XXXIV: Confesiones
ALISON — Recibir la inesperada llamada de Dante me produce una mezcla de ilusión y rabia. Ilusión, porque soy estúpida y a estas alturas, para que negarlo, estoy colada hasta las trancas por el demonio de ojos plateados. Rabia, porque Dante no ha llamado para disculparse.
Pero no puedo negarme. Fígaro está enfermo, y con toda seguridad, él se ha aprovechado de mi devoción por los animales para contactar conmigo a las dos de la madrugada. Iría con los ojos vendados si me lo pidiera. Las cosas son así. Para que negarlo.
Luego recuerdo que Dante se enrolló con la voluptuosa pelirroja a pocos metros de mi casa, y la rabia me consume.
Ya no siento ganas de perdonarlo, obviemos que él no me ha pedido disculpas ni me ha ofrecido explicaciones por ello, porque sé que él se ha reído de mí.
Y sin embargo, luego trata de avisarme acerca de un tipo llamado James que no es el encanto sureño personalizado, y que resulta ser otro de esos que es “todo fachada”.
Me desconcierta. Me desconcierta hasta el punto de golpear la puerta de su casa a las dos de la madrugada y gritarle,
¡No! exigirle una explicación. Por el contrario, cuando la puerta se abre y un angustiado Dante me recibe, pongo la cara de una aceituna arrugada y me adentro en su luminoso loft sin dedicarle una simple mirada.
Bueeeeeno, vale. Lo miro un poco de reojo, pero él no tiene por qué percatarse de ello, ¿cierto?
La tensión se cierne entre nosotros cuando nuestras miradas se encuentran. Apenas nos rozamos los hombros, y siento la electricidad recorriéndome desde la cabeza hasta la punta del dedo meñique del pie. No es justo lo que él provoca en mí.
Dante lleva los puños de su camisa remangados, por lo que puedo observar los tatuajes de sus antebrazos. Son negros, como su cabello, y le dan ese puntito sexy que me hace pedirle: ¡Fóllame ahora! Pero no lo hago. Soy una chica de principios.
Me percato de que no lleva la cadena colgada al cuello. Extraño.
Fígaro está acurrucado en el sofá, y tiembla de la cabeza a los pies cuando me acerco. Intenta soltarme un zarpazo, y doy un paso hacia atrás. Nunca ha tratado de atacarme. Dante se coloca a mi lado, y el gato eriza la espalda y saca las garras.
—Ven aquí, gatito precioso, no te voy a hacer daño... —lo animo.
Fígaro suelta un bufido, mostrándose agresivo.
—Ha vomitado durante toda la noche. No sé lo que le pasa.
Yo empiezo a tener una ligera idea, pero no digo nada. Acostumbrada a los animales, no tengo miedo al coger a Fígaro, quien trata de arañarme. Le palpo la tripa, buscando alguna anomalía.
—Lo que pensaba —resuelvo.
—¿Es grave? —se preocupa Dante.
Me asombro al percibir su preocupación. Sus ojos demuestran una profunda angustia, y comprendo que, por mucho que él trate de esconderlo, tiene un corazón noble que se preocupa por las personas, y animales, a los que aprecia.
—Lo estás malcriando en exceso —lo regaño.
Cuando Dante pone cara de irritación, yo suelto una carcajada.
—Fígaro está celoso y trata de llamar tu atención.
—¿Celoso, un gato? —se sorprende.
—Te sorprenderías de lo humanos que pueden llegar a ser algunos animales. A veces, tienen más humanidad que cualquier otra persona.
Dante aparta mi mirada.
—¿Qué es lo que tengo que hacer?
—Trátalo con normalidad, y por lo que más quieras, no lo mimes en exceso.
—No lo estoy mimando —se defiende, sacando a relucir su hombría.
—Lo que tú digas.
Me dirijo a la puerta para marcharme, y Dante se coloca a mi lado.
—Intenté buscar otras opciones, pero fuiste la única que aceptó venir a estas horas —me asegura.
—Lo entiendo. No te preocupes —le resto importancia.
—¿Puedo invitarte a tomar algo? Por las molestias.
—En absoluto.
Cuanto antes salga de aquí, mejor. Dante influye en mí de una manera que soy incapaz de racionar.
Dante parece defraudado, y me roza el hombro con el pulgar. Al principio es una caricia espontánea, casi una disculpa silenciosa. Pero luego se convierte en algo más. Con Dante todo es más. Una simple caricia se convierte en la tortura más placentera.
Cierro los ojos, y cuando los abro, me confundo con los suyos. Violetas. Esa tonalidad que me hechiza, y que me advierte de que un segundo más en su territorio implica peligro. Alto voltaje. Tensión sexual no resuelta.
Me aparto de él, de su caricia, y Dante suelta el aire por la boca.
—Lamento haberte dicho lo que dije.
Me muerdo el labio inferior, y me hago un poco de daño.
—No lo lamentas, porque lo sentías de verdad —le recuerdo.
—No, no lo sentía. Conocerte es lo mejor que me ha pasado en la vida.
Aprieto la mandíbula, guardándome las ganas de golpearlo.
—Sabes que detesto que me mientan.
—No te estoy mintiendo —dice calmadamente, aunque puedo percibir la pasión contenida de sus palabras—hoy
ha llegado un tipo a mí casa. No sabes cómo lo he envidiado. Era alguien capaz de dejar a un lado su orgullo para ganarse a alguien que merece la pena.
Siento que las lágrimas hacen presión en mi garganta.
Él continúa.
—Lo envidiaba, porque mientras yo le daba consejos sobre cómo ganarse a la mujer a la que ama, yo he pasado semanas sin estar a tu lado por mi maldito orgullo.
—No te creo...
Siento que mis defensas comienzan a menguar.
—Me da igual. Voy a seguir confesándome —ladea una sonrisa, y me mira a los ojos—, cuando te vi con ese tipo...
sentí celos. Muchos celos.
—Sé cómo te sentiste.
—¡No, no lo sabes! Ni siquiera me arrepiento, Alison. Lo hubiera golpeado una y mil veces. Golpearía a todo aquel que te tocara. Es la verdad.
—Sólo te he dado problemas... —le recuerdo.
—Muchos problemas. No sabes cuántos. Todos relacionados con mi necesidad de follarte como llevo imaginando
hacer desde que te conozco. Y con la ansiedad que eso me producía, porque por más que intentaba alejarme de ti, siempre terminaba a tu laso. —confiesa.
Aprieto los puños y alzo la barbilla.
—Yo también te deseaba. Y te deseo. Ya lo sabes. ¡Incluso te pedí sexo oral cuando estaba borracha! Pero tú siempre te detenías en el momento en el que me tenías comiendo de tu mano. ¿Lo hacía para reírte de mí?
—Me impusieron una abstinencia de treinta días.
Parpadeo incrédula.
—No te voy a engañar; en esta vida no he sido el novio de nadie. Las mujeres sólo me han interesado para una noche. Fue la manera de castigarme. Y no sabes cuánto. Desde que te conocí, no podía fantasear con otra cosa.
Reconozco que su confesión me pilla desprevenida.
—Sentía que me rechazabas... —me sincero, muy bajito.
Dante estalla en una sonora carcajada.
—¿Rechazarte? ¡No he hecho otra cosa que declararte lo que te haría!
—Te quedaste dormido.
—Estaba borracho —se defiende.
Me cruzo de brazos. Todo era más fácil cuando lo sentía culpable. Pero aún hay algo. Él y la pelirroja. Dante no es alguien de fiar.
—Cuando Fígaro enfermó, tuve mucho miedo.
Sus palabras me enternecen. Siempre he pensado que quien ama a los animales es buena persona por naturaleza.
—Es natural. Uno no se da cuenta del cariño que puede cogerle a un animal.
—No lo entiendes, pecosa. Cuando Fígaro enfermó, me di cuenta de que no sólo podía perderlo a él, sino también a ti.
—No empecemos, demonio...
Está demasiado cerca. Lo sé. Y sin embargo, no soy capaz de dar el paso hacia atrás que delimite la distancia de seguridad.
—¿Empezar? Tú y yo no hemos empezado nada. No tienes ni idea de los sueños que albergo en mi mente. Sueños
en los que tú eres la protagonista. Sólo tú.
—Supongo que en tu imaginación me teñirías el pelo de rojo.
—Eso sería un sacrilegio. Tu pelo me gusta así, y no te cambiaría ni una de las pecas que seguro escondes bajo tu ropa.
—No vuelvas a mentirme.
Estoy imaginando como la lengua de Dante recorre todo mi cuerpo en busca de pecas perdidas. Me acaloro.
—No te estoy mintiendo. Sé que necesitas una explicación. Aquel día, la mujer con la que me vistes me amenazó con hacerte daño. No pude controlarme. Pagué con ella todas mis frustraciones, y le hice daño, pero no de la manera que imaginas. No me siento orgulloso por ello.
—¡Y por qué no me lo contaste!
—Porque tenía miedo. Tenía miedo de ti. Tú me haces olvidar... —trata de hacerme entender.
En un segundo nos estamos besando. No sé quién de los dos ha dado el primer paso, pero pasamos de discutir con palabras a discutir con besos. Sus besos me saben a gloria. Dante tiene una manera de besar..., explosiva, juguetona y posesiva. Me dice que soy suya, y que él es mío. Nos separamos jadeando.
—¿No me has echado de menos? —exige saber.
Me coge el rostro entre las manos, y me obliga a mirarlo.
—Sabes cuál es la respuesta.
—Quiero oírtelo decir —me pide.
—Sí, te he echado tanto de menos que dolía demasiado.
Dante me besa suavecito desde el mentón hasta el cuello.
—No me refería a eso. Quiero oírtelo decir.
—¿El qué? —me aturde con cada beso.
—Mi nombre en tus labios cuando llegues al orgasmo.
Joder...
Calor. Mucho calor.
Dante me sube sobre su cadera, me hace enrollar las piernas alrededor de su cintura y me lame los labios. Me deja caer sobre el sofá, y somos incapaz de prestar atención a Fígaro, maullando atenciones. Me arranca la blusa, y ni siquiera me importa. Sus manos están en todas partes. En mi cintura, en mis pechos, en mis caderas..., deja un sendero de besos desde la curva de la cintura hasta la base de los hombros.
—No me he podido quitar tu olor de la cabeza... —confiesa.
Lo atraigo hacia mí, y encuentro sus labios. Él me muerde el labio inferior, tira de él, y me coge de la nuca. Hace el beso más profundo y exigente, me coge de las caderas, y pega su erección a mis muslos.
—Mira lo que me haces. Estoy duro como una piedra por tu culpa.
Echo hacia atrás la cabeza, y Dante me besa la base de la garganta. Siente mi pulso acelerado, y se ríe.
—Te pongo como una moto, confiésalo.
Engreído...
—Ni por todo el oro del mundo.
Hundo los dedos en su cabello, y lo acerco a mi boca, reclamándolo por completo. Siempre he querido hacer esto.
¡Dios, qué bien sienta!
—Hay otras formas de hacerte confesar...
Dante me sube la falda por encima de la cadera, echa a un lado mi ropa interior, y me penetra con un dedo sin pedir permiso. Suelto un grito de sorpresa, que en seguida se convierte en un murmullo de placer.
—Lo sabía —comenta encantado.
Durante un segundo, encuentro la fascinación de sus ojos observándome.
—Eres mejor de lo que imaginaba...
Un segundo dedo me penetra, y yo le clavo las uñas en los hombros, sintiendo una mezcla de placer y dolor. Llevo demasiado tiempo sin sentir a un hombre, ¿lo notará?
Si lo hace, no parece importarle. Su respiración agitada me calienta los pechos, mientras sus dedos me penetran y su pulgar comienza a acariciarme el clítoris en movimientos circulares.
Oh... joder...
—Tendríamos que haber hecho esto mucho antes.
—No te voy a decir que no —se ríe.
Dante toca un punto clave que creía inexistente en mí, y comienzo a sentir los espasmos del orgasmo. Un calor abrasador se concentra entre mis muslos, justo donde él me está acariciando, y se expande hacia el resto de mi cuerpo. Me dejo ir, gritando su nombre.
Dante saca los dedos de mi interior, y los lleva a mi boca, obligándome a lamerlos. Es una experiencia nueva para mí, morbosa y nada desagradable. Frunzo los labios y me imagino que es su miembro el que tengo dentro de la boca. Dante entrecierra los ojos, me abre la boca y me da un beso.
—Para nena. No vayas tan rápido, o no voy a durar ni un segundo.
—¿Te vas a quedar dormido? —lo provoco.
Dante suelta un gruñido, me baja la falda y me deja en ropa interior.
—Hoy haremos muchas cosas, y entre ellas, no dormiremos.
Suelto una risilla nerviosa. Dante me devora con los ojos. De la cabeza a los pies, hace que me sonroje con su mirada hambrienta. Agradezco haber optado por este conjunto de lencería de encaje blanco, que sé que me queda tan bien. Aunque si es Dante el que me observa, con esos ojos violetas y oscurecidos por la pasión, siempre me sentiré bella.
—Nunca me han mirado de esa manera —declaro en voz alta, sin darme cuenta.
Dante enarca una ceja. Su mano se desliza por el elástico de mi tanga de encaje, y aprieta la tela contra mi húmeda hendidura. La braguita se empapa, y él lo nota. Esboza una sonrisa satisfecha, y yo entorno los ojos, soltando un gemido.
Él sabe cómo tocar mi cuerpo.
—¿Cómo te miro, Alison?
—Con hambre —respondo, con un hilillo de voz.
La palma de su mano se desliza desde el hueso de mi cadera hasta el lateral de mis pechos. Una caricia profunda y repleta de sensualidad. Su mano se detiene en mi cuello, inclina su cuerpo sobre el mío y mi corazón comienza a palpitar más fuerte. Sopla sobre la piel, echando a un lado mi cabello. Su aliento cálido me acaricia el cuello, y sus labios me besan despacito desde la barbilla hasta el lóbulo de la oreja.
Cierro los ojos y busco a tientas sus antebrazos, duros y masculinos. Dante mordisquea el lóbulo de mi oreja, y su lengua me lame la base del cuello.
—Te equivocas, pecosa.
—¿Sí? —inquiero, mareada ante sus caricias.
Su nariz se hunde en mi cabello, y aspira mi olor de una manera casi primitiva. Su mano derecha dibuja círculos desde mis pechos hasta la garganta. Sus caricias no se detienen, y su voz grave y ronca susurra a mi oído.
—Ese idiota te miraba con hambre. Quería algo que no podía tener.
La mano desciende hacia el vientre, y traza círculos alrededor del ombligo. Comienzo a sentir calor entre mis muslos.
—Yo te miro de otra forma. Una más íntima.
La mano desciende hacia mi monte de venus, y me acaricia con los dedos. Se me agita la respiración.
—Dolorosa.
Su dedo índice acaricia mi hendidura. La tela está húmeda, y él lo nota.
—Te miro como si fueras mía.
Contengo la respiración cuando él aparta el tanga a un lado, y me acaricia más profundamente.
—¿Estoy loco por mirarte como si fueras mía? No lo sé, nena. Desde que te vi, así lo siento. Me muero si eres de otro hombre.
Entierra su dedo en mi interior, y oh, ahora soy yo quien muere.
Dante me penetra con su dedo, y me besa la barbilla. Luego me muerde, y vuelve a besarme.
—Esta noche soy tuya —le confieso.
—No sería suficiente.
Lo miro a los ojos, mientras él me penetra. Dios, esto es tan íntimo...
Su mano izquierda se hunde en mi cabello, y tira de mi cabeza, haciéndome soltar un jadeo. Dante posee mi boca, con tal ferocidad, que pierdo la noción del tiempo. No sé cuánto tiempo estamos besándonos, pero cuando él se separa de mí, sólo sé que necesito más.
Me agarra de los glúteos y me alza hacia arriba, colocándome sobre sus rodillas dobladas. Mete las manos por dentro del elástico del pantalón y hace descender el tanga, tirándolo al suelo.
Entonces ladea una sonrisa, y me guiña un ojo.
—Como soy un chico bueno, voy a regalarte lo que me pediste. Confieso que estoy aterrorizado, soy tan bueno que cuando te lo de, vas a ir gritándolo por la calle. Y no hará falta que estés borracha.
Intento darle una patada, pero Dante me coge del tobillo y se lo echa al hombro. Se ríe en voz alta, y yo me enfurezco. Detesto estar en esta posición tan íntima, abierta para él, que me mira justo en mi parte más íntima, mientras yo me sofoco y trato de golpearlo. Sin hacerme caso, se echa la otra pierna sobre el hombro, y me arranca el sujetador cuando menos me lo espero.
Me quedo desnuda y abierta para él.
—Te voy a matar —le digo, con los dientes apretados y muy mala leche.
—Te voy a hacer cambiar de opinión —se despreocupa.
Jodido engreído y prepotente...
Oooooh.
La lengua de Dante invade mi intimidad de una forma violenta y profunda. Me llevo las manos a la cabeza, y luego a sus hombros. Dante me besa en mi sexo, me lame, me muerde. ¡Me muerde!
¿Es que eso se puede morder?
Oh, Dios, ¿cómo he podido vivir tanto tiempo sin esto?
Llevo mis manos a su cabello, y las hundo, inclinando mi pelvis hacia su boca y pidiéndole más. Sus labios forman una o sobre mi clítoris, tiran de él y lo siento enrojecerse y agrandarse. Sigue devorándome, y dos dedos se introducen en mi interior, arqueándose hasta encontrar el punto exacto. Me retuerzo sobre el sofá, cierro ligeramente las piernas y me corro, llegando al clímax más salvaje. Dante no deja de besarme hasta que el último de los espasmos sacude mi cuerpo. Separa su boca de mi sexo, y me siento vacía. Pero él continúa, besa el interior de mis muslos, hasta llegar a los tobillos, y entonces me mira.
Cuando creo que él va a hacer alguna burla al respecto, me coge en brazos, se dirige a su habitación y me deja sobre la cama. Mis manos buscan su ropa, y lo desvisto con ansiedad. Su camiseta es lo primero que cae al suelo, y le acaricio el abdomen duro con verdadero deleite. El vello oscuro se pierde en la cinturilla de sus pantalones, y lo beso justo ahí.
Joder, sí que es guapo.
Parece adivinarme el pensamiento, porque sonríe y dice:
—¿A qué soy guapo?
Le muerdo el labio y los dos nos reímos tontamente. Es idiota, y sí, es guapo.
—Confieso que tú eres hermosa.
Ahora soy yo la que sonríe. Es inevitable.
No puedo esperar más, y le desabrocho el pantalón, bajándolo junto con los bóxers hasta la altura de los tobillos.
Dante se los quita de una patada, arrojándolo al suelo.
—Qué viciosa... —bromea, mordiéndome un pecho.
Se tumba encima de mí, y su boca va directa a mis pechos. Los sopesa en las manos, y muerde los pezones, succionándolos entre los labios y lamiéndome las aureolas. Mientras devora mis pechos, introduce un dedo en mi interior y me masturba. Yo le acaricio los antebrazos, y le doy un mordisco en el hombro. Dante gruñe, un tanto sorprendido. En respuesta, hunde ligeramente los dientes en mi pezón derecho, haciéndome gemir.
Inclino las caderas hacia su erección, que palpita sobre mi vientre, urgiéndolo a darme lo que quiere. Dante asiente, y se aferra a mis caderas. Repentinamente me vuelvo cuerda, y le pongo una mano en el pecho.
—Preservativo —le recuerdo.
—No te vas a quedar embarazada, ni te voy a pegar nada. Soy un demonio. Es biológicamente imposible —me
explica.
Yo asiento, y ya no necesito nada más. Lo quiero dentro. Ahora.
Dante se agarra la polla, y de un empujón, me penetra hasta el fondo. Es grande, y le clavo las uñas en los hombros.
El no rechista, permaneciendo en mi interior durante unos segundos, obligándome a acostumbrarme a su tamaño.
Y entonces se separa, y vuelve a entrar.
Le rodeo la cintura con las piernas, y él comienza a bombear con un frenesí salvaje. Encuentro su boca, y tiro de su labio inferior. Nos besamos. Él me penetra. Rápido. Salvaje. Tal y como llevo esperando durante toda mi vida.
—Joder Alison... —apoya la frente sobre la mía. Me habla con la mandíbula tensa—, esto es mejor de lo que había imaginado.
Comienzo a jadear. Estoy desatada. Lo empujo sobre el colchón, y me subo a horcajadas sobre él, dejándolo alucinado. Me siento sobre su erección, y lo cabalgo, dejando botar mis pechos, que él acaricia. Su mano libre agarra mi cadera.
—Nena... no pares.
Lo cabalgo como llevo imaginando hacer desde que lo conozco. Esto es demasiado bueno para dejarlo escapar.
Dante lleva la mano hacia mi clítoris, y me acaricia, produciéndome un placer todavía más intenso e inesperado.
—Dante... —cierro los ojos, y me dejo ir.
Él agarra mi cadera, me empuja hacia su erección y se corre en mi interior, completándome de una manera que jamás he sentido. Me dejo caer sobre su cuerpo, y él me acaricia la base de la espalda. Durante unos segundos permanecemos juntos, sin dirigirnos la palabra. Dante me coge por los hombros, y me separa, obligándome a
mirarlo.
—Dime que te has quedado con ganas de más —exige con necesidad.
Sonrío pícaramente. Llevo la mano a su polla, que vuelve a estar dura.
—Te dije que con una noche no sería suficiente —me recuerda.