XXVI: Confesiones con sabor a mojito
ALISON — Siento como si un millón de esquirlas de cristal viajaran a través de mi tráquea destrozándome por dentro.
Me restriego los ojos enrojecidos por la rabia y los celos.
—¿Estás llorando por qué Dante te ha besado? Mamá me dijo que el día que se casó, lloró de emoción, ¿es eso lo que te pasa? —se preocupa Rose, tirando de mis pantalones para captar mi atención.
—Se me ha metido algo en el ojo —le miento.
La mirada de Dante y la mía se encuentran. Se me congela el cuerpo, y mi alma comienza a suspirar derrotada.
Pisoteada por un hombre sin sentimientos. Después de su furtivo beso, no esperaba que tuviera la poca vergüenza de manosearse con otra a pocos metros de mi casa.
¿Tan poco le importo?
¡Al menos podría haberse escondido!
Si observar a la voluptuosa y atractiva pelirroja deshacerse ante las caricias, ¡Y por Dios! ante las embestidas impúdicas de Dante en mitad de la calle me había destrozado por completo, encontrarme con la mirada de Dante clavada en mí, me está arrasando las entrañas.
Cuando intuyo que él va a correr a mi encuentro, aporrear mi puerta y pedirme perdón, él hace lo único que podría dejarme con dos palmos de narices en este preciso momento. Se da la vuelta y se marcha.
¡Se marcha!
Lo observo marcharse ante mi creciente estupefacción. Ultrajada, me dejo caer sobre el sofá y me echo las manos a la cara. Sólo siento ganas de llorar, pero tener a Rose a mi lado me detiene. La pequeña se acurruca a mi lado y me ofrece su osito de peluche. Eso me hace estallar en un berrinche incontrolable.
—No llores. A mí Dante me parece el novio más guapo y divertido del mundo. Cuando sea mayor, quiero tener un novio como él —me consuela con inocencia.
Me limpio las lágrimas y trato de serenarme.
—No estoy llorando —refunfuño.
—Mamá dice que las mujeres se comportan de manera irracional cuando se enamoran. Una vez, golpeó a papá
porque él había escondido un regalo muy caro en el bolsillo de su chaqueta. Ella dice que soy demasiado pequeña para comprender esas cosas.
—Es que eres demasiado pequeña...
—Cuando mamá está triste, come helado de chocolate escondida en su habitación. Creo que echa de menos a papá.
Pero no se lo digas, no quiero ponerla más triste.
Abrazo a Rose, sintiendo que la pequeña mocosa me reconforta.
—Tú no deberías comer helado de chocolate. Te pondrías gorda como mamá.
—No digas esas cosas, Rose —la reprendo.
La niña se encoge de hombros, como si hubiera dicho la verdad y no entendiera por qué la estoy reprendiendo.
—Vete a tu habitación mientras preparo el almuerzo —le pido.
Rose se pone ceñuda.
—Me dijiste que estaba castigada y que no podía utilizar mis juguetes.
—Te he perdonado.
Necesito estar sola. Vaciar mis lágrimas y desprenderme de esta tristeza que me invade. Pero sé que me resultará imposible, y que esto sólo se irá con el paso del tiempo.
Rose se pierde en su habitación, y la escucho hablar en voz alta. Es una niña con mucha imaginación, por lo que ni siquiera me preocupo. Comienzo a cortar cebolla, y los ojos se me anegan de lágrimas. Lo que faltaba.
Tarareo una de mis canciones preferidas:
The scars of your love
Remind me of us
They keep me thinking
That we almost had it all
The scars of your love
They leave me breathless
I can’t help feeling
We could’ve had it all
Las cicatrices de tu amor,
me recuerdan a nosotros.
Hacen que siga pensando
que casi lo tuvimos todo.
Las cicatrices de tu amor,
me dejan sin respiración.
No puedo evitar sentir
que pudimos haberlo tenido todo.
Dejo de cortar cebolla y me observo las manos. Me voy a enamorar de Dante si no lo alejo de mí. Lo sé. Él es la clase de persona que he tratado de evitar durante todo este tiempo. El pecado original con la palabra problemas grabada en la frente. Y yo no quiero enamorarme. No de alguien como Dante, quien sin duda me haría sufrir. Quien me está haciendo sufrir en este momento.
Las imágenes de él abrazado a la pelirroja acuden a mi mente, y siento la bilis subir hacia mi garganta. Los ojos borrosos a causa de la cebolla, porque ¡No! definitivamente yo no voy a llorar por Dante. Es la maldita cebolla la que agita mis glándulas lacrimales.
Sus manos aferradas a las caderas de ellas..., esas manos suaves y grandes que sólo deberían tocarme a mí. Su pelvis golpeando contra la cadera de ella, y su boca pegada a sus labios, absorbiendo el olor de su cabello, de esa manera tan primitiva y única que yo pensaba que estaba sólo dedicada para mí.
Tengo que alejarme de Dante.
Vamos Alison, sé sincera contigo misma. Ambas sabemos cómo acabara esta historia. Los cuentos de amor eterno con final feliz no existen. Los tipos como Dante causan problemas, y mi dignidad acabará pisoteada por su arrogancia innata.
Es la clase de problema que he evitado durante toda mi vida: enamorarme del tipo equivocado. De la clase de hombre que utiliza a las mujeres. Ese es Dante, y yo no lo quiero en mi vida.
—Alison, ¿estás llorando? —la voz de Maya me sobresalta a mi espalda.
La miro incrédula a través de mis ojos hinchados y enrojecidos.
—¿Qué haces aquí?
—He llegado esta mañana. Te iba a llamar, pero Rose se me ha adelantado. Me ha dicho que tenía que venir a verte, porque era un asunto urgente.
Rose saluda con su manita y pone cara de inocencia. Mocosa entrometida y a la que quiero con locura...
—Estás llorando —señala a mis ojos enrojecidos y pone mala cara—, estás llorando por Dante.
—Estaba cortando cebolla. Eso es todo.
—Qué mal se te da mentir...
Maya expresa con una mirada todo lo que siento. A pesar de su actitud esquiva y superficial con los hombres, ambas sabemos que sólo se trata de una coraza con la que defenderse. Defenderse de los golpes sufridos en el pasado a manos de una ex pareja que la humillaba y golpeaba.
—¿Qué ha pasado? —se interesa.
La amiga comprensiva me toca el hombro y me obliga a sentarme en el taburete de la cocina. Cuando voy a hablar, Maya coloca un dedo sobre mis labios y me insta a guardar silencio.
—Las penas de amor, mejor con un mojito especial de Maya —resuelve con una sonrisa.
Mi amiga tritura hielo y pica hojas de menta. Corta lima, añade azúcar y una gran cantidad de ron. Al ver la dosis, le aparto el brazo de la botella de ron, espantada por su inconsciencia.
—¡Eh, ya basta, qué tengo que cuidar de una niña de ocho años!
—Esa mocosa nos da mil vueltas, y lo sabes.
—Aun así; el alcohol y yo no somos buenos compañeros...
—Ya me lo contó Mamy Patsy —se ríe.
—No, te aseguro que no te lo contó todo —le digo reticentemente, dándole un sorbo al excelente mojito. El dulzor del azúcar, mezclado con la acidez de la lima y la suavidad del ron me sueltan la lengua—, le pedí a Dante... cosas...
cosas muy sucias.
Maya deja escapar una risita.
—¿Qué tipo de cosas?
—Que metiera su cabeza entre mis piernas...
Maya comienza a hipar de la risa.
—¡No me lo puedo creer! Después de todo, ese tipo no puede ser tan malo. Si ha conseguido que mi apocada amiga se rebele contra sus convicciones puritanas.
—Me ha besado —digo en un susurro—, varias veces.
Maya finge cara de sorpresa.
—¡No! ¡Alison, que te puedes quedar embarazada!
—No bromees. Por suerte no llegamos a nada más —me consuelo a mí misma.
—Ya decía yo...
—Después de besarme, lo pillé manoseando a otra a escasos metros de mi apartamento.
Maya escupe el contenido de sus labios dentro del vaso.
—¡Le arrancaré las pelotas! —exclama furiosa.
Aparto el cuchillo que hay en la encimera con delicadeza. Por si las moscas. Mi amiga puede ser muy protectora cuando se lo propone.
—Resulto patética. Lo sé.
—Noooo... —Maya me da un codazo—, tú no eres patética. La mayoría de los hombres sólo buscan llevarnos a la cama, arrancarnos las bragas y embestir un par de veces. Eso es todo.
Me río y suelto hipidos.
—Pues Dante no me ha bajado las bragas —comento, medio decepcionada.
—Hay algo raro en todo esto... —comenta Maya, quien se ha servido otro mojito y juguetea con la pajita, de
una forma deliberadamente sexy y estudiada que yo jamás podría conseguir—, cualquiera infiel por naturaleza es meticuloso en sus escarceos. No tiene sentido que Dante se enrollara con otra delante de tus narices.
—Él no me ha sido infiel. Sólo me ha hecho ilusiones con sus numerosas promesas sexuales, para luego dejarme con un palmo de narices.
—Aun así... —Maya se rasca la barbilla en actitud meditativa—. Si él hubiera querido encontrarse con otra mujer, lo habría hecho lejos de ti, ¿no crees?
—¿Qué es lo que me estás queriendo decir?
—Creo que aquí hay algo que se nos escapa. Deberías preguntárselo a él.
—¡Sé lo que vi con mis propios ojos! —protesto, enfurecida por los celos y la mezcla de alcohol.
Maya se encoge de hombros, dedicándome una sonrisita.
—En ese caso, no tienes de qué preocuparte. Si quieres alejarlo de ti, tienes la excusa perfecta. ¿No es eso lo que buscas, Alison? ¿Una vida sencilla con el hombre perfecto que no te cause complicaciones? Un porche, un montón de niños, un tipo con horario laboral estable...
—Lo dices como si eso fuera malo —replico, encogiéndome sobre mi silla.
—¡Pasión, Alison! Sin pasión no somos nada. Una relación sin deseo está abocada al fracaso. Desde que te conozco, has buscado al hombre que te diera el sueño americano que tanto ansías. Pero si no encuentras a alguien por el que tu corazón lata desbocado cada vez que te besa, definitivamente ese sueño no tiene sentido.
—No pienso disculpar el comportamiento de Dante.
Maya se bebe el contenido de su mojito de un solo trago.
—No te estoy pidiendo que lo disculpes. Te estoy pidiendo que le pidas una explicación. Tienes todo el derecho del mundo. Un hombre que te hace sentir esas cosas merece darte una respuesta. A veces hay cosas por las que merece la pena luchar.