XXXVIII: Te necesito
DANTE — En Aligator Burger preparan las mejores hamburguesas del mundo. Y hoy necesitaba un amigo. Así que aquí estoy con el único que tengo, comiendo una hamburguesa y tratando de olvidar a Alison durante unos segundos.
—¿Y tu cadena? —me pregunta.
—Me la he quitado.
—Te estás enamorando.
La palabra “enamorar” me hace tensarme. No, no me estoy enamorando. Alison me está cambiando, eso es todo.
Pero ¿enamorarme? ¿Yo? ¡Eso es otra historia!
Gabriel me observar expectante, esperando una respuesta que no va a recibir. Al percatarse de mi decisión silenciosa, carraspea con molestia.
—Me he acostado con Maya.
Escupo el trago de cerveza que acabo de tomar.
—Tú sí que sabes darle emoción a la conversación.
Gabriel se encoge de hombros, como si careciera de importancia. Pero sí que la tiene. No se acostaba con una mujer desde... desde hacía demasiados siglos.
—¿Y cómo es en la cama? ¿Fogosa? ¿Tiene tan mala leche como aparenta?
—¿Cómo es Alison en la cama? ¿Una mojigata que adora la postura del misionero? —rebate él.
—Ni se te ocurra nombrar a Alison —lo amenazo.
—Pues eso.
Le doy vueltas al plato. He perdido el apetito.
A lo lejos, una figura morena y furiosa camina hacia nuestra dirección.
—¿La dejaste satisfecha?
—¿Por qué lo dices?
Maya aparece ante sus ojos, y a Gabriel se le tensa todo el rostro. La morena le tira a la cara una cartera de cuero. Y
cuando digo a la cara, quiero decir a la cara.
—¡La próxima vez llévate tus malditas cosas! —le grita.
—No habrá próxima vez —le responde, con gran calma.
—Por supuesto que no. Eres pésimo.
Maya me saluda con una inclinación de cabeza, se da media vuelta y se macha caminando muy deprisa. Arqueo una ceja y miro inquisitivamente a mi amigo.
—Ya veo que la dejaste completamente satisfecha.
—Cállate.
o
Alison — Aporreo la puerta de la habitación del hotel de mi madre. Tengo que hablar con ella, y cuanto antes aborde el tema, mejor. Sé que mis padres se están viendo a escondidas, y no quiero que arruinen la boda de mi hermana con una de sus discusiones iracundas cuando papá lleve a la pobre Daisy a la boda de Stella, y mamá se muera de rabia. Porque esa es otra, Daisy vive en el limbo y no es justo.
—¡Mamá, abre la puerta! ¡Sé que estás dentro! Me ha dicho la recepcionista que llevas todo el día encerrada en la habitación.
Probablemente se encuentre en uno de sus momentos de relax. Con uno de esos potingues pegajosos y de color
verde embadurnándole la cara, y dos rodajas de pepinillo que no sirven para nada tapándole los ojos. En fin.
—¡Mamá, que tengo que hablar contigo! —me enfurezco.
Pego el oído a la puerta, y escucho voces. Luego pasos correteando por la habitación. Puedo adivinar lo que está sucediendo ahí dentro.
—¡Mamá, abre ahora mismo!
Parezco una madre aporreando la puerta de la habitación de su hija adolescente porque esta se ha traído a su noviete de fin de semana a casa para hacer cochinadas.
—¡Mamá, que ya somos muy mayorcitas!
La puerta de la habitación se abre, y mamá aparece enfundada en un albornoz de seda color lavanda. Esboza una radiante sonrisa y tiene el rostro relajado.
—¿Qué pasa cariño?
—¿Por qué no me abrías la puerta?
Entro como un vendaval sin recibir invitación, y comienzo a rebuscar, poniendo la habitación patas arribas. Mamá comienza a ponerse nerviosa.
—Cielito, estás desordenando la habitación.
Salgo de debajo de la cama y me dirijo hacia el cuarto de baño, sin prestarle atención.
—¿Dónde lo tienes escondido? —inquiero, abriendo la mampara de la ducha y encontrándola vacía.
Mamá se muerde el labio inferior.
—No sé a qué te refieres. Estaba sola, haciendo yoga. Ya sabes que lo necesito para relajarme —me pone una mano en la frente y finge cara de preocupación—. ¿Estás bien? Puede que no te hayas curado del todo. Parece que tienes fiebre. Vamos al médico.
Le aparto la mano y continúo buscando. Salgo al balcón, que está vacío. Mamá enarca una ceja, se cruza de brazos y alza la barbilla, contemplándome con actitud desafiante.
—¿Satisfecha?
—Puede.
Me siento en el borde de la cama y entrecierro los ojos, estudiándola como si me tratara de un sabueso.
—El otro día te vi con papá en el centro comercial. Os estáis acostando.
—¡Pero qué cosas dices! —el rostro de mamá se vuelve rojo, lo cual no le sienta nada bien a su ya de por sí tono moreno de rayos uva.
—No me mientas. Sé perfectamente lo que vi aquel día.
—Pues hija, te estás equivocando. Tu padre y yo estábamos buscando un regalo para la boda de tu hermana.
—No me digas...
—Tu padre y yo, ¡Qué disparate! Ni siquiera nos soportamos.
—Fíjate que yo pienso lo mismo —la censuro.
Mamá bate la cabeza, y se echa a reír.
—Cuánta imaginación tienes, cielito.
Me percato de que, durante toda la conversación, no deja de echar miradas nerviosas hacia el armario. Sin pensarlo, y ante su grito de alerta, abro las puertas del armario de par en par, y me encuentro a mi padre, agazapado tras un minivestido de D&G.
—¡Sorpresa, feliz cumpleaños atrasado! —vitorea mi madre.
Papá sale del armario y me echa una mirada lastimera.
—Déjalo Bárbara, ya no cuela.
Mamá pone cara de fastidio y papá se coloca a su lado. Yo les echo una mirada amonestadora.
—¿Se puede saber en qué estabais pensando? ¡Tú no lo soportas! —critico a mi madre. Luego me dirijo a mi
padre—. ¡Y tú tienes pareja! Una chica estupenda que te quiere y confía en ti. ¿Es que no tenéis decencia?
—Creía que querías que estuviéramos juntos... —replica mamá.
—No a escondidas, engañándonos a todos.
Papa se queda en silencio, visiblemente avergonzado.
—Alison, perdona que te diga que esto no es asunto tuyo. Tu padre y yo ya somos mayorcitos.
—Pues no lo parece. Sé perfectamente lo que sucederá. Iréis a la boda de Stella y haréis como que nada ha sucedido.
Tú te enfadaras, y darás el espectáculo. La pobre Daisy saldrá espantada y llorando, y a Stella le dará un ataque de nervios. ¿Por qué no piensas en los demás, mamá? ¡Siempre has sido una egoísta!
Mamá da un respingo ante mi ataque, y los ojos se le llenan de lágrimas.
—Eso no es justo...
—Lo es. Sólo está diciendo la verdad —la corrige mi padre—, esto no volverá a suceder.
Mamá lo mira dolida.
—Es un poco tarde para arrepentirse, ¿no crees?
Siento lástima por ella. Es un golpe duro que papá se arrepienta de lo sucedido. Un duro golpe para su orgullo.
Papá se viste en silencio, y una vez vestido, se marcha, ignorando a mamá y acercándose a mí.
—Siento que hayas tenido que ver esto, Alison.
En cuanto papá se marcha, me acerco a mi madre, que está de espaldas a mí, temblando en silencio. Le coloco una mano en el hombro, tratando de consolarla.
—Mamá...
—¡Vete, quiero estar sola!
—Pero mamá...
—¡No Alison María del Pilar! —se vuelve hacia mí, con los ojos inundados de lágrimas. Nunca la he visto en
semejante estado—. Lo confieso: estoy enamorada de tu padre, ¿no es lo que querías oír? ¡Pues bien, ya lo sabes! Y
ahora déjame sola y vete con tu sentido del honor a otra parte. Tú siempre has sido la hija perfecta, la que acata las reglas y nunca se equivoca. Deja a esta pobre egoísta en paz.
—Mamá yo no quería decir eso, y lo sabes.
—Sí que querías. Sé cómo me miras. Como si fuera una mujer superficial y egoísta. Pues lo soy, ya lo sabes. Y ahora márchate con tu perfecto padre, que resulta que no es tan perfecto.
—¿Qué es lo que os pasó? —necesito saber.
—Eso pregúntaselo a él. Siempre lo has elegido a él. Te viniste a Nueva Orleans, sólo para estar a su lado. ¿Y qué hay de mí? Me has relegado.
—Eso no es cierto. Me vine aquí para ejercer mi profesión. Lo que estás diciendo no es justo.
Mamá se niega a escucharme.
—Vete, por favor. Quiero estar sola.
Salgo del hotel como una sonámbula, con un sentimiento de opresión en el pecho. Es cierto que la impulsividad me ha jugado una mala pasada, y que no debería haber acusado a mamá con esas palabras tan duras.
¿De verdad ella cree que prefiero a mi padre?
Mamá y Stella siempre han estado muy unidas. Yo siempre fui la tercera en discordia. La que pasaba demasiado tiempo cerca de papá, y las miraba con gesto censurador. Nunca he compartido su amor por el derroche, la ropa y la belleza superficial. Pero las quiero. Por supuesto que las quiero. Ellas son mi familia.
Si elegí Nueva Orleans fue porque adoro esta ciudad.
Sin ser consciente de ello, me dirijo hacia el apartamento de Dante, necesitando que me ofrezca consuelo. En otra ocasión hubiera buscando los brazos reconfortantes de Patsy, o las palabras sinceras y los mojitos cargados de Maya. Pero ahora sólo lo necesito a él. Cuando me abre la puerta, me echo a sus brazos y le pido que me abrace.
Dante no pregunta, simplemente abre los brazos y me reconforta. Y de qué manera.