XIV: Cara de culo se llama rosita

DANTE — Ir a visitar a Alison de madrugada y en mitad de una tormenta es el tipo de acción estúpida que he sido capaz de evitar durante todos estos años. Si quería demostrarle que ella no me importa lo más mínimo, lo único que he conseguido es señalar lo absurdamente vulnerable que puedo llegar a ser cuando una chica se cuela en mi mente.

Sin poder dormir, había decidido que visitar a Alison con el pretexto de devolverle las llaves era la mejor excusa para volver a verla y asegurarme a mí mismo que no albergaba ningún sentimiento por ella. Entonces, la encuentro golpeando el saco y el básico instinto de follarla en ese sótano polvoriento me golpea la entrepierna.

Si tan sólo pudiera poseerla como tanto ansío por una sola noche... mi deseo por la pecosa desaparecería tan pronto probara su carne.

¿Acaso tiene ella algo especial que la distinga del resto de mujeres? Ella no es la más hermosa. Aunque las condenadas pecas de su nariz me hagan querer arrancarle la ropa y buscar ansiosamente el resto de manchas que esconde su pequeño cuerpo. Ella no es la más inteligente, aunque su ingenio espontáneo me deje sin palabras en alguna que otra ocasión. Ella ni siquiera es fuerte, aunque su empeño en demostrar lo contrario me enternezca.

¿Enternecerme?

¡Diablos! ¿En qué me estoy convirtiendo?

Lo único que me enternece es una buena mamada. Una hecha con los sonrosados labios que Alison tanto se

empeña en morder. Por cada mordida, le soltaría un azote en ese culito redondo y respingón. Entonces recuerdo mis manos untando crema en su trasero y mi entrepierna se abulta.

No tendría que haber venido a ver a Alison.

Todas las mujeres causan problemas.

Oh, sí. Definitivamente yo estoy en ese punto. Alison me causa demasiados problemas. Todos relacionados con la fantasía urgente de ella tumbada desnuda en mi cama. Abierta de piernas. Sólo para mí.

Y créeme, cuando he de buscar al hombre que le haga todas las cosas con las que yo fantaseo, me lleno de ira.

Demoniaca e imprevisible.

Los recuerdos del doloroso pasado que siempre he tratado de olvidar regresan a mi mente. Impactado, siento

la amenaza que ella supone para mí. No puedo evitarlo, golpeó un bombo de basura con el puño izquierdo. De

inmediato, la sangre empieza a fluir por mis nudillos.

No soy el tipo de personas que golpea cosas.

—Dante, ¿estás bien? —la voz preocupada de Alison me hace girarme.

Se me seca la garganta. Ella no debería haber salido. Está empapada. Las gotas de lluvia se pegan a cada parte de su tentador cuerpo, y eso me hace desearla con más insistencia. De una manera en la que llega a dolerme.

—No quería que te fueras así —sus ojos se abren al encontrar mi mano herida—. ¡Oh, Dios!

Corre hacia mí y me sujeta la muñeca.

—¡Estás sangrando! Vamos a mi casa. Voy a curarte.

Tira de mí, pero yo no me muevo.

—¡Muévete demonio, no seas estúpido!

—Pecosa —la llamo suavemente.

Ella se gira, exasperada y alterada.

—Mi mano no es ningún problema. No te asustes —le pido, por lo que voy a enseñarle.

Le muestro mi mano. Los cortes en los nudillos se están disipando, como si nunca antes hubieran estado ahí.

Tan sólo queda la sangre acuosa por la lluvia que gotea sobre el asfalto. Los labios le tiemblan antes de hablar, conmocionada por lo que acaba de ver. Es un alivio que ella no se aparte horrorizada de mí y que aún sujete mi mano, como si quisiera protegerme, a pesar de mi espontánea curación.

—¿Por qué...?

—Porque soy un demonio —le explico.

—No —ella alza la cabeza para encontrar mis ojos. Me observa confundida—. ¿Por qué rechazar tu naturaleza?

¿Por qué rechazar algo tan increíble?

—No es increíble. No es... humano —intento camuflar el leve temblor de mi voz, pero ella lo percibe.

Sin dudarlo, me acaricia el rostro con los dedos, sin dejar de mirarme. El sentimiento de compasión que desprende hacia mí me hace sentir demasiado vulnerable. Estoy acostumbrado al temor, la desconfianza y el odio de los humanos, pero no a esto. No es algo que pueda manejar.

—A mí me pareces muy humano, Dante. Eres demasiado real para no serlo.

Cuando ella pasa sus dedos por mis labios, el miedo se ahoga en mi garganta. Le agarro la muñeca y la mantengo firmemente alejada de mí. Ella ni siquiera se inmuta, como si ya se esperara esa actitud por mi parte.

—¿Qué sucedió para que te hicieras demonio?

—Haces demasiadas preguntas —le digo, sin ocultar mi desagrado.

Pero no fue desagradable que ella me tocara. Sentir su compasión me hizo parecer vulnerable. Pero también humano.

Provocó que durante unos segundos yo sintiera todas aquellas cosas que he evitado sentir. Fue... extraordinario. Y

no quiero volver a sentirlo.

—Estás empapada. Vete a casa, Alison —le pido.

Esta vez, puedo notar la decepción de su expresión. Le tiemblan los labios antes de hablar débilmente, en un tono de voz casi imperceptible.

—No te hagas el tipo duro.

Necesito alejarla de mí, por lo que doy un paso hacia ella y le digo:

—No soy un tipo duro. Soy muchas otras cosas, y ninguna de ellas te conviene.

Ella agacha la cabeza, y puedo sentir que la he herido. Siento el impulso de abrazarla y susurrarle que ella no tiene la culpa de nada. Pero por su bien, me mantengo firme.

—Oh... claro —dice lejanamente. Esboza una fingida sonrisa que me resulta la sonrisa más triste del mundo—, buenas noches.

La dejo marchar, y me siento el hombre más miserable del mundo. Alison no se merece a un tipo como yo, incapaz de sentir amor por una mujer como ella. Tengo demasiadas sombras contra las que luchar. Hice un juramento. Me prometí no volver a amar. Tengo demasiado miedo.

Alison necesita una persona que la ame sin miedo y sin complicaciones. Y yo voy a encontrar a ese hombre.

Alison — Me despierto acongojada por lo sucedido la noche anterior. Aún puedo sentir el lacerante desprecio que Dante siente hacia sí mismo. Lo cual no debería importarme. Anoche me demostró que es incapaz de sentir ternura, amor u otra cualidad deseable en el hombre de mis sueños.

¿No es acaso lo que busco? Un hombre que me demuestre que me ame. Alguien que no me haga daño. Eso es todo.

No quiero complicarme la vida con un demonio de pasado turbulento incapaz de mirar hacia delante. Porque eso es Dante. Alguien con pasado y dificultad para olvidarlo.

No es lo que quiero. A pesar de que me empeñe en acercarme a él cada vez que la situación me lo permite.

El reloj de mi mesita de noche marca las siete y media de la mañana. Incapaz de dormir más, me levanto y voy hacia la cocina. Es sábado, pero mi encantador jefe ha decido colmarme de horas extras.

Al menos, hace un día estupendo. La mañana está soleada y desprovista de nubes. El olor a café recién hecho de Rosemary inunda la casa. La vida es un lugar maravilloso si le miras el sentido positivo porque...

—¡Devuélveme a Agatha si no quieres que decapite a Cara de culo! —grita April.

—Se llama Rosita.

—¡Cara de culo!

—¡Rosita!

Los gritos de Rose junior y April me dan los buenos días. Al llegar al salón, me encuentro con Rose sosteniendo a Agatha en la mano izquierda y un bote de pintura rosa en la derecha. April, por su parte, tiene sujeta por la cabeza a la muñeca preferida de Rose.

—Vamos Rose, suelta a Agatha para que April te devuelva tu muñeca —trato de intermediar.

—¡Tú primero! —le pide la niña, con una sonrisita maliciosa que augura que lo último que hará es soltar a Agatha.

—¡Ni hablar, mocosa del demonio!—April acaricia la cabeza de la muñeca, con una mueca siniestra en el rostro—, pobre Cara de culo, va a perder la cabecita...

Rose comienza a berrar, y a mí me entra jaqueca, mientras doy gracias al cielo porque Rosemary aún no se haya despertado. Incapaz de soportar los gritos de la niña, me dirijo a April.

—Es sólo una niña. Devuélvele a Cara de culo —le pido.

—¡Se llama Rosita! —me grita la pequeña.

Echo un vistazo a la muñeca. Tengo que reconocerlo. Verdaderamente, es fea de narices.

—¡Quiero un hámster rosa! —chilla.

—Poooobre Rose... no va a poder abrazar más a Cara de culo. Se hará pipi por las noches cuando tenga miedo y no vea a su muñeca preferida —April acaricia siniestramente la cabeza de Cara de culo.

He de admitir que incluso a mí me causa pavor. No sé de qué psiquiátrico se ha escapado.

Rose junior aprieta los labios, y abre el bote de pintura rosa, ante mi creciente horror.

—Por Dios Rose, no lo hagas —le pido—, vas a traumatizar a la pobre Agatha.

April agarra a Cara de culo por la cabeza y por la pierna derecha. Rose derrama lentamente el bote de pintura rosa sobre Agatha. Y entonces, se desarme el horror.

—¡Noooooooooooo! —gritan ambas.

April se lanza a socorrer a Agatha, olvidada por las manitas malvadas de Rose, quien está berreando con la cabeza decapitada de Cara de Culo sobre el regazo. Yo asisto perpleja ante la escena.

Ambas lloran, gritan y sostienen a sus preciadas amigas en las manos. Bueno, Rose sostiene la cabeza de Cara de culo, lo cual es verdaderamente siniestro. Cuando escucho entreabrirse la puerta de Rosemary, no lo dudo. Salgo corriendo del apartamento, sin querer ser testigo de lo que sucederá en ese apartamento de locos en el que yo vivo.

Arranco mi DeLorean aparcado en la acera. DeLorean es el nombre con el que he bautizado a mi 4 × 4. Éste es un Volkswagen la mar de simpático que está pintado de un estridente color rojo cereza que parece gritar: ¡Aquí estoy yo!

Además de ser un poco supersticiosa y adorar a los animales, otra de mis grandes pasiones es el cine. Juré que mi futuro coche se llamaría Delorean, y como soy una persona de palabra, cumplí lo prometido bautizándolo con una pegatina amarilla en el parachoques. Claro que cuando lo pensé, nunca imaginé tener un todoterreno que más queRegreso al futuro parece gritar: ¡Vivan los ochenta!

Los gritos de Rose y April se escuchan incluso dentro del viaje. Estoy segura de que podría denunciarlas por contaminación acústica, pero eso es otra historia. Echando un último vistazo al apartamento de la familia monster, arranco mi 4 × 4 y me encamino hacia la autopista.

El señor Ryan no creyó oportuno abonarme la gasolina del viaje. Total, ¿qué son cuarenta kilómetros de nada?

En la autopista se respira el ambiente irritante del atasco de fin de semana. La poca paciencia de los conductores se traduce en gritos hacia ninguna parte y cláxones desbordantes.

Probablemente ellos no tienen ninguna prisa. Seguramente ellos no tienen que ir a trabajar por el encargo que un jefe gruñón y septuagenario les hizo a última hora.

Me masajeo las sienes y me preparo para una larga espera. Enciendo la radio y una emisora de música country comienza a sonar. Preferiría que me ahorcaran con la última cinta de radiocasete de Melody y los gorilas. Puesto que mi radio tiene poco o ningún alcance, apago la radio y busco algún cd en la guantera. Encuentro un cd de Muse, uno de mis grupos favoritos, y comienzo a tararear la canción.

I want to reconcile the violence in your heart

I want to recognise your beauty’s not just a mask

I want to exorcise the demons from your past

I want to satisfy the undisclosed desires in your heart

Quiero reconciliar la violencia en tu corazón

Quiero reconocer tu belleza no es sólo una máscara

Quiero exorcizar los demonios de su pasado

Quiero satisfacer los deseos no revelados en tu corazón

You trick your lovers

That you’re wicked and divine

You may be a sinner

But your innocence is mine

Please me

Show me how it’s done

Tease me

You are the one

Engañarlo sus amantes

Que usted es malvado y divino

Usted puede ser un pecador

Pero tu inocencia es mía

complacerme

Muéstrame cómo se hace

se burlan de mí

Tú eres el único

Paro de cantar, repentinamente molesta. A medida que la canción ha ido avanzando, el rostro de una persona se ha ido colando en mi mente, hasta resultar tan nítido y doloroso que podía incluso tocarlo.

¡Basta! ¿Por qué él? ¿Por qué Dante?

I want to exorcise the demons from your past

Quiero exorcizar los demonios de tu pasado.

Oh, yo quiero hacer más que eso. Si Dante estuviera a mi lado, y te juro que no estoy pidiendo que él aparezca completamente desnudo, rodeado por tinieblas negras que le tapan su miembro... yo haría más que exorcizar

sus demonios. Ni siquiera la cadenita de mi virgen del Pilar podría salvarme de ese exorcismo de lujuria, sexo desenfrenado y mordidas salvajes.

Sus ojos brillarían con tal pasión, y sus abdominales se contraerían en tal catarsis al llegar al éxtasis más absoluto, que ambos caeríamos rendidos y enredados sobre la cama. Exorcizados mutuamente.

¡Basta Alison!

Mis pensamientos son tan impuros y profundos que no me he dado cuenta de que he llegado a la entrada de la finca en la que tengo que ir a trabajar. Todo lo que mi mente podía imaginar eran distintas versiones de Dante. Desnudo.

Encima de mí. Mordiéndome los pechos. Acariciándome él...

¡Guau, guau, guau!

El ladrido de un perro me hace saltar de mi asiento y chocar la cabeza contra el techo del auto. Me acaricio la corinilla mientras examino la calzada polvorienta a causa de la tracción de las ruedas. Está desierta.

Si eso ha sido una señal del universo para llamarme perra...

Una lengua rosada y húmeda me lame la mejilla.

—¡Jaime! —grito sorprendida—, ¿qué haces aquí?

Mi canino amigo se sienta sobre sus patas traseras y mueve la cola en señal juguetona. Soy incapaz de reñirle cuando me observa con esos ojillos llenos de ternura.

¿Dante? ¿Quién quiere a Dante?

¡Quiero a un Jaime de carne y hueso! Alguien que me lama cuando estoy deprimida y que sólo me exija sacarlo a la calle tres veces al día. Honestamente no creo que esté pidiendo demasiado.

Mi pobre Jaime ha debido de huir despavorido del hogar desestructurado en el que vivo al oír los gritos infernales de la niña demoniaca y el alter ego de Rasputín. Le acaricio la cabeza, y Jaime se tumba en el asiento para que le rasque la barriga.

—Me tengo que ir. Sé buen chico y quédate en el coche.

Abro la ventanilla del vehículo para que Jaime no se asfixie por el calor y cierro la puerta. Con el maletín en la mano, camino hacia la entrada de la finca señorial. Pintada en color blanco, con una impresionante puerta de madera oscura. Rodeada de una vasta vegetación, el terreno se excede de los tres mil metros cuadrados. No me importaría vivir aquí.

—¿Busca algo? —me pregunta un hombre un tanto tosco.

Tiene el pelo como el algodón, aunque advierto que encanecido de manera prematura, pues no debe rondar más

de la cincuentena. Viste un peto de trabajo y está cubierto de tierra de la cabeza a los pies, impregnados en barro y... popo de caballo.

Se me revuelven las tripas al advertir que no he traído la ropa adecuada para sumergirme en excremento de caballo.

Una de las razones por las que elegí la especialidad de los animales domésticos fue mi manía higiénica. Los animales domésticos están aseados. Los caballos son grandes. Viven sobre paja, y tienen patas largas que siempre me han asustado.

—Soy la veterinaria.

El hombre me ofrece una señal con la cabeza para que lo siga. Me cuesta cargar con el maletín y seguir sus andares, pero consigo llegar hacia las caballerías. El hombre me señala un magnífico semental negro.

—Tiene un problema de tránsito intestinal.

¡Mierda! es la mejor palabra para expresar mis ganas de salir huyendo.

—¿Necesita mi ayuda o puede hacerlo sola?

Le echo un vistazo al imponente animal. Parece tranquilo, y aunque los caballos no son mis animales preferidos, no quiero parecer una apocada estudiante de veterinaria.

—No hay problema —le aseguro.

Dispuesta a realizar un buen trabajo, saco los instrumentos de mi maletín y comienzo a auscultar al caballo. Apenas me hacen falta unos minutos para darme cuenta de los síntomas que profesa. Se muestra inquieto y suda, por lo que trato de tranquilizarlo y le acaricio el lomo.

—Tranquilo amigo, te vas a poner bien...

A modo de respuesta, el semental se caga, literalmente, en mis zapatos. Cierro los ojos, suspiro profundamente y reprimo una arcada. Odio a los caballos.

Voy recogiendo mis instrumentos y los depósito dentro del maletín. Por el rabillo del ojo, diviso algo pequeño y peludo corriendo dentro de la caballería. Una rata. Cojo un rastrillo y me encamino a buscar al roedor, dispuesta a evitar cualquier mordedura a un caballo. Nunca he temido a las ratas, y menos aun cuando convivo con una, ahora pintada de rosa.

No pretendo hacerle daño, por lo que observo cada esquina con intención de acorralarla bajo el rastrillo y liberarla más tarde. Entonces lo veo, y suelto el rastrillo de inmediato.

—¡Jaime, ven aquí! —le grito al perro.

Jaime se mete dentro de un montón de paja, muy cerca de donde un caballo de oscuro pelaje pasta tranquilamente.

—¡Jaime! —lo llamo ansiosamente.

Si las patas de ese caballo estrujan a mi pobre amigo peludo...

Sin pensarlo, me agacho a recoger a Jaime, barriendo con mis manos la abundante paja. Jaime no es una aguja, pero esto se está convirtiendo es una ardua tarea. El ladrido de Jaime me sobresalta, y me giro para encontrarle entre las patas del caballo, saltando sobre sus cuartos traseros para juguetear con la cola del semental.

—¡Jaime! —me lanzo sobre él, justo al tiempo que el caballo propina una coz.

El impacto me roza el hombro, lo suficiente para que aúlle de dolor y agarre protectoramente a Jaime entre mis brazos. El caballo sigue pactando tranquilamente y ajeno a todo. Jaime me lame la mejilla, y yo le echo una mirada iracunda.

—¿Cómo has salido del coche? —le pregunto, a pesar de que sé que no puede contestarme.

Me incorporo a duras penas, aún dolorida por la coz del caballo. Unas manos desconocidas me agarran de la cintura y me alzan hacia arriba. Atontada, me giro para encontrarme con un hombre de cabello rubio y ojos tiernos que me observan preocupados.

—¿Se encuentra usted bien?

En la gloria. No me sueltes.