XXV: Un gato llamado Fígaro y un malentendido

DANTE — Recibo con agrado la historia que Alison me narra acerca de su encadenamiento en el parque de pingüinos de un zoológico a las afueras de Nueva Orleans. Al parecer, la ninfa de las pecas en la nariz es una activista a favor de los derechos de los animales, lo cual me resuelta encantador, pero también peligroso para alguien tan dulce.

—¿Y qué pasó cuándo te pillaron? —me intereso.

Alison abre la puerta de la clínica veterinaria y me invita a pasar. Rose dormita sobre mi espalda tras la espontánea aventura que hemos vivido hace unos minutos. Ha caído rendida.

—Hubo un juicio rápido —comenta sin ganas—, me puse tan nerviosa que el juez sintió lástima y me condenó a

una serie de trabajos en beneficio de la comunidad. También tuve que pedir perdón al zoológico.

—¿Lo hiciste?

—¡Por escrito! —exclama rabiosamente.

—Y te prohibieron la entrada en todos los zoológicos de la zona. Por eso no querías venir.

—Por eso y porque detesto que un animal esté cautivo y fuera de su hábitat natural. Todos esos niños tirándoles gusanitos a los monos me ponen de los nervios...

—Aún no entiendo cómo te permitieron el acceso.

Alison esboza una sonrisita.

—Por aquel entonces llevaba el pelo pintado de rosa y ortodoncia. Era una universitaria soñadora y que creía que podía cambiar el mundo.

—¿Y ya no lo eres?

—¡Por Dios, no! Ahora me conformo con cuidar a los animales que llegan a la clínica. Hace tiempo que dejé de pensar que podía cambiar el mundo.

Alison se agacha sobre sus rodillas y extiende las manos hacia un gatito de color negro que está agazapado encima de un escritorio. El animal encorva la espalda, y todos los pelos de su cuerpo se erizan ante la amenaza que suponemos.

—No parece muy simpático.

—Entonces seréis buenos amigos —se burla. Extiende las manos hacia Fígaro, sin temor alguno a que el felino pueda atacarla. Yo me coloco al lado de Alison, tenso por la actitud amenazante del gato—. Ven aquí, Fígaro. Ven aquí, precioso gatito. No voy a hacerte daño...

Su voz dulce y bañada en miel me produce una descarga en la entrepierna. Justo cuando estoy a punto de lanzarle una patada al gato de color negro, Fígaro salta a los brazos de Alison y agacha la cabeza, ronroneando y dejándose acariciar. Alison me lanza una mirada de superioridad.

—¿Ves? Los animales necesitan comprensión y paciencia, eso es todo. ¿Quieres acariciarlo?

—No.

Alison no vuelve a insistir, lo cual es toda una sorpresa.

—Las personas como tú también necesitan comprensión y paciencia —comenta distraída, mientras se deshace en

mimos hacia Fígaro, al que estoy empezando a odiar en silencio.

Alison observa dormitar a Rose sobre mi espalda. Aprieta los labios en un mohín de irritación, seguramente al recordar la travesura de la pequeña al colarse en el parque de pingüinos. Pronto, su expresión se dulcifica y se llena de candor, al observar el gesto apacible de la pequeña mientras duerme.

Estoy seguro de que Alison será una buena madre. Y esa es otra de las razones por las que debo alejarme de ella, y buscarle un hombre que la haga feliz. Yo no quiero tener una familia.

Sin saber por qué, mi pensamiento no se arraiga con la convicción de otras veces. Y esa es otra de las razones por las que debo alejarme de Alison. Ella me hace dudar.

—Tenemos que hacer un intercambio. Te doy a Fígaro, y tú me devuelves a Rose.

—Te acompaño a casa. Dudo que tus musculosos brazos de karateka aguantaran el peso de Rose —le digo. En

realidad, estoy seguro de que Alison sería capaz de aguantar el peso de un elefante con tal de fastidiarme.

Caminamos hacia su apartamento, con Alison afirmando sobre sí misma que es fuerte como un roble, lo que me

hace reír. Ella pone cara de fastidio al comprender que no la estoy tomando en serio.

—No te sulfures. Me has golpeado en varias ocasiones —le recuerdo.

Un fijador para el cabello, un cabezazo y un puñetazo en la mandíbula así lo aseveran.

—Sí... y sin embargo, soy yo la que siempre acabo herida.

Nos detenemos frente a la puerta de su apartamento, y deposito a Rose en sus brazos. La niña murmura en sueños.

—Rosa... rosa... rosa...

Alison rueda los ojos hacia el cielo.

—Será que está deseando encontrar a alguien que te tienda la mano cada vez que te caes al suelo —ella me mira sorprendida. Yo ladeo una sonrisa—, yo Lamería todas tus heridas si me dejaras.

No sé por qué he dicho eso.

Las mejillas de Alison se arrebolan, y sostiene a la niña en sus brazos como si quisiera protegerse de mí. No debería haberle dicho tal cosa, pero es la verdad.

Le despejo el cabello de la frente para observar la herida que tiene en el nacimiento del cabello. Alison intenta apartarse, pero todo lo que consigue es apretarse contra la puerta, y quedarse sin salida.

—El médico dice que no me quedará marca.

—Qué más da eso.

Una cicatriz en la bella piel de Alison sólo demostraría que ella es vulnerable.

Rose se despierta en ese momento. Sus ojillos azules se abren de par en par, y echa una mirada curiosa a Alison y a mí, estudiando la situación.

—¿Os vais a besar? —nos pregunta.

—No nos vamos a besar —declara Alison, un tanto nerviosa.

Rose me echa una mirada cargada de suspicacia.

Bendita niña.

—Sabes que eso es mentira —la provoco, robándole un beso.

Apenas el contacto de nuestros labios. No quiero escandalizar a la pequeña Rose.

Alison abre la puerta, me dedica una mirada furiosa y la cierra, alejándose de mí. Me largo batiendo la cabeza y riendo en voz alta. Apenas soy consciente de la furiosa pelirroja que camina hacia mi dirección hasta que la tengo a dos palmos de narices.

—¡Maldito mentiroso! —me grita, golpeándome con los puños en el pecho.

—¡Eh, eh! —la detengo agarrándole las muñecas y echándola hacia atrás—. ¡Estate quieta!

Deborah me lanza una mirada carga de ira.

—Con que esa pequeña furcia no te interesaba... —me acusa.

—Haz el favor de calmarte —le ordeno, furioso por las palabras que ha dedicado a Alison.

—¡No te atrevas a negarme lo que he visto!

—No iba a hacerlo —comento con desgana.

Me meto las manos en los bolsillos y sigo caminando. Deborah se interpone en mi camino. Su exuberante escote sube y baja al ritmo de su agitada respiración. Está furiosa.

—Te pienso destruir, ¡Cabronazo!

—Ya estoy destruido, querida —le recuerdo, con una sonrisa cínica.

Deborah lleva sus largos dedos al colgante que pende de mi pecho, estudiándolo con maldad. La empujo sin retenerme.

—Eso pensaba. Pero resulta que ahora hay algo que te importa más que tu pasado.

La miro sombríamente.

—Esa niñata que adora a los animales te importa. No me lo niegues.

Doy un paso hacia ella, la cojo del cuello y la presiono contra un banco de hierro forjado. Los ojos castaños de Deborah se abren de par en par, con una mezcla de sorpresa y temor, y yo aprieto mis manos alrededor de su

delgado cuello. El demonio que hay en mí deja aflorar toda su maldad.

—Si le haces daño a Alison, te mataré. Sabes de lo que soy capaz —la amenazo.

Deborah se retuerce y lloriquea bajo mi agarre, faltándole el aire.

—Dante yo sólo quería...

Le subo el vestido y le rasgo las medias. Deborah suelta un grito de sorpresa, y empujo mi cuerpo sobre el suyo.

—¿Es esto lo que quieres? ¡Eh! ¿Es esto?

Clavo mis manos en sus voluptuosas caderas y le arranco la ropa interior, sin ningún deseo. Deborah comienza a sollozar escandalosamente.

—¡Esto es lo que me estás pidiendo! —le grito, agarrándola de los brazos y haciéndole daño.

No tengo intención de poseerla. Sólo quiero asustarla. Porque si le hace daño a Alison, soy capaz de matarla.

—¡No, no! —solloza sobre mi hombro—. Yo quiero lo que le das a ella...

—¿Lo que le doy a ella? ¡Qué sabrás tú! Vete antes de que me arrepienta, ¡Lárgate! —la suelto hastiado y me separo de ella.

Deborah se recompone la ropa, ofreciéndome una mirada pesarosa y cargada de comprensión.

—Dante, yo sólo quería... —su mano me roza el hombro. Yo no me nuevo.

—Vete. Ahora.

Ella retira su mano de mi hombro y se larga sollozando.

No hago nada por calmarla. La única manera de que comprendiera que no puede tener lo que alberga de mí era

demostrarle lo violento que podía llegar a ser.

Furioso, incluso me he olvidado de Fígaro, quien se ha escondido bajo un auto y tirita de miedo.

—Ven aquí, maldita sea —le ordeno.

El gato retrocede instintivamente, sacándome de quicio. Me agacho y lo saco a rastras, ganándome un arañazo en el antebrazo. Furioso, lo asió en mis manos y me lo guardo bajo el brazo. Ni siquiera reparo en la sangre que gotea de mi brazo.

Maldita Deborah...

Todas las mujeres causan problemas. Incluso Alison, con su boquita tentadora y sus ojillos inocentes.

¿Tener lo que le ofrezco a Alison?

¡Jamás!

¿Acaso le ofrezco yo algo a Alison?

¡No, no le ofrezco nada!

No soy una persona que tenga nada que ofrecer. Tan sólo la carga de un pasado incapaz de olvidar sobre mis

hombros. Eso es todo.

Y de repente, siento la mirada de alguien clavada a mi espalda. No es necesario que me gire para saber de quién se trata, pero aun así, y me encuentro con los ojos hinchados y enrojecidos de Alison, quien me observa desde la ventana de su apartamento. Sé lo que está pensado, y tal vez sea mejor así.