XVI: Pura gula

ALISON — Maya me observa ceñuda.

—¿Entonces cuál es el problema? —inquiere Maya, muy asombrada.

Le voy a responder, pero mi estimada amiga tiene la costumbre de interrumpirme cuando le viene en gana.

—Vas a tener una cita con un hombre apuesto y educado, ¿cuál es el maldito problema? Imagínate que él es unfrapelatte. Sólo tienes que sorberlo de vez en cuando...

Maya adora los frapelattes. En este momento sorbe uno con extra de caramelo. Yo bebo un smooty de fresa, haciendo tiempo para responder a su pregunta.

—¿Y bien, mister frígida?

—¡No soy una frígida! —estallo furiosa. Bajo la voz al percibir que varios de los clientes de Starbucks se giran sorprendidos para mirarnos—es sólo que... no tengo una cita desde...

—Desde el reverendo penetrador. Ah, no. Desde el relinchador de recursos humanos.

A Maya le encanta inventarse motes graciosos.

—Eso no pueden denominarse citas.

—Tienes razón. ¿Temes despedir a Dante?

Él puede irse al infierno... por otros quinientos años.

—No he contrato a Dante.

Los ojos de Maya se iluminan astutamente.

—¡Temes no volver a ver a Dante! —me acusa.

Se levanta y me señala con el dedo. Yo la insto a sentarse, avergonzada por su comportamiento. No soy de las que les gusta llamar atención, y a Maya le encanta ser el centro de las miradas. Principalmente masculinas.

—Me trae sin cuidado no volver a ver a Dante —le digo, con una indiferencia que no siento.

—Mentirosa.

Maya sorbe el último tercio de su frapelatte, produciendo un sonido molesto que me pone de los nervios. Le aparto elfrapelatte de la boca y lo tiro a la basura.

—No estoy mintiendo, ¿por qué iba a tener que hacerlo?

—Porque en toda tu vida nunca te has sentido tan atraída por ningún hombre. Estás asustada.

—Eso no es cierto.

—Dame un ejemplo —me pide.

—Sergio Báñez. Fiesta de graduación del instituto.

—Estabas borracha, y me dijiste que fue un desastre.

—No fue tan malo... —le miento.

—Te daré un consejo... —comienza mi amiga.

—No lo quiero.

Los consejos de Maya suelen ser prácticas suicidas que nadie en su sano juicio llevaría a la realidad jamás.

—Acuéstate con él. Seguro que no es tan bueno como parece. En general, ningún hombre es tan bueno como

parece, y sé de lo que hablo.

Me echo las manos a la cabeza. Debía de haberlo supuesto.

—Eres la segunda persona que me propone algo tan descabellado —le digo, alucinada por el conjunto de degeneradas que hay a mi alrededor.

Deberían aprender de mí. Fantasear con bajarle la bragueta a un demonio no es nada pervertido sino lo llevas a la práctica, ¿no?

—Si soy la segunda persona que te lo propone, será porque no me falta razón.

—Estás loca.

—¿Lo estoy? —Maya se encoge de hombros, como si no tuviera importancia.

—Faltan dos días para el Mardi Grass —le digo, embelesada por la belleza de las calles.

—Ah... eso —resuelve apáticamente mi amiga.

La observo, asombrada por su falta de interés.

—Me voy a Roma en un par de días.

—¿Te pierdes el Mardi Grass? Pero eso es... una...

—Una locura, lo sé. Pero ¿no sería una locura desperdiciar una semana visitando Roma con un piloto de la Toscana?

—Oh... Maya —le digo, un tanto apesadumbrada por sus escarceos amorosos—. ¡Te encanta el Mardi Grass!

—Hay muchos Mardi Grass, pero ocasiones como esta sólo se presentan una vez en la vida.

—¿Y el bombero francés? —la cuestiono.

—Agua pasada.

Maya se levanta para marcharse.

—Dante no me gusta para ti, pero seamos honestas. Hombres que te hagan sentir lo que a ti te hace sentir Dante sólo aparecen una vez en la vida.

Resoplo, sabiendo que ella tiene razón. Negándome a admitir que ella tiene razón.

—Dante nunca te ofrecerá lo que tú deseas: estabilidad. Una vida feliz y segura. Así que, puestos a elegir, ¿qué tal si te lo quitas de la cabeza con un polvo salvaje?

—Maya...

—O dos. Los que tú prefieras.

Voy a volver a censurarla, pero Maya sale por la puerta, y me grita sin girarse.

—Ahora que yo me voy, tienes dos opciones. Pasar el Mardi Gras con tu familia de barbies, o darte un revolcón con Dante ¿Vas a desperdiciar esta oportunidad?

Ni siquiera puedo creer que lo esté sopesando. Observo a Maya alejarse con su particular andar resuelto. Resuelto a buscar siempre el lado positivo de la vida. Ojalá yo pudiera ser como ella. Una mujer sin tapujos en lo que a la sexualidad se refiere, que disfruta de la misma con hombres que le otorgan placer. Por desgracia, mis escasas aventuras sexuales siempre han tenido el mismo final: yo frustrada, sin encontrar el orgasmo, que debe haberse perdido por el camino

Los hombres con los que me he acostado adolecían de la misma falta: generalmente seis embestidas hasta encontrar el placer, y yo preguntando: ¿Eso es todo amigo? Y cuando digo hombres, me refiero a tres, exactamente. Como dice el refrán: a la tercera va la vencida.

Me prometí a mí misma que no volvería a acostarme con ningún tipo hasta que sintiera algo remotamente parecido al amor. No contaba con Dante, por supuesto. El demonio es la carne hecha pecado. Los ojos de la lujuria, azules.

Violetas cuando me miran fijamente.

Salgo de Starbucks y doy un paseo por Nueva Orleans. Las calles se visten de morado y amarillo. Puedo oler el aroma del carnaval a cada paso que doy, y siento que tomé la decisión adecuada al trasladarme de manera definitiva a esta ciudad. Incluso Dante no parece encajar en otro sitio que no sea este. Él es canalla, como el barrio francés.

Atractivo como el Misisipi. Descarado, como el jazz que inunda las calles.

Estoy tan abstraída en la belleza de las calles que no reparo en mi padre, quien está bien acompañado por Daisy, la animadora universitaria que lo cabalga por las noches. La visión me resulta tan inquietante que tengo que apartar la vista hacia otra parte. Y entonces la veo.

Mamá permanece con la boca abierta, tan quieta que temo que se haya convertido en una estatua. Supongo que

encontrarte repentinamente con tu ex marido, acompañado de una jovencita más joven que tu hija, debe resultarte más doloroso que golpear el meñique del pie contra la mesita de noche.

¡Qué mala suerte que se hayan encontrado!

Aunque pensándolo mejor, supongo que es preferible que lo hagan ahora, y no en la boda de mi hermana.

—Mamá —me acerco hacia ella y la llamo.

Está embutida en un vestido de licra de estampado floreal. Una inmensa pamela blanca le cubre el rostro, y unas redondas gafas oscuras le caen hasta las mejillas, lo cual no me impide percibir las sombras oscuras de su rostro. Ni siquiera el peso de las bolsas de Dolce & Gabanna que lleva en las manos parece alterarla.

Le toco el hombro con delicadeza, preparándome para lo peor. A pesar de que ella intenta ocultarlo, sé que nunca ha superado la ruptura con mi padre.

—Mamá, ¿estás bien?

—Me dijiste que ella era normal —su voz es fría como el hielo.

—Yo no le veo nada raro...

Al ver que ella no detiene su escrutinio hacia la pareja, que camina agarrada de la mano, le aligero la carga de las bolsas.

—¡Es más joven que yo!

—No te lo tomes como algo personal. Ella es más joven que cualquiera —suelto sin poder contenerme.

Mamá suelta las bolsas en el suelo, y camina decida hacia la pareja. Sin pensarlo, corro a detenerla, sabiendo que se avecina una de sus espontáneas rabietas.

—Así no vas a solucionar nada —me coloco frente a ella, interrumpiéndole el paso.

Mamá aprieta los labios, a punto de decir algo. Parece arrepentirse, y al final, baja la cabeza y chasquea los labios.

—No voy a permitir que tu padre salga con una niñata más joven que mis hijas, ¿se cree que ha vuelto a la adolescencia? Ya no estamos en los ochenta... ¡Menudo degenerado! —brama encolerizada.

—¿Te das cuenta de lo ridículo que suena lo que acabas de decir? ¿No vas a permitir...? Él ya es mayorcito.

—Por eso mismo. ¡Pero si debe sacarle más de veinte años!

—Veintiocho.

Mamá suelta un alarido.

Daisy y papá se acercan hacia nosotros para saludarnos, y yo me coloco al lado de mi madre, tratando de tranquilizarla.

—Si quieres disgustarlo, compórtate como si no te importara verlo con una chica más joven. Estás realmente

estupenda a tus cincuenta años. No tienes que sentir celos —le digo.

—Cuarenta y siete —miente mi madre.

Pongo los ojos en blanco.

A medida que se acercan, el rostro de papá se tensa y se ensombrece. Su cambio de actitud me hace albergar alguna duda.

¿Seguirá él amando a mamá?

—Es un placer volver a verte, Alison —me saluda Daisy.

—Te veo genial —trato de fingir una cordialidad que no siento.

Lo que en realidad quiero decirle es que la vería genial a cincuenta, ¡no! Cien metros de mi padre, y no agarrada de su brazo como si fuera una garrapata. El mismo brazo que me parecía tan protector hace poco tiempo, y que ahora me resulta antipático por rodear la cintura de una chica más joven que yo.

—Cariño, te presento a mi ex mujer y madre de mis hijas: Bárbara.

Daisy le tiende una mano, y yo le doy un pellizco a mamá para que le devuelva el saludo. Mamá se mueve como si estuviera oxidada, y observa a Daisy con detenimiento. Incluso a mí me causa un poco de pavor.

—Te veo más viejo, Jack. Será que estar al lado de una chica más joven que tú te acentúa las arrugas —le suelta mamá.

Empiezo a sudar copiosamente. Mamá es una verdadera arpía cuando quiere.

—Lo que mamá quiere decir... —trato de mediar.

—Lo que tu madre quiere decir es que sigue siendo igual de frívola que siempre —me contesta mi padre, sin dejar de mirar a mamá.

—Pues antes te encantaba —le suelta mamá, con una sonrisa de oreja a oreja.

Siento pena por la pobre Daisy, quien se ha visto relegada a un segundo plano y se mueve inquietamente, aún sujeta por el brazo de mi padre.

—Antes, fue hace demasiado tiempo —responde mi padre, más serio de lo que recuerdo haberlo visto nunca.

A mamá se le estrangula la expresión, pero logra recomponerse rápidamente y esboza una sonrisa artificial.

—Tienes razón. Por suerte, las cosas siempre pueden ir a mejor. Juan Carlos siempre me lo dice.

¿Juan Carlos? ¿Quién es Juan Carlos?

Ante la perplejidad de mi padre, mamá resuelve a concretar:

—Es mi nuevo novio. Un cubano afincado es España.

—Ten cuidado, Bárbara. Siempre fuiste muy ingenua. Seguro que te quiere por los papeles —se burla mi padre.

Mamá le lanza una mirada iracunda.

—Juan Carlos tiene la doble nacionalidad. Es cirujano.

—Así te salen las operaciones de cirugía estética gratis.

—Lo dices porque me ves estupenda. Si tu preciosa novia viniera a la boda, estaría encantada de que os sentaseis en nuestra mesa.

Esto no puede estar sucediendo...

—De hecho, mi querida hija la ha invitado.

—Stella es un encanto... —mi madre aprieta los dientes.

—Herencia familiar paterna —responde mi padre, con una sonrisa—. Estaremos encantados de conocer a Juan

Carlos.

Papá y Daisy se marchan para mi consuelo. Cuando los veo alejarse, me giro hacia mamá.

—Eres una mentirosa.

—Lo sé, hija. Lo sé —se apena ella—, pero no podía dejar que tu padre creyera que yo no he rehecho mi vida. Por encima de mi...

—No me refiero a eso —la corto. Le sonrío abiertamente, y le coloco las manos a ambos lados de los hombros—, sigues queriendo a papá. Todavía lo amas.