XXX: Dime quién eres

ALISON — Llego a la hora convenida al restaurante en el que hemos quedado para cenar. Un sitio elegante con una bonita terraza que da a Bourbon Street. James me saluda con la mano en cuanto me ve, y parece visiblemente

aliviado. El rostro se le relaja, y siento un poco de culpabilidad. Me apresuro a su encuentro, con la mala suerte de meter el tacón en un alcantarilla, cayéndome de bruces y doblándome el tobillo en un intento por enderezarme.

—¿Estás bien? —los brazos de James me enderezan.

—Eh... sí. Vaya entrada —bromeo, restándole importancia.

Una entrada digna de mí, desde luego.

El tobillo me arde al apoyar el pie en el suelo, y aúllo de dolor.

—¿Te duele mucho? Podemos ir al médico.

—¡No, no! Ya se me pasará. Ha sido una torcedura de nada —le miento, encaminándome con premura hacia

nuestra mesa.

James asiente, no muy convencido. Cuando va a volver a preguntarme si me encuentro bien, yo lo silencio con una disculpa.

—Siento haberme retrasado. No encontraba ningún taxi —le miento.

En realidad, me he quedado dormida después de un maratón de varias horas viendo la última temporada de Arrow mientras me inflaba a helado de nueces caramelizadas. Todo por culpa de Dante. Y es que en un momento de

bajón, he llamado a Maya, llorando a moco tendido y diciéndole que no quería ir a mi cita con James, porque todo lo masculino me recuerda a Dante.

Sí, sé lo que estás pensando. Soy una pringada.

Después de que Maya amenazara con llevarme a rastras hasta la cita, vestida sólo con mi pijama de vaquitas rosas, me adecenté y me pinté, borrando con el brillo de labios y el colorete cualquier rastro de tristeza.

—No te preocupes. Al menos estás aquí. Pensé que ibas a volver a darme plantón —confiesa, bromeando.

¿Uhm... de qué estábamos hablando?

Me he abstraído en algún punto de la conversación, fantaseando con lo bueno que sería para mi salud mental atar a Dante al cabecero de la cama, golpearlo repetidas veces por jugar conmigo y... cabalgarlo salvajemente.

Sí, yo sí que sé cómo hacer sufrir a un hombre.

—Oh, ni me lo recuerdes. Qué vergüenza... ni siquiera sé por qué me has dado una segunda oportunidad.

—Porque me resultas encantadora —admite James.

Su declaración espontánea me saca una sonrisa, y durante un segundo, fantaseo con el hecho de que James es mi príncipe azul, ese que siempre me prometí a mí misma mientras leía las novelas de Jane Austen.

Pero seamos honestos. Yo soy Caperucita, deseando ser engullida por el lobo. Por si no lo sabes, Dante es el lobo.

—¿Qué quieres beber? —me pregunta.

—Vino blanco.

Aunque lo que en realidad prefiero, es una cerveza. Una cerveza muy fría. Pero me parece que a James no le gusta la cerveza. No sé por qué. Viste americana con coderas, pantalones color crema y sonrisa permanente. No, es la clase de hombre que prefiere vino en vez de cerveza.

¿Y a mí que me importa?

—En realidad, prefiero una cerveza —confieso.

James enarca una ceja, pero no dice nada. Trato de relajarme y finjo una sonrisa. No voy a ponerlo a prueba. James es un encanto, y se merece mi receptividad. Céntrate Alison. Céntrate en James, con sus modales respetuosos y su metro noventa.

¿Ese que está escondido detrás de un enorme seto no es Dante?

Arrugo el entrecejo y entorno los ojos. Disimuladamente, me inclino hacia la derecha, abarcando un campo visual que nada tiene que ver con James, y su aburrida historia de construcciones de rascacielos.

¿A quién puñetas le interesan los rascacielos?

Pero Dante no está. Lo que confundí con su pelo negro como la noche es una simple bolsa de basura enganchada a la rama de un árbol.

Alison, no seas estúpida. ¿Para qué iba Dante a vigilarte? ¿Por qué es lo que quieres? ¿Por qué lo estás deseando?

¿Por qué necesitas sentir que eres importante o absurdamente especial para él? No, no lo eres. Aunque te duela, céntrate en James, quien te está observando con cara rara.

—Uhm, perdona, me he distraído. He creído ver a alguien que conocía —le digo, sin entrar en más detalles.

James asiente, y sigue con su verborrea incansable sobre ladrillos y cementos.

¡Qué interesante!

El tobillo me pica, y me rasco disimuladamente mientras pongo cara de interés. Justo la expresión de: “cuéntame más, lo estoy deseando”. Pero no, lo que en realidad deseo es que se calle. Necesito una de esas frases picantes que Dante me lanza. Justo las palabras adecuadas y desvergonzadas que me hacen sentir... ¡Viva!

Porque toda mi vida he sido un muermo. Un corazón latiendo porque tiene que latir, encerrado bajo mi cuerpo.

Un cuerpo que no ansía. Que no siente. Que no padece .Y ahora ansío, siento y padezco. Ansío su cuerpo. Siento la dolorosa separación. Padezco el hambre de sus besos.

A todo esto...

¡Uf, cómo me duele el tobillo!

Creo que me lo he torcido, y me he hecho más daño del que estoy dispuesta a admitir. Y claro, ahora me da

vergüenza incorporarme y pedirle a James que vayamos al médico.

Empiezo a sudar.

—¿Te encuentras bien? —me pregunta.

No, y lo que quiero es que Dante me lama las heridas. Que me cure con un beso. Y luego otro. Y otro.

La cena llega, y me alivia saber que durante media hora, James y yo no vamos a tener que volver a mantener una conversación. Sí, es absurdo. Lo sé. Pero no soy una persona ocurrente. Es decir, con Dante las cosas fluían de manera natural. Lo golpeaba, me besaba, discutíamos..., lo normal.

Pero James no se calla. No lo hace.

—¿Te gustan los animales? —me pregunta.

No, que va. Trabajo como veterinaria, pero no me gustan los animales.

Cálmate, es sólo una pregunta. James no tiene la culpa de que estés amargada.

—Sí, ¿y a ti?

Alison, tú sí que eres idiota. A él le gustan los caballos, ¿no lo recuerdas? Sobre todo le gustan los caballos que hacen de vientre encima de mis zapatillas.

James me lanza una mirada extraña.

—Esta cita no está yendo muy bien —se sincera.

Me quedo callada.

—Me gustas más cuando eres espontánea.

—Quieres decir cuando tengo accidentes, o un caballo me suelta una patada —contraataco de mal humor. De

inmediato, lamento mis palabras—. Lo siento. Hoy no es un buen día. No debería haber venido.

James me acaricia la mano, pero no me incomoda.

—Y sin embargo, me alegro de que hayas venido —apunta él, sin perder la sonrisa—, háblame de ti. Yo ya te lo he contado todo.

—En verdad, sólo me has hablado de ladrillos y edificios. No es la gran cosa.

Lamento mis palabras en el momento en el que salen de mi boca. Es como si le hubiera cerrado la puerta en las narices al vendedor de enciclopedias, y me siento terriblemente culpable.

Pero James se ríe. Contra todo pronóstico, James se ríe. Eso me saca una sonrisa.

—Sí, tienes razón. No estoy acostumbrado a hablar de otra cosa. Ni siquiera soy capaz de desconectar del trabajo para tener una cita agradable con una chica que me gusta ¿Qué te parece si empezamos desde el principio?

Su sinceridad me pilla desprevenida, y para qué engañarme, me agrada hasta el punto de sorprenderme. Asiento a su propuesta.

—Me llamo James, trabajo como arquitecto y en mis ratos libres me dedico a montar a caballo, leer a la sombra y pasar el resto del día en mi casa a la tranquilidad de las afueras. Desde que te vi, no hago otra cosa que pensar en ti, y me molestó que me dejaras plantado, más de lo que estoy dispuesto a admitir.

La cita mejora por momentos, y llegamos a un punto en el que me siento tan cómoda con James que el tiempo se pasa volando. Ni siquiera me acuerdo de Dante. Si restas los intermedios en los que nos quedamos callados, los momentos en los que aprovecho para ir al cuarto de baño, y las veces en las que la imaginación me juega una mala pasada fantaseando con Dante merodeando por Bourbon Street, apenas pienso en él. Lo sé, lo sé...

Nos levantamos para marcharnos, y apoyo delicadamente el pie sobre el asfalto.

—No me duele —le aseguro, antes de que él vuelva a preguntar por décima vez.

James pone las manos en alto, medio riendo.

—Voy a tener que acostumbrarme al hecho de que seas una chica dura, ¿no?

Yo asiento, con un brillo de picardía en los ojos.

—¿Vas a aceptar el empleo?

—Ya sabes lo que dicen: donde tienes la olla no metas la... —me detengo abruptamente— dame un par de cervezas, y la lengua se me suelta. No me lo tengas en cuenta.

James se ríe en voz alta, y no comenta nada más al respecto.

Paseamos por Bourbon Street, y durante todo el trayecto, siento el calor de un par de ojos observadores sobre la nuca. Me vuelvo en varias ocasiones, pero no encuentro nada más que un conjunto de caras anodinas. Al final, un poco agobiada, decido que lo mejor es volver a casa. James no objeta nada, y me lleva en su coche hasta mi apartamento.

—Ha sido una noche estupenda.

—Gracias por invitarme, y no guardarme rencor por lo del plantón.

—Agua pasada —me asegura.

Yo sonrío sin poder evitarlo. Estoy segura de que si me olvido de Dante, James puede ser el tipo con el que siempre soñé. Guapo, educado y risueño.

Cuando se inclina para besarme, doy un respingo hacia atrás. Me muerdo el labio, y se crea un clima de tensión entre nosotros.

—Preferiría que fuéramos despacio —le digo.

Oh, Alison, ¿a quién pretendes engañar? Con Dante no tenías tantos reparos...

Pero James asiente muy serio, y contra todo pronóstico, su eterna sonrisa no se desvanece.

—Por ti merece la pena esperar.

Me bajo del coche medio atontada por sus palabras. Al menos se lo ha tomado bien. Me dirijo al apartamento, y saludo a James con la mano cuando éste arranca el vehículo y desaparece por la carretera.

Entonces lo siento. Esos ojos furiosos clavados en mi nuca. Calcinándome el pescuezo, a pesar de que no puedo verlos. Pero puedo sentirlos. Y me vuelvo, esperando no encontrarme a nadie.

Ahí está Dante.

—Dante —digo, aturdida por la sorpresa.

Hace más de dos semanas que no nos vemos, pero volver a verlo duele demasiado.

Siento la tentación de dar un paso hacia él, acariciarle el rostro y lamerle los labios. James ha desaparecido. Es lo que sucede cuando estoy con Dante. Todo desaparece. Dante lo absorbe todo. Con Dante, nada más existe. Sólo estamos él y yo, y eso me asusta.

El rostro sombrío de Dante no me pasa desapercibido. Las líneas tensas y amenazantes de su rostro chocan con el mío. Y entonces lo sé. Ha sido él quien me ha estado observando durante toda la noche.

—Te veo bien —apunta secamente.

Me encojo de hombros, tratando de serenarme. No va a hacerme sentir culpable por intentar rehacer mi vida,

cuando él la destrozó, pisoteando mis ilusiones y obligándome a reconstruir los pedacitos de mi integridad.

Me enfurezco de inmediato.

—Como ya ves, estoy perfectamente. ¿Qué haces aquí?

Dante da un paso hacia mí. Sucede lo que detesto que suceda cuando estoy con él. Me siento pequeña. Me pego a la pared, como un gato acorralado.

—Ya sabes lo que hago aquí —responde en tono grave.

Me estremezco de la cabeza a los pies. Él no debería tener esa voz tan ronca y sexy. La misma que es capaz de mandarme al infierno y hacerme suplicar por ello.

Alzo la barbilla, encarándolo.

—No lo sé. Será mejor que me lo expliques.

Dante chasquea la lengua contra el paladar. Parece disgustado consigo mismo, pero su mirada hirviente me dice lo contrario. Está disgustado con ambos. Probablemente con él, por haber venido hasta aquí, y conmigo, por rehacer mi vida.

Al percibir su silencio, me pongo repentinamente furiosa.

—Eres un cobarde —espeto con desagrado.

En un rápido movimiento, me adentro en el portal, pero la mano de Dante se aferra a mi brazo, tira de mí y me empuja contra la pared. Su cuerpo se pega al mío, y a pesar de que es el tipo de acción que ya me esperaba, no puedo evitar que el corazón se me acelere. El cuerpo de Dante palpita duro contra el mío. Soy un amasijo de nervios rogando por placer.

—Ese tío no te pega nada.

—Así que admites que me has estado espiando —comento, y como soy mala malísima, eso me gusta.

La cabeza de Dante baja hasta la mía, y su nariz se entierra en mi cuello.

—Sabes que sí. Has estado todo el tiempo buscándome con la mirada, ¿me echabas de meno? Tranquila nena, era yo quien te vigilaba.

Su engreimiento me pone furiosa. Trato de apartarlo de mí, pero él inclina su cuerpo sobre el mío, aprisionándome.

—Te he echado de menos tanto como tú me has echado de menos a mí —lo provoco.

Dante se sobresalta ligeramente, y yo contraataco.

—¿Qué, me lo vas a negar? Eso es lo que hacen los cobardes. Vienes aquí, te aseguras de que aún sigo colada por ti, y te marchas creyendo que lo tienes todo controlado. Pero no es así. Algún día llegará alguien como James. Alguien que me quiera y que me valore, y que esté dispuesto a jugársela por mí. Alguien que no tenga miedo.

—¡Por el amor de Dios, ese hombre no es para ti! —explota, enfurecido.

—¿Y por qué estás tan seguro?

—Porque tú eres mía. Sólo mía.

Su boca me encuentra violentamente, y nos besamos apretados contra la pared. Sus manos en mis hombros, mis

manos en su cabello. Desatados. Su lengua bucea por cada cavidad, me encuentra, me excita y me posee. Nos

separamos jadeando y nos miramos.

Le agarro los hombros y apoyo la frente en su pecho.

—Ahora te puedes marchar. Ya te has convencido a ti mismo de que mi cuerpo te desea —le digo, enfurecida

conmigo misma.

Intento separarme de él, hastiada por ser tan débil. Pero Dante me abraza posesivamente. Me aprieta contra él, como si no pudiera dejarme escapar. Parecemos encajar a la perfección, ¿no es absurdo?

—Pídeme que me quede contigo —ordena angustiado.

Lo odio.

Odio lo que me hace.

—Para que entonces puedes marcharte.

—Para que nunca me vaya de tu lado.

Las piernas me flaquean, y estoy a punto de derrumbarme. Lo golpeo con los puños, pero Dante me detiene y me besa la frente, las mejillas, los labios. Me besa, y yo me derrumbo y comienzo a tiritar bajo sus brazos.

—Eres un egoísta —le digo en voz baja, aunque firme.

Dante deja de besarme, y se separa levemente de mí.

—Eso no es cierto. Si me conocieras...

—Ya te conozco. Conozco a los tipos como tú. Necesitas alimentar tu ego, tenerme comiendo de tu mano, ¿no

es eso? Ahora que James ha llegado, temes quedarte sin mí. Eso es tan egoísta... ¡Sabes lo que quiero! ¡Tú jamás podrías dármelo!

Dante se queda congelado. Parece como si mis palabras lo hubieran golpeado.

—Estás tan inmersa en tu puñetero cuento de hadas que no ves más allá. No te lo voy a tener en cuenta, porque no sabes lo que dices.

—Pues deberías tomarme en serio, porque sólo digo la verdad —le espeto con rabia.

Dante aprieta los puños, y a pesar de su entereza, sé que en alguna parte de esa burbuja de cristal lo he golpeado.

—¿Eso es lo que piensas de mí?

Alzo la barbilla, y lo miro desafiante. Dante sacude la cabeza, y habla con los dientes apretados.

—Ponte hielo en el tobillo.

Se mete las manos en los bolsillos y se marcha.

Me dejo caer sobre el suelo, y me llevo las manos al rostro. Me siento agotada. A veces pienso que sería mejor no haber conocido a Dante. Soy la clase de persona que aborrece complicarse la vida. Siempre quise una casa con jardín, niños correteando por el porche y un hombre sencillo a mi lado. No un demonio. Un demonio con miles de demonios. Pero entonces, la certeza de no conocer a Dante golpea mi mente con violencia. Y me duele, ¡Me duele tanto!

—¿A qué has venido? —susurro en voz alta.

Tengo la inquietante sensación de que esta vez, después de todo, he sido ya la que se ha equivocado.