XIX: Unchained Melody
ALISON — En la ducha, tarareo la canción de Adele. Parece que la dulce Adele es la única que puede comprenderme en este momento en el que me siento la mujer más estúpida sobre la faz de la tierra.
El mentiroso de Dante me ha hecho experimentar el mayor de los deseos, para luego dejarme con la miel en los labios y el ansia feroz de devorarle hasta las entrañas.
Yo tenía razón acerca de que él no era mi hombre ideal. El hombre perfecto sería aquel que me acompañe al cine, adore los animales y me arrope por las noches.
¿Deseo sexual? ¿Lujuria?
¿Quién los necesita?
Puede que Dante sea la personificación carnal del pecado sexual, pero él lleva la palabra “Problemas” grabada en la frente. O en la tableta de chocolate. Tú ya me entiendes.
Escucho un estribillo de la canción que parece haber sido escrito para mí. No puedo evitarlo, arranco a cantar en voz alta:
But there’s a side to you that I never knew, never knew,
All the things you’d say, they were never true, never true,
And the games you’d play, you would always win, always win,
Pero hay un lado para que nunca supe, nunca supe,
Todas las cosas que tu dijiste, nunca fueron verdad, nunca es verdad,
Y los juegos que jugábamos, siempre iba a ganar, ganar siempre,
Oh Adele, cómo me comprendes...
Alguien aporrea la puerta en el mismo instante en el que yo intento alcanzar la nota más grave de Adele.
Echo la cabeza hacia atrás e ignoro el timbre.
—¡¡¡¡Cuuuuuuuuuchi!!!! Abre la puerta. Sé que estás ahí. Te he escuchado cantar.
Stella.
Mi hermana es la última persona, evidentemente después de Dante, a la que deseo ver en este preciso momento.
¿Cómo se atreve a invitar a Daisy a su boda? Si Stella se centrara más en los demás, y dejara de lloriquear cada vez que las extensiones se le estropean, se habría dado cuenta de que mamá sigue enamorada de papá.
¡Es tan evidente!
—Cuchipú, abre la puerta. ¡Necesito hablar contigo! —gimotea.
¿Está llorando?
Aterrada porque mi hermana inunde mi nuevo felpudo de margaritas, salgo de la ducha envuelta en una toalla y me escurro el pelo. Suelto un profundo suspiro, a sabiendas de que se aproxima un nuevo berrinche de Stacy Malibú.
—¿Qué? —pregunto de mala gana, en cuanto la puerta se abre.
No me da tiempo a decir nada más. Stella se echa a mis brazos y comienza a llorar. Me aprieta hasta asfixiarme, y a duras penas logro conducirla hacia el interior de mi apartamento y sentarla en el sofá.
—Alison, ha sucedió algo terrible —me mira compungida.
Stella sólo me llama Alison cuando está enfadada, o los zapatos de Prada se le han roto al empujar a una clienta en las rebajas para conseguir el último bolso de Carolina Herrera.
—Te has roto una uña —bromeo.
Stella me observa muy seria. En sus ojos, dos borrones negros a causa del rímel. Parece un mapache. Un mapache llorón.
—Estoy embarazada.
Se echa las manos a la cabeza y comienza a hipar.
—Oh... —logro decir.
Su confesión me ha pillado desprevenida.
—De dos semanas.
—Uhm... aún no se te notará cuando sea la boda —la tranquilizo.
—¡Alison! —Estalla mi hermana—, esto es muy serio.
Le acaricio la espalda para tranquilizarla.
—Por supuesto que es serio. Vas a tener un bebé. ¿Qué es exactamente lo que te preocupa? ¿Qué eres muy joven?
Lo eres... pero vas a casarte. Y el niño tendrá todas las comodidades, ¿realmente quieres tenerlo? Yo siempre te apoyaré, decidas lo que decidas.
—¡Por supuesto que quiero tenerlo! —coloca la espalda recta. Alza la barbilla temblorosa—. Lo quiero, a pesar de que no debe de ser más que un guisante.
—Entonces... no lo entiendo, ¿son lágrimas de alegría?
—No.
Agacha la cabeza.
Entrecierro los ojos y la estudio. Y comienzo a entender.
—Stella...
—¿Qué? —dice débilmente.
—El niño...
Ella suelta un gemido al escuchar la palabra niño.
—El niño no es de tu futuro marido, ¿verdad?
—¡Ay cuchi, soy una mala mujer!
Pongo los ojos en blanco.
—Te juro que no fue culpa mía...
—¡Con que lo tuyo es amor verdadero!
—¡Y lo es! Pensé que Baldomero me estaba poniendo los cuernos. Llegaba todos los días tarde. Parecía fuera de lugar, y nunca me miraba a los ojos, como si estuviera arrepentido.
—Tal vez sólo está nervioso por la boda.
—Le espié el móvil, y encontré un mensaje de su secretaria, en el que decía que había reservado una noche romántica en un hotel, ¡Imagínate mi cara!
—¿Y no se te ocurrió hablarlo con él?
—Peor... —Stella se echa las manos a la cabeza. Entreabre los dedos, y deja asomar sus ojillos de cordero—, me acosté con mi profesor de Pilates.
—Y no tomaste precauciones.
—¡Fue un aquí te pillo aquí te mato! ¡Estaba presa de la rabia! —se defiende— no sé si el hijo es suyo o de mi futuro marido. Y para colmo, esa misma noche, cuando llego a casa, Baldomero me sorprende con una noche romántica
de hotel. Me sentí tan culpable...
—¡Normal!
—¡Cuchi! ¿Pretendes ayudarme o censurarme?
—¿Qué pretendes que te diga?
—Que no soy una mala mujer —me suplica, con los ojos enrojecidos.
—Todos podemos cometer un error...
—¡Eso mismo pienso yo! —me interrumpe alegremente.
—Lo que quiero decir es que está en tus manos arreglar ese error...
—Gracias por ser tan buena y comprensiva. Sabía que me entenderías —vuelve a interrumpirme.
—Contándole lo sucedido a tu futuro marido —finalizo.
Stella suelta un grito de histeria.
—¡Ni por toda la ropa interior de Victoriaś Secret! —perjura.
—Stella, no es justo para Baldomero. Si el hijo no es suyo...
—El profesor de Pilates es rubio como Baldomero. No se notaría tanto.
—¿¡Te estás escuchando!? —pregunto alucinada.
—Me quiero casar con Baldomero, y no pienso arruinar mi boda por mi pequeño desliz. Tú misma has dicho que
todos cometemos errores.
—Lo que yo he querido decir...
—Ni una palabra a Baldomero, ¡Prométemelo! —me aprieta el brazo, clavándome la manicura francesa—, estás
muy blandita, cuchi. Deberías haces Pilates.
¿Ha entrecerrado los ojos con malicia?
Me suelto de su agarre.
—Stella, no sé para qué has venido. Si me obligas a guardar silencio, ahora me haces sentir culpable a mí también.
—¡Necesitaba desahogarme con alguien! —estalla egoístamente.
—¿Se lo has dicho a mamá?
—Está demasiado ocupada poniendo verde a Daisy, ¿no es un verdadero encanto? ¡Tengo una madrasta de mi
misma edad! Podríamos ir juntas de compras... —estudia la posibilidad con entusiasmo.
No puedo creer que hace unos minutos estuviera llorando a lágrima viva.
—Si yo fuera tú... —le aconsejo.
—Pero tú no eres yo, Alison. Somos muy distintas. Tú siempre fuiste la buena hija modelo. La que sacaba buenas notas y quería salvar a los animales. Yo suspendía hasta el recreo, y pretendía encontrar un príncipe azul; ¡Quiero la boda de mis sueños!
Me masajeo las sienes. Stella siempre consigue producirme dolor de cabeza.
—Hay algo más.
—No me digas que vas a tener mellizos.
—¡Pero qué cosas tienes! —Stella me coge de las manos, y pone esos ojitos de cordero que tanta ternura me
producen.
No caigas en la tentación, Alison. No lo hagas...
—Siempre has tenido una voz muy dulce... —comienza.
—Ni hablar.
—Te pareces a Taylor Swift.
—Ni de coña —adivino lo que va a pedirme y me cruzo de brazos.
—Cuuuuuchi —pone las dos manos juntas y hace un puchero—, por fa, por fa, por fa... ¡Canta Unchained Melody En mi boda!
—No.
Me cruzo de brazos, negándome en rotundo.
—Serás la mejor hermana del mundo si lo haces.
—Soy la única hermana que tienes.
—Te enseñaré ejercicios para levantar el pompis.
—Mi pompis está bien. Gracias.
—Entonces... —Stella esboza una sonrisilla cargada de intenciones, y saca un paquete envuelto de su bolso— qué conste que esto lo hago porque te quiero. No me importa que te niegues a cantar la canción, a pesar de que lograrías que tu hermana tuviera la boda de sus sueños... es tuyo aunque te niegues.
Desenvuelvo el paquete con apatía y cierta reticencia. El vestido color melocotón luce esplendoroso ante mis ojos.
—¡El vestido perfecto para mi dama de honor principal!
No puedo evitar sonreír y acariciar la suave tela de gasa. Parece hecho para mí. Fue amor a primera vista...
—No voy a cantar en tu boda —le aseguro, acariciando el vestido con pena.
—Lo sé. Lo sé. Es todo tuyo, sin embargo. Yo soy una buena hermana, y quiero que vayas preciosa a mi boda.
—Gracias.
Acaricio el vestido, sin creer que sea mío
—Pero me haría tanta ilusión que cantaras en mi boda...
Me niego a mirar esos ojos almendrados emborronados por el rímel. Stella coge un pañuelo, y como la gran actriz de teatro que era en las obras de la escuela, se limpia las lágrimas y palmea mi pierna.
—Yo te quiero igualmente, cuchi. Eres la hermana más buena...
Intento no escucharla.
—Dulce...
No... la... mires.
—Amante de los animales...
No puedo evitarlo. Sus ojillos suplicantes me atraen como la miel al oso.
—Y serás la mejor tita del mundo.
Oh, no.
No digas eso. Imaginar a mi hermana embarazada. Y luego con un pequeño retoño al que yo abrazaré y malcriaré como la tita que seré me ablanda el corazón.
—¡Está bien! —decido a regañadientes.
—¡Gracias, gracias, gracias! —Stella me abraza.
—Respecto a lo de Baldomero...
—Gracias por decidir guardar mi secreto. ¿Te he dicho ya que eres la mejor hermana del mundo?