XVII: Frenesí
ALISON — El próximo Mardi Gras se presenta deprimente. Después del repentino estallido de ira de Bárbara, a quien me niego a volver a llamar mamá incluso si ella me lo pide a riesgo de envejecer prematuramente, y de la inquietante desaparición de Dante, de quien no sé nada desde hace cinco días, mi Mardi Gras se traducirá en comer palomitas mientras veo alguna película de Jenifer Aniston. Apasionante.
Ni siquiera mi hermana quiere acompañarme, quien se niega a visitar el Mardi gras debido a mi comportamiento en la cena de papá. Está demasiado ocupada eligiendo un conjunto de lencería que sólo se colocará una vez. Si yo tuviera que pasar mi noche de bodas con Baldomero, me colocaría una simple bolsa de papel en la cabeza. Sin agujeros. Para no verlo.
Por suerte, la soledad de mi apartamento me consuela. Se ha convertido en un remanso de paz desde que mis
compañeras de piso se han marchado para disfrutar de las vacaciones con sus respectivas familias, quienes viven fuera de Nueva Orleans. Tan sólo estamos Jaime, Agatha (quien está en proceso de decoloración) y yo.
Dispuesta a disfrutar de mi repentina y agradecida paz, me pongo una camiseta XXL y me tumbo en el sofá para ver la nueva comedia romántica de Jenifer Aniston. En general, las películas románticas no me deprimen, pero esta me resulta demasiado almibarada para ser verdad.
¿Dónde demonios está Dante?
Oh, te aseguro que no lo echo de menos. Es simple curiosidad.
¿Estará con la niña demonio?
Ni siquiera me importa.
¿Con una mujer de pechos exuberante?
Miro hacia dentro de mi camiseta y reprimo una risilla.
Llaman a la puerta. Son las nueve y media de la noche y no espero visita, por lo que ni siquiera me ocupo de adecentarme. Pero cuando observo por la mirilla y me encuentro con los ojos azules, el corazón me da un vuelco y corro a cambiarme de ropa.
¡Dante!
Al percatarme de lo que estoy haciendo, me paro de inmediato. Dante no se merece que yo me cambie de ropa por él. Muy dignamente, me acerco a la puerta y agarro el pomo. No puedo evitarlo, antes de abrir le echo una mirada.
Está demasiado guapo para ser real. Sus ojos se han tornado violetas, como cuando él me observa de esa manera carnívora. Esboza una mueca de molestia al notar mi tardanza. Tiene ganas de verme. Eso me ilusiona.
Corro a mi cuarto para cambiarme de ropa. Retiro lo dicho. Quiero gustar a Dante.
—¡Alison, abre la puerta! Sé que estás ahí. Te puedo oler.
Alterada por su voz ronca, como miel sobre brasas ardientes, revuelvo el armario para encontrar algo decente con lo que vestirme.
—¿No te estarás vistiendo para impresionarme? Estoy acostumbrado a tu nulo sentido de la moda, no te preocupes
—bromea.
Cretino.
Cierro el armario de un portazo y me dirijo hacia la puerta. La abro y me cruzo de brazos. Entonces me quedo sin respiración. La camiseta es demasiado corta, y apenas me cubre la mitad de los muslos. Dante es demasiado guapo, y yo llevo tanto tiempo sin verlo...
—Estaba en el baño.
Dante me roza la mejilla con el pulgar a modo de saludo. Me aparto para dejarlo entrar, y al hacerlo, noto su mirada a mi espalda. Inquieta por notarlo ahí parado, me vuelvo para mirarlo, y entonces, me encuentro con su mirada ardiente sobre mis muslos. Ni siquiera hace nada para disimular cuando lo encuentro comiéndome con los ojos.
Sus ojos no son azules, son... violetas. Fogosos. Hambrientos.
—Estás impresionante.
Enarco una ceja.
—Es una camiseta vieja.
Dante me roza la cadera con deliberación, y la piel me arde como por arte de magia.
—Eres tú.
Su respuesta provoca un revoloteo de mariposas en el estómago. Dispuesta a no seguirle el juego, doy un paso atrás para adentrarme en la casa. Él es más rápido, y deja caer su cuerpo sobre el mío, aprisionándome a un lado de la pared.
Al percibir el olor de su aliento, le doy un empujón. Huele a brandy. Uno que deseo probar sobre sus labios, tentadores, que me rozan el cuello. Alzo la cabeza para encararlo.
—Has bebido —lo ataco.
—Tenía que encontrar el valor para venir a verte.
—¿Y lo has encontrado en una botella de brandy?
—En dos —se ríe. Él juega con un mechón de mi cabello—, qué guapa estás esta noche.
—No me digas... —farfullo irritada.
—Te acariciaría los muslos hasta que te ardieran...
Oh... no.
—Detente.
—Te besaría desde los tobillos hasta el centro de tu deseo. Y entonces, sólo cuando me lo rogaras porque no pudieras esperar más...
Me late el pulso en el cuello, y la piel me arde. Necesito que pare.
—Dante... ya conozco este juego...
—Te devoraría tan profunda e invasoramente que tú hundirías los dedos en mi cabello. Y sí, te besaría justo donde estás pensando. Qué bien lo íbamos a pasar, nena...
—¡Basta! —le grito.
—¿Te pongo incómoda?
—Me resultas ofensivo.
—Mentirosa.
—¿Por qué?
—Porque cuando terminara de hacerte todo lo que te he prometido... tú me pedirías que volviera a hacértelo de nuevo. No, no sería ofensivo. En todo caso sería muy amable, ¿no te parece? Porque no te lo haría dos veces. Te lo haría toda la noche. Una y otra vez...
Se me estrangulan las palabras en la boca. Y cuando encuentro el valor de hablar, él me calla con un beso alucinante.
Empuja su boca sobre la mía y me besa. Me muerde. Me succiona los labios. Yo le devuelvo el beso, y ahogo un gemido cuando noto su mano tras mi espalda, presionándome hacia él, rozándome contra su erección, que golpea sobre mi estómago.
—Dante...
—Shhh... —me pide sobre los labios—, no digas nada. Siempre lo estropeas empeñándote en decir cosas que no
sientes.
Me vuelve a besar, y me intoxico con su sabor. Quiero más. Necesito más.
Dante me aprieta contra la pared, hasta que siento todo su cuerpo. Cada parte de su anatomía pegada al mío, que lo recibe y lo ansía. Sin poder contenerme, meto las manos por dentro de su camisa y le acaricio el abdomen. Duro, velludo y excitante. Mis dedos lo acarician, y lo arañan.
—Pecosa... juguetona... y atrevida —me dice, mordisqueándome la oreja, hasta encontrarme el cuello.
Echo la cabeza hacia atrás, otorgándole pleno acceso a mi garganta. Él me besa justo donde me late el pulso. Luego me lame, y sin previo aviso, me rompe la camiseta y mis pechos desnudos lo rozan. Estoy en braguitas delante de él, en medio del portal. Y no me importa.
Los ojos de Dante brillan con hambre.
—Lo que puede ocultar una simple y fea camiseta... —su voz es ronca. Necesitada.
Sin permiso, su boca va directa hacia mis pechos. Los besa... los besa como nunca imaginé que se pudieran besar unos pechos. Devorándolos. Acariciándolos con su lengua hasta hacerme jadear de puro deleite. Yo entierro mis manos en su cabello, y él me agarra los muslos con las manos, subiéndolos hasta sus caderas. Su erección golpea contra la fina tela de mi ropa interior.
—Dentro... ahora —decide entrecortada y ansiosamente.
Yo asiento, sin saber a qué se refiere.
¿Él dentro de mí, o dentro de la casa?
Me agarra de los glúteos y me sube sobre él. Cierra la puerta de una patada y camina conmigo a cuestas, directamente hacia el dormitorio. Me tumba en la cama y se tumba encima de mí.
Está desatado.
El demonio calculador e indiferente que he conocido cumple sus promesas...
—No lo he podido evitar... —se apena, acariciándome desde el tobillo hacia el interior de los muslos.
—No... te entiendo —le digo, con los ojos entrecerrados, presa del placer.
—Cinco días, y no lo he podido evitar.
Su mano me acaricia más cerca de mi sexo, y arqueo los labios.
—¿A qué... te refieres?
—¡A esto, maldita sea!
De un fuerte tirón, arranca mis bragas, dejándome desnuda. Suelto un grito de sorpresa, y lo miro a los ojos, impresionada y excitada.
Oh... Dios. Esto es real. Va a suceder. Dante no defrauda.
¡Sí, sí, sí!
Esto es lo que quiero. Esto es lo que necesito. Esto es lo que llevo imaginando desde que lo conocí.
Sin pensarlo, me coloco a horcajadas sobre él y lo beso en los labios, que no me responden. Abro los ojos, un tanto abochornada. Me encuentro con el rostro plácido de Dante.
¡Está dormido!
Incrédula y avergonzada, me levanto y me cubro con las manos, como si con ese gesto pudiera protegerme.
—Maldito seas —le digo.
Él sigue durmiendo. Borracho.
Decepcionante.
Gilipollas.
Dante — Beberse dos botellas de brandy escocés produce terribles consecuencias, incluso para un demonio con más de quinientos años de antigüedad, eso parece demasiado. ¿O fueron tres?
El caso es que pasé cinco días sin ver a Alison, creyendo que la distancia me aliviaría las ganas de verla. Es decir, de follarla.
Ni siquiera recuerdo haber regresado al dormitorio. Caí rendido en algún momento de mi fantasía. En ella, le arrancaba las braguitas a Alison, y entonces, el alcohol lograba su efecto. Me dejó desplomado, justo lo que yo necesitaba: un sueño profundo. Uno en el que Alison no apareciera, como viene siendo costumbre desde que la conozco.
¡Y qué sueños! En ellos dejaba de ser la mojigata que yo conozco. Se lamía los labios, abría los brazos y me recibía entre sus pechos. Me cabalgaba como una amazona, mientras yo la miraba alucinado y le gritaba que no se detuviera.
Por desgracia, mi última fantasía ha sido más real que de costumbre. Aún puedo percibir el tacto del cuerpo de Alison bajo mis dedos, como la suave piel de un melocotón. Uno que mordería y chuparía hasta llegar al hueso. Su cabello sedoso cubriendo mis hombros. Mi boca acariciando su perfumado cuello. Su olor...
¡Su olor!
Incluso puedo percibir su inconfundible perfume. Jazmín. Ese olor a jazmín. Elegante, discreto y abarcador. El aroma del jazmín pegado a mi almohada. A las sábanas. Perviviendo en cada esquina de la habitación.
El pensamiento me sobresalta, y abro los ojos de inmediato. Demasiada luz para mi sombría habitación, que luce en la penumbra, ocultada la luz por el pesado cortinaje oscuro. Pintura lila y mariposas malvas adornan las paredes, en contraste con la sobriedad de los tonos terracota de la mía. Me froto los ojos, incrédulo y mareado.
No estoy en mi habitación. Estoy en una habitación de chica. Estoy en la habitación de Alison.
¿Qué hago yo en la habitación de Alison?
Necesito un par de minutos para incorporarme, percatarme de mi camisa arrugada y del aroma del sexo interrumpido que flota en el dormitorio. Entonces lo recuerdo. Al principio, imágenes borrosas de besos y caricias. Luego, retazos de arañazos, mordidas y bragas arrancadas.
La primera botella de brandy llegó en respuesta a mi malhumor. A mi necesidad primitiva. A mi hambre de Alison.
Mi entrepierna latía con necesidad ante el recuerdo de la pecosa. Mi cerebro me aconsejaba alejarme de ella.
La cadena de plata bailaba sobre mi torso. En un ataque de furia, me la había quitado y arrojado sobre el sofá.
Habría sido una verdadera pena poseer a Alison llevando la cadena de ella. Casi como una traición.
La segunda botella de brandy había llegado cuando estuve a punto de aliviar mi dolor de huevos con mi mano
derecha. El calendario de abstinencia marcó un número rojo en mi conciencia, y preso del pánico, la segunda botella de brandy se había terminado.
Alcoholizado. Embriagado por la necesidad de poseer a Alison, había ido directo a su casa. Inconsciente. Deseoso de tocarla. Ansioso por poseerla y ver cumplidas todas y cada una de mis fantasías.
Finalmente me había desplomado sobre el colchón en el momento menos oportuno, creyendo que aquello era
demasiado bueno para ser real. Un sueño. No es buena idea quedarse dormido cuando le arrancas las bragas a una chica.
¿Cómo se habría sentido Alison? ¿Había respondido ella de manera receptiva a mis caricias, tal y como la recordaba, o acaso mi recuerdo es fruto de la ingesta de alcohol?
Mi cabeza palpita, por lo que me dirijo al salón y busco una pastilla para el dolor. No hay rastro de Alison por ningún lado, lo cual resulta inquietante. Me he comportado como un completo imbécil, y ella debe de estar dolida.
Con toda probabilidad humillada. Furiosa.
¿Será ella tan fogosa como la imagino? Furiosa, con las mejillas sonrojadas y el pecho jadeante. Yo calmaría su ira con besos, caricias y embestidas.
Encuentro una pastilla para el dolor de cabeza, y abro la nevera para coger una botella de agua. Por el contrario, lo que encuentro en la puerta, pegado bajo un imán de Hello Kitty, me sobresalta.
Querido Señor Gatillazo;
Te quiero fuera de mi casa antes de que yo regrese.
Pedro ladrador poco mordedor.
Arranco la nota, la arrugo y la tiro al cubo de basura.
Alison no sólo está furiosa. Está decepcionada.
Tras mis continuas promesas de sexo desenfrenado, es normal que se sienta decepcionada ante mi penosa actitud de la noche anterior. La mejor forma de demostrar que eres una macho alfa no es quedarse dormido tras un arranque de bragas.
Pero yo no decepciono. Al menos en ese aspecto. Y menos a Alison. Le haría tantas cosas...
Si Alison cree que voy a largarme sin ofrecerle ninguna explicación, está equivocada.
Me siento a esperarla, pero transcurren las horas y ella no aparece. Evidentemente, me está ofreciendo el tiempo suficiente para dejarme marchar. Evitándome. No quiere encontrase conmigo. Yo quiero encontrarme con ella.
Aburrido, merodeo por su apartamento, buscando pistas sobre la mujer que me tiene intrigado. Obsesionado.
En el DVD del salón hay una comedia de Jenifer Aniston. Ella es un espíritu romántico. Ingenua. Alguien que aún cree en el amor verdadero.
¿Cómo se sentiría Alison si hubiera experimentado una desilusión? ¿Seguiría creyendo en el amor?
Ella parece el tipo de persona que deposita su confianza y su cariño, sin medidas. Tal vez se sintiera tan hundida que fuera incapaz de volver a confiar en nadie más. De entregar su corazón a otra persona.
Yo me siento aterrado. Furioso porque una nueva mujer, ingenua, bella y dulce, suponga un nuevo peligro.
En la habitación de Alison reina el desorden más absoluto. Ella no es ordenada. Es caótica, tal y como me pareció el primer día que la conocí.
Frascos de perfume, letras de canciones apuntadas en la pared, fotos de animales...; me llama la atención una pirámide hecha con DVD de películas. Es una amante del cine.
Debajo de la cama, la cola peluda de un peluche. Me agacho para recogerlo. Alguien debería sermonear a Alison sobre el desorden reinante en su dormitorio. Fantaseo con unos azotes en su precioso culo desnudo. Eso sería excitante.
Al agarrar la cola, unos colmillos se clavan en mi mano. Aúllo de dolor, perplejo por la mordedura de un peluche.
Es un hurón.