo una mirada curiosa a Dante, quien coloca su brazo en el respaldo de mi silla y se pone a ver el espectáculo como si nada.
Al rato, adivinando mis pensamientos, me mira y dice.
—Sí, Alison, eres mi novia. Vete acostumbrado.
Me quedo embobada mirándole el rostro. Es demasiado guapo.
—¿Y eso lo has decidido tú?
—Por supuesto.
Me muerdo el labio inferior.
—¿Qué pensabas, que iba a acompañarte a la boda de tu hermana como un simple amigo? —se queja.
—Tú no eres mi amigo, Dante.
Él pone cara de disgusto. Parece enfadado.
—Me hubiera gustado que no dudaras al definir lo nuestro ante tu padre.
Dice “lo nuestro”, con tal determinación, que se me caen las bragas al suelo.
—Pensaba que... —trato de encontrar las palabras adecuadas— no sé... como no habíamos hablado de ello. En
fin... no sabía si tú...
—No sabías si yo soy capaz de comprometerme. Pues ya lo sabes —me interrumpe, con repentino malhumor.
Le toco el antebrazo, para calmarlo. Huy, qué durito está. Me encanta.
Concéntrate, Alison.
—¿Por qué te enfadas?
—¿Por qué siempre tienes que pensar lo peor de mí? Te he abierto mi corazón. Te he contado cosas de mi pasado que jamás le he contado a nadie.
Le doy un beso en los labios para ablandarlo.
—No digas tonterías —le pido.
Dante resopla, y me aprisiona los labios con los suyos. Su lengua posee la mía, y cuando nos separamos, jadeamos.
Ya no está enfadado.
Me da dos golpecitos en la frente.
—Soy tu novio. Grábatelo aquí —me dice, tocándome la frente—, sería imbécil si te compartiera con otros. Tu novio, Alison. Que no se te olvide.
Y a mí no se me olvida.
¿Cómo se me iba a olvidar?
Después de ir a cenar a un restaurante muy caro, y de que yo me quejase viendo los desorbitados precios de la carta, sale a relucir el tema laboral. Es cierto que Dante no tiene problemas económicos, por ahora. Y que, si todo sigue así, conseguirá salir del infierno al comprometer a varias parejas.
Pero ¿qué será de su futuro?
—Quiero ser profesor de historia —me cuenta.
Me río en voz alta hasta que se me saltan las lágrimas. Dante me observa perplejo y ofendido.
—¿Sabes, Alison? Cuando quieres, tienes muy poco tacto. ¿Se puede saber de qué te ríes?
—Perdón, perdón... —me disculpo, secándome las lágrimas con una servilleta—no esperaba que fueras a elegir una profesión tan tranquila. Me esperaba algo más emocionante. No sé; saltador olímpico, camionero, desatascador de baños de colegios.
—Pues me parece muy apropiada. He vivido dos guerras mundiales, miles de festivales de eurovisión y la inauguración del primer Mc Donald. Sería un excelente profesor de historia.
—¿Cuántos años tienes? —le pregunto, fingiendo estar horrorizada.
—A ti te lo voy a contar.
Dante paga la cuenta, ante mi fingido ofrecimiento de pagar mi mitad. En realidad, con mi sueldo miserable, me habría dado para pagar el pan y los picos. Qué triste. Así que después de insistir durante un par de minutos para no quedar como una gorrona, me cuelgo de su brazo y voy tan feliz.
—¿A dónde me llevas?
—Es una sorpresa —me dice misteriosamente.
Dante aparca frente a un local de fachada oscura, y yo entrecierro los ojos.
—¿Me has traído a un puticlub?
—Pero qué cosas tienes, Alison.
Me obliga a entrar en el local, y cuando lo hago, me encuentro en un karaoke.
¡Un karaoke!
Por ahí sí que no paso. Me muero de la vergüenza. Cantar en público no es lo mío, y suficiente mal lo voy a pasar cantando en la boda de mi hermana por compromiso.
—¡Que no! —me quejo, cuando él me lleva hasta el centro del local.
Y entonces, se sube a la plataforma, le arranca el micro a un chico que está cantando a grito pelado el avemaría de David Bisbal y carraspea para llamar la atención del público. Me llevo las manos a la cara, avergonzada.
Lo mataré.
—Buenas noches a todos. Si fijan la vista al centro, verán a una preciosa mujer llamada Alison. Ella es la mujer de mi vida, y sólo me ha aportado cosas buenas. Espero llenar tu vida de cosas muy grandes, tú ya me entiendes —un grupo de chavales lo vitorea— y no te preocupes, te seguiré queriendo incluso dentro de treinta años, cuando te salgan las primeras arrugas. Estás hecha para mí—se gana el aplauso de un grupo de chicas que están celebrando una despedida de soltera— y ahora, sal al escenario y deléitanos a todos con tu preciosa voz.
La gente comienza a vitorear mi nombre, y alguien me da un empujón para que suba al escenario. A regañadientes, subo las escaleras y le arrebato el micrófono a Dante.
—Ya hablaremos —le digo.
Busco dentro del repertorio alguna canción que sea de mi estilo, y al no encontrar nada que me vaya, opto por una canción de Gloria Trevi que siempre me ha encantado.
Estoy nerviosa, me sudan las palmas de las manos. Cojo el micrófono con ambas manos y comienzo a cantar.
Tú me dijiste que me querías
Yo nunca dije que te pertenecía
Y ni con flores ni frases bonitas
Ni aunque seas chico de los que son caritas.
Le guiño un ojo a Dante, y lo señalo con un dedo.
No se puede, no
No se puede, no
Comprar ni engañar a mi corazón
Con frases hechas para el montón
Si me quieres pruébamelo
Pruébamelo
Pruébamelo
Si me quieres pruébamelo
Pero pruébamelo bien
Porque yo soy diferente
Porque soy original
Yo soy de las que la mueven
De las que nada detienen
La que sabe llegar
Pruébamelo
Pruébamelo
Si me quieres pruébamelo
Dante se sube al escenario, me arranca el micrófono y me da un morreo delante de todo el mundo, dejándome
alucinada.
—¿Te lo he probado bien?
Cinco minutos más tarde, estamos en el cuarto de baño del karaoke. Le quito la camisa a Dante y él me sube el vestido, arrancándome las bragas y guardándoselas en el bolsillo.
—¿Has echado el pestillo? —le pregunto acalorada.
Él asiente y me devora la boca. Me sube sobre la pila del baño, y me abre las piernas, hundiendo su cabeza sobre mi sexo. En pocos segundos estoy preparada, lo cojo de los hombros y él me penetra. Comenzamos a gritar.
—Oh... Dante.
Él aprieta la mandíbula y se mueve más fuerte. Me agarra del culo, y empuja dentro de mí. En ese momento la puerta se abre, y una señora mayor suelta un grito de horror.
—¡Sois unos cochinos! —nos grita, echándole un vistazo al culo de mi novio.
—Señora, que esto no es lo que parece —le digo, con el miembro de Dante aún dentro de mí.