XXXVI: Descubriendo a Dante
ALISON — En el baño. Sobre la encimera de la cocina. En la alfombra del salón. En el sofá. En la cama. Encima de una silla...
¿Continúo?
Cuatro días con Dante, y todo lo que hacemos es follar. Sí, follar como verdaderos salvajes. No importa dónde.
Cualquier hora es buena. ¡Y lo que a mí me gusta!
Y lo más inquietante, Dante ha dejado de llevar la cadena colgada al cuello. Soy incapaz de preguntarle al respecto, pero eso debe de significar algo, ¿no? De acuerdo, me estoy enamorando de él. Era inevitable, pero la rapidez con la que está sucediendo me abruma.
Me va a hacer daño. Lo sé. Y sin embargo, lo único que puedo hacer cuando estoy a su lado es permitirle que me quite las bragas.
Estoy en un problema.
Y para colmo, el día que Dante me pide una cita, en la que haremos algo más que follar como descocidos, resulta que enfermo, porque Rose ha cogido la varicela, y me la ha contagiado.
Pasar la varicela a los veintiséis años es lo peor. Me pica todo el cuerpo. Estoy fea. Que digo fea. Estoy horrorosa.
Le envío un mensaje a Dante. Por nada del mundo quiero que me vea en este estado.
“Imposible vernos hoy. Contratiempo de última hora. Nos vemos en un par de días”
Estoy alucinada cuando, en vez de recibir un mensaje, él me llama a los pocos segundos. No puedo evitarlo, a pesar de todo el picor, que pica mucho, por cierto, siento mariposillas en el estómago gritando: ¡Le gustas, le gustas!
—¿Cómo que en un par de días? —parece cabreado.
Su tono de voz es exigente.
—Estoy enferma. Vamos a tener que dejarlo para otro día.
Se hace el silencio. Lo sabía, él va a recular.
—¿Quieres que vaya a verte?
Oh, Dios. No hagas esto, Dante. Me enamoraré. Me enamoraré irremediablemente de ti.
—Mejor que no, estoy horrible. Cuando enfermo, me pongo insoportable. Necesito estar sola —le miento. En
realidad, cuando enfermo, lo único que necesito son mimos. Muchos mimos.
Pero estoy tan fea que me da vergüenza que Dante me vea en este estado.
—Como quieras —parece cabreado.
—Eh, que no tengo la culpa de ponerme enferma.
—No es eso, Alison. Mejórate.
Y me cuelga.
¿A este qué mosca le ha picado?
Estoy un rato dándole vueltas a nuestra conversación. A veces, a Dante le dan unos puntos muy raros. Al final, desisto y voy al congelador, del que saco una bolsa de guisantes. Me la pongo encima del hombro izquierdo, justo donde me pica como si un millón de hormigas carnívoras me estuvieran mordiendo.
—Puagh, paso de comer guisantes esta noche. A la porra el régimen —se queja Rosemary.
—La culpa es de tu hija. Me ha contagiado.
Rosemary me da un golpecito cariñoso en la cabeza. Y ya está. Se ve que doy asco.
—¿Qué tal está Rose?
—Dormida en su habitación. Ya sabes cómo son los niños. Fuerte como robles. De mayor es mucho peor.
No hace falta que lo digas. Lo estoy sufriendo en mis propias carnes. Pica, pica muchísimo.
—No te vayas a rascar. Apuesto a que tu novio te quiere con la piel tersa —me amenaza. Sé que sólo lo dice por mi bien, pero me pongo de mala leche.
—Dante no es mi novio.
—Pues buenos meneos te da. Y no lo niegues, se te nota en la cara.
Me palpo el rostro. ¿Tanto se me nota?
—Lo mismo te digo. Rose ya se huele algo.
—Mentirosa —se enfada, y se levanta para meterse en la habitación de April.
Allá ella.
Llaman a la puerta, y voy a abrir, enfundada en mi mejor cara de: hoy no es un buen día. Me encuentro con Stella, subida a unos tacones de infarto. Nada más verme, se quita las gafas y me echa una mirada de espanto.
—¡Cuchi, estás horrible! Parece que te ha picado un enjambre de abejas asesinas. Mamaaaaaaá, ven a ver a Alison.
¡Está muy fea!
Nada mejor que la familia para levantarle a una los ánimos.
Mamá aparece en ese momento, y suelta un grito cargado de dramatismo nada más verme.
—¡Dime que estarás bien para la boda de tu hermana! —exige.
—Gracias. Estoy perfectamente. De verdad, no os preocupéis. No hace falta que lloréis por mí —me cabreo.
Stella y Bárbara entran como un vendaval en la casa.
—Alegra esa cara, cuchi. Te he traído un regalo. Me voy hoy a Barcelona, y no quería irme sin despedirme.
Le quito la bolsa de las manos. Mimos, lo que necesito son muchos mimos. Ante mis ojos, aparecen un par de
sandalias plateadas con incrustaciones Swarosky.
—Te daría un abrazo, pero no quiero contagiarme.
Me da un toquecito en la cabeza, y me guiña un ojo.
—Serás la dama de honor más guapa de mi boda. Y después Daisy.
Le echo una mirada inquisitiva a mi madre, quien se atusa el cabello con fingida despreocupación. Stella se levanta para marcharse.
—Me tengo que ir, o perderé el vuelo. ¿Me acompañas, mami?
—Un momento, ¿tú no te vas? —inquiero, sabiendo a qué se debe.
Mamá suelta una carcajada, como si se tratara de una adolescente.
—A mamá le ha gustado tanto la ciudad que se va a quedar unos días más. Volverá para mi boda.
Qué mentirosa es mamá. Ha engañado a Stella, pero a mí no me engaña. Ya solucionaré ese tema en cuanto me
reponga.
—Por cierto, cariño, ¿traerás a alguien para la boda de tu hermana? —lo pregunta como si nada, pero sé que le preocupa.
—Pues...
—Deberías traer a Dante.
Saldría espantado. Pero no lo digo.
—¿Me llamabais?
El susodicho aparece en el umbral de la puerta, y la sonrisa se le borra en cuanto me ve. En cuanto nuestras miradas se cruzan, trata de aparentar una calma que no siente. Lo sabía. Estoy horrorosa.
—¿Vendrás a mi boda y acompañaras a Alison? Hacéis una pareja preciosa... —lo engatusa mi hermana.
—¡Stella, que Dante y yo no somos novios!
—Me encantará asistir a tu boda —resuelve él.
Me quedo con la boca abierta, mientras Stella y Bárbara gritan de entusiasmo. Yo todavía estoy tratando de asimilarlo.
Dante me acompañará a la boda de mi hermana. ¿Eso no es muy serio? Es como formalizar nuestra relación, a
pesar de que ni siquiera tenemos eso.
—Cuídate cariño. Y recuerda no rascarte —mamá me lanza un beso, y se marcha junto con Stella.
Dante y yo nos quedamos solos.
—¿Qué haces aquí?
Estoy alterada porque él me vea en semejante estado. Pero sobre todo, su cara de espanto no me ha pasado desapercibida.
—Quería ver ese contratiempo.
—Pues ya lo has visto —respondo secamente.
Dante me echa un vistazo de la cabeza a los pies. Parece enfadado.
—¿¡Qué!?
—Nada. Olvidaba que querías estar sola.
—¡Claro que quiero estar sola! No es de recibo que me veas en semejante estado. Estoy muy fea —lloriqueo.
—No seas estúpida. Tú no eres fea.
—Ahora lo estoy —me sorbo los mocos.
Dante se acerca a mí y me da un besito en la frente. Reconozco que el hecho de que él no me rehúya me reconforta.
—Deberías haberme llamado. Yo cuidaré de ti, ¿me dejas?
Asiento, y dejo que él me lleve hasta el cuarto de baño. Me desviste con delicadeza, a pesar de mis reticencias iniciales porque me vea desnuda y llena de pústulas. Pero a él no parece importarle. Llena la bañera con agua templada y echa avena. Siento un alivio instantáneo.
—¿Quieres que te traiga algo del supermercado mientras te bañas?
—Ositos Haribo.
Dante ladea una sonrisa y me besa la punta de la nariz. Oh, podría acostumbrarme a esto.
Chapoteo en el agua, maravillada porque él haya venido a verme a pesar de mi insistencia de estar sola. Quizás sea posible. Quizás...
Esbozo una sonrisa de boba, a pesar del picor y las ronchas. Se me han olvidado, porque en mi imaginación sólo está la fantasía de trazar una vida en común con Dante.
Él regresa a los pocos minutos, y me saca de la bañera, secándome con cuidado. Palpa una roncha sobre mi hombro, y tuerce el rostro.
—No te rasques, o te ataré las manos.
Parece decirlo en serio, por lo que asiento cabizbaja.
Y como no puede ser de otro modo, me dejo cuidar. Dante cocina, me reconforta entre sus brazos, y me habla para distraerme.
¿Y sabes qué?
Después de todo, estar enferma no es tan malo. Sobre todo, si tienes un demonio de ojos plateados que te cuida.
Aprovecho que estamos abrazados en el sofá, en una posición bastante íntima, para conocerlo un poco más. Le acaricio el pecho con disimulo, hasta llegar al lugar en el que reposaba la cadena. Él parece adivinarlo, porque los ojos se le enfrían.
—No preguntes cosas que no voy a responder —me pide.
—Pero te la has quitado.
—Sí, me la he quitado. Y puede que no me la vuelva a poner.
—¿Por mí? —pregunto muy bajito y rezumando emoción.
Dante pone los ojos en blanco.
—No, Alison. Por la madre teresa de Calcuta. ¡Claro que es por ti!
Suelto una risilla, y él me estrecha entre sus brazos tensamente.
—Dante.
—¿Qué? —parece irritado, pero me da igual.
—¿De verdad vas a venir a la boda de mi hermana?
—Sólo si tú me lo pides.
Me quedo en silencio, sopesando el tema.
—Me gustaría que vinieras.
—Entonces iré —decide, restándole importancia.
Pero para mí la tiene.
—Voy a cantar en la boda de mi hermana. Como te rías, te corto las pelotas.
Dante se ríe. Qué típico.
—¿Cómo es el novio de tu hermana?
—Un tío muy casposo. Te caería mal.
—Y ahora me dirás que su canción es Unchained Melody.
Le doy un codazo.
—Anda, cántame algo. Nunca te he escuchado cantar.
Tengo mis reservas. No suelo cantar en público. Pero Dante me va haciendo cosquillas, y no se detiene hasta que yo suspiro y canto, Starlight de Muse.
Ill never let you go
If you promise not to fade away
never fade away...
Nunca te dejaré ir
Si tú prometes no desaparecer
Nunca desaparecer...
—Muy apropiado.
Yo me giro, echándole una mirada expectante.
—Así es cómo me siento cuando estoy contigo.
Y sé a qué se refiere. Se siente vivo. Igual que yo.