XLI: ¡Sorpresa!

DANTE — Fuimos expulsados del karaoke a los cinco minutos.

Aquel día fue inolvidable, pero los que siguieron no se quedaron atrás. Observar con mis propios ojos la receptividad de Alison ante mis caricias es toda una sorpresa. No hay nada de la chica tímida y censuradora en ella. Ahora sólo es una mujer que disfruta de su sexualidad junto a mí. Y eso me enloquece.

Voy a recogerla a la salida del trabajo para darle una sorpresa. Me encanta ser la razón de sus sonrisas, y sólo por eso, haría tantas cosas por ella para verla sonreír. Cuando Alison me sonríe siento que todos estos años de soledad han merecido la pena.

—La estaba esperando a ella —digo en voz alta, sin darme cuenta.

—Guau, quién te ha visto y quién te ve.

Me sobresalto al encontrar a Deborah a pocos metros de mí, observándome con atención. Hay una mezcla de

curiosidad y estupor en su mirada gatuna. Hubo una vez en la que su cabello rojo y su voluptuoso cuerpo me

resultaron deseables. Ahora sólo puedo desear a Alison, y ella lo sabe.

—¿Qué tal estás? —la saludo sin acritud.

Atrás quedó mi resentimiento hacia ella.

—Haciéndome a la idea de que voy a perderte —responde, más como un hecho que como la respuesta de una

mujer herida—. Pensé que este momento nunca llegaría. Era de las que me conformaba con tenerte a mi lado sin exigirte nada más. Supongo que ella ha ganado por querer esa otra parte de ti.

Ella tiene razón. Alison me ganó. Mientras otras mujeres se conformaban con tener lo que yo les ofrecía, Alison se negó a aceptarme hasta que yo pudiera darle lo que ella necesitaba de mí.

—Te deseo lo mejor, Deborah.

Ella enlaza sus brazos alrededor de mi cuello y me da un beso en la mejilla.

—Te deseo lo mejor, Dante. No desaproveches esta oportunidad, y sé feliz.

Se aleja caminando, y en cuanto lo hace, percibo que Alison me está observando. Ha visto toda la escena, pero no da muestras de estar celosa. Me agrada que confíe en mí, y me acerco para darle un beso en los labios.

—Teníamos que zanjar el tema —le explico.

—Lo sé —responde, sin concederle mayor importancia—, ¿has venido a buscarme?—pregunta, sin ocultar la emoción que eso le produce.

—Bah, pasaba por aquí.

Ella me da un codazo y se ríe. La abrazo contra mi pecho y le beso la punta de la nariz. Observo su aspecto derrotado, parece exhausta.

—Deberías dejar esa mierda de trabajo. Te está explotando.

—¿Y de qué iba a vivir? No del aire, desde luego.

—Tengo unos ahorros. Tantos años dan para ahorrar mucho dinero —le explico, sin entrar en detalles—, podríamos sobrevivir sin complicaciones hasta que tú encuentres algo mejor.

Alison me ofrece una sonrisa de agradecimiento.

—Sabes que no puedo aceptar. Eso sería como tirar la toalla.

—Orgullosa.

Ella pone cara de fastidio, pero no responde.

—Había planeado algo, pero te veo cansada. Será mejor que vayamos a casa y te prepare un baño. Y luego, lo que tú quieras.

Alison se sonroja cuando le echo una mirada cargada de intenciones. Todavía me alucina su capacidad para sonrojarse ante mis atenciones.

—No, está bien. ¿Qué habías planeado? —le puede la curiosidad.

Cinco minutos más tarde, llegamos al centro en el que se imparte el curso de cocina para principiantes. Alison abre los ojos, un tanto incrédula. Luego me lanza una mirada interrogante.

—¿Me están lanzando una indirecta?

—Cariño, la lasaña te queda seca, tu pastel de chocolate es horrible, e incluso quemas las palomitas en el microondas.

No es una indirecta, es un hecho. Eres una cocinera horrible.

Alison se pone ceñuda, y a mí me hace gracia. La última vez que cocinó, le di mi ración a Goku mientras ella miraba para otra parte.

—Venga, es por hacer algo juntos. No tengo esperanzas puestas en ti.

Ella bufa y entra como un huracán en la sala. Lo que no sabe, es que no tengo ninguna intención de que aprenda a cocinar. Alison sería capaz de incendiar mi adorada cocina de inducción con su torpeza. Sólo estamos aquí para celebrar su cumpleaños. Alison insistió en hacer algo íntimo, prohibiéndome cualquier celebración. Pero yo no podía ignorar el primer cumpleaños en de mi novia, y quería demostrarle que podía sorprenderla.

—¿No está un poco vacío este sitio? —pregunta, al advertir que no hay ningún mueble.

—Mira que eres despistada... ¿Qué día es hoy? —le pregunto, a sabiendas de que ha olvidado su propio cumpleaños.

Alison lo recuerda de inmediato.

—¡Ostras! Mi cum...

—¡Felicidades! —gritan al unísono Jack, Bárbara, Maya, Patsy, Rosemary y su hija.

Alison los observa incrédula, y luego me mira a mí.

—Querías que fuera algo íntimo. No hay nada más íntimo que celebrarlo con las personas a las que quieres, ¿no?

Todos se acercan para abrazarla, mientras Alison no me quita la vista de encima. Cuando por fin la sueltan, ella se acerca a mí, y permanece callada durante unos segundos.

—¿Qué? —le digo un tanto nervioso, con las manos metidas en los bolsillos.

Es la primera vez que hago algo especial por alguien.

Ella se abalanza sobre mí y me abraza efusivamente, besándome en los labios.

—Es el mejor cumpleaños de mi vida. Gracias —echa un vistazo al sitio vacío—. Pero ¿por qué has elegido este sitio?

—He pensado que ya es hora de cambiar de aires. Tardaré unos años en graduarme como profesor de historia, y mientras tanto, me gustaría ayudarte a cumplir tu sueño. ¿Qué te parece este sitio? Ya sé que no es gran cosa, pero quedará decente con un poco de pintura y muebles de diseño, ¿no?

Alison observa el lugar alucinada, y poco a poco se le va iluminando el rostro.

—¿Estás diciendo lo que creo que estás diciendo?

—Sí, a no ser que tú no quieras.

Maya nos interrumpe en ese momento, y abraza a su amiga.

—¿Qué te parece? Yo ayude a Dante a encontrar este sitio. Quedará fenomenal con un poco de pintura lavanda y papel de pared. Ya lo estoy viendo.

—¿Qué eres, la diseñadora de Hello Kitty? —la provoco.

—Oh, cállate. Tú lo querías pintar de gris. ¿Hay un color más triste que el gris? ¡Por supuesto que no!

—Azul y blanco. Quiero que me recuerde al mar —decide Alison.

—¿Eso significa que sí? —le pregunto.

—Por supuesto que sí. Necesitaré un sitio en el que acoger a todos los animales abandonados con los que tú te encariñes —bromea.

Patsy y Jack se unen al equipo de diseño improvisado que hemos montado. Todos eligen colores y discuten sobre la disposición de los muebles. Evidentemente la pequeña Rose quiere pintarlo de rosa, y se enfurruña cuando nadie le presta atención. Bárbara se mantiene en un discreto segundo plano, observando con deleite el semblante alegre de Alison. Me acerco a ella.

—Me gustas para mi hija. La haces feliz. Incluso me gustarías para mí, si yo tuviera diez años menos —declara, cuando me coloco a su lado.

—Estoy seguro de que Alison sería más feliz si arreglarais las cosas.

Bárbara chasquea la lengua contra el paladar.

—Me lo pensaré —replica a regañadientes.

Después de la improvisada sorpresa, de degustar unos deliciosos pastelitos de crema hechos por Patsy, y ante las indirectas de Alison para que se marcharan, nos quedamos por fin solos.

Alison se acerca a mí, con la voz temblorosa.

—No sé qué decir...

—Entonces no digas nada. Sienta bien hacer cosas por los demás —le digo, y es la verdad.

—¿Y qué puedo hacer yo por ti? —pregunta con voz melosa.

La cojo de las caderas y la presiono contra mi erección.

—Se me ocurren un par de cosas.

Alison pega sus pechos a mi torso, y me mira con los ojos brillantes de deseo.

—Soy toda oídos... —ronronea.

Le susurro cosas que sé que la harán temblar de deseo y reír nerviosamente, y ella finge estar escandalizada. A los pocos segundos nos estamos besando, y lo hacemos contra la pared, sin encontrar un mejor punto de apoyo.

—Me estás cambiando, Alison —me confieso, en un momento en el que nuestras miradas se encuentran y la

intimidad llega al punto más álgido.

—Prométeme que nunca dejarás de sorprenderme.

Le doy un beso, y le aseguro que así será. Acto seguido, le doy la vuelta y la obligo a apoyar las palmas de las manos contra la pared. La sostengo de los glúteos y la penetro con un dedo. Ella da un respingo.

—¿Qué, sorprendida?

Alison me grita y se ríe. Forcejeamos, y terminamos tirados en el suelo. Nuestros cuerpos entrelazados, y nuestros labios unidos. Nunca me he sentido tan bien.