XXXI: Ni contigo ni sin ti

DANTE — ¡La estamparía contra la pared!

Jodida niñata...

Pero sé que lo que siento es fruto de la ira.

Dejé a un lado el orgullo. Iba decidido a contarle a Alison la verdad. Mi pasado, mi presente, y mi intención de tenerla en el futuro. Quería que ella me comprendiera, no que me compadeciera. Quería que ella compartiera mis temores, y que me ayudara a superarlos.

Nunca en toda mi vida me he sentido tan juzgado.

¿Y qué más da? A mí nunca me importó lo que otros pensaran de mí. Seductor, libertino, descarado, insensible..., todas esas palabras carecían de significado para mí.

Pero Alison no es cómo las demás. Nunca, en toda mi vida, he deseado mostrarme tal y como soy con otra persona.

Lo he intentado, y a cambio, he recibido el desprecio más absoluto. Un juicio de valores realizado por una princesita que va buscando al hombre perfecto.

¡Qué se quede con el tal James!

Sé perfectamente que no le gusta. Ella no lo mira como me mira a mí. Es decir, como me miraba justo antes de expresar todas esas gilipolleces sobre mi persona.

¿Qué por qué lo sé? Bien, los estuve espiando.

La furia me carcomía por dentro. Se me llevaban los demonios. Estuve tentado en más de una ocasión de arrancarle la mano al tal James de las narices. Gritarle que ella no quería que la tocara. Y cuando estuvo a punto de besarla..., sentí como si miles de esquirlas venenosas se deslizaran por mi garganta, asfixiándome.

¿Celoso yo? ¡No me jodas!

Sí, estoy celoso.

Me siento estúpido. Vilipendiado. Herido en lo más profundo de mi orgullo. Estoy tan frustrado que el peso de la cadena es imperceptible. En todos estos años, sólo podía pensar en el dolor de la traición de Lucrezia. Pero ahora ese dolor es imperceptible. Sólo está Alison. Su olor, sus labios... ¡Sus palabras!

Muñeca..., si supieras todo el sufrimiento que llevo acumulado, no me juzgarías tan a la ligera. Para ella es tan fácil...

, toda la vida buscando al jodido príncipe azul. Ese que la llene de niños y tenga un trabajo perfecto.

Puedo recordar todas y cada una de sus palabras.

“Ya te conozco. Conozco a los tipos como tú. Necesitas alimentar tu ego, tenerme comiendo de tus manos, ¿no es eso? Ahora que James ha llegado, temes quedarte sin mí. Eso es tan egoísta... ¡Sabes lo que quiero! ¡Tú jamás podrías dármelo!”

No, tú no me conoces, Alison.

—¿Vengo en mal momento? —pregunta Gabriel, con ese tono lánguido que me saca de mis casillas.

—Tú siempre vienes en mal momento.

Gabriel echa una mirada inquisitiva a mi apartamento. Se detiene en Fígaro, y luego en mí. Tiene esa clase de sonrisita sabionda que tanto me ofende.

—Pues sí que estás colado por esa chica.

—Se llama Alison —respondo irritado.

No puedo creer que me moleste el simple hecho de que él no la llame por su nombre.

—Ya veo ya.

—¿Ya ves qué?

—Te ha calado hondo. Un gato. Deshacerte de tu orgullo para ir a pedirle perdón... —enumera.

No estoy dispuesto a darle la razón.

—Lo único que le calará hondo será mi polla cuando me la tire —espeto con suficiencia.

—Pues date prisa. El tal James te pisa los talones.

En medio segundo, he cogido a Gabriel de las solapas de su camisa y lo he estampado contra la pared. Mi pecho sube y baja, y me pienso si debería golpearlo. Sería agradable.

—Adelante. Deshazte de tu ira conmigo —me anima.

Lo suelto asqueado.

Gabriel me palmea el hombro para tranquilizarme. Me separo como si quemara. Detesto el contacto físico con los demás. Tú ya me entiendes. Ni siquiera Gabriel, al que podría considerar algo así como un amigo, debería tocarme.

—Sé cómo te sientes.

—¡No, no lo sabes! —exploto.

Paseo de uno a otro lado del apartamento y me meso el pelo, mientras Gabriel me observa sin decir una palabra.

Al final, vuelvo a explotar.

—Iba a pedirle perdón. No tenía ningún derecho a tratarme de aquella manera —me hierve la sangre.

—Cálmate. Pareces una chica.

Lo fulmino con la mirada.

—Se suponía que tenía que dejar a un lado mi orgullo. Dejar de tener miedo y esas cosas... ¿Y qué recibo a cambio?

¡Gilipolleces!

—Tú estás acojonado.

—No te pases. Estás a un punto de ganarte un puñetazo. Hoy no es un buen día.

—Nunca es un buen día. Estoy preocupado por ti.

—Pareces una chica.

—He estado investigando a Caronte. Está tranquilo. Piensa que no vas a salir del infierno.

—No me preocupa. Ya he formado a varias parejas.

—Una prueba de amor verdadero, que no se te olvide. Necesitas, algo así como a... Alison. Eres rematadamente idiota si aún no te has dado cuenta.

—Ya he hecho todo lo que estaba en mi mano. No pienso rebajarme más.

—La rabia te ciega. Y a ella también. Si dejaseis a un lado vuestro orgullo...

—No volveré a intentarlo.

Dos golpes furiosos chocan contra la puerta. La voz aguda del bicho ordena que le abra la puerta.

—¡No se admiten abejas! —le grito.

—¡Ábreme la puerta ahora! —me ordena.

Gabriel enarca una ceja, visiblemente asombrado.

—Ahora vas a saber lo que es un bicho —le informo.

Abro la puerta, y Maya entra como si fuera una estampida. Me señala con un dedo sobre el pecho, y golpea tres veces.

—Tú... eres... idiota —espeta, con los dientes apretados y la cara enrojecida.

—Aparta ese dedo, monstruo.

—¿Se puede saber qué has hecho?

—No lo sé —le respondo sinceramente.

—¡No has hecho nada! Esta mañana he llamado a Alison, ¿y sabes lo que me ha dicho? ¡Qué iba a tener una segunda cita con James!

—Por mí se pueden ir al infierno —blasfemo.

Maya aprieta los labios, disgustada.

—¿Por qué te importa tanto que tu amiga salga con ese tal James? —le pregunta Gabriel.

Maya se sobresalta al percibir la voz de Gabriel, y lo mira de reojo. Apenas lo observa, suelta un resoplido y responde.

—No es trigo limpio —dice escuetamente.

Todas mis alarmas saltan, y la cojo de los hombros.

—¿Por qué no? —exijo saber.

—¡Y yo qué sé! —grita, soltándose de mi agarre.

—Lo ha estado espiando —comenta Gabriel.

Maya le echa una mirada de arriba a abajo.

—¿Y tú qué sabes?

—Porque tienes cara de mentirosa. Y de ser el tipo de amiga posesiva que no deja a su amiga hacer su vida.

Maya abre la boca, indignada.

—Mejor no te digo de qué tienes cara tú —se gira para hablarme—. Vale, lo he espiado. Los tipos como James me causan desconfianza. Todo sonrisas, trajes caros y respuestas estudiadas. Son simple fachada.

—Me ahorraré lo que pienso de tus investigaciones. Habla —le pido.

Si James le hace daño a Alison, lo mataré. No es metafórico.

—Resulta que el tipo es una especie de Casanova putero. Promete hasta que la mete, y cuando la mete, se larga.

—Parece interesado en Alison —me extraño.

—Sí, porque se le ha resistido.

—¿Y por qué no le cuentas todo esto a tu amiga? —pregunta Gabriel.

—No estoy hablando contigo —le responde sin mirarlo. Luego se dirige a mí— con la poca fe que Alison tiene en los hombres, si le desmonto el mito de James, el hombre perfecto, dejará de interesarse en el género masculino. Y

no es lo que quiero, porque Alison es una buena chica, y contra todo pronóstico, se ha enamorado de ti. Un imbécil que, después de todo, va de cara.

—Alison no está enamorada de mí —resuelvo.

—No voy a ser yo quien te lo niegue.

—Deberías hablar con ella. Deja de lado tu orgullo, por una vez en tu vida—me aconseja Gabriel.

Maya lo observa con petulancia.

—¿Y éste quién es? ¿Tu amigo mariquita que actúa de psicólogo?

Los dejo discutiendo y me coloco el abrigo.

Si James le pone una mano encima a Alison, con o sin su consentimiento, le cortaré las pelotas.

—¿Dónde han quedado?

Maya se gira hacia mí, dejando de prestar atención a Gabriel, a quien nunca he visto tan exaltado. Mi distante amigo parece furioso por algo que ella ha dicho acerca de su masculinidad.

—En el Preservation Hall.

Aparezco en el Preservation Hall cómo si fuera un diablo. Creo que nunca, en toda mi vida, he conducido tan deprisa. Y créeme, yo he conducido deprisa en más de un par de ocasiones.

Los veo sentados muy acaramelados en una mesa del fondo, y se me llevan los demonios. A él lo estamparía contra la pared. Y a Alison, a Alison la estamparía contra la pared, y luego la mataría a besos. Aprieto los puños y me siento en la barra.

—¿Desea algo, señor? —me pregunta educadamente el camarero.

—Sí, que te largues.

La mano de James se coloca en la espalda de Alison, y ella se tensa. Bájala un poco más, y eres hombre muerto.

James ríe a carcajadas cuando Alison le cuenta algo. Sí, ella es ocurrente, pero no es para ti, imbécil.

La mano de James baja un poco más. Justo encima de la curva de su trasero. Alison le agarra la mano para apartarla, y le dice algo sin perder la sonrisa. Y yo pierdo el norte. En dos zancadas me planto frente a ellos, levanto al tal James de las solapas de su camisa y lo estampo contra la pared.

—¿No ves que no quiere que la toques? —lo subo un palmo del suelo, y lo acribillo con la mirada.

—¡Dante! —me grita Alison.

Parece aterrorizada, pero toda la furia que siento es incapaz de escucharla.

—Lárgate y no te acerques más a ella. —lo empujo hacia la salida, y James se tropieza con una mesa.

—¿Quién es este energúmeno? —le pregunta a Alison.

Alison me observa, con una mezcla de perplejidad y horror. Me alivio al percatarme de que ella da un paso hacia mí, y me toca el antebrazo, tratando de serenarme.

—Por favor... —me pide, con las lágrimas a punto de derramarse por sus mejillas.

Me derrito en un segundo, y toda la furia se evapora.

—Ese hombre no es quien crees que es —cuando James se acerca a Alison, le doy un empujón—. No te acerques

a ella.

Alison me mira como si no me viera.

—¿Y tú si eres quién dice ser?

—Ya hablaremos de eso luego. Ahora dile que se vaya, o lo haré yo. Mejor que lo hagas tú.

—James, quédate.

Las palabras de Alison me sobresaltan.

James sonríe con petulancia.

—¡Vete al infierno! —me grita, mientras señala la puerta.

Mi puño lo golpea en la mandíbula. Y ya está. No voy a golpear a alguien que está tirado en el suelo, que es justo donde James se encuentra. El grito de Alison me horroriza hasta mí, y la detengo para que no se acerque a él. Ella se retuerce de mi agarre, y comienza a gritarme cosas incomprensibles. Nada bueno, supongo.

—Eres un monstruo —dice débilmente.

—Ese que está ahí tirado sí que es un monstruo.

Alison se aparta de mí y se agacha para socorrer a James. Siento como la ira me come por dentro, y me agacho para llevármela conmigo.

—Vete —me espeta sin mirarme—, vete Dante. Vete.

Ahora soy yo el que está noqueado.

—Alison, vamos a hablar las cosas.

—¿Ahora quieres hablar las cosas? Pues escucha esto: no quiero volver a verte en mi vida, y esta vez, te ruego que me obedezcas.

Salgo de allí sin volver a mirarla.